Eduardo Chirinos. Humo de incendios lejanos. Nuevo León: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2009.

En un libro anterior Eduardo Chirinos escribió “humo es el signo que precede a los encuentros” pero ahora, veintiún años después, este elemento solo ha terminado por convertirse en la marca de un incendio, de un fracaso, de una derrota que se contempla bajo el peso de la ansiedad y en el medio de los escombros. El acto no se ha realizado y el libro parece ser el testimonio de un fallido encuentro con “lo real”. Es decir, ante aquello que ha sido negado, surge una poética del desgarro que es, en última instancia, del dolor y de la crítica al lenguaje.

Pero aunque hay algo que se ha roto en la vida, lo cierto es que estos poemas se esfuerzan por restaurar algún tipo de sentido que vaya más allá de cualquier espacio imaginario. Por eso mismo, su ritmo es pulsión, pero también el intento por reconstituir algo de lo simbólico. Nos encontramos, en efecto, ante una arriesgada retórica que se ha propuesto regresar al vértigo de la experiencia y detener el carácter defensivo de cualquier discurso lineal.

cómo llamar a este poema lo llamaré fluir de aposentos
lo llamaré estrépito de frondas poema de amor con rostro
oscuro hermoso título alguien no sé quién me dice cuídate
de los significados no busques la verdad detrás de la belleza
aprende a respirar con la mirada en una galería de arte
una mujer de ojos tristes devora ratas devora picassos
duerme en cuartos de hospital escucha esta historia érase
una vez una princesa, bah la muerte no tardará en aparecer
la muerte sus ojos azules sobre mi plato vacío (11).

Algo ha explotado aquí: un fuego que arrasa, un diluvio de significantes que sustituyen la imposibilidad del relato, la falta de historia y el espejismo del acto deseado. Se trata (ahora resulta claro) de un cuerpo que se ha descubierto a sí mismo como la suma de inútiles palabras; un cuerpo cuya estrategia discursiva ha fracasado frente al otro y cuyas verdades no han sido capaces de atravesar los ojos del interlocutor.

Sin embargo, los versos insisten en que el escenario se presentaba inevitable. ¿Miraste lo que tenías que mirar? (77) se pregunta un verso y así una cierta fatalidad se cristaliza bajo la forma de preguntas: ¿Por qué una presencia tan verdadera terminó por transformarse en un recuerdo lleno de ruinas? ¿Por qué la intensidad se convirtió en vacío? ¿Por qué el malestar tiene siempre que estructurarse como fantasía?

Aves negras vuelan por la playa peces muertos buscan
cadáveres de focas y delfines la historia de siempre tanta
rosa engatusada por el tiempo tanta lengua lamiendo
el roquerío borrando las formas del enigma no lo sabes
no hay ninguna forma no hay ningún enigma contempla
en silencio las aves admira su negror su oscura manera
de imponerse de día siguen la ruta migratoria de los astros
la turbia precisión de las mareas de noche se abandonan
al sueño me dejan dormir en un caballo blanco (77).

Lo cierto es que al explotar el contacto con “lo real”, ha explotado también el lenguaje, vale decir, su coherencia, su racionalidad, su falsa máscara de pulcritud. Por tanto, estos versos se quiebran todos y se han vuelto una descontrolada cadena de imágenes que intentan nombrar aquello que es, sobre todo, una simultaneidad imposible:

Le ofrezco una hoguera un puñado de nieve le ofrezco
Una rosa cortada ¿ahora de qué hablamos? Hablemos
del cielo, hablemos del miedo esta noche habrá tormenta. (11)

La memoria es como el miedo levanta enormes
catedrales luego las destruye estoy cansado escucho voces
es la fiebre que lame mi cuerpo es Olivia diciéndome al oído
soy tu fantasía tu inútil y hermosa debilidad. (23)

Es cierto que el lenguaje nos atrapa y nos marea y que los discursos racionalistas falsean cualquier conocimiento posible. Es cierto que el fantasma lo ha impregnado todo y que al sujeto no le queda sino asumir las consecuencias de su dispersión: dispersión de su deseo, dispersión de sus adioses, dispersión de algo que parece imposible de ser anclado en algún sentido estable; pero es también verdadero que la voz que surge de estos poemas afirma la necesidad de seguir simbolizando y de no ceder frente al goce de la caída.

