Puerto de Imacita. Foto: Ana Lucía Araujo.

Puerto de Imacita. Foto: Ana Lucía Araujo.

Para llegar a estar ahí 1

Siempre me disgustaron las ocho horas de Chiclayo a Amazonas. Básicamente porque Cajamarca me parece interminable. Un Perú entero. Desde sus pastizales amarillos, hasta sus cerros rocosos que van mareando con sus curvas la carretera y la mirada, Cutervo con sus casitas tostadas que ya me agarra somnolienta, y al final esas ramillas que se vuelven arbustos que se vuelven árboles grandes de lianas finas y que al reconocerlas me hacen despertar para no dormir más: mi destino está solo a una hora y media. Luego, la noche inquieta, el vidrio no trasluce más que ese vaporcito propio de la selva, pero sin dejarlo pasar. Mis manos ansiosas borran el vapor, y mi nariz ya siente que pica. Llegué a Bagua.

A la mañana siguiente, casi sin darle una vuelta a la ciudad, me enrumbo al distrito de Imaza-Chiriaco, exactamente al centro poblado de Imacita. Otras dos horas y media de viaje que se alargan a pesar de que el colectivo escala los cerros a una velocidad que atormenta al pasajero poco frecuente. Poco a poco vamos dejando los arbustos de hojas delgadas, los reemplazan árboles cada vez más grandes y tupidos, los guayaquiles, la tierra roja, la lluvia y las curvas cerradas. Entre ellos, cual luz que se apaga y prende, aparecen y desaparecen las rondas nativas, los madereros, las escuelas, los caballos y las diversas generaciones de mestizos caminando o en bicicleta. Distraen la vista sus casitas de barro incrustadas y los tubos plateados del oleoducto norperuano que las conectan. Cuando no están, ni la cumbia estridente que ha puesto el conductor evita que la cabeza se pierda entre curva y cerro. Hasta que llegamos a lo más arriba y es más fácil describir las corrientes del cielo que siquiera imaginar el río. “Ya estamos cerca señorita”, me dice el taxista riéndose de mi mareo.

Y es cierto, cuando el carro comienza su también aparatoso descenso, el paisaje selvático se mantiene, pero el espacio cambia. Cambian los nombres y aparecen lugares como Puerto Pakuy o el barrio Suwikai; se dispersan las casas de material noble y se concentran las malocas de madera con techos de calamina; se apropian de la carretera el zumbido de las mototaxis y el rumor de las familias que van y vienen, algunos con mochila, otros con machetes y canastas, otros con sus animales, pero todos hablando “en idioma”. A primera vista, quizá lo único que diferencia a los awajunes de los mestizos, además de sus particulares ojos rasgados. Mi mirada ya no puede apartarse de ellos pero el carro apura su paso, como engatusado por el ritmo del río Chiriaco que me encauza hacia el majestuoso Marañón. Con el sol ya agazapado entre las montañas, el colectivo por fin desciende hacia la izquierda por una pequeña pendiente en donde dos minutos después termina la trocha. Un reflejo de luz me ciega y volteo hacia él. Son las aguas brillantes del Marañón que están a mis pies. Por fin estoy en Imacita.

En contexto: El mundo rural indígena hoy

Imaza-Chiriaco es uno de los distritos más grandes de la zona awajún de Amazonas. Cuenta con aproximadamente 21.000 habitantes de los cuales casi 16.000 pertenecen a esta etnia y tienen como lengua materna este idioma. 2 De este total, la gran mayoría se agrupa y vive en comunidades nativas, pero mantienen una interacción constante con diversos centros urbanos del lugar como Imacita. El ahistórico imaginario generalizado de poblaciones indígenas encapsuladas en sus mundos no solo nunca fue cierto, sino que ahora, más que antes, no tiene sentido. Menos en este puerto.

