1 En sus aportes existe una tensión en la que, por un lado, manifiesta sus aspiraciones normativas de vigencia de la democracia política enlazada con un concepto de igualdad y de justicia que desborda límites y aspira a que discurra en la política, la sociedad y la cultura. En otro espacio de su búsqueda, se encuentra ante la tarea de detenerse y explorar minuciosamente los procesos que están ocurriendo, inmerso en la responsabilidad de interpretarlos rigurosamente. Se trata de una experiencia de aventura y poder que abre perspectivas liberadoras, pero donde en ocasiones también lo emboscan la persistencia de antiguas formas de dominación y otras nuevas manifestaciones de opresión que eclosionan y perturban. No le preocupa ni le interesa resolver esta tensión. Parece estar convencido de que es mejor moverse en estos dos planos. Creo entender que, a su criterio, debe alentarse un diálogo entre lo que deseamos que ocurra y aquello de lo que tenemos que dar cuenta.

Esta manera de interpretar y este recorrido intelectual no le impide registrar avances y logros como, un ejemplo entre tantos otros, la experiencia de los nuevos alcaldes municipales en los distritos de las provincias de Huamanga y Huanta, hijos de la lucha por la educación en Ayacucho, algunos de ellos que se integraron a Sendero Luminoso, pero otros capaces de realizar gestiones locales eficientes en la década de 1990. No hay fáciles determinismos, sino alternativas, y las personas toman opciones, y le preocupa que en algunas situaciones críticas estos márgenes de libertad no puedan desplegarse en su multiplicidad de oportunidades y elecciones. No deja de anotar en el mismo trabajo de campo sobre las renovadas autoridades la persistencia de desgarramientos étnicos en contextos tradicionales que hace lento, intermitente y frustrante el tránsito a la ciudadanía.
El tiempo que se contrae y expande, y la modernidad en sus líneas generales y sus expresiones fulgurantes
Degregori es un desvelado intérprete de los procesos de modernización en la sociedad y la política y de la modernidad en la cultura, de sus promesas de liberación, de sus riesgos de autoritarismo o de la imposición cultural de discursos “ilustrados” eurocentristas investidos de la arrogancia de pretender ser civilizatorios. En sus primeros trabajos asocia la modernización con las migraciones, la expansión del mercado, la toma de tierras, la masificación de la educación y el protagonismo del sector informal.

No le preocupa ni le interesa resolver esta tensión. Parece estar convencido de que es mejor moverse en estos dos planos. Creo entender que, a su criterio, debe alentarse un diálogo entre lo que deseamos que ocurra y aquello de lo que tenemos que dar cuenta.

Incorpora posteriormente dimensiones directamente políticas, las elecciones municipales, una reflexión más acuciosa sobre la ciudadanía y ya en sus últimos trabajos las capacidades institucionales del Estado. Si bien no lo señala abiertamente, cuestiona las concepciones más influyentes sobre el una vez llamado “protagonismo popular”, que sostienen que la inclusión en el sistema pasa por la ciudadanía social antecediendo a la ciudadanía política. Toma de Adrianzén la opinión de que solo desde la ciudadanía política es posible pensar las diferencias en perspectivas de un orden inclusivo. Y recoge con entusiasmo la idea de David Sulmont que asocia la condición de ciudadanos a la plasmación de un sistema político que permita reglas y pertenencias comunes de carácter universal y obligatorio y asociadas a expectativas de integración.
La modernidad en Degregori supone la interacción de nuevas estilos de vida y de estrategias económicas con tradiciones vivas y actuantes y de rechazo a las distinciones entre la presunta alta cultura y la cultura popular, y también una apropiación de la noción de derechos de las clases populares. Apropiación porque es reconocida formalmente y negada en los hechos. Hasta donde consigo entender, resiste la idea de la fusión de horizontes sostenida por Taylor y Hopenhayn por una opinión, a mi parecer, más atinada de un diálogo en que cada contenido cultural tiene su lugar, se recrea pero no se pierde y en donde interesa reconocer sus orígenes tanto como su contemporaneidad. Las contadas alusiones a la interculturalidad en sus escritos muestran una cierta renuencia al uso de esa idea, probablemente por el carácter elusivo del concepto, y la licuefacción que realiza de nuestras intrincadas culturas sociales y políticas para buscar consensos donde no los hay. Conviene hacer esta anotación sin distraernos del tema que nos ocupa.
Señalada las vigas maestras de nuestra modernidad, Degregori convoca primero al lector a compartir la vivencia de estos cambios en sus expresiones fulgurantes, que iluminan mucho más lejos que en su círculo de incandescencia junto a una idea del tiempo que se construye y se deconstruye, que no la explicita, pero que invade buena parte de sus artículos y libros.

