La necesidad de promover la inclusión social y económica de los grupos tradicionalmente excluidos es un tema recurrente en discursos, propuestas y planes de gobierno, y es una recomendación obligada de los diagnósticos sobre qué hacer en el Perú a favor del desarrollo. Desgraciadamente, son pocos los ejemplos de políticas y acciones que realmente favorecen la tan deseada inclusión. Una de las razones tras los limitados éxitos es que se busca siempre una acción, norma o política que resuelva varios problemas a la vez y logre que un grupo, región o tipo de peruano se inserte en el sistema social, económico y político predominante. Lamentablemente, esto casi nunca resulta, pues cada grupo enfrenta distintas barreras para insertarse en los diferentes sistemas, mercados, redes, etc. Incluirse, hacerse parte de, no se logra con una sola medida. Por ello, es relevante comenzar a mirar medidas puntuales, que favorezcan procesos inclusivos, acotados y focalizados que, aunque constituyen pequeños avances en un largo camino, son con los que quizá se logre más que con una norma general y homogénea, sobre todo en un país tan heterogéneo y diverso como el Perú.

Si hay un grupo en el Perú que siempre lleva las de perder, que siempre resulta vulnerable y que está generalmente “fuera” de las ventajas que debería otorgar la ciudadanía en el Perú, es el de las mujeres rurales con ascendencia indígena.

Es bien sabido que si hay un grupo en el Perú que siempre lleva las de perder, que siempre resulta vulnerable y que está generalmente “fuera” de las ventajas que debería otorgar la ciudadanía en el Perú, es el de las mujeres rurales con ascendencia indígena: son más pobres, tienen menos acceso a casi todo (educación, servicios de calidad, oportunidades laborales, etc.), ganan menos cuando logran conseguir un trabajo y enfrentan discriminación de diferente tipo en el transcurso de sus vidas, entre otras muchas situaciones adversas. Son estas mujeres las que representan la cara de la pobreza más dura en el Perú y las que probablemente tengan hijas que enfrentarán su misma suerte.

Con estos argumentos, la mayoría de políticas públicas considera que las mujeres rurales con ascendencia indígena son las primeras que deben “insertarse” convirtiéndose en beneficiarias de los programas de ayuda social y recibiendo indicaciones de otros (que en teoría sí saben cómo salir adelante) para encontrar qué hacer y avanzar hacia una vida mejor. La realidad es que hay muchos ejemplos que dan cuenta de que estas mujeres rurales, pobres e indígenas tienen la agencia para salir adelante pues saben aprovechar las oportunidades que se les presentan. Es verdad que enfrentan muchos “cuellos de botella”, algunos de los cuales no tienen cómo vencer por sí solas, quedando entrampadas en un circuito perverso que reproduce su pobreza y exclusión; sin embargo, una vez que logran vencer esas restricciones, en diferente grado, la cosa es diferente: ya pueden seguir solas, como ordenadas emprendedoras que saben bien lo que quieren.

En lo que sigue, queremos dar cuenta de un ejemplo concreto, de una práctica realizada por un actor del sector público que se propuso –y logró– insertar a mujeres rurales en el sistema financiero. Este ejemplo prueba justamente que las restricciones que enfrentan para insertarse algunos grupos sociales, las mujeres rurales de la sierra sur en este caso, no solo son atendibles sino que –con creatividad y entendimiento de los procesos en que estos grupos están inmersos– se puede lograr el aprovechamiento de los beneficios que la “inserción” puede ofrecer.

El caso: las cuentas individuales de ahorro

Un ejemplo de cómo eliminar las restricciones “de entrada” que tienen las mujeres rurales es el trabajo de al menos dos programas del sector Agricultura que promueven el acceso –y uso– de mujeres rurales al sistema financiero. ¿Mujeres rurales, indígenas, pobres y con bajos niveles de educación formal en una entidad financiera? Sí, se trata de un programa que busca articular a las mujeres a través de los ahorros y no solo a través de los programas de microcréditos.

La realidad es que hay muchos ejemplos que dan cuenta de que estas mujeres rurales, pobres e indígenas tienen la agencia para salir adelante pues saben aprovechar las oportunidades que se les presentan.

Cuando el Proyecto Corredor Puno Cusco y luego, el Proyecto Sierra Sur decidieron incluir entre sus acciones un componente para promover que mujeres rurales abrieran y usaran cuentas individuales de ahorro en entidades financieras, surgieron muchas dudas: ¿es útil para las mujeres rurales tener una cuenta de ahorro?, ¿ahorran las mujeres rurales (pobres)?, ¿podrán ir cómodamente a una entidad financiera?, ¿habrá un proceso de inclusión mayor derivado de tener y usar una cuenta de ahorros?