En efecto, apenas me siento a tomar un jugo de melón fresco, y las cifras se reifican y complejizan ante mi mirada: mujeres awajunes comprando carne, hombres conversando con sus escopetas y bebiendo masato, jóvenes manejando los mototaxis, o corriendo hacia el colegio. Son los mestizos chiclayanos y piuranos los que dominan más bien el comercio local: desde venta de abarrotes hasta ropa, licores, servicios de transporte y más de cinco restaurantes donde compran y consumen los ‘apus’ –como les llaman los comerciantes a los awajunes– diariamente. Quizá por eso la gente nos mire curiosamente, como si los grandes bultos que traigo estuvieran llenos de novedades para vender.

El Estado en cambio tiene agencias distintas y particulares. Las instituciones que son “débiles” en Lima suelen serlo aún más en Imacita. La comisaría por ejemplo, controlada por mestizos y apartada del Mercado, parece desvanecerse con el polvo de la trocha. Todo lo contrario con las Fuerzas Armadas, repleta más bien de jóvenes awajúnes, quienes a pesar de estar enclaustrados en el fuerte Imacita, hacen sentir su presencia cada día por el Centro Poblado. De esto nos damos cuenta a la mañana siguiente, cuando nos despiertan a las botas y voces de los ‘cachacos’ repicando desde el morro más alto y hasta el mismo puerto. Al mediodía, ellos mismos se encargan de izar la bandera nacional en la losa deportiva/plaza y cantar en el himno nacional. Las radios se apagan, los colectiveros dejan de llamar a la gente, algunos hombres ponen la mano al pecho siguiendo el rito de la Nación. “Estamos en Perú y no en Ecuador”, murmura en español un señor awajún a mi lado.

¡Estamos en elecciones!

A pesar de su dinamismo propio de una urbe, Imacita sigue siendo pequeña para cualquier amistad. Apenas atardece cuando colgados de un mototaxi encuentro a dos amigos míos de la familia Danducho con la que viví el año pasado en la comunidad nativa de Nazareth. Me reconocen alegres, nos abrazamos efusivos y les pregunto por su sorpresiva su visita a Imacita. Después de todo, les inquiero, Chiriaco es el centro urbano más cercano a su comunidad. “¿Qué haces tú más bien por acá?”, me preguntan riéndose y me hacen confesar. Más que su presencia, lo que en verdad me sorprende son los gorros de Acuña que lucen con orgullo inusitado. “¿Y el plagio?”, les cuestiono con algo de sorna.

Pero no se defienden. “Así dicen ¿no? ¿Que será pues?”, desconoce Gustavo, y se justifica contándome que ellos le están haciendo el favor a su hermano mayor, Otoniel Danducho, actual alcalde awajún del distrito de Imaza-Chiriaco, quien ha decidido aliarse y apoyar a Acuña. Ellos, su familia, lo están ayudando a ejecutar dicho apoyo. Qué bien se mueve Acuña en los sectores rurales, pienso. Mientras Lucio se va atrás del mototaxi y trae varios volantes y un gorro azul que luego ajusta en mi cabeza. “Para que te lleves Anita”, me dice alegre, mientras repite entusiasmado que no importa lo que digan allá (Lima), Acuña será presidente.

Pronto me voy dando cuenta de que Acuña está en todos lados. Mientras mis amigos sacuden sus manos despidiéndose de mí, veo que su mototaxi, usualmente ‘en fierros’ por el excesivo calor, tienen el armatoste forrado con una capa que también dice Acuña. Y de repente, la abstracción del asedio electoral que vivía en Lima se rompe: camino más concienzudamente por el puerto y ante la falta de paredes por pintar y grandes avisos, avisto no solo más mototaxis acuñistas, sino a choferes de colectivo que protegen sus brazos del sol con una manga azul estampada con el mismo apellido y la misma A gigante. Me quito el gorro, pero eso no afecta a los atrayentes afiches pegados con un Acuña sonriendo a caballo con un sombrero ‘cajacho’. “Acá (Acuña) está fuerte”, me dice el dueño mestizo de la casa empapelada con ellos.