El tiempo en Degregori pocas veces es continuo o circular, y hasta podría decirse que si aparece ocasionalmente de este modo es para darle un respiro al lector. Se contrae, retrocede, se expande, se densifica según los acontecimientos políticos.

Presumo que Degregori estaría de acuerdo con la reflexión de Benjamin de que “la conciencia lúcida y desesperada es crónica en la humanidad. Todas las épocas se presentan ante sí mismas como ineludiblemente nuevas. Sin embargo, esa ‘modernidad’ es precisamente lo diverso, como los diversos aspectos de un mismo caleidoscopio”.2  Esa penetrante visión de los detalles que para la mayoría pasan inadvertidos y la manera de hacerlos intervenir en el conjunto o ser todo el conjunto es en parte reflexión y en parte estilo, o las dos cosas a la vez, en el quehacer del autor.
El tiempo en Degregori pocas veces es continuo o circular, y hasta podría decirse que si aparece ocasionalmente de este modo es para darle un respiro al lector. Se contrae, retrocede, se expande, se densifica según los acontecimientos políticos. Es sin duda el intelectual peruano con mayor capacidad en darle a cada proceso su peculiar modo de discurrir, y probablemente su sensibilidad poética venga en auxilio esta vez de las ciencias sociales. Cuando analiza al autoritarismo de Fujimori, por ejemplo, refiriéndose a la afirmación de su decisión de establecer el autoritarismo, señala que lo oculto se revela, lo que parecía natural aparece como una construcción y el tiempo se acelera y densifica. Y ello se asocia sin dificultades con un cuidadoso análisis institucional de las etapas en que el Congreso delega facultades legislativas al Ejecutivo y asedia al presidente a la vez con la Ley de control parlamentario.
El tiempo puede abolirse también porque decisiones que se presentaron como inevitables parecen prologarse sin término, el autogolpe permanente, el ajuste estructural permanente, la guerra civil permanente. Hasta que llegan abruptas desestabilizaciones desde la propuesta de reelección por un segundo periodo hasta manifestaciones opositoras en las que los acontecimientos ya no parecen otorgar tregua alguna.
Los campesinos y nuevos profesionales en espacios rurales: entre la democratización y el faccionalismo
Las preocupaciones políticas de Degregori se vinculan con su insistencia de entender el alcance de las iniciativas ciudadanas, sus oportunidades, logros y bloqueos hasta llegar al pertinaz desconocimiento de esas iniciativas por el autoritarismo, al que le interesa entender en su lógica y en sus instituciones, y también con sus sus intentos de examinar las constantes y cambios de campesinos y dirigentes actuando en espacios locales.
En estos espacios, inmersos en lo que denomina “intricados lazos de la reciprocidad andina”, no hay definitivos desplazamientos en función del control administrativo y de gestión por nuevos grupos, sino las cambiantes relaciones entre autoridades, alcaldes, tenientes gobernadores, a veces también varayoqs y su intervención en centros poblados y las comunidades. La mayoría de estos cargos siguen en el decurso de los años, y sus tareas y su comportamiento político van cambiando. Otra vez Degregori se encuentra con el caleidoscopio de Benjamin.
En el estudio realizado con José Coronel y Ponciano del Pino de diez distritos de Huamanga y Huanta notan ya en los años sesenta el progresivo desplazamiento de los hacendados por un grupo emergente de pequeños propietarios, mientras los tenientes gobernadores mediaban con la autoridad y los varayoqs ordenaban en las comunidades el calendario agrícola, resolvían pleitos interfamiliares y expresaban también las demandas campesinas. No hay para Degregori, creo entender, tal como lo expresa en este y otros trabajos, competencias precisadas definitivamente, sino los enmarañados juegos de poder de la administración étnica en la que intervienen a la vez la imposición y las variadas formas de resistencia expresada en protestas, el recurso colonial y poscolonial de los memoriales de súbditos como tradición recreada, las demandas jurídicas bien fundamentadas y las argucias.
Se trata de política también por más que ella permanezca ignorada por el establishment en el poder tanto como el académico, los dos arrastrados por el vértigo que los lleva al centralismo. En cada espacio hay para el autor ese irresuelto desencuentro entre democratización social y democracia política y denodados esfuerzos de incorporación emprendidos por aquellos secularmente postergados.

