Montalbetti, Mario. El lenguaje es un revólver para dos. Lima: Colección Underwood, Nº 11, Diciembre 2008. 1

En la última década, la poesía de Mario Montalbetti se ha desplegado con una fuerza inusitada. Si ya desde su primer libro, Perro Negro, 31 poemas (1978) observamos la novedad de un lenguaje astutamente irónico y, con Fin desierto (1997), comprobamos un preciso contrapunto entre el desconcierto hacia la historia y la necesidad de la misma, fue, sin duda, con Llantos Elíseos (2002) donde la voz poética alcanzó una plenitud mayor y donde las representaciones se hicieron mucho más contundentes. De hecho, tres años después, Montalbetti publicó Cinco segundos de horizonte (2005), quizá uno de los poemarios más importantes en el Perú contemporáneo, lo cual es mucho decir dado el buen nivel de nuestra poesía. Ocho cuartetas en contra del caballo de paso peruano (2008) volvió a sorprender debido a la cantidad de recursos formales ahí utilizados y el libro que ahora paso a comentar, El lenguaje es un revólver para dos (2009) continúa mostrando la sólida pertinencia de esta poesía.

El lenguaje, el amor y la patria son los principales temas del libro y todos ellos intentan ser sostenidos por una subjetividad frágil que ha perdido algo de control sobre sí misma: una subjetividad que ha comenzado a reconocer que su desorientación ya no es solo histórica sino también lingüística. Me explico mejor: el sujeto ya no sabe cómo decir con el lenguaje y el lenguaje se ha independizado demasiado del sujeto. Es decir, entre todos los fundamentos epistemológicos destrozados por la historia reciente, el derrumbe del lenguaje (vale decir, el descubrimiento de la insuficiencia de todo acto discursivo, la constatación de la parcialidad de cualquier representación sobre la realidad, la consciencia de la inevitable mediación lingüística) es aquel que parece ser el más desastroso.

En efecto, la subjetividad de este libro (digo, la voz que vemos en él) es similar al lenguaje que lo sostiene: ambos son descritos como entidades mal constituidas, realmente frágiles y atravesadas por una durísima imposibilidad. Esta es, en efecto, una poesía donde los signos de la derrota van apareciendo poco a poco y donde la voz poética ha tenido que optar ya sea por la ironía (entendida como un recurso desestabilizador y deconstructivista) o ya por una poética de la espera que solo es resultado de la absoluta falta de explicaciones. Veamos un poema al respecto:

Las magníficas puertas de Bedo están cerradas
sus fuertes maderos recogen el rocío en sus venas
en sus ornados espirales feroces animales de bronce
se aferran a sus quicios
los cerrojos están ocultos y se guardan solos
una súbita bandada de aves cruza el cielo
placeres y noches tras estas puertas se adivinan de fuera
aguardo sentado bajo durazneros aguardo
sentado como un perro que no mueve la cola.

(8 versos de homenaje al temblor de su cuerpo, 17)

El sujeto ya no habla (no mueve la cola) y solo se dedica a observar cómo todo ha sido bloqueado por una fuerza incomprensible. La descripción es precisa y elegante: hay algo oculto que no le es permitido conocer y entonces la espera se presenta como la única opción posible, pero siempre ya muy al margen de cualquier encantamiento o fantasía.

Habría que sostener, sin embargo, que la soledad en la que el sujeto se queda al final del poema no solo es producto de un distanciamiento físico sino también, o sobre todo, de la imposibilidad de aprehender el mundo mediante el lenguaje, vale decir, del permanente fracaso al intentar tomar posesión de la realidad mediante las palabras y los discursos.

Desde este punto de vista, el poemario nos sitúa ante un lenguaje que ya no puede ser garantía de nada (pues poco es su efecto sobre la realidad) y así todo apunta a tener que concebirlo como una instancia sin fundamento, un artefacto incapaz de contener los cambios y de producir un acontecimiento.

Todos los poemas del libro están escritos bajo esa poética y debajo de ella, pienso que subyacen las siguientes preguntas: ¿cuál entonces es el futuro del lenguaje bajo dichas condiciones? ¿Qué política debería desprenderse de una conciencia tan radical de su insuficiencia y de su fractura? ¿Cuál es la consecuencia más visible de dicha caída frente a nuestros marcos epistemológicos? Quizá una primera respuesta podamos encontrarla en los siguientes versos:

Nadie dice todo. Nadie dice nada.
Lo deseable es decir poquísimo.
Callar no es lo más radical.
Callar es como raparse la cabeza:
el pelo vuelve a crecer.
Pero decir poquísimo, decir lo mínimo
que uno puede decir,
es lo que nos permite decir algo.

(Disculpe, ¿es aquí la tabaquería? 13)

Dicho de otra manera: aunque ya no se pueda tener fe en las palabras, algo de la comunicación todavía es posible. El sujeto sabe que si puede llegar a decir algo (algo sobre lo nunca dicho, quizá) pero resulta claro que esa posibilidad nunca esconde que su verdadera condición es la de un permanente malestar con el lenguaje, el cual se percibe como una instancia que está situada algo al margen de la voluntad.

Un revólver para dos: en este poemario, lejos de unir, de comunicar, de volverse un agente capaz de restaurar los vínculos humanos (e, incluso, de constituir el deseo), el lenguaje es también aquello que puede destruir lo más importante: un peligrosísimo instrumento siempre dispuesto a echarlo todo a perder.


* Crítico literario. Investigador del IEP.
** Nota de edición: La colección Underwood es un proyecto editorial de la Facultad de Estudios Generales Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú  que promueve la publicación y distribución gratuita de breves textos literarios inéditos


  1. Nota de edición: La colección Underwood es un proyecto editoral de la Facultad de Estudios Generales Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú que promueve la publicación y distribución gratuita de breves textos literarios inéditos.