En la Segunda Cumbre Empresarial de la ALC-UE (América Latina y El Caribe-Unión Europea), el presidente García se pasa cerca de cuatro minutos remachando una idea que se resume en esta frase (suya): “Sin libertad política, no hay libertad económica, no hay inversión. Y viceversa, sin libertad económica no existe verdaderamente la libertad política”. Si el Presidente arriesga el tedio de su auditorio, es porque quiere dejar en claro que el único orden social aceptable para el siglo XXI es aquel donde capitalismo y democracia se hallan inextricablemente enlazados, a saber, el orden liberal democrático. Y sin embargo, mientras avanza en su discurso, el lazo entre democracia y capitalismo empieza a deshacerse en favor de la primacía de este último: “Una democracia de pobreza, de distribución de recursos escasos, una democracia de administración de miseria, no es ni socialismo ni democracia, es simplemente miseria y recursos escasos. Para que haya democracia se necesita inevitablemente crecimiento”. Entiéndase bien: no es sólo que una democracia sin capitalismo no pueda dar una buena calidad de vida a sus ciudadanos. Es, además, que sin el crecimiento económico del sistema capitalista la democracia no es realmente democracia.
Admitamos que si García puede modificar la definición de democracia de esta manera, es porque ella es un significante flotante, es decir, un significante vacío, sin significado, que solo adquiere uno a través de otros significantes. Tanto los norteamericanos como los soviéticos, tanto los soldados peruanos como los militantes de Sendero Luminoso, se han colocado sin intención deshonesta bajo el estandarte de la democracia. Y es que, en rigor, un significante no produce un significado por sí solo; para que haya un significado, debe haber al menos dos significantes. Con el significante es igual que con la mercancía: sin la mercancía B que le sirva de espejo, la mercancía A no tiene valor de cambio: de igual manera, sin el espejo del significante “esencial” (democracia socialista) o del significante “formal” (democracia burguesa), el significante “democracia” no tiene un significado preciso. A pesar de que democracia es un significante que rige el campo de la política (un significante amo) —cualquier grupo o partido que se oponga a la democracia es inmediatamente descalificado del juego político—, este no significa realmente nada sin otro significante.
[…] la definición de García es aun más audaz que las anteriores. Para él, en el concepto de democracia, en el corazón mismo de su concepto, se aloja el capitalismo. La democracia es ahora el capitalismo más todo aquello que en la democracia no presenta obstáculos para el capitalismo.
No obstante, la definición de García es aun más audaz que las anteriores. Para él, en el concepto de democracia, en el corazón mismo de su concepto, se aloja el capitalismo. La democracia es ahora el capitalismo más todo aquello que en la democracia no presenta obstáculos para el capitalismo. O para decirlo mediante una fórmula sencilla: Democracia = Capitalismo + Democracia pro-capitalista. Luego de esta definición, ya no provoca decir que la democracia es el significante amo de la política. A menos que hundamos la cabeza en la tierra como el avestruz, es difícil no advertir que el capitalismo es ahora el significante amo y la democracia el significante-dama-de-compañía.
Por otra parte, el discurso de García posiciona al capitalismo y a la democracia en una secuencia temporal. No podría ser de otro modo. Si para que haya democracia se necesita crecimiento económico, el capitalismo es la precondición de la democracia. Así, reclamar hoy en día derechos democráticos es una actividad fútil. ¿Cómo sería posible exigir en la actualidad derechos democráticos cuando en el Perú no hay democracia (ya que no ha crecido económicamente lo suficiente para ser realmente una)?
