Pese a todo lo escrito sobre el punto, sigue siendo complejo analizar la situación política de los partidos, movimientos y militantes que cuestionan puntos medulares del orden actual y exigen su transformación: “las izquierdas”, para continuar usando el término. A diferencia de la elección anterior, en la que personalidades, colectivos, partidos y ciudadanos que apostaban por cambios al modelo terminaron acompañando o votando por Ollanta Humala, el panorama esta vez se presenta difuso. Como sea, el tablero vuelve a moverse, y se generan encuentros y distanciamientos, al tiempo que se levantan determinados temas y aparecen algunas figuras.

En un contexto donde los candidatos que las encuestas anuncian como favoritos representan la aplastante continuidad de veinte años de política conservadora, resultaría más que refrescante contar con una opción crítica y transformadora que aglutine el voto de descontento y rechazo al sistema. Justamente, el presente artículo se propone analizar cómo llegan las izquierdas a las próximas elecciones y qué podría esperarse de su desempeño. Se abordan así algunas ideas respecto a la tan mentada crisis de representación y se analizan las distancias y cercanías electorales que se configuran, ensayando además algunas ideas sobre las posibilidades de encuentros que puedan contribuir no solo a un triunfo electoral, sino también a la consolidación de un proyecto histórico de poder para las mayorías.

Acerca de extraviarse… o de “¿cómo llegamos hasta aquí?”

Las izquierdas continuaron en la crisis orgánica y programática anterior al fujimorismo, una etapa signada por la afirmación de Ollanta Humala como líder opositor.

Para no ir muy lejos en la historia contemporánea, podríamos situarnos en la coyuntura abierta tras la caída del fujimorismo. Pese a que las movilizaciones fueron protagonizadas básicamente por gremios, sindicatos, frentes de defensa, militantes y activistas cercanos a las izquierdas, estas no lograron (re)posicionarse como un proyecto político y menos como una opción electoral. Mientras partidos como el APRA, el PPC o AP lograron una rearticulación, las izquierdas continuaron en la crisis orgánica y programática anterior al fujimorismo, una etapa signada por la afirmación de Ollanta Humala como líder opositor y el ascenso de la conflictividad generada por la actividad y expansión de las empresas extractivas (mineras y petroleras) como eje de impugnación al modelo neoliberal continuado y defendido por la clase política. Miles de campesinos e indígenas se movilizaron así para protestar por la contaminación de las empresas extractivas o exigir una mejor redistribución de los beneficios. En este marco es que, bajo el liderazgo de Marco Arana, se forma Tierra y Libertad (TyL), con bases situadas principalmente en Cuzco y Cajamarca.

Ya durante el gobierno de García, grupos de izquierda como Tierra y Libertad, Fuerza Social, Patria Roja y otros logran concretar un esfuerzo unitario para las elecciones municipales de 2011 que llevó a la alcaldía de Lima a Susana Villarán. Este impulso animó a dichas organizaciones a presentar una sola lista electoral para las presidenciales de 2011, situación que finalmente no prosperó. De este modo, Humala, con el Partido Nacionalista y personalidades de izquierda agrupados en Ciudadanos por el Cambio (CxC), llegaron al gobierno, y, como es de dominio público, a los pocos meses el Gobierno se alineó con la agenda conservadora, desechando promesas de cambio y aliados progresistas. Esto significó nuevas movilizaciones, principalmente en torno a la agenda extractiva y redistributiva, así como renovados esfuerzos de articulación de los grupos de izquierdas, incluyendo a las y los nacionalistas que rompieron con el Gobierno. Sin embargo, las elecciones municipales de 2014 evidenciaron otra vez las dificultades de articulación, y mientras TyL, Patria Roja y otros grupos del Frente Amplio (FA) discutían si era viable o no una alianza con Perú Posible, Susana Villarán junto a CxC lanzaba su candidatura usando la inscripción de un grupo llamado Diálogo Vecinal. Los resultados fueron democráticamente lamentables tanto para el Frente Amplio como para Diálogo Vecinal (hoy Únete) y marcó una distancia entre ambos sectores que se ha mantenido con algunas variantes hasta la fecha.

