En abril de 2006 me preguntaba si Alan García se merecía una segunda oportunidad (http://blogs.ubc.ca/peru/2006/04/12/%C2%BFse-merece-alan-garcia-otra-oportunidad/). Consideré entonces que si bien no se la merecía, el Perú iba a dársela y concluí preguntándome: “¿Será darle a Alan García una segunda oportunidad abrirle la puerta a Fujimori para su segunda oportunidad? ¿Será esta una oportunidad mediada por la derecha?”. Me sorprende y entristece la certeza de mi vaticinio. Tal como era claro en 2006, a pesar de sus declaraciones en la campaña acerca de que seguiría una política a favor de los pobres, en este segundo gobierno Alan García ha gobernado con y para la derecha, y ha hecho todo lo posible por evitar que llegue al poder algún candidato que pueda cuestionar la impresionante corrupción que acompaña el llamado “milagro peruano”, puesto en evidencia en los “petroaudios” y los negociados de Business Track.

Los resultados de la primera vuelta han llevado a los analistas, activistas y a los miembros de las élites intelectuales y económicas a preguntarse ¿qué está mal en el Perú? A sobresaltarse porque la gran mayoría de los electores no parecen tener interés ni en la democracia ni en la estabilidad económica, lanzándonos a las fauces de los dos candidatos más extremos. Sin embargo, un análisis bastante somero de los resultados de 2006 y los de 2011 muestra que las tendencias son estables y que los resultados son en realidad bastante predecibles. Tal como hace cinco años, todas las zonas rurales y principalmente el sur del país piden a gritos un cambio radical. Estas regiones, donde los niños mueren cada año de frío y el fracaso escolar está casi garantizado, no se sienten incluidos en el fabuloso crecimiento económico que ha cambiado la cara de Lima y muchas de las ciudades de la costa norte que prefirieron a Alan García en 2006 y a Keiko Fujimori en 2011.
La segunda vuelta divide al país, convirtiendo estas elecciones en las más ideológicas de los últimos años, llegándose a niveles de virulencia no vistos desde 2000. Pero no se trata simplemente de una división entre lo que históricamente se ha considerado la derecha y la izquierda. No, en esta ocasión lo que separa a quienes están por un candidato o por el otro son sus creencias y temores sobre cinco aspectos principales: la economía, la corrupción, la democracia, los derechos humanos y el racismo. Más de la mitad del electorado se ve obligado a decidir por lo que le resulta el “mal menor”, y para hacerlo deben cotejar la información que manejan con su visión del pasado y su lectura de lo que está ocurriendo en la región. Es una elección donde las visiones de la historia tienen un protagonismo poco usual.
Economía

El neoliberalismo que existe en el Perú no es lo que se ve en los países capitalistas del primer mundo. En Estados Unidos, Canadá, Australia y Europa, con diferentes matices, nadie considera escandaloso que se le dé una pensión mínima a todos los que pasan los 65 años.