Se notifica que, ante la nueva Ley democrática, todo acto democrático es antidemocrático
En una entrevista en las vísperas de la Cumbre ALC-UE, el presidente García declara lo siguiente: “Si se va a poner en juego el orden, la seguridad y la estabilidad democrática del Perú, no dude de que el Gobierno hará cuestión de Estado para que eso no ocurra. Ya están notificados” 1. Según el Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia, una notificación “es el acto de hacer saber alguna cosa jurídicamente, para que la noticia dada a la parte le pare de perjuicio en la omisión de lo que se le manda o intima”. A diferencia de un simple aviso, la notificación se realiza a través de ciertos procedimientos formales a fin de proteger a la parte de la arbitrariedad de la persona que ocupa el cargo estatal (un juez, un ministro). Para que haya realmente notificación, no basta con que la autoridad del Estado informe a la parte mediante algún amigo en común. Es necesario que la autoridad avise a la parte mediante algún rito jurídico (publicando en El Peruano, por ejemplo). Pues, una vez notificada correctamente, la parte es puesta en deuda para con la Ley; ella está obligada a realizar aquello que la Ley manda o intima; de lo contrario, habrá consecuencias…
Si decimos todo esto, no es para resaltar lo evidente: a saber, que el Presidente no ha realizado el rito necesario para que su aviso sea una notificación. Entendemos, por supuesto, que él se sirve de esta palabra de manera metafórica, mas debemos señalar que, al hacerlo, transmite a la parte la sensación de que ya está en falta para con la Ley y de que, de seguir en esta vía, el uso de la fuerza represiva del Estado estará plenamente justificado. Ahora bien, ¿cuál es la parte notificada por el Presidente? En la entrevista aludida, la parte no es otra que “un cargamontón preparado y urdido para eliminar el orden democrático en el Perú”. Al abstenerse de identificar a la parte, García implícitamente estigmatiza a todos sus opositores como enemigos de la democracia. Todos aquellos que han manifestado su descontento hacia las políticas del gobierno —ONG, organizaciones de derechos humanos, el Partido Nacionalista, sindicatos, movimientos indígenas, etc.—adquieren así el aura de la gran amenaza roja.
Digámosla de una vez: la Ley democrática ha cambiado, no es la misma de antaño. Si los opositores de García se creen amparados por ella, es porque no se han enterado de que la nueva Ley democrática prohíbe las manifestaciones democráticas que perturban la inversión extranjera, la cual hará crecer al país hasta convertirlo, en algún momento futuro, en una verdadera democracia.
Pero además, al no identificar a los notificados, García elude dar cuenta de sus faltas en específico, lo cual resulta conveniente, pues la única falta de los enemigos de la democracia ha sido expresar democráticamente su oposición al neoliberalismo aprista. Esto, sin embargo, no es lo principal. Lo principal es que, al evitar la mención de las faltas, García esquiva a la vez el enunciar la razón por la cual los notificados están de todos modos en falta con la democracia. Digámosla de una vez: la Ley democrática ha cambiado, no es la misma de antaño. Si los opositores de García se creen amparados por ella, es porque no se han enterado de que la nueva Ley democrática prohíbe las manifestaciones democráticas que perturban la inversión extranjera, la cual hará crecer al país hasta convertirlo, en algún momento futuro, en una verdadera democracia. Así, si durante la Cumbre ALC-UE ellos hubiesen producido un ruido que asustara a los inversionistas extranjeros, su acción habría sido profundamente antidemocrática, pues habrían retardado la llegada de la democracia verdadera.
A diferencia de lo que piensan ciertos sociólogos amantes del folklore, el gesto autoritario de García no es el fruto de nuestra herencia incaica o colonial. Su autoritarismo se soporta más bien en el viejo saber modernizador de que los países del Tercer Mundo necesitan concentrase en el crecimiento económico. Como lo explica Fareed Zakaria, director de Newsweek International,el intento de extender los derechos democráticos al grueso de la población tercermundista tiene como resultado un populismo que culmina inevitablemente en la catástrofe económica y el despotismo político 2. No hay mejor ejemplo de ello que el primer gobierno de García, cuya “revolución en democracia” batió records inflacionarios, empobreció radicalmente a la población y produjo las condiciones óptimas para el ascenso al poder del fujimontecinismo.
