Drinot, Paulo (2011). The Allure of Labor. Workers, Race and the Making of the Peruvian State. Durham y Londres: Duke University Press, 310 pp.

El historiador Paulo Drinot ha publicado recientemente un libro importante para entender la formación del Estado peruano a inicios del siglo XX a través de las dinámicas de inclusión y exclusión que rigieron su constitución histórica. Luego de su lectura, queda convencido el lector de encontrarse frente a un gran libro que combina un argumento claro y teóricamente novedoso con un impecable trabajo de archivo.
El argumento central propone que las élites nacionales compartían la creencia de que el desarrollo del país solo podía ser posible a través de la industrialización, la cual, “antes que un proyecto económico, emerge como una aspiración cultural” (p. 3) que buscaba “redimir” a los indígenas transformándolos en trabajadores industriales mestizos. Dicho de otra forma, “la industrialización podía presentar al Perú una solución al más apremiante de sus problemas: la inadecuada naturaleza de su población” (p. 46). A pesar del reducido porcentaje de empleados en puestos industriales con los que contaba el país durante las décadas de 1920 y 1930, el Estado implementó una serie de políticas sociales que buscaban proteger a los trabajadores de influencias perniciosas (políticas e ideológicas) y mejorar sus niveles de vida, dada su condición de “agentes de progreso”. Este proceso formó parte de un tendencia mundial, pero cuya particularidad en el caso peruano es que respondía a una “visión racializada” de la población, en la cual lo indígena era asociado con el atraso y, por lo tanto, incompatible con el porvenir industrial.
Para construir el argumento el autor aborda el problema desde una perspectiva culturalista centrada en lo que Foucault llamó “gubernamentalidad”, lo cual consiste en un nuevo proyecto de gobierno, donde el Estado busca ejercer control sobre la población a través de la mejora de sus condiciones de vida y restringe sus impulsos represivos. Este acercamiento debate con las perspectivas predominantes en la literatura sobre el tema, las cuales consideran que las políticas sociales implementadas por Leguía y posteriormente por Benavides responden a tácticas de cooptación de la clase obrera de ambos gobiernos. Desde esta nueva perspectiva, Drinot introduce en las primeras páginas del libro dos conceptos de central importancia para entender el fenómeno estudiado: racionalidades de gobierno (formas a través de las cuales ciertos “objetos” se convierten en materia de gobierno) y tecnologías de gobierno (mecanismos que operacionalizan las racionalidades de gobierno).
El trabajo de Drinot centra su análisis en un conjunto de instituciones que conformaban esa especie de incipiente “Estado de bienestar” peruano. Aunque el libro está dividido en seis capítulos, es posible dividirlo en dos grandes partes. La primera (capítulos 1, 2 y 3) analiza las políticas implementadas en los primeros años del siglo XX y el Oncenio de Leguía, lo cual brinda una visión clara de cómo la cuestión del trabajo se convierte en un “objeto” sobre el cual el Estado reclama potestad de intervención. Estas nuevas racionalidades de gobierno convirtieron al trabajo en materia de legislación, principalmente para mediar en los conflictos entre trabajadores y empleadores. La división establecida por la Constitución de 1920 a través de artículos diferenciados destinados a proteger a los indígenas y los trabajadores ilustra las concepciones racializadas mediante las cuales actuó (legisló) el Estado. Esta nueva constitución permitió diseñar instituciones destinadas a intervenir en la esfera del trabajo, entre las que destacó la Sección del Trabajo del Ministerio de Fomento, cuyas funciones principales consistían en otorgar reconocimiento oficial a los sindicatos y arbitrar disputas entre empleadores y obreros. Desde los lentes conceptuales propuestos, las nuevas leyes e instituciones constituyen tecnologías de gobierno a través de las cuales el Estado ejercía control social.

Las nuevas políticas sociales buscaron —además de impedir el avance del aprismo y el comunismo— mejorar las condiciones de vida de los obreros, ya que responden a una “biologización de lo social”.

En la segunda parte del texto (capítulos 4, 5 y 6), el autor analiza las políticas instauradas por el gobierno de Óscar Benavides. A diferencia de las políticas implementadas por Leguía (las cuales cumplieron una función de delimitación e intervención), las nuevas políticas sociales buscaron —además de impedir el avance del aprismo y el comunismo— mejorar las condiciones de vida de los obreros, ya que responden a una “biologización de lo social” (proceso a través del cual las élites buscan mejorar las condiciones de los individuos, o “cuerpos”, como una forma de solucionar los problemas de la sociedad en general). Durante la década de 1930, el Estado intentó brindar vivienda, alimentación y salud a los obreros a través de programas sociales exclusivos: los barrios obreros, restaurantes populares y la creación del Seguro Social Obrero.
El análisis de las instituciones demuestra de forma convincente la tesis de que el Estado no solo buscaba contrarrestar la influencia de apristas y comunistas, sino también mejorar la calidad de vida de quienes consideraba trabajadores. No obstante, la comprobación empírica del argumento central resulta insuficiente. Excepto en el capítulo dedicado al Seguro Social, donde se demuestra que los indígenas son excluidos de forma consciente por los impulsores del proyecto, en los capítulos dedicados a los barrios obreros y restaurantes populares, la intencionalidad de excluir a los indígenas es verosímil, pero sin una prueba clara del propósito de sus ejecutores directos. La clave para sostener la veracidad del argumento radicaría entonces en la exclusión absoluta de los indígenas en el proyecto social del Estado, mas no en evidencia directa que demuestre que este tipo de “tecnologías” buscasen transformar o eliminar a los indígenas. Aunque no está dicho explícitamente, la reiteración del argumento dentro del análisis de los casos pareciera sugerir que el propósito “civilizatorio” estaba tan interiorizado en la mentalidad de las élites que la exclusión de los indígenas era practicada de manera casi inconsciente.
Antes de terminar creo importante destacar que si bien la investigación encaja dentro de una nueva corriente historiográfica centrada en las creencias, ansiedades y acciones de las élites, esta no pierde de vista el rol constitutivo que cumplen los trabajadores en el proyecto de gubernamentalidad. Drinot demuestra que los obreros peruanos, por ejemplo, “compartían las racionalidades de Gobierno expresadas y promovidas por la Sección del Trabajo” (p. 75) y participaron de forma activa en los proyectos sociales impulsados durante los años treinta (de hecho, los arbitrajes impulsados por la Sección fueron vistos con entusiasmo por los trabajadores, pero rechazados y boicoteados por los empleadores).
En suma, nos encontramos frente a un libro importante, que nos presenta un argumento novedoso, además de brindar nuevas herramientas conceptuales. A las cualidades del libro debe sumarse el modo en que está estructurado y escrito, lo cual lo hace un texto dinámico y entretenido de leer. Lamentablemente, que haya sido publicado en inglés dificulta su difusión en Perú. Esperemos que pronto sea traducido.


* Politólogo de la Pontificia Universidad Católica del Perú.