 Los dos proyectos mencionados ofrecen tres tipos de apoyo a las mujeres que quieren ahorrar: el primero es capacitación en temas financieros (para que conozcan cómo opera una cuenta, qué son los intereses o qué tipos de entidades financieras hay; para que sepan que existe un Fondo de Seguro de Depósito que protege sus ahorros al estar en una entidad formal, etc.); el segundo es visitar entidades financieras e intercambiar experiencias con otras ahorristas –aspecto fundamental porque las ahorristas desconfían de las entidades financieras: todas se acuerdan de CLAE y otras estafas–; y el tercero consiste en darles incentivos (premios en efectivo) en función del esfuerzo de ahorro individual.

Con ambos proyectos, más de 10 mil mujeres rurales de la sierra sur han abierto sus cuentas en entidades financieras formales.  Solo el proyecto Corredor, que cerrará sus operaciones a fines de este año, apoyó a 7,400 mujeres en la apertura de sus cuentas. Estas ahorristas movilizaron más de 10 millones de soles hacia el sistema financiero desde fines de 2002.

En ambos proyectos, la hipótesis de partida es que las mujeres no tienen cuentas de ahorros porque no saben qué son ni cómo funcionan (o para qué sirven), y tampoco saben cómo y por qué se usan, además de tener desconfianza en las entidades financieras. ¿Es realmente así? Aparentemente, sí. En el caso de estas dos experiencias que operan en la sierra sur del país, una vez que obtienen información confiable sobre las cuentas y su funcionamiento y saben que sus ahorros estarán protegidos, estas mujeres rurales, pobres e indígenas, y mayoritariamente con bajos niveles educativos, abren su cuenta de ahorros, la usan y aprovechan los incentivos que les ofrecen estos proyectos. Claro, no son todas, pues existe un grupo considerable que tiene miedo, y otras tantas mujeres que no tienen cómo agenciarse recursos para abrir una cuenta.

Con ambos proyectos, más de 10 mil mujeres rurales de la sierra sur han abierto sus cuentas en entidades financieras formales. 1 Solo el proyecto Corredor, que cerrará sus operaciones a fines de este año, apoyó a 7,400 mujeres en la apertura de sus cuentas. Estas ahorristas movilizaron más de 10 millones de soles hacia el sistema financiero desde fines de 2002.  De este monto, el 14% fue dinero puesto por el proyecto como incentivos; el resto, ahorro de las mujeres. Es decir, por cada sol que puso el proyecto como incentivo, las mujeres –rurales, pobres, indígenas y con baja educación– depositaron seis soles.

Las mujeres rurales y sus cuentas de ahorro individual

En febrero de 2008, entrevistamos a un grupo representativo de las ahorristas que abrieron sus cuentas entre 2002 y 2003 y encontramos que, en promedio, las ahorristas hicieron depósitos por un total de 1,471 soles a lo largo de los 48 meses de contrato con el Proyecto Corredor.  2 Adicionalmente, el proyecto depositó alrededor de 300 soles en cada cuenta y las entidades financieras pagaron casi 75 soles por concepto de intereses. Es decir, el mayor esfuerzo de ahorro vino de las propias mujeres, lo cual demuestra que tienen capacidad de ahorro. Pero no solo se trató de acumulación pues, además, usaron sus cuentas y los montos ahorrados: las ahorristas realizaron retiros en promedio por 1,150 soles y terminaron su contrato con un saldo favorable.

¿De dónde sacaron plata para ahorrar? La mayoría abrió su cuenta transformando algún otro ahorro guardado en la casa (“debajo del colchón”) o vendió animales y luego continuó con el ahorro destinando una pequeña porción de sus recursos o iniciando alguna actividad adicional para incrementar sus ingresos y poder aprovechar los incentivos del proyecto. El objetivo de los incentivos monetarios era justamente ese: que las ahorristas se esforzaran por conseguir recursos para poner en sus cuentas, recursos que seguirían siendo de ellas.