La distancia que nos separa

Ad portas de una nueva temporada electoral, el espectro de grupos de izquierdas nuevamente se encuentra discutiendo respecto a la “unidad” y en qué términos debería darse. De un lado se cuenta el Frente Amplio, integrado por Tierra y Libertad, que logró su inscripción y cuenta con figuras como Marco Arana, Pedro Franke o Marisa Glave. A ellos se suman el Movimiento Sembrar, liderado por Verónica Mendoza y otros colectivos como el Movimiento Pueblo Unido. De otro lado, se cuenta el Movimiento por otra Democracia Únete (ex CPUFI), que integra al colectivo Ciudadanos por el Cambio, con figuras como Salomón Lerner y Rosa Mavila; a Fuerza Social, de la exalcaldesa Susana Villarán; y al Partido Humanista, de Yehude Simon, que cuenta con la inscripción, entre otros. El FA ha manifestado que uno de los puntos centrales para no avanzar en una alianza con Únete es el liderazgo de Simon, premier en el segundo gobierno de García y responsable de hechos como el Baguazo. A la inversa, Únete ha criticado el supuestamente exacerbado “antiextractivismo” del FA, lo cual impediría una alianza o acercamiento más concreto. Pueden contarse también el Bloque Nacional Popular, que agrupa a congresistas y dirigentes desligados del nacionalismo como Sergio Tejada, y no debe olvidarse a Patria Roja, cuya dirigencia duda todavía de lanzar la candidatura de Goyo Santos.

¿La unidad de estos grupos favorece un triunfo electoral en 2016? Si, como demuestran los resultados de las elecciones anteriores, cada vez que las izquierdas van dispersas los resultados son pobrísimos, la respuesta debería ser sí, pues la articulación de fuerzas contribuye a incrementar los votos. Pero, complejizando la pregunta, ¿es la falta de unidad lo que impide el triunfo de la izquierda?

No es la falta de unidad el elemento central que impide el triunfo de las izquierdas, y por lo tanto no basta con plantearse articulaciones tácticas, coyunturales o de aparente recambio generacional.

No es la falta de unidad el elemento central que impide el triunfo de las izquierdas, y por lo tanto no basta con plantearse articulaciones tácticas, coyunturales o de aparente recambio generacional. Las izquierdas se encuentran en una prolongada situación de crisis y repliegue más bien por la confluencia de una serie de factores programáticos y de sentido. Es difícil identificar hoy la agenda programática de la izquierda respecto a los principales problemas del país. Por ejemplo, es ampliamente conocido que los grupos que defienden el statu quo —la “derecha”, para continuar usando el término— abogan por un libre mercado irrestricto, la reducción del Estado, la profundización de las actividades extractivas o el bloqueo a derechos sexuales y reproductivos. Desde las alternativas de izquierdas, más allá de la crítica genérica al modelo, ¿qué se dice sobre la economía informal que emplea a miles de trabajadores? ¿Qué se propone sobre el tema ambiental productivo? ¿Cómo se piensa financiar el desarrollo si llevamos décadas en que los grupos de poder nos dicen que la única vía es el fomento a la inversión extractiva? Todavía no se difunde lo suficientemente un programa que hable fuerte sobre la base de puntos clave como bienestar, redistribución, universalidad y libertades individuales, banderas históricamente de las izquierdas que otros hábilmente hoy instrumentalizan.

A ello puede sumarse una crisis de identidad colectiva o, como diría Flores Galindo, de horizonte utópico. Hay un agotamiento del discurso y de los referentes que dieron vida y sostuvieron a las izquierdas durante el siglo XX, al punto que hoy la palabra ha perdido contenido. Un joven de cualquier ciudad intermedia, salvo que provenga de un entorno inmediato muy politizado, no relaciona la izquierda ni con personajes históricos concretos, ni con la posibilidad de un futuro mejor, y a las izquierdas les resulta difícil conectar con las nuevas sensibilidades emergentes y proponerles un horizonte atractivo, una visión del país en la que las mayorías, los menos favorecidos por el sistema, tengan cabida para vivir dignamente, y eso los movilice o por lo menos los lleve a votar y defender su voto. En esto tiene mucho que decir la ausencia de una “intelectualidad” que renunció a producir pensamiento crítico conectado a las subjetividades populares, y que no se ve renovada en las nuevas generaciones (y si hay algún esfuerzo, debe ser bastante marginal).

