Ranaboldo, Claudia  y Alexander Chejtman, Editores. El Valor del Patrimonio Cultural: Territorios rurales, experiencias y proyecciones latinoamericanas. Lima: RIMISP-IEP, 2008.

El tema del desarrollo territorial y, específicamente, el del desarrollo territorial rural resulta de gran interés y actualidad por su estrecha vinculación con la planificación y con los planes estratégicos de desarrollo de nuestros países y sus regiones, orientados a enfrentar la solución de aspectos urgentes y críticos, como el de la superación de las condiciones de pobreza en que vive una gran parte de nuestra población que, como sabemos, se concentra y extrema en las áreas rurales.

Este tema se hace especialmente rico cuando se le aborda desde el punto de vista de la identidad cultural, ya que ello nos obliga a ser específicos, es decir, a establecer las condiciones concretas de existencia de determinadas comunidades, con sus propias singularidades económicas, sociales y culturales. En otras palabras, se trata de gente que vive en un espacio o territorio definido, con dinámicas regionales y locales propias, que a su vez deben ser necesariamente articuladas con una realidad nacional y global.

En el libro que aquí comentamos, “El valor del patrimonio cultural: territorios rurales, experiencias y proyecciones latinoamericanas” –cuyo título, a decir verdad, no hace justicia a la relevancia de su contenido, al opacarlo bajo un rótulo algo anodino y genérico–, se trata un conjunto notable y variado de casos donde el enfoque de la identidad cultural sirve de detonante para desencadenar una serie de procesos que inciden, de una u otra manera, en el desarrollo del entorno rural. El hecho de que la cultura, en el amplio sentido del término, sirva de palanca o instrumento de desarrollo y que, además, se convierta en el motor de procesos específicos de desarrollo territorial rural revela toda la potencia del tema y de este enfoque en especial. Por esta razón, la lectura de este libro resulta no solamente atractiva para los lectores que, desde una u otra vertiente disciplinaria, tienen que ver con alguno de los temas convocados, sino que las reflexiones y enseñanzas que se proponen a partir del examen de los distintos casos son sumamente estimulantes para cualquiera.

Como arquitecto y urbanista, he abordado el tema del territorio, especialmente desde el punto de vista de su rol histórico en la evolución social. Como resultado de estas aproximaciones, definimos al asentamiento humano en el territorio como la base material fundamental para una determinada forma de producción. Entendemos el territorio no solamente en sus aspectos físico-geográficos, sino como espacio fundamental de la acción social; por ende, asumimos también el ingrediente esencial de la identidad social, histórica y cultural del territorio. Así mismo, en la lectura de las dinámicas territoriales y desde que aparece la ciudad, se propone la clásica contradicción que se produce entre esta y el campo, entre lo urbano y lo rural.

Desde el lado del urbanismo, existe, hoy en día, siendo algo optimistas, una creciente preocupación sobre la imposibilidad de lograr un desarrollo urbano sostenible a menos que este tenga en consideración su enlace con el desarrollo territorial, visto desde una perspectiva integral. Esta proposición parte de la constatación de que las ciudades crecen y se desarrollan principalmente a expensas del territorio rural, ya sea apropiándose de recursos en términos de intercambio asimétricos o fomentando el empobrecimiento del medio rural y la migración, lo que propicia la erosión física y social del territorio. Paralelamente, estas entidades urbanas, de retorno, degradan el territorio con la contaminación de las fuentes de agua, del mar, la dispersión de basura y otros deshechos sólidos, la polución del aire con gases y humos tóxicos, etc. Y lo que es aún más crítico, en su acelerada expansión, las urbes desarrollan una compulsiva ocupación de suelos que compromete cada vez más espacios territoriales, en desmedro de las capacidades productivas de las áreas rurales y trayendo consigo severos impactos ambientales y paisajísticos.

Por esta razón, me parece sumamente gratificante que esta preocupación, que proviene de las canteras del urbanismo, encuentre una contraparte necesaria e ideal en quienes se proponen entender y replantear el desarrollo territorial rural. Para empezar, como lo hacen Schejtman y Berdegué 1, entendiendo que lo rural no se reduce solamente a lo agrícola; que el desarrollo en este ámbito debe estar necesariamente referido a un espacio territorial; que se debe integrar adecuadamente lo rural con lo urbano; y que, además, el territorio posee una identidad que contiene lo cultural.

