En septiembre se cumplieron veinte años de la captura del líder máximo de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, junto a varios dirigentes históricos de la organización. La “captura del siglo” significó no solo un retroceso sostenido en el número de acciones armadas hasta finales de ese año, sino la derrota política y militar de la organización.

Al año siguiente de la captura, las acciones terroristas siguieron disminuyendo, sobre todo en las ciudades, últimos escenarios del conflicto armado interno. Ese mismo año, otro hecho conmocionaría a Sendero: la propuesta de acuerdo de paz hecha al gobierno de Fujimori por Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre. La propuesta de “solución política a los problemas derivados de la guerra” dividió a la organización en dos: los “acuerdistas”, liderados por Guzmán, y los de “Proseguir”, comandados por Ramírez Durand o Feliciano. Ambos grupos se enfrascaron en una lucha ideológica hasta mediados del año 1997. Mientras esto ocurría en Sendero, el gobierno de Fujimori seguía manteniendo vivo el conflicto armado como un problema principal en el país, con propósitos políticos.
Nadie presagiaba un final tan rápido para una organización que contaba con una vasta estructura política, militar y clandestina, y con militantes dispuestos a todo por el cumplimiento de los objetivos de la organización, lo que le permitió no solo iniciar un conflicto armado, sino desarrollarlo y mantenerlo por más de diez años. Por mucho tiempo, se imaginó a Sendero Luminoso como una organización compacta, sin fisuras, con miembros hiperideologizados hasta el extremo. Pero ¿quiénes eran sus militantes?, ¿qué los animaba o cuáles fueron sus razones de los jóvenes para ingresar a Sendero?, ¿fueron siempre las mismas a lo largo del conflicto?
Hace un tiempo, visité dos prisiones en Lima y realicé entrevistas a miembros encarcelados que ingresaron a Sendero entre 1978 y 1993. Mi interés era conocer sus motivaciones cuando ingresaron a Sendero e indagar por el sentido que se les otorga desde el presente. La mayoría de ellos había nacido en Lima, y fueron, en el momento de su captura, estudiantes de diferentes universidades públicas. Al finalizar las entrevistas, encontré en las respuestas de estas personas que no se trataba de una, sino de varias motivaciones, y que además estas iban cambiando a lo largo del conflicto armado interno desde una lógica colectiva a una más individual y pragmática, más allá de que la decisión sirviera a los objetivos políticos de la organización. Para entender estas variaciones hay que tener en cuenta tres contextos: el político, económico y social del país, el de la organización misma y el contexto biográfico de los individuos.
Los setenta: una coyuntura alimentada por el deseo de transformación, de ruptura y de revolución
En la década de 1970, existieron dos tendencias dentro de la izquierda: la promoscovita y la propekinesa, cada uno con agrupaciones alrededor de ellas. Sendero Luminoso proviene de la línea maoísta, donde las luchas, divisiones y expulsiones continuaron hasta que Guzmán, junto a otros dirigentes, decidiera establecerse en Huamanga y conformar el PCP-SL para reconstituirlo “por el luminoso sendero de José Carlos Mariátegui”. Era también la década de la “idea crítica”, discurso antisistema sobre la realidad nacional, caracterizado por el empleo de estereotipos asumidos de manera irreflexiva y acrítica, que fueron difundiéndose entre los sectores populares a la par de los procesos de masificación de la educación y expansión del marxismo en las universidades públicas.

Los entrevistados que ingresaron en los años setenta señalaron que su decisión había pasado por un convencimiento producto de las constantes “reuniones de lectura con sus camaradas a la luz de las obras de Mariátegui, Carlos Marx y Mao Tse Tung”.

No era extraño entonces que los militantes de Sendero de esa década, como los miembros de otras agrupaciones maoístas o leninistas, se sintieran atraídos por iniciar “la lucha armada”, la “guerra de guerrillas”; tampoco había pasado mucho desde la experiencia del MIR en el Perú, y se creyó que existía “una situación revolucionaria favorable”. Los entrevistados que ingresaron en los años setenta señalaron que su decisión había pasado por un convencimiento producto de las constantes “reuniones de lectura con sus camaradas a la luz de las obras de Mariátegui, Carlos Marx y Mao Tse Tung”.
