En la segunda mitad de los ochenta, cuando la violencia política comenzaba a arreciar, un conjunto de escritores que había puesto el conflicto armado en el centro de su producción literaria empieza a hablar de literatura andina para autoidentificarse y rechaza el término de neoindigenismo que la crítica, en el mejor de los casos, empleaba para referirse a su producción literaria. Un fenómeno que podríamos bautizar como “doble invisibilización” explica seguramente la posición adoptada por estos escritores. En cambio, la tradición indigenista de la cual eran continuadores y su cercanía a los sectores sociales afectados por la violencia política echan luces sobre por qué tan temprano empiezan a interesarse en el conflicto que desangraba el país. Empecemos por esto último.
Ya en 1985, el cusqueño Enrique Rosas Paravicino y el huancavelicano Zeín Zorrilla recibían sendas menciones honrosas en el concurso Copé convocado por Petroperú con los cuentos “Al filo del rayo” y “Castrando al buey”, seleccionados 15 años más tarde por Mark Cox en la antología El cuento peruano en los años de violencia. En 1987, el ancashino Oscar Colchado Lucio, con “Hacia el Janaq Pacha”, recibía el tercer lugar en el concurso El Cuento de las Mil Palabras de la revista Caretas y el escritor chalaco de vocación andina Dante Castro se hacía con el segundo lugar del Copé con el cuento “Ñakay pacha”. A partir de ese mismo año, y hasta 1990, aparecerían libros de escritores como Feliciano Padilla y Jorge Flores, puneños, Julián Pérez y Sócrates Zuzunaga, ayacuchanos, y Enrique Rosas y Luis Nieto Degregori, cusqueños, centrados en el tema de la violencia, tal como se puede comprobar en la bibliografía que cierra la mencionada antología de Mark Cox.
En la senda arguediana
El temprano interés de estos escritores nacidos en distintos lugares de la sierra del Perú es más fácil de explicar si se toma en cuenta que son herederos de la obra de Arguedas y, a través de esta, de la larga tradición indigenista de la primera mitad del siglo XX, que gira principalmente en torno al conflicto entre señores e indios. Los movimientos campesinos de los años cincuenta y sesenta y la reforma agraria impulsada por el gobierno de Velasco en los setenta pusieron fin al sistema de hacienda y a la situación de servidumbre en que se encontraban millones de indígenas, gesta épica que fue recogida en Todas las sangres y cuyo final, “la muertecita, la pequeña muerte” de Rendón Willka al pie de un pisonay, es una hermosa imagen de carga mesiánica que prefigura la liberación de los pueblos indígenas.
Sendero Luminoso y parte de la izquierda peruana, con su trasnochada discusión en los setenta e incluso en los ochenta sobre el carácter semifeudal de la sociedad peruana, no habían entendido el rumbo que desde la segunda mitad de siglo estaba tomando el país, el nuevo rostro que estaba adquiriendo con la cholificación y el desborde popular. Matos Mar, reflexionando sobre este proceso en 1984, ya hablaba del tinte predominantemente andino que estaba adquiriendo la vieja Lima criolla y en general el país. El criollocentrismo de los sectores dominantes, por otra parte, había convertido el leitmotiv de Conversación en la Catedral, “¿en qué momento se jodió el Perú?”, en la explicación de los procesos que estaban socavando la posición de dominación de la “vieja República Criolla” (nuevamente en palabras de Matos Mar) y que parecían prometer que indios y cholos devendrían finalmente en ciudadanos peruanos.
Mil novecientos ochenta, el año que por primera vez obtuvieron la ciudadanía formal con el derecho a voto millones de excluidos por su origen étnico-cultural, fue también el de inicio de las acciones armadas de Sendero Luminoso. Los escritores que, por su origen serrano y la temática en parte rural de su producción, eran considerados por sus críticos (en parte porque su obra era en su mayoría de corte urbano) como neoindigenistas, rechazaban la etiqueta y en un primer momento aspiraban solo a ser considerados escritores peruanos, como sus pares limeños y en general de la costa. Y es aquí donde se enfrentan a un primer momento de invisibilidad.
La conquista de la visibilidad
Tomo el término “invisibilidad” a partir de los planteamientos que hace Víctor Vich sobre políticas culturales, partiendo de la tesis de que es necesario asumir la cultura como fuente de ciudadanía, como espacio de conquista de derechos y como lugar donde se propone una real transformación política, para luego señalar que el primer paso para ello es “la conquista de la visibilidad” para los actores sociales excluidos, conquista que se torna necesaria en tanto “los medios de comunicación monopolizan la visibilidad de la mayoría de actores sociales (los más excluidos, por cierto) y ocultan la gran cantidad de demandas existentes” (Vich 2006: 57).
