Carlos Meléndez y Alberto Vergara (eds.). La iniciación de la política. El Perú político en perspectiva comparada. Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 2010.

Argumentos me ha pedido escribir la reseña de la revista sobre La iniciación de la política. De arranque quisiera señalar que me resulta muy grata esta tarea porque muchos de los autores son buenos amigos, y me consta que se embarcaron con mucha convicción —y sin mayores expectativas de réditos inmediatos- en el esfuerzo de “iniciar” la disciplina en el país.
Qué dice el libro
El libro consta de tres clases de artículos. Primero, aquellos que por la sistematización de información que realizan sus autores prometen volverse la introducción obligada a los nuevos “cachimbos” en ciencia política. El artículo de Muñoz probablemente reemplace a esas lecturas vetustas de Sartori o Collier que los primeros estudiantes de ciencia política tuvimos que engullir para entender —aún en términos muy ajenos— qué es la política comparada y cuál es su método. También valioso como balance es el artículo de Dargent sobre los temas en que “el caso peruano” ha sido parte de la literatura anglosajona. Balances igual de esclarecedores y necesarios, ya sobre temas específicos, encontramos en los artículos de Paredes (politización de lo indígena), Arce (conflictividad social), Perla (minería e institucionalidad política), Camacho (opinión pública peruana) y Aragón (cultura política). Me hubiera gustado poder explayarme más sobre estos textos; lamentablemente el espacio es limitado, por lo que haré en lo que sigue referencias puntuales sobre algunos de ellos.

Sin embargo, este libro sí se inserta en un debate sobre la forma de hacer investigación en ciencias sociales (lo que quedó claro en su mesa de presentación en diciembre pasado).[…] El verdadero punto de tensión, a mi parecer, radica en un tema del que nadie habla: bajo qué criterios se selecciona el objeto de estudio.

Un segundo tipo de artículos son los que intentan generar “conocimiento nuevo” sobre la base de evidencia. A ello apuntan Paredes (ciertamente con una entrada más histórica), Valladares, Torres, Arce y Carrión y Meléndez. Es curioso constatar que solo el artículo de Paredes hace suya una metodología cualitativa de análisis, con un trabajo de entrevistas. La autora enfatiza la idea de la importancia de la autonomía de las esferas para generar actores consolidados: la politización de lo indígena en Perú se fragmenta desde los años noventa como producto de la trasposición que hubo en los años ochenta entre izquierda y movimientos indígenas. Lecturas complementarias pueden darse entre este texto, el de Arce y el de Perla, muy a propósito de la conflictividad social creciente de los últimos años en un contexto minero e indígena. Sería interesante explorar, por ejemplo, cómo el escenario hostil hacia los movimientos indígenas —del que habla Paredes— se retroalimenta con el escenario de debilidad institucional local que detecta Perla en su artículo.
Los otros tres autores se basan en un abordaje cuantitativo. Valladares desarrolla su artículo sobre la tendencia progubernamental del voto y la unidad en este de los parlamentarios del Congreso peruano. Interesantísimos hallazgos sobre el comportamiento del Partido Nacionalista coronan el capítulo (¿sabía usted que el partido de Humala votó más unido cuando respaldaba al Gobierno que cuando lo contradecía?). Torres retoma la pregunta sobre los condicionantes del apoyo a la democracia, y a través de análisis bivariado y multivariado, encuentra que los factores económicos no explican exclusivamente el apoyo a la democracia en los peruanos. Arce y Carrión, por el contrario, sí encuentran una relación entre economía y aprobación presidencial: la inflación (en tiempos de crisis) y el sueldo (en tiempos normales) determinan dicha aprobación. No obstante que los tres estudios —en orden creciente diría yo— manejan perspectivas cuantitativas “duras”, todos llegan a conclusiones que un buen trabajo cualitativo también podría abordar a través de una etnografía parlamentaria o mediante grupos focales. Estos trabajos son un excelente ejemplo de cómo varios caminos conducen a Roma, algo en la base de las recomendaciones del artículo de Camacho.
Un tercer tipo de artículos son aquellos que hacen un análisis epistemológico/metodológico/teórico de viejas hipótesis (propias o ajenas) sobre las que diversas perspectivas han debatido. Son los artículos de Vergara, Tanaka y Meléndez. En líneas generales, estos artículos, junto a la introducción de Vergara y Meléndez y las conclusiones de Tanaka, son los que más ensalzan la idea de “la iniciación” del análisis político que ha significado redescubrir para la academia peruana viejos y nuevos textos de la ciencia política americana. El mayor ejercicio de conciliación lo hace Vergara al introducirnos a las bondades del pluralismo de perspectivas para tratar acerca de los orígenes del régimen de Fujimori. Tanaka, desde un punto de vista equidistante, replantea su formulación original sobre el colapso del sistema de partidos a la luz de lo acontecido en los últimos años en el área andina: las reformas políticas plasmadas en instituciones y cambios contextuales (descentralización y participación principalmente) han debilitado aún más la agencia de los partidos políticos. Meléndez, más explícitamente, debate con la perspectiva del congelamiento de clivajes de Lipset y Rokkan, y, a través del uso de indicadores, encuentra un verdadero hallazgo: la capacidad de agencia del Partido Aprista para procurarse victorias en unidades subnacionales sin élites políticas estables.
“Ser testigos privilegiados”: una reflexión sobre la academia, los investigadores y la selección del objeto de estudio
Como se puede ver, el libro conjuga balances con análisis de evidencia y debates teóricos. Tiene entre sus principales activos un sólido conocimiento de la literatura peruana sobre distintos temas, un refrescante acercamiento a la literatura anglosajona y un inequívoco espíritu crítico frente a esta y aquella. Es difícil no obstante hacer una evaluación general del libro por la naturaleza disímil de sus artículos e investigadores. Así, varios autores del libro no parecieran comulgar con las preocupaciones epistemológicas, metodológicas y teóricas de los editores y del comentarista principal, Martín Tanaka (o en todo caso, sus artículos no reflejan esa tensión). Ello descoloca un poco las pretensiones del libro como unidad, aunque termina tranquilizando a todos aquellos que no quisiéramos ver una prematura formación de escuelas en la academia peruana (como bien apunta Vergara: ¿escuelas? ¿Sobre qué textos, si casi no hay nada escrito?).
Sin embargo, este libro sí se inserta en un debate sobre la forma de hacer investigación en ciencias sociales (lo que quedó claro en su mesa de presentación en diciembre pasado). Algunos han interpretado este debate como uno entre “escuelas”, métodos e incluso entre posiciones políticas mal soterradas. Creo que el debate no pasa por ninguna de estas tres esferas: este libro muestra a autores que abrazan teorías de alcance medio (ni holismo ni individualismo metodológicos), que apuestan por métodos cualitativos y cuantitativos según la pertinencia para el objeto de estudio, y —para variar— con posiciones políticas de lo más diversas. El verdadero punto de tensión, a mi parecer, radica en un tema del que nadie habla: bajo qué criterios se selecciona el objeto de estudio.