¿Debe seguir el modelo económico tal cual está planteado? Quienes más se han beneficiado consideran que cualquier cambio puede “hacernos retroceder treinta años”. Muchos empresarios medianos y pequeños, así como sectores emergentes que han visto sus esfuerzos premiados, comparten esta visión con el gran empresariado. Están convencidos de que solo no se han beneficiado los que no han querido trabajar, ya que el “Perú avanza”. Creen firmemente que el neoliberalismo es la única fórmula para salir de la pobreza y que el chorreo existe. Aquellos que discrepan ven un país con desigualdades estructurales tan profundas que necesita mucho más que neoliberalismo y asistencialismo para salir adelante. Consideran que es necesario instalar un Estado de bienestar que redistribuya el dinero de los impuestos para ayudar a equilibrar la desigualdad. El neoliberalismo que existe en el Perú no es lo que se ve en los países capitalistas del primer mundo. En Estados Unidos, Canadá, Australia y Europa, con diferentes matices, nadie considera escandaloso que se le dé una pensión mínima a todos los que pasan los 65 años, que existan seguros estatales de salud, un buen acceso a la educación estatal y asignaciones a los desempleados, en fin, que el Estado vele por los más frágiles redistribuyendo los recursos de quienes más tienen a través de los impuestos. Esto no es el “comunismo” del que hablan muchos de los que temen a Humala, no es ni siquiera el modelo que se ha implantado en la Venezuela de Chávez; tampoco se trata de resucitar a Velasco Alvarado o el primer gobierno de García. Pero se trata de una cuestión ideológica. ¿Debe el Estado intervenir en la economía y redistribuir el dinero de los impuestos o debe tener el mercado todas las libertades y el Estado limitarse a regular y repartir un poco de prebendas a los más necesitados? Humala propone lo primero, Fujimori, lo segundo.
Corrupción
El gobierno de Alberto Fujimori fue probablemente el más corrupto de nuestra historia. No solamente desapareció un estimado de 8.000 millones de dólares entre las comisiones por compra de armas, licitaciones públicas, privatizaciones, extorsiones y coimas, presupuestos clandestinos, compra y venta de deuda externa y medicinas vencidas, además de los vínculos con el narcotrafico, como cuando se encontró cocaína en el avión presidencial, sino que Alberto Fujimori se ha declarado culpable en los procesos por corrupción por los que se le extraditó de Chile. Gracias a Vladimiro Montesinos tenemos en los videos de la salita del Servicio de Inteligencia pruebas irrefutables de cómo los principales empresarios, dueños de medios de comunicación y políticos aceptaron dinero, muchas veces para obtener una “ayuda” en sus negocios, poniendo en tela de juicio eso de la libertad absoluta del mercado, estableciendo más bien el crony capitalism o “capitalismo para los amigos”. Los que dicen que esto fue solo gracias a Montesinos y al final del régimen olvidan que ha sido documentado que la familia Fujimori robó desde antes de entronizarse en el poder, cuando decidieron desviar los fondos de las donaciones japonesas. Denunciar esto le costó a Susana Higuchi, la ex esposa de Fujimori, todo tipo de vejámenes, desde el electroshock hasta ser recluida desnuda en los sótanos del Pentagonito, como fue denunciado por Leonor La Rosa. Keiko Sofia Fujimori ha declarado que su padre le entregaba cada vez que iba a Lima paquetes con US$ 10.000 en efectivo para pagar sus estudios y los de sus hermanos en los Estados Unidos, Se estima que estos costaron un millón de dólares, y todavía no hay una explicación coherente o convincente sobre de dónde salió ese dinero. Así como con las denuncias de su madre, Keiko Fujimori nunca consideró necesario hacer preguntas incómodas sobre la proveniencia de esos fondos. Era una mujer joven, es cierto, una universitaria que tenía, además de atender a sus estudios y a los niños pobres del Perú, que ir a las cumbres latinoamericanas a departir con Zulemita Menem y bailar trencito con Hugo Chávez. Para quienes mantener el modelo económico es lo más importante, todo esto se puede pasar por alto, a pesar de que todos los ministros de economía entre 1990 y 2000 han sido procesados por corrupción y enriquecimiento ilícito y la economía no creció de 1996 a 2000. Quienes apoyan a Keiko Fujimori hoy dicen que está acompañada de gente nueva. Si es así, ¿por qué uno de estos cuestionados ministros, Baca Campodónico, le hace campaña en Cajamarca? ¿Por qué su padre maneja su material electoral desde su cárcel dorada? ¿Por qué acepta dinero de personas que han sido procesadas por narcotráfico y lavado de activos? ¿Por qué dice financiar su campaña con rifas?, cuando solo la mujer de uno de sus asesores ha ganado uno de los premios. Quienes no soportan a Ollanta Humala están convencidos de que su campaña la financia Hugo Chávez, basándose principalmente en la evidencia de la campaña de 2006. Consideran que mantener el modelo y protegerse de un régimen como el de Chávez, Morales o Correa, a los que temen sin medida, es mucho más importante que preguntarse de dónde viene el dinero que financia a Keiko Sofía Fujimori. Su devoción al libre mercado y el neoliberalismo es tan grande que prefieren pasar por alto todos estos comprobados actos de corrupción endémica que caracterizan más bien como excesos o errores, que no tienen por qué repetirse.
Democracia

La clave, a nuestro juicio, consiste en considerar lo estructural como punto de partida de la elección: delinea ciertos perfiles y posibilidades en los candidatos; así, el punto de llegada será consecuencia de la campaña.

