Perú Calato

El libro de Carlos Ganoza Durant y Andrea Stiglich Watson, El Perú está calato (Planeta, 2015), aborda cuestiones cruciales sobre el crecimiento económico del Perú  en  los últimos quince años. El texto plantea que dicho crecimiento crea una bruma de optimismo, una especie de “mareo de crecimiento” que nubla la visión sobre los problemas irresueltos de la economía y las instituciones. Los autores cuestionan el sentido común que señala que el espectacular crecimiento de la economía entre 2003 y 2013 (el “milagro peruano” como se ha llegado a decir) es prueba suficiente de que el esquema económico es el correcto y  debe permanecer intacto.

La crítica principal está puesta en que el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) se debió a factores externos, antes que a un proceso innovador endógeno.

La crítica principal está puesta en que el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) se debió a factores externos, antes que a un proceso innovador endógeno: el alza del precio de materias primas, la ola internacional de crédito barato y el aumento de la demanda de los países desarrollados, a los que se sumó China que en el 2001 ingresó a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Es decir, nuestro crecimiento es parte de un auge internacional de la economía en la que resultamos favorecidos por la denominada “lotería de los recursos naturales”. “Cuando uno tiene al frente un boom de recursos naturales no tiene sentido llamarlo milagro económico; se le llama boom de recursos naturales” (p. 41). Como todo boom, se trata de períodos excepcionales, luego de lo cual se retorna a los crecimientos promedios de menos del 5%.

La crítica de los autores se concentra en los datos de crecimiento de la productividad, los que colocan al Perú muy por debajo de las economías que lograron el desarrollo. Mientras que entre 2002 y 2013 la productividad peruana representó el 38% del crecimiento del PBI (otros estudios lo estiman en 25%), en los “verdaderos milagros de crecimiento” fueron de 54% en Hong Kong, 58% en Corea del Sur, 49% en Singapur y 58% en Chile.

Luego está la cuestión de la informalidad sobre la que señalan, a contrapelo del discurso oficial, que solo una capa pequeña corresponde a “emprendedores” exitosos que consiguen acumular y escalar a la clase media. El grueso del sector informal es de baja productividad y, pese a las duras circunstancias de trabajo, apenas logra obtener lo suficiente para sobrevivir “el día a día”. Es en este amplio sector que existe una gran frustración porque no se ven beneficiados por el crecimiento y desearían ingresar al empleo formal donde contarían con mejores sueldos, condiciones de trabajo, horarios, seguro médico, pensiones y otros. Este descontento resulta bastante peligroso, pues podría canalizarse en el apoyo a políticos reformistas como Humala o crudamente clientelistas como César Acuña. La salida, para los autores, consiste en elevar la productividad general y, la de estos informales en particular, para tener un crecimiento sostenido y que el “progreso” llegue a todos los sectores. Aquí el libro da un sorprendente giro.

En este punto, los autores abandonan la economía y pasan a descargar las responsabilidades de la baja  productividad (capital y trabajo) a las instituciones políticas. Por un lado, señalan que los partidos “vientres de alquiler” hospedan a aventureros y advenedizos carentes de estímulos para realizar las reformas de segunda generación, pues su paso por la política es temporal. A estos advenedizos no les interesa desarrollar una carrera y, por tanto, llegan con una mirada de corto plazo. De otro lado, estos políticos tienen una agenda particular o de los grupos de interés que los promueven (minería ilegal, contrabando, narcotráfico, etc.), por lo cual sus acciones ahondan el desprestigio de la política y debilitan más las precarias organizaciones que las llevan al poder.

Según los autores, los problemas para implementar el “shock institucional” que requiere el Estado provendrían de la pésima calidad de los políticos que actualmente llegan al gobierno.

Así, los problemas para implementar el “shock institucional” que requiere el Estado y sobre el cual existe un consenso de las fuerzas políticas y varias propuestas desarrolladas por grupos de expertos (la “Carta de navegación” coordinada por Richard Webb con el auspicio del Banco Mundial, la Agenda para la Primera Década del Grupo Apoyo, etc.), provendrían de la pésima calidad de los políticos que actualmente llegan al gobierno. Evidentemente, luego las responsabilidades recaen en los ciudadanos, pues son sus votos los que llevan a candidatos improvisados y populistas como Humala a la Presidencia. Y son estos votos los que podrían llevar, esta vez en serio, a un político que desbarate el actual esquema económico. Por esto, los autores alertan que “creemos que no es tarde para sacar al Perú de estas trampas y evitar fracasar en su aspiración de desarrollarse económicamente, pero todo depende de los ciudadanos” (p. 137). Finalizan señalando que: “Vencer nuestra apatía es lo único que necesitamos para convertirnos en agentes de cambio y ayudar a que nuestro país tropiece con nosotros adentro” (p. 144).

No obstante lo anterior, se puede decir que al colocar en el debate la necesidad de reformas y señalar la vulnerabilidad del actual crecimiento económico, los autores no solo dejan calato al Perú sino también al modelo. Aunque no está explícito, resulta evidente que las mencionadas reformas institucionales necesarias para elevar la productividad van a requerir, a su vez, de una reforma fiscal que incremente la recaudación; sin mayor presupuesto, sería imposible financiar la mejora de la calidad de la burocracia pública y de los servicios sociales. Esto ha pasado en Chile donde la reforma educativa que inició Bachelet implicó una reforma tributaria para elevar gradualmente los impuestos a las grandes empresa del 20% al 27%. Así, las reformas institucionales que plantean los autores implican modificaciones del modelo en materia tributaria y a largo plazo apuntan a la diversificación productiva.

El diagnóstico provisto por Ganoza y Stiglich contiene vacíos importantes. Aunque nos muestran de manera clara la fragilidad del crecimiento experimentado hasta el 2014,  otorgan una centralidad poco justificada a la productividad.

De otro lado, el diagnóstico provisto por Ganoza y Stiglich contiene vacíos importantes. Aunque nos muestran de manera clara la fragilidad del crecimiento experimentado hasta el 2014,  otorgan una centralidad poco justificada a la productividad. Ganoza y Stiglich establecen que el crecimiento experimentado por la economía peruana no se sostendría en el tiempo porque no han habido aumentos en la productividad de los factores de producción (capital físico y capital humano); es decir en la llamada productividad total de los factores (PTF).  El crecimiento de la PTF está constituido por aquella parte del crecimiento que no se debe a la acumulación de factores de producción (capital físico y capital humano).  Según los autores, en el caso peruano el crecimiento se habría originado en un aumento en el capital físico mientras que la PTF habría aumentado poco.

Ganoza y Stiglich sostienen que  el incremento en la PTF genera un círculo virtuoso, pues la mayor productividad incentiva a la inversión, la que trae a su vez mayor productividad.  Esta cadena lógica supone que toda inversión trae mayor productividad, supuesto que los mismos autores cuestionan a lo largo del texto. Tanto el crecimiento de la PTF como la inversión son claves para elevar la productividad del trabajo, indicador que refleja el bienestar de un país.  Para que en la economía peruana se generen mejoras sostenidas en el bienestar es importante que tanto la PTF como el capital físico se incrementen de manera sostenida. La sostenibilidad del crecimiento  depende de otros factores, que van más allá de la dualidad inversión/productividad.  En los últimos años la caída en la tasa de crecimiento se debería principalmente a dos factores: la alta importancia del sector minero y la caída en el precio de los metales.   La alta especialización de la economía peruana en el sector minero se origina en las altas ventajas comparativas de la minería peruana, ventajas que no necesariamente se alterarían al aumentar la PTF.