La inversión de Acuña en material de campaña –me atrevo a decir nunca antes vista en el puerto– parece aplastante frente a los más disimulados y clásicos calendarios de Keiko Fujimori que se ven colgados en los restaurantes, y por ahí una foto de Julio Guzmán sujeta de un balcón. Imacita está en campaña y se viene imponiendo la A. En Lima en cambio, anuncia la televisión de los restaurantes, las encuestas lo muestran en picada. Los nativos que me acompañan en la cena comienzan a pasarse la voz.

Cruzando el Marañón

Amanece en el puerto pero la lluvia que empezó en la madrugada no tiene pinta de parar. Aun así me calzo las botas y me subo en la chalupa de Transportes Fernández que se dirige a la Comunidad Nativa/Centro Poblado Chipe-Kusu. Con aproximadamente 1400 habitantes y 8 anexos que abarcan casi 27 000 hectáreas, a es una de las comunidades más grandes de la cuenca del Marañón. Así me va contando Diosdado mientras se prende el motor, mi guía, profesor de primaria y además antiguo apu de la comunidad. 3 Por lo mismo, Diosdado es hablador –como yo– y cuando nota que me estoy perdiendo en la inmensidad del verde que vamos surcando, aprovecha para señalar cada comunidad, cada uno de sus nombres bíblicos –Salem, Uut-, cada quebrada, el pongo, las calles, los paraderos y las curvas que se sabe de memoria hasta que la lluvia ya no nos deja abrir los ojos. Solo dejo mi mano salpicar en el agua.

El chalupero nos da un plástico azul para protegernos, y aunque hasta las uñas de mis pies ya están mojadas, el rústico resguardo nos permite conversar. Diosdado inmediatamente toca el tema electoral: cómo veo a Acuña, qué sé de Guzmán y quién es la lampa. Pero en vez de imponerme, prefiero saber su respuesta primero. Curiosamente él me responde en colectivo como hablando de todo Chipe: “ah, todavía no sabemos, algunos dicen Acuña otros dicen Guzmán también hay pocos que dicen (la) flor, pero no sabemos quién va a ganar”.

Tras una hora de viaje llegamos Chipe, e inmediatamente me sorprendo por la organización espacial de la comunidad. Claramente se distinguen los diferentes barrios en los que se reparten las familias y que me orientan, al mismo tiempo, hacia el centro de poder, la losa deportiva. Alrededor de ella puedo reconocer el local comunal, la oficina del apu y, más llamativa aún, la escuela. Sin duda la institución estatal más importante para los pueblos awajunes. Pienso que quizá la única diferencia con Imacita, además de la carencia total de servicios básicos, es la ausencia de una dinámica comercial mayor que pueda generar un lugar de mercado centralizado.

Hacia fuera de este sector urbano, generalmente hacia las montañas, me explica Diosdado, se encuentran las diferentes chacras que las diferentes familias van abriendo y trabajando para su consumo propio y para vender. Pero también los lugares de caza, las quebradas para pescar, los lugares de tala, todos los diversos tipos de actividades a los que se dedican las mismas con el fin de abastecerse y obtener dinero. En el anexo de San Mateo, incluso, hay minería informal local, y de tal peso, me cuenta Diosdado, que el candidato #1 al congreso de Fuerza Popular por Amazonas ha llegado a ese mismo lugar para respaldarlos. Inmediatamente pienso que catalogar a los awajunes como agricultores resulta bastante impreciso. Denominarlos rurales también es complicado, ya que las jerarquías y desigualdades entre familias se producen también en las dinámicas urbanas.

Jugando a ganador

Contrastando más bien con este orden espacial, los afiches electorales que algunas malocas exhiben, son aleatorios. Mientras avanzamos empapados por la lluvia me sorprenden dos grandes pancartas de Julio Guzmán. O, más específicamente, de un ingeniero agropecuario awajún que postula al congreso por Amazonas con esa lista. Al doblar la esquina, sorprendentemente encuentro pequeñas gigantografías de “Nano” Guerra García, e incluso de ‘Pepe’ Luna, congresista que se postula por Lima, pero que por alguna razón tiene propaganda en las calles de Chipe. Más allá, cuando tenemos que refugiarnos bajo unas calaminas, noto que la casa de en frente tiene pegados unos stickers del Frente Amplio en sus maderas.