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El uso de cuentas de ahorros en el sistema financiero formal (bancos, cajas rurales y municipales) genera un proceso interesante de inclusión, ya que proporciona un nuevo instrumento de ahorro y acumulación de recursos. Esta experiencia nos brinda respuestas a las preguntas planteadas líneas arriba: las mujeres sí tienen capacidad de ahorrar, no grandes sumas, pero sí pequeños montos con poca regularidad. En promedio, luego de cuatro años como ahorristas, las mujeres que trabajaron con el Proyecto Corredor tenían algo menos de 700 soles en sus cuentas. Por otro lado, las ahorristas usaron sus cuentas, hicieron depósitos y retiros a lo largo del tiempo, incluso a pesar de vivir lejos de la agencia de la entidad financiera, y muchas de ellas comenzaron a usar otros servicios financieros: créditos, depósitos a plazo, transferencias, pagos de servicios en la entidad financiera con la que trabajan. Adicionalmente, las ahorristas confían ahora en las entidades financieras: ya saben cómo funciona su cuenta, cómo se calculan los intereses, etc. Finalmente, la cuenta les es útil: les permite enfrentar gastos conocidos, como la campaña escolar, o emergencias, o juntar dinero para invertir en un negocio, en mejorar la casa, etc.

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Mujer abriendo su cuenta de ahorros en CREDINKA. Cortesía del Proyecto Corredor Puno Cusco.

Las ahorristas encuentran varias cualidades en su cuenta de ahorros: es de ellas, es decir solo ellas pueden sacar dinero de la cuenta (al respecto, tres cuartas partes señalan que no quisieran mancomunar su cuenta con sus maridos); es privada: nadie sabe cuánto tienen, a diferencia de cuando compraban animales; es segura, no como el ahorro en la casa que puede ser robado o perdido; es divisible (se puede sacar de a pocos); no está a la mano y por ello no se gasta tan fácilmente permitiendo acumular recursos para gastos en fechas determinadas (como la campaña escolar), entre otras. Es decir, las cuentas de ahorros les son útiles al igual que a usted y a nosotras. Sin embargo, también reconocen que las cuentas tienen algunos aspectos negativos: pagan poco interés, las entidades financieras muchas veces quedan lejos, no siempre hay personal que hable su idioma, etc. Pero como la mayoría sigue usando su cuenta, podemos interpretar que, al fin y al cabo, para ellas los beneficios son mayores que las desventajas.

Los ahorros como alternativa de inclusión

Las ahorristas de este proyecto usan más el sistema financiero. En una muestra aleatoria de 297 ahorristas de este programa encontramos que 93 (31%) de las 297 entrevistadas tiene un crédito del sistema financiero formal, de estas 93 ahorristas 72 no habían tenido antes crédito del sistema financiero. 46 de estas 72 no habían hecho antes un trámite en una agencia de una entidad financiera. Si comparamos este nivel de acceso con el de señoras de las mismas comunidades de las ahorristas analizadas, encontramos que solo el 18% reportó tener algún crédito con el sistema formal. Además, 52 señoras (18% del total) señalan tener hoy una cuenta de ahorro a plazo fijo. Ninguna de ellas había tenido una cuenta de ahorros antes del programa del proyecto Corredor y solo diez de ellas habían hecho algún trámite en una agencia bancaria (principalmente en el Banco de la Nación).

Además, el empoderamiento logrado es sorprendente: las ahorristas están orgullosas de sus cuentas, de sus conocimientos, de poder explicar cómo se calcula el interés que les pagan en sus cuentas, de ser clientas, de tener su tarjeta de ahorros.

Hasta acá todo muy bien, pero ¿cuál es la novedad? Las mujeres aprendieron a usar un instrumento sencillo como una cuenta de ahorros y ahora conocen sus atributos positivos y, aparentemente, dado que siguen ahorrando y usando sus cuentas, estos son mayores que los negativos. Dos novedades muy simples: la cuenta les sirve, les permite manejar mejor sus limitados recursos y ellas, las mujeres rurales, indígenas, pobres, con poca educación formal, pueden ser ahorristas del sistema financiero, es decir, clientas, y, a partir de ahí, decidir qué otros servicios financieros requieren.

La mayor parte de los esfuerzos de inclusión financiera pasan por ofrecer crédito. Sin embargo, el ahorro es un servicio financiero tan o más importante, pues no genera obligación, no exige tener un proyecto productivo, los solicitantes no deben ser evaluados. Quizá la evidencia de estos programas nos haga revalorar la idea de comenzar la relación financiera de manera más simple, menos exigente y menos agresiva, es decir a partir del ahorro.

