El libro del economista holandés Jan Lust La lucha revolucionaria. Perú, 1958-1967 es el estudio más sistemático y completo que existe sobre la izquierda insurreccional en un periodo poco estudiado de la historia peruana. En un país con escasos balances y publicaciones históricas desde y sobre la izquierda nacional, sorprende gratamente un libro sustentado en una amplia diversidad de fuentes documentales: informes internos y públicos de los partidos de izquierda, periódicos y revistas, documentos desclasificados de la CIA, entrevistas a los protagonistas de las guerrillas y de las fuerzas del orden, etc.

El libro reconstruye la historia de los intentos insurreccionales de la izquierda trotskista en La Convención (Cusco), del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Los capítulos pueden dividirse en dos bloques: aquellos que abordan las luchas campesinas que lideró Hugo Blanco en La Convención y los que estudian los proyectos guerrilleros del ELN y el MIR; a estos últimos están dedicados los capítulos más extensos y documentados.

Sobre el movimiento campesino de La Convención (Cusco), la idea que se desprende del libro es que Hugo Blanco y los trotskistas no lograron convertir la lucha por la tierra en una lucha por el poder. Frustrado el intento de vincular las luchas de La Convención con los otros movimientos campesinos y urbano-populares, Blanco aparece como un luchador solitario, prácticamente abandonado por los partidos de izquierda que rechazan converger en el Frente de Izquierda Revolucionario (FIR). El aislamiento de Blanco habría llevado a que los trotskistas del FIR procedieran a las “expropiaciones” de bancos para apoyar la creación de milicias campesinas. Sin embargo, el espectacular asalto al Banco de Crédito de Miraflores y el viaje de los “firistas” al Cusco acabó con la muerte de dos de ellos y con la detención del resto del grupo (el relato del asalto puede leerse en la novela de Guillermo Thorkdine y Ángel Avendaño Abisa a los compañero, pronto y en el filme de Felipe Degregori del mismo nombre). De haber tenido éxito esta operación, probablemente el Perú habría sido escenario de unas inusuales “guerrillas trotskistas”. Pero luego de la detención de Blanco y de los dirigentes campesinos el movimiento fue básicamente controlado.

Si el caso de La Convención fue una acción de masas que no puede traducirse en un proceso revolucionario, las guerrillas del ELN y el MIR aparecen como grupos de vanguardia que se empeñan en acelerar el tiempo histórico, en catalizar las luchas de los movimientos sociales.

En la soledad y el fallido intento insurreccional de Blanco también puede advertirse la imposibilidad del líder para trascender sobre una sociedad fragmentada y con dinámicas regionales heterogéneas. ¿Cómo vincular las luchas campesinas de La Convención con las recuperaciones de tierras de las comunidades de Cerro de Pasco y con las luchas de los trabajadores agrícolas de las haciendas de la costa norte? ¿Cuál era el vehículo para enlazar las luchas campesinas y urbano-populares de ese momento? Así, tanto el sectarismo de los líderes de la izquierda local como las limitaciones del liderazgo de Blanco parecen explicar que el movimiento de La Convención acabara atrapado entre las montañas cusqueñas.

Si el caso de La Convención fue una acción de masas que no puede traducirse en un proceso revolucionario, las guerrillas del ELN y el MIR aparecen como grupos de vanguardia que se empeñan en acelerar el tiempo histórico, en catalizar las luchas de los movimientos sociales. Idealismo e improvisación pueden ser rasgos que definan a los jóvenes del ELN. En el relato de Lust, el ELN emerge como una agrupación que depende casi enteramente del apoyo cubano para su formación, entrenamiento y traslado al Perú. Los “elenos”, entre los que destacan Héctor Béjar y el poeta Javier Heraud, llegan a La Paz, donde el Partido Comunista Boliviano (PCB) debe resguardarlos y conducirlos a la frontera de Puno. Se trata de un viaje de pocas horas que se convierte en una penosa travesía de tres semanas por la selva porque el PCB decide variar la ruta de ingreso al Perú. En ese momento los partidos comunistas de América Latina siguen la política de Moscú de la “coexistencia pacífica” y ven con recelo la aparición de guerrillas. El Partido Comunista Peruano, informado por el PCB, evalúa que las acciones del ELN van a desencadenar una represión indiscriminada sobre la izquierda y el movimiento sindical. Su mensaje a La Paz es que obstaculicen el ingreso del ELN.