Todos tenemos una realidad que nos es muy cercana y que, bien diseccionada, tiene implicancias directas en lo político. Respecto a la política no hay “seis grados de separación” (como reza el famoso experimento), generalmente hay uno.

Alguna vez escuché a Ivan Thays citar a Manuel Puig —escritor argentino conocido por su novela El beso de la mujer araña—, quien señalaba que, para escribir (novelas, se entiende), había que contar historias de las que uno fuera “testigo privilegiado”. A manera de ejemplo, si me lo propusiese, podría hacer una novela sobre las vicisitudes de Amelia Earthart en su vuelo fallido por el Pacífico o acerca de los últimos días del caído en desgracia general Petain. Por supuesto, podría comprar/fotocopiar/importar libros sobre el tema, eventualmente aprender inglés y francés y, si el sueldo politicólogo alcanza, viajar a la Polinesia o alPays de la Loire. Sin embargo: ¿qué me ata a las historias de una voladora americana y un general francés? Soy testigo de sus historias como puede serlo la gran mayoría de personas en capacidad de informarse por un libro o por entrevistas. ¿Son esas las historias sobre las que autorizadamente puedo escribir? ¿No habrá historias más cercanas a mí que también merecen ser contadas? ¿De qué exactamente soy testigo privilegiado?
Creo que un debate muy similar se da en las ciencias sociales. Hay dos formas de elegir un objeto de estudio. La primera, más sencilla, es asirse de un tema que sea parte de una “agenda de investigación” en ciencia política. ¿Qué o quién determina la legitimidad de una agenda de investigación? En buena medida son los recursos, que pueden ser económicos (el famoso financiamiento) o el “prestigio”. Esta estrategia, si bien legítima, puede llevarnos a que problemas pensados desde otras latitudes (bien sea “desde el norte” o “desde el sur”) terminen extrapolándose arbitrariamente al escenario local, regional o nacional peruano.
El segundo modo de elegir un objeto de estudio es el de pensarse como “testigo privilegiado” de algunos procesos que, a la gran mayoría, se le escaparía. Y aquí las consideraciones normativas (y hasta emotivas) son muy importantes y debieran ser explícitas para los estudiantes. Por ello, veo con muy buenos ojos los trabajos en ciencia política cuya motivación de fondo es tan simple como “estudio Cajamarca porque soy de Cajamarca” o “estudio discriminación contra las mujeres porque soy mujer”. Este tipo de investigaciones son una mejor garantía de que ninguna agenda de investigación prime por factores meramente económicos y/o de “prestigio”, así como de que se cumpla el ideal kuhniano de una ciencia en permanente fluidez.
Si bien los medios de comunicación nos crean la imagen de que “conocemos” muchas realidades (la global y la nacional, principalmente), los resultados políticos no hacen sino confirmarnos que todavía escribimos sobre historias que conocemos muy parcialmente. La subvaloración de la votación por Humala, creo, es un buen ejemplo: como comentaba una amiga investigadora, en muchos pueblos del Perú nunca hubo otra opción que Humala para las pasadas elecciones presidenciales. Mientras, en Lima, algunos pensábamos que Keiko Fujimori disputaría “voto a voto” a Humala en zonas rurales por el famoso “recuerdo del padre” (creencia que ha gobernado nuestras explicaciones sobre la fuerza del fujimorismo). En ese sentido, una recomendación final para los estudiantes de pregrado pensando en artículos o tesis: no escriban sobre temas que les parezcan de moda (que además probablemente estuvieron de moda hace veinte años) ni mucho menos le cedan ese privilegio a su asesor/profesor favorito. Todos tenemos una realidad que nos es muy cercana y que, bien diseccionada, tiene implicancias directas en lo político. Respecto a la política no hay “seis grados de separación” (como reza el famoso experimento), generalmente hay uno. Y, por supuesto, desde esa experiencia cercana van a poder construir conocimiento más sofisticado en los años venideros (quién sabe, hasta quizás formen su propia agenda de investigación).

 * Politólogo, investigador del IEP.