Y es justo de esa casa que surge una señora, flaquita y en vestido. Le habla a Diosdado en awajún, y entiendo nos está invitando a pasar para refugiarnos del frío. Cuando entro nos recibe amablemente su esposo, con quien comienzo a conversar. De inmediato quiero aliviar mi curiosidad: “Veo que usted va a votar por el Frente Amplio; vota porque está Santiago Manuin, seguro”. Pero Diosdado aclara sonriendo “Esas pancartas que tú ves, así la gente recibe le traen sus familias, sus amigos y lo pegan, lo ponen en su casa nomás, aquí la gente piensa más en Acuña, en Guzmán”. El esposo ahora me pregunta a mí con más confianza ‘¿y usted por quién va a votar?’, casi con vergüenza confieso mi preferencia reciente por Barnechea y esbozo alguna justificación. Ambos me escuchan y asienten interesados, hablan en awajún y Diosdado luego medita en voz alta “de repente como tú dices la palana puede ser ¿no?”. La señora de la casa aparece e interviene en awajún y solo entiendo el nombre Barnechea en el diálogo de a tres. Unos minutos después, Diosdado sentencia en español “lo que queremos es alguien nuevo, pero que pueda ganar”.

La vuelta y la incertidumbre

Al día siguiente me despido de Diosdado, de los Danducho y de Imacita, cayendo en cuenta de lo despistada que anduve en mi camino de venida. Apenas piso Bagua y ya soy apabullada por la campaña. La plaza, otrora desierta, se anima al sonido de la cumbia de César Acuña y la propaganda parlante de su candidata al congreso. Ya hacia Chiclayo, los cerros, la carretera y los troncos de los árboles andan colorados; la mayoría de rojo con el nombre de Gregorio Santos, pero se cuelan también algunas A y PPK gigantes en las paredes de Cutervo. Cajamarca me parece tan intensa como inmensa, esta vez.

Al llegar a Lima, las elecciones siguen su turbulento camino: Acuña es vetado, Guzmán surge solo para ser también vetado, mientras Barnechea y Mendoza salen del subterráneo. Diosdado interesado y curioso tampoco deja de llamarme, en su voz noto los mismos altos, bajos y giros de la campaña. Del “¿qué ha pasado con Acuña?”, pasa al “¿cómo va Guzmán en la encuesta? Aquí todos somos cien por cien morados en Chipe”, y repite el patrón cuando pasa del “¿Al final a Guzmán lo sacan o no?’ al “Aquí todos vamos con la flor ¿le ganará a PPK?”. Siempre hablando a nombre de la comunidad, pienso en un principio, luego sospecho más bien que habla por toda la etnia awajún. Y yo así lo siento, por lo que cada vez que llama me veo buscando en internet las resoluciones del JNE y otras fuente para darle una respuesta más o menos certera.

La política indígena: una cuestión de oralidad

Solo una semana después de saber que es PPK quien acompañaría a Fujimori en la segunda vuelta, ya estoy partiendo de nuevo hacia Imacita. A mi retorno la lluvia y la propaganda de Acuña han desaparecido del puerto. Ha sido remplazada por un jeep blanco empapelado con afiches de Keiko y con un gran altavoz que amenaza todo el día: “Keiko tiene la mayoría en el Congreso, los dos congresistas de Amazonas son Keiko, para sacar los proyectos de la región hay que apoyar a Keiko. Para tener el cajero Multired hay que apoyar a Keiko”. Luego un intervalo estridente de la canción de campaña y nuevamente la voz. Mis primeras horas en el puerto son insufribles, pero la gente parece haberse acostumbrado.

A la mañana siguiente huyo en peque-peque hacia Temashnum, una comunidad más cercana, más pequeña, pero más fragmentada que Chipe: cuenta con un poco más de 700 comuneros distribuidos en una central y dos anexos, que sin embargo se gobiernan de manera separada, como si fueran tres comunidades en paralelo. Es por ello que el promotor de Juntos, con quien coincido casualmente cuando arribo a la comunidad, debe reunirse también por separado con los apus y las asambleas comunales de cada sector. Cada anexo toma sus propias decisiones y para evitarse problemas, me explica, los agentes del Estado operan también así.