¿Qué queda entonces del lenguaje bajo estas condiciones? ¿Qué queda del sujeto? La respuesta no es complicada: solo el acto humilde, la aceptación de la pérdida y, más aún, la necesidad de continuar ensayando el surgimiento de algo nuevo que busca ser reconocido:

Leo en una estampita de san owen si callo destrozará mi
lengua si cuento la historia devorará mis ojos una mano
ha escrito en el reverso yo quiero destrozar tu lengua yo
quiero devorar tus ojos. (37)

si digo una palabra incendia la palabra si decido
callar pudre mi lengua si la miro a los ojos ordena
azul en arameo tira mis orejas hiere con la uña
la pureza del aire luego espera con qué paciencia
espera así mancho tus ojos dice así ensucio tu deseo. (79)

Podemos decir entonces que este poemario se estructura a partir de un doble movimiento: la sospecha frente al lenguaje pero a la vez la paradójica confianza en que siempre queda de él un resto (un resto de lo simbólico) que podría superar tal crisis del sentido. Por eso mismo, la palabra quiere seguir articulando al deseo y sosteniendo parte de la violencia de ese goce: una palabra que sabe perfectamente que no es “lo real” pero que apuesta por dar humilde cuenta de dicha dimensión: ella quiere encarnarse, volverse algo distinto y superar ese espejismo que afirma que todo acto es un acto fallido.

Frente al permanente “olvido del ser” del que Heidegger insistía tanto, estos poemas sacan algo inédito de la oscuridad y se han propuesto rearticularnos con la densidad de lo simbólico. Si la poesía es la forma más radical de intervención en el lenguaje (una suspensión temporal del pacto simbólico) entonces es también una de las más dignas formas de reconstituir el conjunto de mediaciones que tenemos frente al mundo. Frente a todos aquellos discursos que se arrogan la exactitud de la verdad y que solo performan una racionalidad equilibrada, estos versos son una dinamita que los perfora sin piedad.

cómo hablar si apenas te escuchamos cómo callar
si tu memoria adormece cómo dormir si tu lengua
nos devuelve a la ceniza. (78)

Este nuevo poemario de Eduardo Chirinos es una entrega notable en la actual poesía peruana y se presenta como uno de los puntos más altos de una obra ya muy extensa y muy importante.  1

Hay algo extremadamente perturbador que sacude en estos “humos de incendios lejanos”: algo que carcome (pero que también restaura), que no tiene explicación alguna (pero que es útil) y que pone en suspenso (no sabemos hasta cuándo) ese obstinado intento de comunicación profunda: “adiós me dice hay heridas y flores en sus manos.”


* Crítico literario, investigador del IEP.

  1.  La obra poética de Eduardo Chirinos está compuesta por los siguientes libros: No tengo ruiseñores en el dedo (Valencia, Pre-textos, 2005), Escrito en Missoula (Valencia: Pre-textos, 2003), Breve historia de la música (Madrid: Visor, 2001), Abecedario del agua (Valencia: Pre-textos, 2000), El Equilibrista de Bayard Street (Lima: Editorial Colmillo Blanco, 1998), Recuerda, Cuerpo… (Madrid: Ediciones del Tapir, 1991) Canciones el Herrero del Arca (Lima: Colmillo Blanco, 1989), El Libro de los Encuentros (Lima: Seglusa/Colmillo Blanco, 1988), Rituales del Conocimiento y del Sueño (Madrid: El Espejo de Agua, 1987) Sermón sobre la muerte (Madrid: Ediciones del Tapir, 1986), Archivo de Huellas Digitales (Lima: ediciones Copé, 1985), Crónicas de un ocioso. (Lima: Trompa de Eustaquio, 1983) y Cuadernos de Horacio Morell (Lima: Trompa de Eustaquio, 1981).