– El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, de José Elías Palti (Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2007).
– The Time of Liberty: Popular Political Culture in Oaxaca, 1750–1850, de Peter Guardino (Duke University Press, 2005).
– Intelectuales. Notas de investigación, de Carlos Altamirano (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2007).
– Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de la independencia, de José Carlos Chiaramonte (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004).
– La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880, de Hilda Sábato (Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2004).

Los desafíos de la Historia Política

Desde la década de 1970 la disciplina histórica se vio turbada por el llamado “giro hermenéutico”, dando espacio a una segmentación de miradas que multiplicaron lenguajes y estrategias de investigación. Las preguntas se diversificaron y llevaron a nuevos enfoques y métodos. Este proceso produjo también cambios en el campo de la llamada nueva historia política ¿Cuál fue el desafío para esta “nueva” especialidad historiográfica?

En primer lugar, la historia política dejó de ocupar el lugar de rama conservadora que mantuvo durante décadas, al menos en relación a la historia económica y social. En segundo lugar, este cambio significó el distanciamiento epistemológico hacia las interpretaciones teleológicas; abriendo espacio a explicaciones que no derivarán en desenlaces inevitables o fatales. Precisamente en este escenario, es cuando para los historiadores lo “político” logra cierta autonomía, ya que deja de depender de determinaciones externas y se le interpreta desde sus propios lenguajes y configuraciones, permitiendo al fin y al cabo desarrollar la historia política como especialidad con piso propio. Por último, desarrolló un marco conceptual novedoso que permitió una nueva lectura y comprensión de los archivos, y que sometió las fuentes y evidencias del pasado a nuevas preocupaciones sobre las dinámicas políticas, en particular al releer el siglo XIX y revelarlo en un nuevo lenguaje conceptual.

Sin duda, los contornos de esta nueva historia política fueron delineados por los dilemas que atraviesan la política contemporánea. Por esta consideración es difícil imaginar en América Latina la emergencia de esta corriente historiográfica por fuera del marco de discusiones sobre la constitución de nuevos nacionalismos, las fragilidades de la democracia, el declive de regímenes populistas, las herencias del autoritarismo, los retos de las transiciones democráticas, el impacto de la caída del Muro de Berlín, la persistencia de desigualdades ciudadanas o las discusiones acerca de la sociedad civil. Si bien es cierto, todos estos temas se originan en el marco del debate político presente, han sido estímulos indiscutibles para moldear de otra manera nuestra compresión del pasado, y por lo tanto, para desarrollar nuevas preguntas e interrogantes desde la historia política.

Este es, el clima moral e intelectual que permite situar la aparición de esta nueva historia política, que ha tenido una cantidad de  condiciones de producción favorable en los Andes  1, pero también en otros países de América Latina, en especial en Brasil (José Murillo de Carvalho), Argentina (Hilda Sábato) y México (Antonio Annino).

Reconsideración del siglo XIX 

Una revisión de esta literatura apuntaría a afirmar que el siglo XIX latinoamericano ha sido sin duda el más trabajado. Quizás la contundencia de esta comprobación no resulte sorprendente. Responde más bien a una reacción historiográfica respecto a los términos en que por lo general se entendió este siglo: una etapa de transiciones. Por un lado, el XIX fue entendido como el siglo que culturalmente transitó sin fisuras del antiguo régimen a la modernidad, y por el otro, como el siglo que, en términos políticos, reemplazó sin mayores antagonismos las instituciones coloniales por otras republicanas o liberales. El cuestionamiento de estos supuestos, la crítica de la idea de un camino universal, llevó a rescatar la compleja experiencia del siglo XIX para mirarlo con otros ojos (no lineales) y adquirir así densidad histórica propia   2.

¿Qué perspectivas aparecieron con fuerza en esta renovación? En primer lugar, se renovó la concepción misma de la formación del Estado y la nación, abordados esta vez desde una perspectiva procesual y genealógica (bajo la influencia de  Norbert Elias, Philip Abrams, Derek Sayer, Philip Corrigan, Benedict Anderson y Adrian Hastings), y no como algo dado  3. Fue bajo estos lentes, entonces, que los historiadores prestaron mayor atención a la tupida red de vínculos, lenguajes y discursos que se articularon alrededor de la voluntad modernizadora de estas nuevas elites periféricas justo en el momento en que diseñaban nuevos Estados e inventaban inéditos nacionalismos. Hasta entonces, la llamada historiografía “dependentista”, al no encontrar categorías pesadas “clásicas” como Estado, Nación o Burguesía Nacional, había determinado que el XIX, o bien era un fraude o simplemente un siglo a la deriva. En segundo lugar, la nueva historia política se interrogó sobre qué tipo específico de comunidad política surgió luego de la ruptura con España, para lo cual prestó particular atención a los contenidos políticos y culturales de estos proyectos y experiencias, en especial de las formas republicanas de gobierno que crearon sus propias instituciones, sujetos políticos, genealogías y comunidades lingüísticas.