El apu Eliseo me saluda y me ubica con cordialidad en la mesa del frente mientras inicia la asamblea comunal. Cerca de sesenta personas, entre padres y madres awajún, están sentadas esperando escuchar al promotor. Yo, un poco nerviosa, entiendo poco o nada, lo que me da tiempo para admirar más bien la magnífica oratoria del apu. Sus movimientos, sus gestos, el manejo de sus tonos de voz, ni impetuosos ni débiles, que hacen sentido cuando me entero que también es profesor y además director de la escuela desde hace más de una década. Nuevamente, pienso, la escuela en el centro de la arena política de la localidad. Cuando toca la participación del público, los hombres no se quedan atrás tampoco: principalmente los más viejos y los más influyentes, ellos participan airadamente, se levantan y comienzan a imponerse con una cara de profunda crítica y un grito rítmico. Pienso que están molestos, me intimido.

El promotor de Juntos en cambio está tranquilo, sabe lo que con más tiempo en la comunidad me daré cuenta: además de la conexión al circuito comunal de rumores, los gestos fuertes, el rostro adusto, la voz grave y elevada es la forma común de participar y vivir la política awajún. Cuando llega su turno, se dedica a explicar con suma paciencia y ‘en idioma’ cada detalle, mientras las expresiones enfadadas de los varones se van aliviando, algunos van asintiendo, hasta que la asamblea comienza a aplaudir. Los hombres han llegado a un acuerdo, son ahora las mujeres quienes toman la posta para escuchar las instrucciones del promotor y firmar el padrón de beneficiarios.

La segunda vuelta y el particular anti-fujimorismo awajún

Mi presentación pasa más desapercibida, en español, sin discusiones y con solo los hombres jóvenes poniendo atención. Yo misma sigo pensando en la audacia del promotor. Apenas termina la asamblea, el apu y yo partimos a recorrer la comunidad. Mientras cruzamos sus quebraditas, diviso lo que parece ser la misma gigantografía de Julio Guzmán que vi en Chipe, solo que esta vez era usada para secar cacao. “Aquí estuvo fuerte el Julio, pero se cayó, pues”, me comenta el apu, al igual que en Chipe los comuneros de Temashnum terminaron apoyando al Frente Amplio. Como Diosdado, el apu habla sobre un colectivo étnico mayor: “En todo el Marañon, awajún apoyó a la flor”, incluso en su comunidad natal, Wañampiak, me cuenta que los comuneros apoyaron a Mendoza. 4  Y a pesar de que no me puede precisar cómo lo sabe, su percepción no está nada lejos de la realidad. Cuando la ONPE muestra sus resultados, el FA ha ganado con casi 50% por ciento en el distrito. 5

Retornamos ya de noche a la casa del apu y me alivio porque es la única vivienda que tiene luz eléctrica, gracias a su motor de gasolina. Después de cenar, el apu apura en prender su televisión gigante y coloca varias bancas en filas. Por un momento temo que nos pondremos a ver noticias y política, pero pronto entiendo que es un negocio de entretenimiento: por solo 50 centavos las mujeres, sus niños y los jóvenes acceden a ver los realities y las novelas de América Televisión, hasta que a las 10 p.m. el sueño ya gana y el aparato se apaga. Las siguientes noches, salvo algún acompañante, ningún esposo se acerca a ver televisión. Después de todo, hay que levantarse a las 3 a m. para juntar agua del pozo.