Mencionaron también que su decisión de militar se vio influenciada por las protestas y luchas sociales contra el gobierno militar, como las de los estudiantes del nivel secundario y de las universidades públicas, o la lucha de los maestros, entre otras. Finalmente, otra motivación fue la búsqueda de justicia social, de cambio, de transformación de la sociedad para acabar con el abuso, la pobreza y el atraso, que son la fuente de las desigualdades en el país. A estos jóvenes, Sendero Luminoso les ofreció un discurso de ruptura con el orden establecido, de lucha por una utopía comunista, y una identidad que les permitió sentirse como la vanguardia de la revolución.
Los años ochenta, el desprestigio de la izquierda y el ascenso de Sendero
A diferencia de los años setenta, los ochenta estarían marcados por el retorno de la democracia, nuevas elecciones presidenciales (con los partidos de izquierda participando activamente y renunciando a sus planteamientos de lucha armada) y, por último, el inicio del conflicto armado interno de parte Sendero Luminoso en mayo de 1980. De esta manera cumplía la declaratoria de guerra hecha al Estado un año antes. Nadie presagió los niveles de violencia ni el alto costo de víctimas a los que llegaría este conflicto hasta 1992. Es también la década del avance de la crisis económica y política, que ya venía sintiéndose desde mediados de los años setenta.
Los jóvenes no se alejaron de la política; algunos optaron por la transición pacífica y otros por la violencia armada. Aún se sentía la influencia de los años setenta junto a sentimientos de frustración y decepción por el actuar de algunos partidos de izquierda, “que se llenaron la boca de revolución”, y decidieron participar de la democracia, mientras algunos jóvenes sentían aún el deseo de transformar la sociedad costara lo que costara. Entre los entrevistados que ingresaron a Sendero Luminoso en esta década, identifiqué a dos grupos, cada uno de ellos con algunas diferencias en sus motivaciones: uno conformado por los que entraron a la organización entre comienzos de los ochenta y el año 1986 y el segundo, por los que lo hicieron entre 1987 y 1992.
Las motivaciones de los militantes del primer grupo estaban influenciadas por el desencanto respecto de las agrupaciones de izquierdas y el prestigio de Sendero. Para ellos, la izquierda había optado por la “democracia burguesa”, y “se había hundido en la legalidad burguesa” con su “participación en las elecciones”. Ellos señalaron que ingresaron a Sendero porque se trataba de una organización en ascenso, que había ganado “prestigio”, era “eficaz”, “consecuente”, “sin ambigüedades”, un “partido que cumple su palabra”, frente a una izquierda que “solo hablaba”, además de darles atributos ideales a sus miembros, considerados “disciplinados”, “nobles”, “rectos”, “entregados”, “decididos”, etc. Por primera vez, en medio de un contexto caracterizado por la ausencia de referentes políticos, sectores de jóvenes sentían a Sendero como una organización prestigiosa que estaba haciendo lo que había planteado en la década de los años setenta: tomar las armas y hacer la guerra. La búsqueda de la justicia social, en un contexto deteriorado por las crisis política y económica, empieza a aparecer en algunas respuestas de los militantes de estos años, a diferencia de los más antiguos, quienes la mencionaban, pero como un plus dentro del discurso elaborado.
Fines de los ochenta y comienzos de los noventa: “a más crisis, más guerra popular”
A finales de los años ochenta, Sendero Luminoso no solo había mantenido y desarrollado el conflicto armado interno en diferentes ámbitos del país, sino que se había expandido en las zonas urbanas, principalmente Lima. Hasta septiembre de 1992, la violencia senderista había llegado a niveles extremos, a la par que se desarrollaba la contraofensiva estatal. Son los años en que Sendero planteaba que la guerra estaba entrando en el “equilibrio estratégico”, segunda etapa dentro de la “guerra prolongada”, y señalaba que la “conquista del poder” estaba próxima. Esos años estarían signados también por las peores crisis de la historia peruana, que terminaron por construir un escenario inflamable para que las propuestas de Sendero tuvieran llegada en sectores de población como la única salida ante la difícil situación. Así, Lima reunía todas las condiciones necesarias para convertirse en el escenario perfecto para el desenvolvimiento de la guerra interna y, paradójicamente, para la derrota de Sendero Luminoso.