La mayor parte de los esfuerzos de inclusión financiera pasan por ofrecer crédito. Sin embargo, el ahorro es un servicio financiero tan o más importante, pues no genera obligación, no exige tener un proyecto productivo, los solicitantes no deben ser evaluados. Quizá la evidencia de estos programas nos haga revalorar la idea de comenzar la relación financiera de manera más simple, menos exigente y menos agresiva, es decir a partir del ahorro.3

La pregunta es por qué, si les es útil, no usaban estas mujeres desde antes una cuenta de ahorros. ¿Por qué hay millones de mujeres (y hombres) que no saben si les conviene o no usar una cuenta de ahorros? Los proyectos mencionados no han hecho nada demasiado sorprendente, pero sí ingenioso y útil, y lo han hecho bien: diseñaron una metodología para brindar información útil, crearon un mecanismo de aprendizaje y de generación de confianza en el sistema y ofrecieron un premio para aquellas que se animaran a probar. Una vez que probaron y encontraron útil la cuenta, es decir, una vez que vencieron la restricción de acceso al sistema, todo fue solo para mejor. Tomaron ventaja del nuevo instrumento. No todas las ahorristas seguirán ahorrando en sus cuentas, cada una hará uso de ella, o no, dependiendo de si les conviene, de si la cuenta les es útil y funcional.

Para llegar al punto en el que cada mujer decide si quiere o no seguir ahorrando, tiene que haber podido evaluar el servicio financiero y para ello tiene que haber accedido y usado el mismo. El proceso de acceso a servicios financiero pasa por vencer el miedo y la desconfianza. La capacitación en temas financieros, los intercambios de experiencias entre ahorristas, las visitas guiadas a entidades financieras y el contar con “documentos” (la libreta de ahorros, los vouchers, etc.) fueron importantes en generar confianza entre las mujeres. Pero también fue clave conocer la existencia del Fondo de Seguro de Depósito, el contar con bajos niveles de inflación y tasas de interés reales, bajas pero positivas, y con un esquema de ahorro sin costos de mantenimiento (el del sistema microfinanciero formal). Las ahorristas no llegan con una posición neutra, ni solamente desinformada, sino con mucha desconfianza y suspicacias. Es decir, no basta con informar.

Las lecciones aprendidas

Una de las principales lecciones que deja la experiencia del Proyecto Corredor con respecto al fomento del ahorro es que las clientas potenciales del sistema financiero que no poseen información sobre el sistema ni maneras de ingresar a él solo logran acceder y usar el sistema financiero una vez que lo conocen, que entienden cómo funciona y le tienen un mínimo de confianza. El programa tiene como pieza fundamental el programa de educación financiera, la visita guiada a la institución financiera, los intercambios de experiencias entre ahorristas y el ofrecer a las señoras un soporte presencial, alguien de confianza a quien preguntar.

Esta constatación, obvia por cierto, debe llevarnos a una reflexión mayor sobre la existencia de mecanismos que limitan el acceso al sistema financiero para aquellos que no están insertos en él. No hay quien nos informe, no hay a quien preguntar. La pregunta pendiente es por qué en el Perú, donde tenemos un desarrollo microfinanciero especialmente interesante por su grado de formalidad y solidez, no hay políticas de información sobre el acceso y uso del sistema financiero. Salvo unos pocos esfuerzos de algunos intermediarios privados, orientados a un público urbano que ya es usuario del sistema, no hay un esfuerzo del sector público ni del ente regulador (SBS) ni de las asociaciones de intermediarios (ASBANC, ASOMIF, Federación de Cajas Municipales) por ampliar el rango de información y capacitación más allá de los usuarios actuales.

Este ejemplo concreto y focalizado debe permitirnos cuestionar cómo venimos promoviendo la inclusión. Si este grupo, tan complejo de atender con servicios de calidad, puede atenderse solo una vez que encuentra los mecanismos que le convienen, que le sirven, que son funcionales a sus estrategias de desarrollo, quizá será más eficiente tomar ventaja de ideas como esta y promover su inserción a través de instituciones que, como el sistema financiero, les permitan ampliar sus opciones e insertarse como ellas quieran. Seguro que esto es mejor que seguir tratando de llegar con alimentos, con decisiones desde fuera de cómo y dónde deben poner su esfuerzo y sus recursos y de cómo deben manejarse para salir adelante.


* Carolina Trivelli y Johanna Yancari son economistas, investigadoras del IEP

  1. Credinka, Caja Los Andes, Caja Sur, CMAC Cusco, CMAC Tacna, entre otras 
  2. Este grupo de mujeres, que son parte del grupo piloto de este proyecto, firmó un contrato con el Proyecto Corredor donde el proyecto se comprometía a acompañar a las ahorristas durante ese tiempo no solo con capacitación sino otorgándoles incentivos monetarios complementarios a los esfuerzos de ahorro individuales. Por ejemplo, si una ahorrista incrementaba su saldo promedio en 40 soles o más, el proyecto le entregaba como incentivo hasta 15 soles en un mes.