Pajuelo, Ramón. Movimientos indígenas, nación y procesos sociopolíticos en los países centro andinos. Lima:  IFEA- IEP. 2007

El texto de Pajuelo tiene el singular mérito de situar con extrema lucidez la influencia de los movimientos con reivindicaciones étnicas en el impulso de cambios decisivos en la historia política reciente de Ecuador y Bolivia así como los límites de esos logros en el Perú. Reivindica lo que es intransferiblemente cultural y a la vez le da fuerza a esta dimensión porque precisamente no la aísla, situándola por el contrario en las luchas políticas y sociales de la región. Reconoce en este proceso ciclos de larga duración pero se detiene en las coyunturas de los últimos años, aquellos que produjeron cambios de gobiernos y de políticas. Y saliendo al paso de versiones tradicionales y prejuiciosas hace notar que las demandas que estos grupos, a diferencia de lo ocurrido en otros países, trataron de redefinir, ampliándose la vigencia de la nación, como comunidad imaginada, siguiendo la propuesta del antropólogo inglés Benedict Anderson.

El autor se encuentra ante redefiniciones de identidades y nuevos códigos y demarcaciones simbólicas impulsadas por la globalización que le hace perder asidero a referentes institucionales hasta entonces vigentes. En Ecuador la CONAIE sobre todo a partir del llamado levantamiento indígena de 1990 va a plasmar de modo más preciso y eficaz sus demandas agrarias y asumirá un protagonismo decisivo en las caídas de los presidentes Abdalá Bucaram y Yamil Mahuad. En los primeros meses del gobierno de Lucio Gutiérrez tendrá coparticipación en el gobierno.

En Bolivia las reivindicaciones étnicas pero no solamente étnicas trastocarán y producirán cambios en lo que antes era campo casi exclusivo de los partidos, estas se expresan fundamentalmente a través de movimientos de protesta, acaso los principales sean la llamada “Guerra del Agua” en diciembre del 2000, el rechazo a la política impositiva de Sánchez de Lozada en febrero del 2003, los reclamos sobre el destino del gas en octubre del mismo año que culminara en la renuncia del presidente, protestas por inconsecuencia atribuidas a su sucesor Carlos Mesa que finalmente lo llevaran a abandonar el poder y posteriormente el triunfo electoral del Evo Morales.

En Perú, la historia reciente de las expresiones étnicas se limita a difusas identificaciones culturales con algunos candidatos y la creación de instituciones tutelares y controlistas por parte del gobierno. Pajuelo le otorga importancia a algunos hitos simbólicos en las luchas indianistas como la demarcación de territorios originarios en Ecuador cuya incidencia demuestra convincentemente y el uso de la wiphala en Bolivia en donde, en mi opinión, no logra construir un argumento persuasivo.

Pajuelo realiza aportes sustantivos. Sin embargo, como en todo buen libro de ciencias sociales, quedan temas abiertos a la discusión en la que el autor por supuesto tiene todo el derecho de sostener. Las identidades étnicas están separadas de las identidades de clase cuando resultan, a mi criterio, convincentes las opiniones sostenidas en los estudios poscoloniales que entienden que los grupos dominantes impusieron una deliberada conjunción entre clase y etnia. La única referencia en esta línea es la alusión al documento de Tiawanaku, fundador del katarismo boliviano donde los firmantes del manifiesto se identifican como “económicamente explotados y cultural y políticamente oprimidos”.

En la misma línea, si lo que interesa destacar es la lucha política conviene ir más lejos en el análisis del proceso que lo que hace el autor. El triunfo del MAS en Bolivia no es atribuible únicamente por la movilización social, no es seguramente tampoco, de lo que se desprende del conjunto de su argumento, la explicación de Pajuelo. Un elemento clave para entender el desenlace de este proceso tiene que ver con el hecho que el movimiento liderado por Evo Morales en toda su actividad de la década del 90 se propuso construir una organización política, el llamado Instrumento Político mientras su opositor más enconado, Felipe Quispe oscilaba entre crear su propio grupo el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) y la opción por el repliegue a las comunidades . Por otra parte, no puede explicarse el origen de movimientos y organizaciones étnicas sin aludir a la influencia de algunos sacerdotes, fundamentalmente oblatos y jesuitas, las influyentes interpretaciones de los etnohistoriadores, de los intelectuales mestizos y la progresiva constitución de un grupo de pensadores indígenas.

En Ecuador los significativos avances de este movimiento social no pueden pasar por alto, en un trabajo que le preocupa temas de incidencia política que el despliegue de los indígenas fue en buena parte manipulado por sectores del ejército, tanto en el episodio que llevara a la caída a de Mahuad como en las elecciones en la que resultara ganador Lucio Gutiérrez.

No parece apropiado tampoco el uso del concepto de “comunidades imaginadas” para explicar el concepto de nación de los movimientos indígenas. Anderson lo utiliza asociado al llamado capitalismo de la imprenta en la que desde novelas y periódicos se podía proyectar la idea de un tiempo homogéneo y vacío en la que cada uno encontraba su lugar y podía a pensar en espacios compartidos con los otros. Como ya hace tiempo señalara Ángel Rama la cultura letrada es la de imposición primera del poder colonial y aún en los tiempos presentes la manera de marcar una desigualdad. Nuestras realidades poco tienen que ver con tiempos homogéneos: hay organizaciones sociales, modos de vivir el tiempo, patrones culturales que se superponen y no se pueden integrar en una síntesis; se trata de lo “abigarrado” a lo que se refiriera el ensayista y sociólogo boliviano Zavaleta Mercado.

Partha Chatterjee pensando tanto en la India como en general en países afectados por el hecho colonial, señala los equívocos a los que conduce aferrarse a conceptos como el de sociedad civil o comunidades imaginadas. Interpretando con libertad a Hegel para pensar en la situación de los pueblos dominados, toma de éste la idea de que los derechos tienen que ser constantemente renegociados en “la vida ética de la comunidad”. Recuperando otra vez de Hegel esta misma noción de comunidad toma de éste la idea del amor como vivencia que evita ser una persona autorreferente y por tanto defectuosa e incompleta, como además que esa percepción se instala en el momento en que la persona se encuentra a sí misma en otra persona, en quien encuentra cosas de él mismo. Este sentido de comunidad, en opinión de Chatterjee, es el núcleo consistente que resiste una devastadora penetración capitalista que le haría perder a los sometidos, sus puntos de referencia. Nos atrevemos a interpretar que en América Latina esta vivencia no impide comprender la modernidad y asumirla parcialmente sino trascenderla, procurando establecer en ella sus propias pautas. Otra vez, estas ideas nos llevan bastante más lejos que la noción de Anderson de las comunidades imaginadas.

El lúcido texto de Ramón Pajuelo nos ayuda a comprender que nos encontramos en una nueva etapa de lo nacional popular. Ya no es el momento de control de las élites, sino el de las perspectivas que se están abriendo para construir una nueva hegemonía.