Degregori se encuentra esta vez con personas a las que tanto ellos mismos como los medios reconocen como “aimaras”. A su criterio, lo que antes se presenta como un estigma ahora se hace valer como un recurso para validar las estrategias emprendidas.

En esta reflexión no hay lugar para incurrir en fáciles idealizaciones. Los alcaldes que con frecuencia ocuparon cargos en los tiempos de la violencia política arriesgando su vida, que durante los años del fujimorismo eran universitarios de procedencia popular preocupados por realizar una buena gestión negociando con el régimen pero abriendo otras alternativas, trataban de ignorantes y despreciaban a los “chutos” de las alturas. Por su parte, el retorno a la democracia política, cuando ya los partidos perdieron vigencia, da lugar al faccionalismo —si bien Degregori no utiliza este término—, en el que los antagonismos se ubican en la prosecución de intereses de corto plazo y cuesta diferenciar lo personal de lo público.
El informe sobre los sucesos en Ilave que llevaron en 2003 al asesinato del alcalde escrito con urgencia —y podríamos decir que son pocos los trabajos del autor que no se encuentren ganados por ese sentimiento y esa necesidad, lo que no le quitaba lucidez y rigurosidad— marca el encuentro de su reflexión con el tema del Estado. Un largo pleito entre autoridades del concejo de la provincia no es resuelto por la ineficiencia del Poder Judicial y la falta de capacidad operativa de la Oficina de Control de la provincia y del departamento, lo que la propia Contraloría General de la Nación es la primera en reconocer. Son evidentes las fallas del gobierno regional y el entonces vigente Consejo Nacional de Administración. Los prefectos muestran también su carencia de legitimidad y competencia, mientras el Ejecutivo no es capaz de intervenir, y en otro plano, los tenientes gobernadores dejan de mediar y establecen una alianza con uno de los grupos que participan en conflicto. Sin marcos institucionales que otorguen referencias y procedimientos de regulación y de diálogo, los conflictos suelen llegar “hasta las últimas consecuencias”.
Degregori se encuentra esta vez con personas a las que tanto ellos mismos como los medios reconocen como “aimaras”. A su criterio, lo que antes se presenta como un estigma ahora se hace valer como un recurso para validar las estrategias emprendidas. Me parece que el autor, tan atento a registrar cada cambio de la sociedad, tiene una concepción tradicional de las identidades cuando, a mi criterio, las gentes pueden cambiarla según los contextos de comunicación, sus opciones de vida, sus estrategias políticas y sus búsquedas de reconocimiento. Estas identidades, en suma, no terminan de completarse. Esta reserva que tengo hacia el pensamiento de Degregori sobre el tema se desliza rápidamente de las ciencias sociales a la filosofía, y tengo la impresión de que seguirá siendo un asunto sin respuestas definitivas que lo cierren.
Fujimori: autoritarismo, identificación e innovaciones
La ascensión de Fujimori al poder es para el autor el quiebre de un discurso que dividía nuestra sociedad entre civilización y barbarie, o, en el pensamiento de Ossio, un antropólogo que merodea los círculos oficiales ofreciéndose de traductor o intérprete de lo que piensan andinos y amazónicos, la presencia de grupos étnicos que en el momento de tomar opciones le dan prioridad a las emociones sobre los argumentos, las apariencias más que el contenido. Como hace notar Degregori, ahora los indígenas y los campesinos ya no son considerados, como hace un siglo, niños, sino adolescentes. Y me atrevo a decir que esos sentimientos racistas afloraron también en las redes sociales en la reciente campaña electoral.
Mientras tanto, la sociedad andina y sobre todo sus migrantes en las grandes ciudades y en especial Lima iban definiendo su condición en lo que Quijano consideraba un proceso de cholificación que no reproduce su cultura de origen, pero tampoco los patrones del comportamiento de los blancos y mestizos, y se afirma una identidad con frecuencia contestataria desde sus redes laborales, sus opciones políticas, sus expresiones culturales. En la interpretación de Carlos Franco asistimos a una modernidad popular que ocupa creatividad, fuerza y entusiasmo los espacios que le son negados para su vivienda, su trabajo y su búsqueda de representantes. Su presencia y su empuje altera las rutinas de las organizaciones políticas y las hace perder aceleradamente vínculos con la sociedad. Degregori acoge estas dos interpretaciones y entiende con perspicacia que el liderazgo de Fujimori produce un criterio de identificación ante el extravío de las élites y la poca disposición de la clase política a aceptar cambios en las estrategias y a enfrentarse con una nueva sociedad.
Va más allá de lo que se propone este artículo dar cuenta de la interpretación del autor sobre las diferentes etapas del fujimorismo. Vale la pena en cambio detenernos en el análisis de la organización de su grupo político en la que Degregori, fiel a su estilo, hace que las imágenes se conviertan en conceptos para que, por así decirlo, nos seduzca y propine algunos golpes, todo a la vez.

