En su análisis de la sociedad local, Salas enfatiza dos aspectos: el carácter dinámico de los sistemas sociales andinos –que lejos de funcionar a través de reglas estáticas permiten a los individuos cierta libertad de acción– y los estrechos lazos que vinculaban a los pastores de Yanacancha con los pisos bajos, con el distrito, con el norte chico de Lima y con la capital.
El pastoreo de puna en Yanacancha no era coordinado por las dos comunidades campesinas del distrito sino que funcionaba a través de la familia extendida, articulada alrededor de una misma manada de ovejas. Salas clasifica a las familias vinculadas con el pastoreo como permanentes, alternantes y visitantes, dependiendo del tiempo que pasaban en la puna. Los permanentes cuidaban a los animales de los alternantes y visitantes a cambio de productos de otros pisos ecológicos y de una ayuda en caso de necesidad. Esta reciprocidad entre permanentes y alternantes/visitantes podía ser no explícita (en el caso de parientes cercanos), o explícita cuando el parentesco era lejano o inexistente. Una familia de pastores tenía varios hijos; algunos se quedaban como residentes permanentes en la puna y formaban familias allí (cultivando en los pisos bajos como actividad secundaria), mientras que la mayor parte se trasladaban al valle o a las ciudades, conservando animales en la manada familiar. El autor desarrolla un modelo dinámico de ciclos de vida de las familias, en base a los esquemas de Chayanov, donde el transcurrir del tiempo y la actuación de las personas son esenciales para entender la reproducción del acceso a los recursos. El acceso a los pastos generalmente no se basaba en la (muchas veces confusa) propiedad legal sobre la tierra sino en el tiempo de residencia y la cercanía de parentesco. Salas también examina las formas de política en la comunidad de San Marcos. Al ser las comunidades campesinas del distrito relativamente recientes, el mayor espacio de lucha política era el municipio, marcado por la pugna entre dos facciones de ex-hacendados y sus seguidores.
El libro luego se traslada a la empresa minera; ya que Antamina es vista como el ejemplo paradigmático de “minería moderna,” el autor se detiene a examinar este paradigma como un caso particular de la ideología de modernidad, en general. Salas contrasta los dos tipos ideales de “minería tradicional” (pre-años noventa) y “minería moderna” que subyacen en el discurso público. Esta oposición mistifica y a la vez ayuda a constituir la realidad. La mayor diferencia entre minería “tradicional” y minería “moderna,” dice Salas en la conclusión, es que la última tiene mucha más capacidad de inversión, y que a la vez se ve obligada a responder a las mayores protestas de las comunidades y la sociedad civil internacional.
Antamina aparece concretamente como una combinación de ambos tipos ideales. Si bien desde un principio se hablaba de respetar las costumbres de la población y promover su desarrollo –compromisos asumidos para poder recibir un seguro de riesgo de inversiones del Banco Mundial y el MIGA– muchos de los funcionarios desconocían o no le daban importancia a estas políticas oficiales. Se daban conflictos culturales dentro de la empresa, y la “lógica del capital” terminó predominando sobre las ideas de responsabilidad social.
Antamina prometía reubicar a la población a una zona igual o mejor (de acuerdo a la directiva 4.20 del Banco Mundial). Un cambio en el cronograma de construcción, y el ingreso de la constructora transnacional Bechtel, llevaron a realizar un desalojo apresurado y con compensación monetaria, no de tierras. Los pastores permanentes recibieron en promedio $30,000 por familia a cambio de perder sus pastos. Ellos hicieron lo mejor que pudieron al invertir el dinero (proceso que el autor analiza en detalle), pero sentían que este no compensaba por el recurso perdido, pues “el dinero no es como las ovejas;” en una zona sin oportunidades de inversión de capital, el dinero no se reproduce como los animales.
La compra de tierras no tomó en cuenta los sistemas de uso locales, favoreciendo a algunas familias con títulos de propiedad que ya no mantenían vínculos con las parcelas. Estas terminaban teniendo más injerencia sobre el proceso que las que dependían de los pastos. El proceso de reubicación no consideró la articulación de parientes alrededor de manadas; los alternantes y visitantes no recibieron compensación por reubicación. Sin embargo, el sistema local se adapta a la pérdida de pastos sin tener que cambiar su lógica básica. Los pastores permanentes pasan a ser agricultores en los pisos bajos, enviando animales a otros pastos (aumentando la presión sobre estos) y convirtiéndose en alternantes o visitantes.
El libro de Guillermo Salas constituye una contribución muy original y útil para comprender la interacción entre minería y sociedad local, pues combina el estudio detallado de la organización de la producción en ciertos tipos de espacios andinos con el análisis del funcionamiento de una gran empresa minera y de las ideologías de la modernidad. La escasez de perspectivas subjetivas y de citas directas es una debilidad que el autor admite en el prefacio, y que se debe a que la investigación no estaba originalmente planificada para un libro de esta naturaleza. Además, al libro le falta problematizar un poco más la dicotomía entre minería “tradicional” y “moderna.” Si bien la conclusión del libro deconstruye la oposición entre las dos, en el resto del texto el autor a veces parece utilizarlas como categorías analíticas válidas. A nivel nacional, las continuidades entre la minería pre- y post-años noventa son mayores, y las rupturas menores, de lo que este uso implica.
Un área que está ausente en muchos de los recientes estudios sobre relaciones minería-comunidad es el análisis de la economía política de la explotación de recursos naturales. El libro de Salas toca este aspecto al analizar los desencuentros entre la perspectiva de la población y de la empresa. Mientras que esta última presentaba sus programas de desarrollo como producto de su responsabilidad empresarial y de su deseo de no crear dependencia, los pobladores los veían como compensación por el recurso no-renovable que era extraído de su tierra; más aun, esta compensación era vista como insuficiente comparada con las ingentes riquezas que Antamina se llevaba al extranjero. El libro pudo haber profundizado más en estos temas, por ejemplo, haciendo una comparación detallada de los programas sociales de empresas como Antamina con los de la minería pre-años noventa en proporción a los recursos que cada una ha tenido (¿es necesariamente más generosa la “minería moderna”?). Aspectos como este pueden formar parte de futuras investigaciones sobre el proceso social de la minería. El libro de Salas nos muestra la importancia de ir más allá de lo coyuntural y examinar rigurosamente los sistemas sociales de las zonas mineras. Futuros estudios podrían aplicar este rigor a otros aspectos, como la dinámica social del trabajo minero en la actualidad o la interacción entre capitales mineros a nivel global.
- La mesa verde del libro de Guillermo Salas será el miércoles 15 de abril a las 11:30 a.m. en el IEP. Comentan el libro: Marisa Remy y Alejandro Diez ↩
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