Los jóvenes de esta segunda parte de los años ochenta y comienzos de los noventa vivieron en un contexto particular, que pesó decididamente al momento de elaborar sus motivaciones para optar por la violencia armada. Se trató, pues, de una generación más joven, con 20 años de edad en promedio, hijos de migrantes y con muy poca experiencia en alguna organización política, universitarios, y con un discurso “marxista de manual”, que provenía de los años setenta y que aún predominaba; pero sobre todo eran jóvenes que fueron golpeados implacablemente por la crisis. Asimismo, se trató de una generación que vivió en un contexto de urbanización acelerada, en el que sus expectativas rápidamente se desvanecieron por haber sido elaboradas sin tener en cuenta los límites estructurales del sistema. Las actitudes y comportamientos de aquellos jóvenes de sectores populares tuvieron que pasar por un proceso de reconversión de expectativas y confrontaciones.
El joven rápidamente debía optar entre la conveniencia de lo educativo o de lo laboral, pero sus decisiones tuvieron como telón de fondo la incertidumbre y la frustración, presente en todo momento, más aún en tiempos de crisis económica, política y social. Los que eligieron la alternativa educativa ingresaban a un sistema universitario segmentado, discriminador, que ofrecía pocas posibilidades de acabar con éxito una carrera; y de lograrlo, el joven no encontraba oportunidades como las reservadas exclusivamente, años atrás, a los de otros grupos sociales. Los que escogieron la vía laboral encontraron obstáculos y límites para sus aspiraciones, y pese a su alto nivel de educación formal, la situación de inestabilidad y bajos salarios generó la disminución de sus expectativas.

Los jóvenes sentían que ni el ingreso a la universidad, ni el empleo posible eran soluciones a su situación; empero, existían otras opciones, que iban desde la indiferencia total y el apoliticismo hasta la adopción de políticas radicales.

Ambas situaciones ubicaron a los jóvenes en un contexto muy difícil, sin referentes estables para ordenar su vida cotidiana y pensar en el futuro; esto, además, condicionaba sus percepciones sobre la sociedad y la política. Los jóvenes sentían que ni el ingreso a la universidad, ni el empleo posible eran soluciones a su situación; empero, existían otras opciones, que iban desde la indiferencia total y el apoliticismo hasta la adopción de políticas radicales.
En este nuevo contexto, Sendero Luminoso ofrecía una solución a una situación de incertidumbre, y un grupo de jóvenes no vio mejor opción que ingresar a la organización, una alternativa obviamente seductora para aquellos que buscaban un punto de estabilidad, una salida ante la incertidumbre.
Las personas que entrevisté que ingresaron a Sendero Luminoso en estos años eran militantes hombres y mujeres mucho más jóvenes que antes, con veinte años más o menos, e inexpertos políticamente, con un discurso estereotipado, básico y de manual, quienes habían crecido en un país hundido en una de las peores crisis (política, económica y social) de su historia, y en medio de un conflicto armado que llevaba cerca de diez años. Para ellos, la principal motivación ya no era la influencia de las controversias de la década de 1970, porque no la experimentaron, y la recordaban lejanamente por comentarios de otros; tampoco lo fueron los desgastados debates en las universidades, porque poco o nada podía discutir Sendero Luminoso frente a organizaciones que fueron desapareciendo del espectro político. La motivación que manifiestan mayoritariamente es la búsqueda de justicia social, de cambio de una situación para ellos insostenible. En segundo plano, están las motivaciones ligadas al prestigio de la organización.