Y la estructura que lo apoya asemeja la de un exoesqueleto en que se advierten las branquias y la falta de columna vertebral, hasta que el organismo “secreta” la iniciativa clientelista cuajada en Vamos Vecino.

Habla de una estructura hidrocefálica en la que literalmente el presidente es la cabeza del Estado, todopoderoso y ominipresente. En su activismo frenético, parece no dormir, como si el país corriera el riesgo de detenerse. Lobotomiza al Congreso, que no ejerce tarea de fiscalización alguna. Se apoya por arriba en los organismos internacionales de crédito, en la posición ambigua de Estados Unidos y en Japón actuando como aval. Por detrás se rodea de asesores de perfil bajo como Santiago Fujimori y el experto en operativos psicosociales Sigfrido Luza, mientras va creciendo la decisiva influencia de Montesinos al borde mismo del cogobierno, si es que finalmente no ha traspasado ese límite. Y la estructura que lo apoya asemeja la de un exoesqueleto en que se advierten las branquias y la falta de columna vertebral, hasta que el organismo “secreta” la iniciativa clientelista cuajada en Vamos Vecino, cuando el Gobierno tiene que enfrentar una situación de crisis.
En ese entonces Degregori subestimaba, a mi criterio, la estructura de cuadros que había generado el autoritarismo desde 1992, lo que no tiene que ser un hecho que contradiga la afirmación de la construcción de un liderazgo plebiscitario. En su trabajo con Carlos Meléndez, y con el inteligente aporte de este último investigador, otra vez nos encontramos con el autor interesado en hacer intervenir al mismo tiempo las afirmaciones lúcidas y con frecuencia contundentes con el gusto por los detalles. Encontramos primero a Fujimori con su entorno familiar, los colegas y funcionarios de la Universidad Agraria La Molina, los evangélicos y los pequeños empresarios. Nos topamos luego en Nueva Mayoría con profesionales y tecnócratas independientes limeños y también profesionales de  provincias, a veces vinculados a la realización de consultorías en proyectos especiales del Estado y los municipios. Empiezan a hacerse notar los antiguos militantes de izquierda o apristas, que dejan de lado los perdidos proyectos en los que una vez creyeron y encuentran la oportunidad de recuperar protagonismo como representantes o bien operadores del régimen. Y finalmente surge el aparato de Vamos Vecino impulsado por Absalón Vázquez, que en tiempos en que va creciendo la desaprobación al Gobierno trata de montar vastas redes de clientelas.
Degregori y Meléndez nos entregan una cuidadosa descripción del tipo de dirigentes que surgen en los años de la “antipolítica” y de pérdida de protagonismo de los partidos hasta su definitiva ausencia, así como explican con pertinencia las razones tras el transfuguismo y las características personales y políticas de las personas que entienden justificada esta opción. Resulta por cierto una empresa más creativa y desafiante que limitarse al recurso fácil de la sola denuncia o el empeño de limitar el problema a asuntos asociados a un adecuado ordenamiento legal y reglamentario sobre el funcionamiento de las bancadas en el Congreso, si bien este tema es importante también. Estudiar estos agitados 11 años obliga a revisar tanto las interpretaciones vigentes como la información disponible y generar otras nuevas, y este trabajo se despliega con acierto en estas dos direcciones. Degregori se enfrenta ahora ya no a los tiempos finales del autoritarismo, sino a los problemas de la transición y la consolidación democrática, y otras son las tareas y las responsabilidades que entiende que le corresponde asumir.
Los medios y las disputas simbólicas
El autor que comentamos no es especialista en medios de comunicación. Quizás ante lo singular de la experiencia fujimorista, donde la política es transversal a toda la programación televisiva en sus diversos géneros y formatos, y a la vez se la niega queriendo dar la impresión de que solo se ocupa del entretenimiento, una primera mirada, como la que echa Degregori, puede explicar propósitos y estilos que acaso escapen al saber de los expertos en el tema. Otra vez se dedica a fragmentar o a expandir el tiempo. En las telenovelas la historia transcurría por meses y los protagonistas se encontraban con malentendidos urdidos por un o una rival hasta que al fin se llegaba a un final no solo feliz sino edificante. Los talk showstienen la velocidad del videoclip con múltiples desenlaces que se desencadenan en el transcurrir de una sola hora, y la violencia y crueldad real o simulada expresada por los efímeros actores reclama una autoridad vociferante tan cruel o violenta como la de aquellos que exponen desenfadadamente sus supuestas experiencias de vida. Asociado a la prensa amarilla, Degregori escucha el ritmo de un vals siniestro y nos lleva a seguir su cadencia, que es la del poder.