En tercer lugar, resaltó que el tema de fondo era dar cuenta no sólo de los mecanismos de construcción y legitimación del poder político, sino también las condiciones de su reproducción, más aún cuando ésta se proyectaba bajo la densa trama de la desigualdad y la exclusión social. Para ello amplió el marco de referencias conminando a los historiadores a que sus preocupaciones no se redujeran sólo a las elites o a quienes aspiraban a serlas, sino también al conjunto de quienes integraban la comunidad política. Por lo tanto, esta nueva historia política no debía contentarse solamente con prestar atención a los que mantenían la dirección o aspiraban a tenerla, sino también a quienes la consentían, legitimaban y reproducían “desde abajo”. Aparecieron, entonces, innovadoras investigaciones acerca de las formas de soberanía, la representación y participación política, sobre la dinámica integradora y clientelar de los partidos políticos, sobre caudillos locales y nacionales,  la historia electoral 4, los lenguajes políticos y las identidades, las esferas públicas, la  construcción de la ciudadanía  5 y la  sociedad civil. En otras palabras, una historia política que  alternaba entre 6 Gramsci y Tocqueville  7.

Es en este contexto que la dimensión cultural y las prácticas sociales aparecieron como centrales, facilitando el encuentro de la historia política con los aportes de la historia cultural e intelectual 8. Permitió, por ejemplo, recuperar el papel que juegan las representaciones sociales, los rituales y los imaginarios en la definición -pública y privada- de la política. Esta comprensión cultural, otros la llamarían “performativa”, de la política dio por resultado la constitución de un campo que rápidamente atrajo la atención de historiadores, y para todo efecto práctico, la historia de la política devino en muchos  casos en historia de la “cultura política”  9.

Una renovada historia intelectual 

Carlos Altamirano señala que en América Latina la historia intelectual no está en apogeo pero tendría que estarlo. Para ello lanza sugerencias que tiene más de elementos programáticos que descriptivos. Refiere, por ejemplo, que las elites culturales han sido actores importantes de la historia de América Latina, y que su papel debe valorarse en tanto su posición de intermediarios culturales entre la república internacional de las letras y las condiciones y tradiciones nacionales.

Desde esta perspectiva, el siglo XIX y sus distintas coyunturas claves como el proceso de independencia, el drama de las guerras civiles, la construcción de los estados nacionales, no podría imaginarse sin hacer referencia al punto de vista y la acción de los letrados, los doctores y los intelectuales. En efecto el profundo cambio social y económico que en el último tercio del siglo XIX incorporó periféricamente a los países latinoamericanos en la órbita de la modernización capitalista, reclutó sus intérpretes y legisladores – para usar la denominación de Zygmunt Bauman  10– precisamente entre estos círculos letrados.

Ya en el siglo XX, la situación y el papel de las elites culturales varió de un país a otro, según las vicisitudes de la vida política nacional, la complejidad creciente de la estructura social y la ampliación de la gama de los productores y productos culturales. Pero hablando en términos generales en América Latina hemos tenido, como en otras partes del mundo, tanto hombres de letras comprometidos con la legitimación del orden como intelectuales críticos del poder, vanguardias artísticas y vanguardias políticas surgidas principalmente de las aulas universitarias. Por ejemplo, el APRA creado en los 20s, así como el marxismo y el socialismo latinoamericano, fueron parte de comunidades intelectuales que produjeron nuevos vocabularios ideológicos e inéditas representaciones culturales que sirvieron de “ficciones orientadoras” a través de proclamas sociológicas, revistas culturales, imágenes nacionales y movimientos literarios que impactaron directamente en el mundo político. Acercarse a este proceso es importante por lo que revela de los aciertos y los extravíos de los intelectuales, pero además por la forma en que estos discursos fueron generados y luego asimilados por actores sociales que, en distintas coyunturas de los siglos XIX y XX, resignificaron estos discursos y luego promovieron encuentros radicales con la sociedad   11.