En paralelo, llama la atención que estos jóvenes manifiesten otros móviles no evidenciados antes, de repente por la fuerte predominancia del discurso ideológico de la organización. Me refiero a razones mucho más individuales y pragmáticas, como el deseo de salirse del seno familiar, el sentirse llamado a hacer “algo” útil por las “grandes mayorías”, “la lucha contra el machismo y la tradición familiar”, el “deseo de aventura”, entre otras.
Comentarios finales
Un reconocido historiador decía que la juventud es un rito de pasaje fundamental a la vida adulta y  una época con una peculiar forma de entender las cosas. Los jóvenes llegan a esa etapa con el sentimiento de haber sido engañados y sorprendidos en sus originarias credulidades y con la sensación de haber aceptado valores vencidos o caducos que fueron ensalzados o acatados por sus padres, y se oponen a ellos. Para redimirse, empiezan a leer autores asistemáticos  y revolucionarios, dan rienda suelta a la imaginación y se distancian, abandonan y condenan las estructuras tradicionales. Pero esto no es solo un reflejo generacional, sino que también está mediado por los hechos de cada década. Las  conmociones políticas e ideológicas y también muchas injusticias, padecimientos y grandes estafas históricas hacen lo suyo. El joven vive  muchas veces, por impulsos incontenibles y sinceros, entre el compromiso y el desapego, y siente una exigencia de absolutos en cuya búsqueda suele ofrecer hasta la vida para vivir fugaz pero ardientemente su materialización. Desde los años setenta hasta los noventa, Sendero no solo ofreció estos absolutos, sino que los llevó a cabo sin ambigüedades y a extremos y sin límites.
Estos absolutos activaron las motivaciones de cientos de jóvenes, y fueron variando en el tiempo, como una trenza de varios hilos que se adelgazan y engrosaban de acuerdo al contexto. La década 1970, con sus debates políticos e ideológicos, las luchas sociales y el predominio del marxismo, influyó en las motivaciones para buscar un mundo ideal e igualitario. En los años ochenta, aún persiste el eco de los setenta, pero está más presente en los jóvenes la búsqueda de una organización política que tuviera prestigio y le diera una seguridad que no ofrecían los desprestigiados partidos de izquierda frente a una situación política y económica incierta. Finalmente, a fines de los años ochenta, su razón más poderosa fue la búsqueda de un profundo cambio social que resolviera las situaciones de pobreza y abandono generadas por las crisis. Otras motivaciones, que se mencionan en esta última parte del conflicto, estuvieron impregnadas por intereses más personales, relacionados con el género, la familia y valores culturales y contraculturales.
La situación actual es muy distinta a la de hace veinte años. Lejos está el recuerdo de las crisis política y económica, pues vivimos en un país que no ha dejado de registrar crecimiento económico de manera sostenida desde hace más de diez años, pero a la vez encontramos a un Estado distante y ausenten en muchas partes del país que parece no haber sacado lecciones del pasado. La situación de Sendero Luminoso también es otra: derrotado militarmente pero no política ni ideológicamente, puesto que ha podido acercarse nuevamente a los jóvenes, aglutinándolos esta vez con su planteamiento de “solución política y amnistía general y reconciliación”.
¿Por qué aún resultan atractivas para algunos jóvenes las propuestas del actual Sendero Luminoso? Es difícil saberlo. La “lucha por una solución política a los problemas de la guerra” enarbolada por el MOVADEF carga aún con las soluciones absolutas ofrecidas por el Sendero Luminoso de las décadas de 1970, 1980 y 1990, como alzarse en armas, la lucha armada, el antagonismo de clase y la destrucción del Estado, a las cuales sus integrantes no han renunciado de manera abierta y clara frente al sistema democrático que reconocen y en el que ahora quieren ahora participar. Esta renuencia ha activado las motivaciones de los nuevos jóvenes simpatizantes y militantes del Movadef, quienes ven a la organización como una oportunidad para canalizar sus demandas insatisfechas como generación y convertirse en protagonistas de un cambio que el Estado y sus instituciones, teniendo el contexto y las condiciones a su favor, no son capaces de ofrecer.

* Antropólogo, investigador del IEP.
Referencias bibliográficas
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