Degregori va descubriendo, acaso con sorpresa, los bien urdidos ataques al adversario que establece el autoritarismo. A estos adversarios se los presenta hundidos en un pasado al que no se quiere regresar; son feminizados.

Degregori va descubriendo, acaso con sorpresa, los bien urdidos ataques al adversario que establece el autoritarismo. A estos adversarios se los presenta hundidos en un pasado al que no se quiere regresar; son feminizados y acusados directamente de homosexuales, mostrados como nerviosos o neuróticos, calidades que en el imaginario social caracterizan a la mujer, o se los muestra celebrando pactos como si cualquier acuerdo tuviera un revés de la trama que se expresa en intenciones perversas con las que se trata de poner otra vez en escena a un demoniaco eje del mal. En medio de este proceso, y en sus palabras, “el gobierno infiltró la risa del demonio diseñada para defendernos de la pesadez del Orden (autoritario) y la usó a su servicio”. A veces logra que nos riamos. Las más de las veces da risa que no pueda hacernos reír, como en los programas de Carlos Álvarez y Tulio Loza en los años de decadencia del gobierno de Fujimori.
La lucha política se expresa también en los rituales. Destaca la anotación de Taussig acerca de que “el ritual extrae su fuerza de la transgresión, es un acto sacrílego que se vuelve sagrado al expropiar el símbolo de manos del Estado para volverlo en contra de ese mismo Estado que lo ha deshonrado”. La bandera peruana se abre a distintas significaciones. Es el ritual sagrado de los domingos o se la lava los viernes para quitarle la suciedad acumulada durante la semana. Tiene en un caso una impronta militar y en el otro expresa una iniciativa civil. Puede responder a una asistencia obligatoria convocada por una autoridad a la que se le debe obediencia en un orden jerárquico o ser auspiciada desde lazos horizontales y asistir a la plaza si se quiere, lo que supone la afirmación de la independencia de cada uno. Opone en otro plano la impostación de desfilar a paso de ganso frente al caos creativo.
En la teoría política convencional se suele vincular procesos de parecidas características a la liberalización de un régimen autoritario, para replegarse salvaguardando sus prerrogativas o evaluando que las oportunidades de hacer valer la fuerza tiene cada vez mayores costos. Degregori nos muestra que se trata de eso y algo más, que hay momentos decisivos en que los desenlaces se juegan también en la disputa por el sentido de los acontecimientos en los que el poder, antes lejano y triunfador, puede salir airoso o sucumbir.
El conocimiento apasionado
Dicen los escritores de algunos de sus colegas que tiene buen oído, tomando prestada la expresión de los músicos, y que es un don más que el resultado de una trabajosa adquisición. Ello no garantiza lograr buenas novelas, cuentos o poesías, pero en ocasiones el lector se deja perder en el buen decir de un texto. Degregori, que posee esa capacidad, no permite esos abandonos, porque en las expresiones que va engarzando acuden incesantemente nuevas ideas y obliga a una lectura vigilante. La importancia de sus trabajos políticos y las diferentes áreas de sus preocupaciones, así como el crucial informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, convocan a seguir discutiendo sus ideas en diálogo con otras. Mientras tanto podemos saber una vez más que la pasión puede ser amiga del conocimiento si se sabe hacia dónde se quiere ir, se pone en ello nuestro empeño y cuando se encuentran dificultades tratamos de entender las razones por las que surgieron.

* Sociólogo, investigador del IEP.


  1. En sus trabajos políticos, Carlos Iván Degregori es uno de los investigadores más lúcidos y concernidos en la interpretación de los cambios que están ocurriendo en la sociedad peruana desde 1960.