Sostengo que es en procura de esta “visibilidad” que los escritores de origen serrano empiezan a reclamarse como andinos y a oponerse a sus pares limeños y costeños, a los que consideran representantes de una cultura criolla. De eso dan muestra, por ejemplo, las declaraciones de Oscar Colchado en una entrevista publicada en La República en 1997 (suplemento Domingo, Lima, 9.2.97). Dice este escritor: “Vargas Llosa y otros escritores urbanos niegan lo telúrico en la literatura. En el fondo, pienso, ellos se sienten cortos para expresar el mundo andino porque habiendo nacido en este continente indio o mestizo, se sienten occidentalizados y se irritan de que todavía se escriba sobre los Andes”. Y sobre el tema de la “invisibilidad” que estamos discutiendo añade: “Yo he escrito varios libros, he obtenido varios premios y casi nunca he tenido la oportunidad de expresar lo que pienso como ahora… Las élites terminan resintiendo sobre todo a los escritores de provincias”.
Dos años antes, en agosto de 1995, se realizó en el Cusco el Simposio de Literaturas Andinas del Sur del Perú convocado por el comité editorial de la revista Sieteculebras, conformado entonces por los escritores Enrique Rosas Paravicino, Mario Guevara y Luis Nieto Degregori. En ese evento, que contó con el auspicio de la Fundación Interamericana por intermedio del Centro Bartolomé de Las Casas, participaron escritores de filiación andina como el ya mencionado Colchado, Feliciano Padilla, Jorge Flores, Mario Guevara, Jaime Pantigoso, Cronwell Jara y Juan Alberto Osorio, entre otros. Es este último, con una larga trayectoria docente en la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, quien formula los primeros planteamientos sobre la existencia de una narrativa andina, “continuidad y superación de la narrativa indigenista” (Osorio 1995: 9).
Para la segunda mitad de los noventa, la lista de títulos sobre la violencia publicados por los escritores andinos había engrosado notoriamente, así como habían aumentado los premios recibidos por estos con novelas o cuentos que giraban en torno a la temática. Es el caso deRosa Cuchillo, novela con la cual Colchado recibió en 1996 el Premio Nacional de Novela Federico Villarreal; del “Canto del tuco”, cuento con el que el cusqueño Jaime Pantigoso obtuvo el segundo lugar en el Concurso Copé de 1994; de los libros de cuentos Parte de combate (1991) de Dante Castro, El hijo mayor (1995) de Juan Alberto Osorio, Ciudad apocalíptica (1998) de Enrique Rosas, que en buena parte se enfocan en el tema de la violencia, así como de la novela Fuego y ocaso (1998) de Julián Pérez.
Esta copiosa y seguramente desigual producción sobre la violencia política de parte de los escritores andinos pasó desapercibida para la crítica en la segunda mitad de los ochenta y a lo largo de los noventa. Así se puede constatar, por poner solo un ejemplo, por lo manifestado en una conferencia por un crítico de la talla de Antonio Cornejo Polar en 1994: “La narrativa peruana enmudece frente a la violencia sin límites que desangra al país».
Esta copiosa y seguramente desigual producción sobre la violencia política de parte de los escritores andinos pasó desapercibida para la crítica en la segunda mitad de los ochenta y a lo largo de los noventa. Así se puede constatar, por poner solo un ejemplo, por lo manifestado en una conferencia por un crítico de la talla de Antonio Cornejo Polar en 1994: “La narrativa peruana enmudece frente a la violencia sin límites que desangra al país” (citado en Kristal 2004). Ante la evidencia de lo contrario, solo queda concluir que los escritores andinos que habían hecho de la violencia el centro de sus inquietudes literarias se enfrentaban nuevamente al fenómeno de “invisibilidad”. Podríamos añadir que cuando Cornejo habla de “narrativa peruana” se estaba refiriendo seguramente a la vertiente criolla de nuestra narrativa que, efectivamente, por entonces pasaba por alto el fenómeno, con quizás la única excepción de Mario Vargas Llosa, quien en 1993 había publicado Lituma en los Andes.
El mérito pues de explorar el tema de la violencia en la literatura peruana les pertenece a los escritores andinos. La explicación de esto seguramente radica, como lo manifestamos al comienzo del artículo, en el hecho de que estos escritores se sentían culturalmente más cercanos de los actores y víctimas del conflicto y por lo mismo estaban más sensibilizados por la tragedia que año tras año iba ganando en proporciones. Herederos de la larga tradición indigenista, estos escritores no hicieron otra cosa que seguir la huella de quienes los habían precedido en el ejercicio de la literatura: dieron cuenta del drama que estaban viviendo las poblaciones serranas de indios y mestizos que quedaron atrapadas entre dos fuegos: el desatado por los grupos subversivos y el de respuesta de las fuerzas represivas del Estado.