Evidentemente, el enfoque del desarrollo territorial rural con identidad cultural constituye un tema complejo por la diversidad de aproximaciones para entenderlo, así como por los diferentes contextos, recursos y actores que pueden verse involucrados en él. Pero esto mismo hace de él un tema rico que presenta múltiples desafíos y posibilidades. Como muestra de lo anterior, pensemos, por ejemplo, en la relación que se puede establecer entre las calidades organolépticas del café, una comunidad indígena de ancestro maya, una cárcel en Turín y los entendidos consumidores italianos de café expresso. ¿Desarrollo territorial con identidad cultural? Efectivamente. Es lo que ocurre cuando se articulan y concatenan los productores de café de Huehuetenango en Guatemala, por un lado, con los catadores y mejoras técnicas provistas por la organización “Slow Food”, por el otro; cuando se procesa el tostado adecuado de los granos mediante los huéspedes de una cárcel de Turín y, finalmente, se distribuye el producto a los consumidores a través de la vasta cadena de supermercados de la Coop italiana.

Para este caso en particular, los investigadores advierten que la identidad cultural de los indígenas maya no sería el elemento de más fuerza en el proyecto, pues intervienen también otros componentes, como lo orgánico del producto, la responsabilidad social y ambiental, y sobre todo la notable calidad del café. Efectivamente, podría ser que la identidad indígena de los productores del café no fuera el rasgo más distintivo y reconocible de todo el proceso para los consumidores italianos; sin embargo, la identidad cultural de estos exquisitos consumidores de excelente café, de ese café que proviene de las tierras de una antigua área maya, sí constituye un elemento fundamental en la ecuación. Este ejemplo muestra los matices que pueden intervenir en los distintos casos examinados, cuando nos abrimos a la posibilidad de que puede haber valoraciones de identidad cultural no solamente en los territorios de proveniencia de los productos o servicios sino también en los posibles usuarios o consumidores.

En la introducción del libro, que reúne la evaluación de los casos, localizados en diversas regiones de diferentes países latinoamericanos, Claudia Ranaboldo plantea con rigor metodológico las tres hipótesis que enmarcaron el estudio del enfoque de desarrollo territorial con identidad cultural:

– La dotación cultural y su valoración como estrategia para el desarrollo.
– La demanda de consumidores por productos y servicios con identidad cultural en asociación con territorios rurales.
– La innovación en la gestión, políticas y gobernanza, como requisito para la valoración de la identidad cultural.

Ante la cuestión de si esta estrategia contribuye al desarrollo y de qué manera, mediante la generación de nuevas oportunidades, me parece necesario destacar el reconocimiento de la importante incidencia que tienen en este proceso las relaciones urbano-rurales. Este es el caso de la creciente demanda de la población urbana por esparcimiento, tradiciones, salud, pertenencia y otros aspectos que remiten al ámbito rural y que pueden englobarse en lo que se conoce como “economía cultural”. Otro componente que se reconoce como algo que no puede ni debe soslayarse en el establecimiento de las estrategias de desarrollo territorial con identidad cultural es el rol central que en todo esto desempeña el mercado. Lejos de todo idealismo romántico, este es un tema “duro”, como dicen los economistas.

En un medio como el latinoamericano, favorecido por una extraordinaria riqueza cultural, es importante al respecto el aporte de María Fonte, especialmente en la lectura del papel que puede desempeñar la “economía de la cultura” en la lucha contra la pobreza en las áreas rurales. Algunas reflexiones teóricas que alcanza en su trabajo plantean el necesario entendimiento de lo territorial desde el punto de vista conceptual y del re-conocimiento del territorio y lo que asumimos como tal, en sus diferentes acepciones, ya sean estas espaciales, geográficas, políticas y, por supuesto, culturales.

En el análisis del desarrollo territorial rural a partir de los estudios de caso, Alexander Schejtman parte de su propia propuesta de concepción del desarrollo territorial rural y constata que la temática de la identidad cultural viene a llenar un vacío en la relación entre desarrollo territorial y cultura. Efectivamente, llena un vacío, pero, a su vez, podemos reconocer que abre también una promisoria ventana de indagación sobre esta problemática.