Ante la carencia de información diaria sobre los movimientos y ‘puyazos’ entre Fujimori y PPK, el tema político salta eventualmente en mis conversaciones, sobre todo cuando converso con los comuneros más respetados, quienes piden siempre mi opinión “¿por quién va a votar, antropóloga?”. Y cuando les explico que al menos sé que no votaré por Fujimori, ellos me replican lo mismo. Algunos como Osvaldo, por ejemplo, patriarca de una de las familias más importantes, me explica que le han comunicado desde Lima que Keiko planea cortar todos los programas sociales. A diferencia “del Pedro Pablo”, que ha hablado en la televisión a favor de los jóvenes. Alfonso, pastor de la poderosa Iglesia Nazarena, también duda de la sinceridad de la candidata, a la que asocia más bien con las grandes empresas enemigas: “dicen que ella habla mejor, pero cuando llegue al poder va a cambiar […] así están diciendo, por eso no queremos a la Keiko Sofía”.

A diferencia de la primera vuelta, sus comentarios tienen menos que ver con una adherencia a la opinión de una mestiza profesional y limeña. Ya no juegan a ganador. Por el contrario, estos hombres importantes perciben al fujimorismo como una amenaza al futuro y reproducción de las familias awajún. Es por ello que son marcadamente antifujimoristas: no solo no quieren a Keiko sino que saben que deben apoyar al ‘gringo’ para que esta no gane.

Con Deisy, en cambio, ama de casa y agricultora, tengo que insistir. Primero me repite el argumento de Osvaldo sobre los programas sociales, pero luego me confiesa que “si no fuera porque me ponen multa, no hago caso”. Más tarde, después de cosechar su yuca, entramos en confianza y vuelvo a insistir. “Deisy ¿por qué no vas a votar por Keiko?”. Esta vez más seria y en tono cómplice replica con un argumento moral “el Apu, en el noticiero, dicen que su papá mató jóvenes… universitarios dice, que ella no hizo nada ¿cómo pues votar por ella?”. Unas semanas después, cuando la comunidad se ve envuelta en una serie de asesinatos y venganzas, entiendo a profundidad el estupor de Deisy por votar por Fujimori. Las vendettas son ojo por ojo y diente por diente –quien mata también debe morir–, pero asesinar a un miembro inocente y sobre todo a un joven que recién comienza a vivir es motivo de guerra. 6

Misma estructura, diferentes colectivos

A dos semanas de la segunda vuelta, solo me resta pernoctar una vez más para partir de Temashnum y volver a Lima. De noche, entre otras varias cuestiones, me pregunto qué diferencia a los electores de Lima con los awajunes. Caigo fácilmente en el etnocentrismo limeño de pensar que la información es vital para definir el voto en el Perú: quizá si hubiera más información, quizá si hubiera más interés en ver noticias podrían votar ‘conscientemente’–como yo–. Luego pienso en algunos de mis familiares, en personajes públicos y en los miles de limeños que a pesar de disponer de todos los medios para informarse, no deciden su voto por lo que saben.

Recuerdo, más bien, que la campaña electoral es una batalla de presencias y representaciones políticas en la que las propagandas, propuestas, sucesos y performances de los diferentes candidatos van teniendo sentido. El papel de los medios de comunicación, con la información pocas veces imparcial, se orienta justamente a la construcción de estos grandes marcos de representación. Frente a estos, los electores asocian sus propias identidades, pero también sus antagonismos, sus visiones y esperanzas a futuro sobre sí mismos, sus familias y la Nación.

El caso awajún, entonces, es más comprensible. A diferencia de los electores limeños, los electores awajunes no se representan a sí mismos como individuos, instituciones o peruanos, sino que prevalece su identidad colectiva étnica: de pensarse como parte de una historia propia asociada a un territorio específico que les pertenece. El papel de las federaciones, plataformas políticas mayores y personajes políticos indígenas concentrados en dirimir si respaldan a Fujimori o muestran simpatía por PPK, que lleva en su plancha a Mercedes Aráoz, es poco significativo. Son más bien los líderes locales: es decir hombres, profesionales, con cargos políticos tradicionales o estatales, y bien posicionados en las redes de parentesco, los que hablan y construyen el “Nosotros los Awajún”: sus visiones y aspiraciones principales como pueblo, lo que los define en última instancia, y lo que no son ni nunca serán.