La historia que sigue es conocida, y parece un guión de equivocaciones. Los miembros del ELN llegan agotados y enfermos a las inmediaciones del pueblo de Puerto Maldonado donde se realiza una campaña proselitista de Acción Popular. Nadie espera por ellos. Ninguno estuvo nunca en el pueblo, pero deciden ingresar a descansar y recuperar energías. Casi inmediatamente son detectados por la policía, y se produce su persecución a la que se suman varios habitantes que creen que son abigeos. Mientras intenta cruzar el río es acribillado Heraud y el resto de guerrilleros son capturados. La experiencia del ELN acaba sin siquiera haber instalado los frentes guerrilleros. El segundo grupo, en el que venía Béjar, se entera del desastre, decide no internarse en territorio peruano y retorna a La Paz. Demasiado tarde comprende el ELN que el Perú no es Cuba, que Belaunde no es Batista y mucho menos que el ejército peruano es el ejército de Batista.

La guerrilla del MIR irrumpe en escena dos años después del ELN. El grueso de sus cuadros políticos proviene del “Apra Rebelde”, facción de jóvenes que reivindica las propuestas revolucionarias del APRA auroral. El MIR cuenta con un número mayor de militantes y posee trabajo de masas previo en algunas zonas. La sobrevaloración de la “situación revolucionaria” y el “gesto heroico” (expresión que debemos a José Luis Rénique) pueden ser los términos que perfilen al MIR. Se abren tres frentes guerrilleros. Luis de la Puente Uceda instala su cuartel en el cerro de Mesa Pelada, que él consideraba inaccesible para el ejército, mientras que un segundo frente se crea en Junín con Guillermo Lobatón y Máximo Velando; el tercero se instala en la sierra de Ayabaca (Piura), donde se tiene relaciones con el campesinado. Por su parte, el ELN se ha reorganizado y se instala en la sierra de La Mar, Ayacucho, con la perspectiva de confluir con el MIR.

Allí está el valor del libro; en constituir un elemento fundamental para la reconstrucción de una memoria histórica de la izquierda peruana. Después de todo, sin ella y su debate es más difícil su reconstrucción política.

Los miristas, siguiendo el relato de Lust, aparecen ansiosos de entrar en acción, convencidos de que los frentes guerrilleros pueden precipitar una “situación revolucionaria” y reproducir la hazaña de la Sierra Maestra en los Andes. No obstante, los sucesos que siguen parecen reiterar parte del libreto del ELN. Durante una jornada de reconocimiento en Huancabamba (Piura), los guerrilleros son confundidos con abigeos y los campesinos dan aviso a la policía. Diez guerrilleros, casi todo el contingente, son detenidos. El grupo que realmente llega a entrar en acciones es el comandado por Lobatón y Velando. En el caso de De la Puente, que había logrado establecer redes de apoyo entre el campesinado y la ciudad de Quillabamba, tampoco llega a realizar acciones. La policía conoce rápidamente de la presencia del MIR en Mesa Pelada y cortan las redes de comunicación entre la guerrilla y las células urbanas; los miristas quedan aislados. La historia que sigue es también conocida. Gracias a la delación de Albino Guzmán, el ejército sabe dónde lanzar el napalm y cuáles son las rutas de repliegue. La eliminación de De la Puente es relativamente rápida.

¿Cuál fue la trascendencia de estos intentos insurreccionales? Sospecho que, por lo menos para una parte importante de la izquierda, una lección fue que el cambio social no era viable sin organizar a las clases populares del campo y la ciudad. La “bajada a las bases” que postuló Edmundo Murrugara y que entroncó a los partidos de izquierda con el mundo popular parece ser la consecuencia lógica del fracaso guerrillero. Pero Lust no aborda esta etapa de la izquierda. El balance de la izquierda de los setenta y ochenta, cuando realmente adquiere una dimensión nacional (recordemos que en 1962 el Partido Socialista apenas consiguió 2% de los votos), aún espera a sus historiadores e historiadoras. Es una paradoja que, a pesar de algunos buenos libros y tesis, la que era considerada como la segunda organización de izquierda de América Latina (IU) carezca de una bibliografía similar a las que existen para la izquierda chilena o argentina. Resulta complicado evaluar el significado de la etapa insurreccional de la izquierda de fines de los cincuenta e inicios de los sesenta sin tener la película completa. Lust nos ofrece un fragmento importante, materiales y testimonios valiosos para el análisis. Allí está el valor del libro; en constituir un elemento fundamental para la reconstrucción de una memoria histórica de la izquierda peruana. Después de todo, sin ella y su debate es más difícil su reconstrucción política.

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* Historiador, investigador del Instituto de Estudios Peruanos.