La defensa de la democracia es uno de los temas favoritos de los enemigos de Ollanta Humala. Se recuerda que dirigió un levantamiento contra Fujimori en Locumba (Moquegua) en octubre de 2000. Su hermano Antauro Humala lideró otro en Andahuaylas en 2005 en contra del gobierno de Alejandro Toledo, donde murieron cuatro policías, ha sido sentenciado y hoy está preso. Estos dos hechos, además de su ya mencionada cercanía a Hugo Chávez en la campaña de 2006, convencen a los detractores de Humala de su falta de apego por la democracia. No importa qué haga o deje de hacer, quienes no creen en Humala no pueden aceptar que sus ideas puedan haber cambiado y consideran que todos sus juramentos por la democracia y sus esfuerzos por asegurar que no buscará la reelección son en vano, y que su alianza con todos los sectores democráticos que lucharon contra la dictadura de Fujimori son estratagemas para hacerse del poder y nunca dejarlo. El apoyo de reconocidos personajes públicos, intelectuales, políticos y artistas no vale nada. Prefieren apoyar la candidatura de la hija de Alberto Fujimori aduciendo que ella no es culpable de los errores de su padre. Por supuesto que no es culpable del autogolpe del 5 de abril, ella tenía solo 17 años. Pero cuando tenía veinte y era la primera dama durante la campaña electoral de 1995, no tuvo ningún inconveniente en estar al lado de su padre en unas elecciones que lo perpetuaron en el poder a base de una constitución hecha a su medida. En 1997, cuando tenía 22 años y se dio la ley de interpretación auténtica, que le permitía a Fujimori tentar la cuestionada re-reelección, y los estudiantes salieron a las calles a protestar, ella firmó a favor del referéndum, pero cuando este no se dio no tuvo problemas en estar a su lado. Del mismo modo, no cuestionó la legalidad de la campaña de 2000, cuando miles de personas salieron a repudiar a su padre por destruir la democracia, y ella optó simplemente por mantener un perfil bajo. A los 25 años tuvo que dar la cara cuando su padre se fugó al Japón dejándola sola en Palacio de Gobierno. Hoy describe el gobierno de Alberto Fujimori como el mejor de la historia del Perú, y su plan de gobierno es una oda filial. Sobre la democracia y los atropellos que cometió su padre y de los que ella fue cómplice de 1995 a 2000 no dice nada. Para quienes el modelo es sacrosanto, el autogolpe fue legítimo, ya que fue apoyado por el 80% de la población, justamente los argumentos que usa Hugo Chávez hoy para perpetuarse en el poder.
Derechos humanos
Con un estimado de 70.000 personas muertas en el conflicto interno de 1980 a 2000, todos como sociedad tenemos una responsabilidad. Los que más sufrieron fueron los pobres, los que no hablan castellano; los que vivimos en la ciudad solo nos enteramos de la tragedia cuando teníamos que lidiar con el inconveniente de no tener luz, no poder salir de noche o que quizás nos pongan una bomba. ¿Quién le ganó la guerra a Sendero y cómo? ¿Quiénes deben pagar por sus acciones y cómo? Estas preguntas reciben respuestas muy distintas; para algunos, el costo social de esta victoria es aceptable, mientras que para otros fue demasiado alto. Estamos todavía muy lejos de la reconciliación. Como el mayor número de muertos se produjo entre 1980 y 1990, un vocero fujimorista y asiduo visitante de la salita del SIN, Jorge Trelles, ha dicho “nosotros matamos menos”. Eso ha llevado a un humorista a poner en una caricatura a los fujimoristas diciendo “nosotros robamos más, nosotros torturamos más, nosotros esterilizamos más.” Alberto Fujimori fue sentenciado a 25 años de cárcel por la estrategia de guerra de baja intensidad que puso en práctica. Él ha declarado que fue él quien derrotó al terrorismo, pero también ha dicho que es inocente de las acciones documentadas del grupo Colina. Keiko Fujimori está convencida de la inocencia de su padre, y ha dicho que hará todo lo posible por liberarlo. Una de sus voceras, Martha Chávez, ha amenazado al juez que encontró a Fujimori culpable. Keiko Fujimori tiene hoy en su grupo de asesores más cercanos a quienes fueron responsables de la esterilización masiva de mujeres, y declaró en el debate presidencial que Toledo liberó terroristas, cuando es sabido que los que fueron liberados habían sido acusados falsamente. Si bien ella no dirigió las campañas de exterminio de pobres y de enemigos políticos como lo fueron las matanzas de Pedro Huilca, El Santa, Barrios Altos y La Cantuta, ella los califica de excesos, no acepta la responsabilidad de su padre y se rodea hoy de quienes llevaron a cabo y defienden esas políticas. Para quienes los “excesos” son aceptables, ya que consideran que fue por eso que se venció al terrorismo, pueden pasar todo esto por alto.