Más aun, cuando hacia 1985 aparecieron los primeros textos que, desde la ficción, daban cuenta de la guerra interna, los escritores que los producían empezaron recién a reclamarse como “andinos” y a contraponer su narrativa a la criolla, la más abundante y con mayor reconocimiento de parte de la crítica nacional (Nieto 1998, 2000). Así, en la antología de cuentos publicada el año 2000 por Mark Cox y que recoge obras dadas a conocer entre 1986 y 2000, el profesor norteamericano reúne a quince autores, de los cuales doce se reclaman escritores andinos, y señala que hay una relación directa entre la producción sobre el tema de la violencia y un “boom” de la narrativa andina (Cox 2000: 10).
Dos visiones del Perú
La narrativa sobre la violencia es sumamente diversa y empieza recién a ser estudiada. Aquí nos limitaremos a señalar que las distancias entre los universos representados, cuando se trata de escritores andinos o criollos, pueden ser grandes, como se aprecia, por ejemplo, al comparar la ya mencionada novela Rosa Cuchillo de Colchado con Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa.
Así, si la novela de Colchado se estructura en torno de los mitos andinos, tanto los de los antiguos peruanos recogidos en documentos coloniales como los de los actuales pobladores de cultura indígena, y estos sirven para mostrar la manera distinta de concebir el mundo que tienen los indios, en Lituma Mario Vargas Llosa apela al mito para mostrar que el indio se encuentra todavía en estado de barbarie y que es este estado el que explica la violencia política que azotó al Perú. Es lo que manifiesta Misha Kokotovic (2004: 84) al analizar la novela de este autor:
“La persistencia de la cultura indígena no es un simple obstáculo para la solución de los apremiantes problemas sociales, sino que es el problema en sí que toma forma en Sendero Luminoso, el cual en su opinión (la de Mario Vargas Llosa) no es más que una manifestación de la barbarie indígena”.
En el otro extremo, Colchado, apelando al mito de Inkarri, presenta los años de violencia como el inicio del Pachacuti, el gran cambio que pondrá el mundo al revés y que posibilitará que los que ahora sufren, gocen. Liborio, que es el personaje que hace esta lectura mesiánica de los sangrientos episodios de la guerra desatada por Sendero, concibe así el rol que les toca jugar a los indios:
“Lo deseable sería un gobierno donde los naturales netos tengamos el poder de una vez por todas, sin ser solo apoyo de otros. Ahí sí, caracho, volveríamos a bailar sin vergüenza nuestras propias danzas, en vez de esos bailes del extranjero; hablaríamos de nuevo el runa simi, nuestro idioma propio; adoraríamos sin miedo de los curas a los dioses en los que tenemos creencia todavía. Sólo si así era la condición, valía la pena luchar; si no, ¿por qué pues? ¿Para que otros blancos sigan haciéndonos vivir como a ellos les gusta?” (Colchado 2005: 77).
Tal es la solución exclusivamente indígena del problema nacional que se plantea en Rosa Cuchillo, que implica además un claro deslinde con el proyecto autoritario de Sendero Luminoso. “De seguir en esta lucha los naturales sólo seremos apoyo de los nuevos patrones que al final nos gobernarán, más buenos que los actuales quizás, pero patrones siempre”, manifiesta en algún episodio de la novela Liborio, un personaje que por su ímpetu liberador quiere competir con el Rendón Willka de Todas las sangres.
La novela de Colchado se estructura en torno de los mitos andinos, tanto los de los antiguos peruanos recogidos en documentos coloniales como los de los actuales pobladores de cultura indígena, y estos sirven para mostrar la manera distinta de concebir el mundo que tienen los indios, en Lituma Mario Vargas Llosa apela al mito para mostrar que el indio se encuentra todavía en estado de barbarie.
Las mismas visiones distintas de la sociedad peruana las encontramos cuando comparamos dos textos recientes como Retablo (2004) de Julián Pérez y La hora azul (2005) de Alonso Cueto. Ambas son novelas en las que los personajes centrales hurgan en el pasado en busca de expiar las culpas propias y ajenas, del hermano en el caso de Retablo y del padre en el de La hora azul. Y en ambas el viaje a Ayacucho para reencontrarse con el pasado es central.