El autoritarismo de García es así el de aquel que ha aprendido la lección; no solo porque está arrepentido y no repetirá sus errores pasados sino porque ahora ha recibido, de los sectores más conservadores del país, las tablas de la Ley objetiva de la necesidad histórica, la Ley del progreso teleológico del capital. En esto, no difiere mucho de Fujimori, a quien se le entregaron las mismas tablas en una base militar. De allí la renuencia de García a reemplazar la Constitución del 93 por la del 79, así como su cada vez más explícito deseo de imitarlo en la disolución del Congreso. Irónicamente, lo que comenzó como un trasnochado pacto contra la derecha (contra la candidatura de Mario Vargas Llosa) se convirtió en una sólida afinidad ideológica de derecha. García y Fujimori tienen sin duda muchas diferencias políticas, mas ambos ocupan el mismo lugar estructural del agente-instrumento de la nueva Ley democrática.
Si se piensa que exageramos, que deformamos el sentido de las palabras del Presidente, es porque no se ha prestado suficiente atención al fin de su discurso en la Segunda Cumbre Empresarial, donde se menciona a China como una “economía ejemplar” que influirá favorablemente en el Perú y en el mundo entero. De manera sorprendente, el mismo discurso que comienza con el mantra de que no hay ni debe haber excepción al vínculo entre capitalismo y democracia, termina con el elogio del país cuyo impresionante crecimiento económico ha sido posible gracias a una igualmente impresionante represión política. China no ha crecido a pesar del sistema comunista sino que el autoritarismo de este sistema permitió amordazar a quienes se oponían al desarrollo capitalista liderado por la inversión extranjera. China no es así simplemente la excepción a la regla que, cual un desliz freudiano, irrumpe en el discurso de García para refutar que el modelo democrático-liberal sea la única vía posible para el Perú. China es el desliz que nos hace saber que, para García, el modelo a seguir es el del autoritarismo político y la libertad económica. China, entonces, no es la excepción a la regla; es la excepción que funda la regla (la Ley) desde la cual García notifica a sus opositores.
Trabajen, trabajen, que la democracia puede esperar…
Por supuesto, el Perú no calcará el modelo de China. A diferencia del Partido Comunista de este país, el partido aprista no formará a los compañeros para convertirse en una clase de administradores especializados en sacar provecho del ingreso del país a la globalización. Todo parece indicar, más bien, que el Estado aprista se limitará a servir de vínculo entre nuestra oligarquía rentista y el capitalismo internacional. Lo que sí podemos esperar es que sostenga este vínculo con un látigo asiático. Si bien García es conocido por ser el entusiasta abanderado de proyectos truncos (el tren eléctrico, la nacionalización de la banca, la lucha contra la corrupción, etc.), y a pesar de que el reciente papelón de las fuerzas del orden en Moquegua nos hace dudar sobre la eficacia de su látigo, esta vez hay que tomarlo en serio: pues, esta vez, García actúa en el sentido de una necesidad histórica producida y respaldada por las transnacionales, el sistema financiero global y los grupos de poder económico del país. Una vez más, el supuesto de García es que solo las sociedades económicamente desarrolladas pueden ser democráticas. Así, cuando el Perú haya atravesado el crudo invierno autoritario, podrá entonces gozar de la primavera democrática. La pregunta evidente es ¿cuánto durará el invierno? Y la respuesta se encuentra en la China, en el modelo a seguir. A pesar de haber crecido un promedio de 9% anual desde que inició sus reformas en los años setenta, la primavera democrática no parece más cercana para su pueblo. Como lo explica Slavoj Žižek, lo inquietante de China es “la sospecha de que su capitalismo autoritario no sea un mero recuerdo de nuestro pasado, la repetición del proceso de acumulación capitalista que, en Europa, transcurrió entre los siglos XVI y XVII, sino un signo de futuro” 3. ¿Qué pasaría si el presidente García tuviese más razón de lo que imagina y el capitalismo autoritario de China acabase desplazando al capitalismo liberal para convertirse en el modelo a seguir para el mundo, incluso para los países del primer mundo de Occidente? ¿Y si el triunfo de ese modelo invernal —se calcula que China será en 2030 la nueva potencia del globo— significara para nosotros que la primavera democrática nunca llegará?