Mientras tanto, la densidad de las transformaciones del mundo popular peruano signa un panorama de subalternidad expresado tanto en la subordinación de los sectores populares a la clase dominante cuanto en la subjetividad política de los mismos actores y su imposibilidad de asumirse como sujetos de cambio. 1

Predomina así la aceptación relativa de la dominación existente, donde las inercias del sistema retroalimentan lógicas burocráticas y bloquean la posibilidad de que el potencial emancipador de las luchas se expanda y concrete en formas alternativas de producción y reproducción de la vida. Se consolida así una forma de relacionamiento colectivo con el poder que oscila entre la sumisión, la negociación, el caudillismo y la resignación, abonando al repliegue y la salida individual y pragmática, que frenan cualquier posibilidad de articulación sostenida.

Epílogo: el desafío del poder

Si bien ninguna de estas crisis se resolverá en el corto plazo, soslayarlas banaliza el análisis y nos encierra en el círculo de la explicación coyunturalista y la tentación de sugerir salidas apuradas. En tal sentido, el desafío para las izquierdas en esta nueva temporada electoral es grande y complejo. Si quieren tener un desempeño electoral razonable, tendrán que apurar algunos movimientos tácticos, visibilizar los liderazgos más atractivos e impulsar una articulación pensando menos en la disputa interna y más en el entorno despolitizado, descontento con la continuidad conservadora que encarnan quienes hoy puntean en las encuestas. Si se quiere reconstruir un instrumento político de aliento histórico que represente los intereses de las mayorías, tienen que fortalecer la construcción de un discurso programático a la altura de las transformaciones de nuestro país.

Si quieren tener un desempeño electoral razonable, tendrán que apurar algunos movimientos tácticos, visibilizar los liderazgos más atractivos e impulsar una articulación pensando menos en la disputa interna y más en el entorno despolitizado.

A estas alturas, parece quedar claro que si las izquierdas tienen una actuación demasiado mediocre este 2016, el panorama de construcción con miras al bicentenario será mucho más complicado. Con Keiko Fujimori, Alan García o PPK en el gobierno y sin una oposición en el Congreso potente y articulada, no solo se consolidará la ruta económica neoliberal, con su dosis de represión, exclusión y beneficios para los grupos de poder; también se profundizarán medidas regresivas contra las libertades individuales, los derechos sexuales y reproductivos, y se mantendrá la impunidad frente a la corrupción y las violaciones a los derechos humanos. Peor aún, sin inscripción electoral, las fuerzas de izquierda, además de abocarse a recoger firmas, deberán disputar la representación de los sectores populares a otras fuerzas no necesariamente progresistas, incluyendo a Antauro Humala, que tras cumplir su pena probablemente volverá a la política, junto a sus reservistas, por cierto.

Avanzar en la construcción de la izquierda como proyecto histórico y conseguir a la par ser una opción de poder electoral demanda replantear estrategias y asumir distintas formas de creación y lucha. Ello trasciende ampliamente los procesos electorales, pero de ningún modo los niega e imposibilita, más aún en un contexto despolitizado como el peruano, pues estos momentos impulsan debates y disputas, desnudan estructuras, hacen tomar partido y varían correlaciones. Las izquierdas no tendrían que abandonar la batalla por ganar las elecciones de 2016. Más allá de las todavía precarias confluencias y las múltiples crisis y subalternidades, hay variables concretas en el escenario que pueden obrar en favor de conseguir importantes triunfos. Por mencionar algunas, es claro que existe un amplio sector de la población descontento con dos décadas de continuismo, que desconfía de Keiko y García, que quiere oír voces renovadas y honestas, pero a la vez decididas a empujar transformaciones. De otro lado, en Lima, pero sobre todo en las regiones, hay procesos de construcción política en curso que se atreven a cuestionar las lógicas del capital junto a una generación de hombres y sobre todo mujeres que pueden propiciar esa conexión con las mayorías tantas veces pérdida. Mientras tanto, los calendarios se acortan y se acrecienta el desafío. Le tocará a los grupos de izquierda operar en ese complejo escenario haciendo realidad el viejo reclamo político leninista de conciliar audacia con buen cálculo político. Difícil, pero aún nada está dicho.


  1. Véase Modonessi, M. (2010). Subalternidad, antagonismo y autonomía: marxismos y subjetivación política. Buenos Aires: Clacso.