Fujimori resultó su tabla de salvación; gobernó para la derecha, pero repartió prebendas entre los más pobres, asegurándose su fidelidad. Su control sobre el electorado evitó más elecciones incómodas para la alta burguesía.

Ollanta Humala es un comandante del Ejército Peruano en retiro que combatió en la guerra interna y en la guerra contra el Ecuador en 1995. Dice enorgullecerse de su acción en la segunda, pero no sentir lo mismo por sus acciones en el conflicto interno. En 2006, la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos levantó un informe para esclarecer las acusaciones en su contra por lo que sucedió en la zona donde él peleó, conocida como Madre Mía. Leyendo el informe queda claro que su caso es como el de muchos de los implicados en la guerra interna, uno que incluye secuestro, tortura y asesinato; el juez, sin embargo, ha desestimado el caso. La suya es una situación doblemente paradójica porque quienes se oponen al trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) dicen que personas como Humala no deberían ser procesadas, ya que a quienes lucharon contra la subversión no se les debería encausar sino agradecer. Pero hoy muchos de los que tienen esa posición gritan a los cuatro vientos que Humala es un asesino, y por ende no debe ser presidente. Por el otro lado, la Coordinadora de Derechos Humanos, que elaboró el informe y lo elevó al Poder Judicial, hoy apoya a Humala como candidato presidencial. ¿Por qué? En gran parte porque Humala es el único candidato que aceptó todas las recomendaciones de la CVR y que se comprometió a pagar a las víctimas la reparaciones que ya han sido reconocidas por ley, pero no han sido otorgadas. Es el único que ha pedido que no se limite la sanción a soldados como él, sino que se consideren también a los responsables políticos. El grueso del apoyo a Humala viene de los lugares más golpeados por la violencia, por personas que sufrieron en carne propia los abusos por parte de militares como Humala. Ellos se sienten capaces de perdonarlo, pero quienes usualmente defienden a los miembros del Ejército no. El otro motivo por el cual la Coordinadora prefiere apoyar a Humala es porque ven el triunfo de Fujimori como el primer paso en el camino a la liberación de su padre. Estamos entonces ante diferentes lecturas de la agenda de derechos humanos en el Perú. ¿Se debe aceptar el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y sus recomendaciones? Quienes opinan que sí están a favor de Humala, quienes opinan que no están en contra de él, pero ahora se presentan como defensores de los derechos humanos.
Racismo
Hay sin embargo algo más que queda en el tintero. El grupo socioeconómico más alto, los llamados sectores A/B, componen solamente el 15% del electorado, pero ejercen un control muy fuerte sobre la economía y los medios de prensa. Desde 1980, cuando se dio el voto a los analfabetos y se estableció su obligatoriedad, los candidatos de preferencia de este grupo social nunca han sido elegidos. A pesar de haber sido una clase duramente golpeada por la reforma agraria implementada por el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas de Juan Velasco Alvarado, cuando al perder sus tierras perdieron gran parte de su poder simbólico, esta clase socioeconómica ha logrado recomponer su poder y atrincherarse en espacios cerrados que controlan con eficacia. Han sobrevivido a las expropiaciones y las incursiones de Sendero Luminoso, que llevaron a esta clase social a replegarse más aún sobre sí misma, ya que era imposible sentirse seguros fuera de los espacios privados. Alan García los amenazó en su primer gobierno, pero no logró vencerlos. En 1990, con la derrota de Mario Vargas Llosa, muchos vieron una inexorable caída al abismo. Fujimori resultó su tabla de salvación; gobernó para la derecha, pero repartió prebendas entre los más pobres, asegurándose su fidelidad. Su control sobre el electorado evitó más elecciones incómodas para la alta burguesía. Ante los escándalos de corrupción y los cada vez más torpes intentos por controlar el poder, el régimen de Fujimori cayó por su propio peso. Toledo fue tolerado, pero como “cholo borracho y arribista” nunca fue realmente aceptado. En 2006, ante una derrota más, Alan García fue visto como la tabla de salvación. Ahora esta clase social ve en Keiko Sofia Fujimori a su “mal menor” y recuerda la comodidad que sintieron durante el gobierno de su padre. Como dijo el sociólogo Julio Cotler, el temor no es simplemente perder dinero o posición con un eventual gobierno de Humala, sino la posibilidad de perder el poder simbólico; lo que significa ser “blanco, con plata y educación”. Cualquiera que se oponga a la candidatura de Fujimori es inmediatamente desautorizado, especialmente si proviene de esta misma clase social, y ya que no se le puede llamar “cholo arribista” a Humala o “igualada” a su mujer, se les tilda simplemente de “rojos” o “caviares”, acusándolos de ser de izquierda pero de vivir cómodamente, y recordándoles que en el fondo no son más que unos traidores de clase.