En Retablo, más ambiciosa, se presenta la historia de por lo menos tres generaciones de la familia del personaje narrador y, a través de estas biografías, se muestra la historia de un pueblo ayacuchano, Pumaranra, envuelto en conflictos con una familia de hacendados y empresarios mineros, los Amorín, y con los pobladores vecinos de Lucanamarca. Es en estos conflictos ancestrales que el personaje narrador parece encontrar la explicación a la opción de su hermano de enrolarse en Sendero Luminoso y convertirse en mando de una de sus columnas. El personaje narrador, Manuel Jesús Medina, guarda todo el tiempo distancia con la militancia del hermano y solo al final trata de encontrarle una explicación honrosa a su sacrificio cuando se pregunta:
“¿De dónde proviene la idea de que morir en batalla es alcanzar la gloria? ¿De la pretensión de afirmar la dignidad frente a la ignominia? Mis dioses tutelares callan, la incógnita me tortura. Viejos libros de guerreros escandinavos o nórdicos, de luchadores orientales o mesoamericanos hablan, en metáforas hímnicas, de que la muerte en combate es un universal humano. Acaso sea así y si es así mi búsqueda es una aventura inútil, una consolación sadomasoquista” (Pérez 2004: 338).
En La hora azul, el intento de un hijo, el narrador y protagonista Adrián Ormache, de pagar las atrocidades cometidas por el padre marino en los años de violencia, deja en claro al final dos cosas, como bien lo ha notado Mercedes Victoria Mayna Medrano (2008: 8): por un lado, que “las relaciones con el poder legitiman un sistema en el cual un grupo de familias maneja el destino de nuestro país y mira de manera exótica a un grupo social, cultural y étnicamente distinto a ellos: el otro andino”. Y por otro, lo que me parece más importante de señalar, “la fantasía oligarca del buen amo al entablar una doble relación con el otro andino al que trata con paternalismo y violencia a la vez.”
En La hora azul, el intento de un hijo, el narrador y protagonista Adrián Ormache, de pagar las atrocidades cometidas por el padre marino en los años de violencia, deja en claro al final dos cosas, como bien lo ha notado Mercedes Victoria Mayna Medrano (2008: 8): por un lado, que “las relaciones con el poder legitiman un sistema en el cual un grupo de familias maneja el destino de nuestro país y mira de manera exótica a un grupo social, cultural y étnicamente distinto a ellos: el otro andino”. Y por otro, lo que me parece más importante de señalar, “la fantasía oligarca del buen amo al entablar una doble relación con el otro andino al que trata con paternalismo y violencia a la vez.”
Solo a raíz del debate iniciado en el Congreso Internacional de Narrativa Peruana realizado en Madrid en mayo del 2005 los escritores andinos salieron de su relativa invisibilidad. Uno de los argumentos que les echaron en cara los escritores y críticos de la vertiente criolla es que su posición se reducía a reclamar que sus fotos aparezcan de mayor tamaño en los diarios. Este argumento en apariencia tiene algo de fundamento, pero en el fondo esconde la problemática que hemos tratado de esbozar en el presente artículo. No se trata tanto del tamaño de la fotografía en el periódico, sino de la foto en la carta de ciudadanía, obtenida recién el año 2005 a raíz de la polémica entre andinos y criollos.
* Escritor cusqueño. Su último libro, El guachimán y otras historias, fue publicado por Editorial Alfaguara el presente año.
Bibliografía
Colchado, Oscar. Rosa Cuchillo. Editorial San Marcos. Lima, 2005.
Cox, Mark editor. El cuento peruano en los años de violencia. Editorial San Marcos. Lima, 2000.
Kokotovic, Misha. “El Sendero de Vargas Llosa: violencia política y cultura indígena en Lituma en los Andes”. En: Mark Cox editor. Pachaticray (El mundo al revés). Testimonios y ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980. CEL Antonio Cornejo Polar y Editorial San Marcos. Lima, 2004, pp. 83-95.
Kristal, Efraín. “La violencia política en la narrativa peruana.” En: Pachaticray (El mundo al revés). Testimonios y ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980. CEL Antonio Cornejo Polar y Editorial San Marcos. Lima, 2004.
Mayna Medrano, Mercedes. “La figura de la danza de tijeras en la Agonía de Rasu Ñiti y La hora azul”, Casa de citas, 5, Lima, 2008, pp. 4-8.
Nieto Degregori, Luis. “Me friegan los cóndores”. En: Encuentro Internacional Narradores de esta América. Universidad de Lima y FCE. Lima, 1998, pp. 173-178.
Nieto Degregori, Luis. “El debate entre andinos y criollos en la narrativa peruana última”, Márgenes, XIV,17: 155-170. Sur. Lima, 2000.
Osorio, Juan Alberto. «La narrativa andina«, Sieteculebras, 8: 9-10. Cuzco, 1995.
Pérez, Julián. Retablo. Universidad Federico Villarreal. Lima, 2004.
Vich, Víctor. “Gestionar riesgos: Agencia y maniobra en la política cultural”. En: Cortés, G. y Vich V. editores. Políticas culturales. Ensayos críticos. OEI, INC e IEP. Lima, 2006.
Felicitaciones, el artículo es muy bueno
En las espigas de Junio.
Candela quema luceros,.
Noche de relámpagos. Qantu flor y tormenta.
Muy ilustrativo e interesante el articulo.