Para ello, estos líderes miran televisión, van al puerto a dialogar, llaman a sus familias en otras provincias, hablan, se pelean, consultan a “expertos” y foráneos que llegan a su territorio ya sea por trabajo o por casualidad, se entrometen, exageran o tergiversan información y fuentes. Distinguen y asocian así experiencias y expectativas locales a candidatos específicos, trazan la cancha simbólica que permitirá a los demás comuneros leer las opciones políticas que se presentan. Poco a poco, los circuitos familiares de rumores y chismes se esparcen, los hombres jóvenes y las mujeres van asumiendo desde su propia visión estos marcos de representación y decidiendo sus votos. Por un candidato no tradicional y con potencial ganador en la primera vuelta; y contra una candidata interpretada como una amenaza a los valores y futuro de la población awajún.

Y tal como lo presupone el apu Eliseo, cuando con seguridad me llama al celular para decirme que todos votarán contra ‘la china’, PPK pasa de un pingüe dos por ciento en la primera vuelta, a ganar con 65 por ciento de votos en la segunda vuelta en el distrito de Imaza-Chiriaco. 7 Sin una sola gigantografía, sin un solo altavoz en el puerto, sin una sola cumbia amazónica, PPK logra un poco más de 6.200 votos de los 9.500 emitidos en el distrito. Y gracias a estos votos recónditos, que ni el mismo ‘gringo’ conoce, gana por apenas 0,28 por ciento (39.000 votos) el derecho a ser presidente del Perú.


  1. Esta crónica es producto de dos trabajos de campo realizados la región Amazonas, en la provincia de Bagua, en el distrito de Imaza-Chiriaco, durante los meses de febrero (primera visita) y los meses de abril y mayo (segunda visita).  Ambos viajes se dieron en el marco de una investigación sobre desarrollo económico para la PUCP. Agradecimiento especial a Zoe Poirier, estudiante de literatura por su contribución en la corrección inicial de este documento.
  2. INEI (2010).
  3. Máxima autoridad de las comunidades nativas.
  4. Capital del Centro Poblado Tuyankuwas, a siete horas de camino hacia las montañas desde Temashnum.
  5. Resultados de segunda vuelta según la ONPE: Frente Amplio 48,49%; Progresando Perú 19,44%; Fuerza Popular 16,68%; Democracia Directa 8,24%; […]; PPK 2,17%.
  6. Las vendettas inter-familiares y guerras inter-comunales son los mecanismos que fundamentan la dinámica y estructura política de la sociedad Awajún, tal como ha sido investigado ampliamente por la antropología amazónica (véase Brown 1984). Durante mi estadía, un hombre de la comunidad de Shimutas fue asesinado por otro de la comunidad de Kunchin debido a una infidelidad. El asesino, al temer por su vida, decidió recurrir a sus familiares en Temashnum para encontrar refugio. Ante ello, la familia del asesinado realizó por lo menos tres incursiones armadas de madrugada en busca del asesino, generando varios momentos de tensión, Asambleas y mucho rumoreo entre las familias de la comunidad. Uno de los principales fue que la familia del asesinado le había quitado la vida a un primo joven del asesino, lo que provocó mayor indignación entre las madres Awajún. A nuestra salida, lo que era una venganza entre familias parecía tornarse como una guerra entre varias comunidades: la comunidad de Nazareth aliada con Shimutas había emplazado a la comunidad de Temashnum a entregar al asesino, mientras que la comunidad de Kunchin se mantenía neutral. El homicida, por su parte, intentaba por todos los medios asegurar su entrega a la comisaría o fiscalía. Según el apu, sin embargo, tanto el comisario como el fiscal habían decidido abstenerse de intervenir a pedido del apu de Shimutas.
  7. Resultados de segunda vuelta según la ONPE: PPK 65,815 %, Fuerza Popular 21,572 %, votos en blanco 1,215 % y votos nulos 11,399 %

Referencias Bibliográficas

BROWN, Michael. La paz incierta. Lima: CAAP. 1984.

INEI. Perú: Análisis Etnosociodemográfico de las Comunidades Nativas de la Amazonías, 1993 y 2007. Lima: INEI, UNFPA.. 2010.