El país está dividido, y salga quien salga estas divisiones continuarán, y debemos pensar como sociedad cómo podemos sanar estas profundas heridas. Las batallas son por la memoria, por la manera en que entendemos el pasado y la forma en que este repercute en el presente.

Pero los resultados no los decide esta élite; justamente de ahí nace su incomodidad. Las elecciones son uno de los únicos momentos en el Perú donde todos somos iguales y cada voto vale lo mismo. Algunas damas de sociedad, preocupadas por esto, organizaron una recolección de víveres para preparar canastas y entregarlas a los más necesitados, buscando terminar con la pobreza con una latita de atún a la vez; otras han sido más directas y le han indicado a “su” gente cómo votar, o han propuesto quitarle los documentos a sus empleados. Este no es el caso de todos. Muchos están aterrados ante el prospecto de un eventual gobierno de Humala y el costo que esto le puede significar a la economía, y ven, a pesar de las inmensas diferencias, al Perú como la próxima Venezuela. La decisión, sin embargo, estará en los barrios emergente de Lima, en los jóvenes de provincias, en los sectores más golpeados por la desigualdad. En estos grupos, el mensaje de Fujimori cala hondo: mano dura, oportunidades para los que saben tomarlas y asistencialismo para quien lo necesita. La corrupción del pasado se puede entender bajo el concepto de “robó pero hizo obra” o “todos roban”, mientras los abusos contra los derechos humanos y el quiebre del estado democrático son considerados el precio que se debía pagar a cambio de la estabilidad.
¿Qué está en juego?
Cada cinco años las elecciones nos ponen al desnudo frente a un espejo, mostrándonos como sociedad, con todos los problemas irresueltos que tenemos. Ahora vemos que todavía estamos debatiendo cuáles fueron las consecuencias de la reforma agraria de 1969, del conflicto interno de 1980 a 2000, de la corrupción y del control de los medios de comunicación por una mafia, que está ahora volviendo a ponerse en evidencia. El país está dividido, y salga quien salga estas divisiones continuarán, y debemos pensar como sociedad cómo podemos sanar estas profundas heridas. Las batallas son por la memoria, por la manera en que entendemos el pasado y la forma en que este repercute en el presente. Las batallas son también en las calles, donde se manifiestan diferentes colectivos, así como el masivo descontento expresado en movilizaciones como las de Bagua, Islay y los recientes paros de los algodoneros, que se convertirán cada vez en más frecuentes y violentas si las mayorías siguen sin sentirse incluidas en el crecimiento. Pero eso ya lo sabíamos en 2006 y no hicimos nada. Mi pregunta hoy es si darle una segunda oportunidad al fujimorismo es la mejor manera de fortalecer nuestra débil democracia, que no ha durado nunca más de 12 años seguidos. Vamos en diez.