Sin embargo, salvo excepciones, no contamos con una historia de estos grupos, de sus asociaciones, sus disputas y formas de acción, de sus espacios de sociabilidad y de sus debates. Hay excelentes estudios sobre casos nacionales, sobre todo en Brasil (Sergio Miceli, Renato Ortiz), México (Charles Hale, Mauricio Tenorio) y Argentina (Beatriz Sarlo, Horacio Tarcus), pero en general en el resto de los países de la región esta es una problemática desatendida de la agenda historiográfica. En este sentido, la renovación de la historia política, esta vez, vía el diálogo con la historia intelectual puede contribuir a innovar esta zona abandonada como es la historia de nuestras elites culturales.

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Como hemos señalado, estos libros ubicados en las fronteras de la historia política y la historia intelectual, nos empujan a repensar las coordenadas de una nueva historia política en América Latina siempre que no asociemos sus manifestaciones con el establecimiento de un paradigma. Ya que debemos anotar que la nueva historia política no proviene de una escuela, tampoco provee un sólo método, ni cuenta con algún tótem fundador. Por tanto, tampoco proporciona una visión global alternativa, ni tiene una homogeneidad conceptual e interpretativa. En todo caso, podría afirmarse que la nueva historia política pese a que cuenta con una variedad de acercamientos teóricos, todos coinciden en valorar el rol central que juegan las voluntades políticas (desde arriba y desde abajo) al momento de forjar representaciones y construir instituciones en coyunturas de cambio social. En otras palabras, esta voluntad política llevada adelante por individuos que inventan sus propios lenguajes ideológicos, será comprendida entonces desde la trama cultural, que en “última instancia”, proporciona el marco de acción de lo político.


  1. Ver en especial la compilación de Cristóbal Aljovín y Nils Jacobsen (eds.), Cultura política en los Andes (1750-1950), UNMSM /IFEA / Embajada de Francia en Perú, Lima, 2007. 
  2. En esta tarea fue clave François-Xavier Guerra, en especial en su libro Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, FCE, México DF, 1992. Igualmente importante son Hilda Sábato, “La reacción de América: la construcción de las repúblicas en el siglo XIX”, en: Roger Chartier y Antonio Feros (comps.), Europa, América y el mundo: tiempos históricos, Marcial Pons, Madrid, 2006; y Sarah C. Chambers, “New Nations and New Citizens: Political Culture in Nineteenth-century Mexico, Peru, and Argentina”, en: Thomas H. Holloway (ed.), A Companion to Latin American History, Blackwell Companions to World History, Boston, 2008.
  3. José Elías Palti, La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional”, Fondo de Cultura Económica, México, 2003; Nicola Miller, “The Historiography of Nationalism and National Identity in Latin America”, en: Nations and Nationalism, Vol. 12, N. 2, Abril 2006.  
  4. Que tiene en Jorge Basadre un punto de partida indiscutible en el Perú. 
  5. Ver, Hilda Sábato, La ciudadanía en el siglo XIX: nuevas perspectivas para el estudio del poder político en América Latina http://www.ahila.nl/publicaciones/cuaderno8A.pdf  
  6.  Sobre el Perú historiadores/as como Carmen McEvoy, Cristóbal Aljovín, Cecilia Méndez, Gabriela Chiaramonti, Fanni Muñoz, Sarah Chambers Florencia Mallon, entre otros.  
  7. Como bien señalan Aljovín, y Jacobsen en su introducción a Cultura política en los Andes, pp. 14-15. 
  8. Entre los textos importantes para este encuentro podemos ubicar Roger Chartier, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo  XVIII, Gedisa, Barcelona, 2003, y Keith Baker, Inventing the French Revolution: Essays on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cambridge University Press, 1990.  
  9.  Ver la discusión de Alan Knight “¿Vale la pena reflexionar sobre la cultura política?”, en: Cristóbal Aljovín y Nils Jacobsen (eds.), Cultura política en los Andes. Así también es útil el balance de Ronald Formisano, “The Concept of Political Culture”, en: Journal of Interdisciplinary History, N. 31: 3, 2001.  
  10. Bauman, Zygmunt, Legisladores e intérpretes. Sobre la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1997.  
  11. Esta perspectiva se encuentra en trabajos como el de José Luis Rénique, La Nación Radical: Perú 1888-1992. De la Utopía a la Tragedia, 2007, manuscrito, y Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, Temas Grupo Editorial, Buenos Aires, 2001.