Todo esto nos recuerda la famosa frase que, según Jacques Lacan, resume la lógica del superyó: “Trabajen, trabajen, y en cuanto al deseo, este puede esperar”. Para Sigmund Freud, el superyó es una feroz conciencia moral ante la cual el yo siempre está en falta. De internalizarla, el individuo contrae una deuda impagable con la ley moral. Y es que el superyó es un círculo vicioso hecho de culpa y obediencia que se rige siempre por la lógica del más: mientras más se obedece al mandato moral del superyó, más culpable se siente uno de no haberle obedecido; mientras más se sacrifica uno por cumplir con su imperativo, más culpable se siente uno de no haber realizado los sacrificios necesarios para cumplir con él. Como ya lo había señalado Freud, la conciencia moral “se comporta más severa y desconfiadamente cuanto más virtuoso es el hombre, de modo que, en última instancia, quienes han llegado más lejos por el camino de la santidad son precisamente los que se acusan de la peor pecaminosidad”. 4
Aquí habría que preguntarse de dónde extrae el superyó su energía culposa con la cual tortura al individuo. Si el superyó es la culpa de que el yo no esté a la altura del ideal, ¿por qué los esfuerzos por acercarse a él culpabilizan aun más al sujeto? Sencillamente, porque la culpa de no estar a la altura del ideal esconde una culpa más profunda, la culpa de renunciar al deseo; es de esta renuncia de donde extrae el superyó la energía para relanzar al yo hacia el ideal. Cuando en el Seminario VII Lacan afirma que “la única cosa de la que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo” 5 , introduce en la forma misma de su afirmación la idea de que ceder en el deseo activa la culpa superyoica. Dicho de manera prosaica, la renuncia al deseo es el carbón de la locomotora del superyó, que avanza siempre por los rieles del ideal.
Ahora estamos en condiciones de entender el peligro de elevar el crecimiento económico de China al rango del ideal a imitar. Ante este ideal del capitalismo autoritario, los peruanos estaremos siempre en falta:
mientras más sacrificios democráticos hagamos por crecer, másculpables seremos de no haber crecido lo suficiente. Mientras más nos sometamos al látigo del nuevo amo capitalista, más culpables seremos de no habernos sometido suficientemente. Y lo que no podemos darnos el lujo de olvidar es que toda esa culpa acompañada de nuevos votos de obediencia, extraerá su energía de la culpa más profunda de ceder en nuestro deseo democrático.
Es por ello que ante la notificación china del Presidente, la única respuesta posible es rechazar todo aplazamiento de la democracia. La democracia no es una primavera que llegará mañana si actuamos de acuerdo a la necesidad histórica. La democracia solo existe en tiempo presente: es aquello que aparece cuando no se renuncia al deseo de luchar contra y desde el “invierno de nuestro descontento”. En el contexto del Perú actual, la democracia debe definirse como la libertad política de desafiar hoy, ahora, lo que el Amo capitalista considera (económicamente) necesario. Si no se asume esta definición, la democracia adquiere automáticamente el significado que García le da.
* Doctor en Literatura Comparada de la Universidad de Texas en Austin
- Diario El Comercio, 11-05-2008. ↩
- Fareed Zakaria, The Future of Freedom. Illiberal Democracy. W.W. Norton & Company, Nueva York, 2003 ↩
- Slavoj Zizek, “Un poco de perspectiva”. En Le monde diplomatique, edición peruana. Año II, no. 13. Pág. 26. ↩
- Sigmund Freud, Malestar en la cultura. En Obras completas. Tomo III. Biblioteca Nueva, Madrid, 1981. Pág. 3055. ↩
- Jacques Lacan, Seminario VII. Paidós, Buenos Aires, 1988. Pág. 382. ↩
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