Entrando con algún detalle a los casos de estudio, nos pareció sumamente interesante el del valle del Colca (Perú), donde, en un territorio en cierto sentido unitario –definido por reconocidos valores de paisaje natural y paisaje cultural (terrazas y sistemas de andenería), arquitectura monumental colonial y vernacular, y una vasta cultura inmaterial–, existen y se despliegan distintas estrategias locales que apuntan a valores agregados y énfasis en aspectos singulares: arquitectura tradicional en Sibayo, turismo de aventura en Tapay, artesanía local en Chivay, manejo de alpacas en Callalli y Cuchocapilla, el cultivo y promoción de la denominación de origen del maíz cabanita en Cabanaconde, entre otros.

Es interesante también el caso de Chiloé (Chile), donde no se verifican situaciones de extrema pobreza, ya que existe una próspera industria del salmón y del turismo. Sin embargo, esta primera actividad está generando serios problemas ambientales que amenazan un desarrollo sostenible. En este caso, como en otros, trasciende que el plantearse un desarrollo territorial con identidad cultural impone claramente como ejes directrices un pensar y un gestionar el territorio.

Finalmente, un breve comentario sobre las huacas de la costa norte del Perú, donde se verifica una problemática relativamente similar, que tiene como eje común la repercusión de las investigaciones arqueológicas que se desarrollan en estos monumentos en Túcume, Sipán, El Brujo y las huacas de Moche. Sin embargo, los casos son a la vez bastante diferentes en sus respectivos contextos locales y en sus antecedentes. Revisando los largos recorridos de cada uno de estos proyectos, podemos constatar la formación de una red de relaciones que ha favorecido compartir experiencias y un aprendizaje de los errores, lo que está permitiendo si no superar, por lo menos tener identificadas las carencias de que adolecen.

Estos casos demuestran la importancia de identificar los valores culturales y sus atributos en un determinado territorio, en cuanto ventajas comparativas susceptibles de convertirse en productos o servicios culturales. En las huacas de la costa norte, por ejemplo, hay que destacar que se ha producido un círculo virtuoso que ha permitido promover de forma integral la investigación científica y la conservación, así como la puesta en valor y uso social del patrimonio cultural.

Me parece sumamente significativo que monumentos que en su época de esplendor constituyeron los centros motores del desarrollo territorial en sus respectivos valles, después de siglos de saqueo e incuria, se reconstituyan en elementos simbólicos de la recuperación de la identidad y autoestima de su gente y se propongan nuevamente esta vez como modernos y, a la vez, tradicionales propulsores del desarrollo territorial.

Por último, es importante tomar nota del llamado de atención que plantean tanto Alexander Schejtman como otros autores sobre los límites y riesgos que representa la recreación o reinvención de una identidad cultural que pueda llevar a la banalización de la misma, a la carencia de autenticidad o falsificación, así como a la socorrida profusión del pintoresquismo. Hay en el libro casos anecdóticos, como el de Cotacachi en Ecuador, donde se ha reinventado el Inti Raymi cusqueño y se está construyendo, con fondos municipales, un espléndido templo solar cimentado en la euforia indigenista. Pero aquí también tenemos en nuestra costa norte muchos casos de portadas neo-moche, estatuas del ubicuo señor de Sipán dirigiendo el tránsito en alguna avenida, recreos decorados con el temible dios degollador alentando el sacrificio de cuyes. O, también, el cada vez más frecuente recurso de suponer que la identidad pasa por el pintar de colores encendidos los pueblos andinos, ¡a la manera del barrio de La Boca en Buenos Aires! Evidentemente, este es un serio riesgo que debe ser evitado y concertado entre los actores que intervienen y participan del desarrollo territorial con identidad cultural, ya que atenta contra el eje medular de este enfoque.


* Arquitecto y urbanista. Departamento de Arquitectura PUCP

  1. Schejtman, A. y J. Berdegué. “Desarrollo territorial rural”. En: Desarrollo rural en América Latina y el Caribe: manejo sostenible de recursos naturales, acceso a tierras y finanzas rurales. Ruben G. Echeverría (editor). Banco Interamericano de Desarrollo. Washington, 2003.