Me explico con ejemplos. Los partidos en el Congreso se han puesto de costado en la gestión de los conflictos sociales. Esta marginación parece corresponder con la idea de que se trata de asuntos de orden interno, de revueltas que deben ser controladas. Por eso, y a pesar de contar con los recursos para hacerlo, no ha puesto a debate una sola de las medidas de emergencia tomadas con relación a los conflictos mineros. Es más, la participación de los partidos en el Congreso ha sido apenas a través de comunicados en los que básicamente declaran su apoyo a la acción del Gobierno, como si se tratase de una guerra con un país extranjero o una fuerza que esté desafiando la existencia del Estado en lugar de objetar una de sus políticas.
La pérdida de iniciativa y la consiguiente limitación de la deliberación es en realidad la otra cara de la moneda de la representación de los partidos. Si ya encaraban retos grandísimos para representar, se han encontrado con uno nuevo e inesperado: hacer oposición desde la izquierda cuando ninguno pertenece a esta. Es como si evitasen parecer ateos.
De otro lado, la fuerza del Ejecutivo también empuja al Congreso y a los partidos hacia los márgenes. Ese fue el rumbo seguido por la reforma previsional. Los protagonistas fueron el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y la Comisión de Economía, presidida por un opositor (Galarreta, de Alianza para el Gran Cambio) y reconocida como una de las más fuertes en el Congreso. El caso revela la eficiencia con que el Ejecutivo administra sus asuntos. Mientras 17 propuestas sobre el tema hacían cola en el Legislativo, el MEF convocó hacia fines del año pasado a una comisión técnica de expertos para discutir la reforma. Entre ellos se cuentan economistas y asesores de la Superintendencia de Banca y Seguros, del propio Congreso y de otras instituciones con interés en la reforma. Se trataba de un segundo intento tras la fallida reforma en las postrimerías del gobierno aprista, y, para evitar otro fracaso, se adoptaba una estrategia inspirada en la renombrada Comisión Marcel que reformó el frondoso régimen de AFP chileno por consenso. Hasta se invitó a uno de los exmiembros de esta co-misión chilena a venir a Lima y presentar la experiencia en fondo y forma.
El MEF reunió y prestó asistencia al trabajo de la comisión, que fue acordando ciertos asuntos. Entre su última sesión y la preparación del borrador del informe con recomendaciones a cargo del MEF transcurren poco más de dos meses (marzo y mayo), y entre la circulación de este borrador y la presentación del proyecto de ley de reforma ante el Congreso, días (se presentó en junio). Algunos de los técnicos que participaron de la comisión no tuvieron tiempo para siquiera leer el informe.
Hasta aquí la iniciativa del Ejecutivo ha producido una propuesta medianamente legitimada con cierta aura tecnocrática. La influencia se extiende gracias a, o en combinación con, el control sobre la agenda del Congreso y sus comisiones, y en esto el oficialismo se ha mostrado muy efectivo, aunque no siempre elegante. Cuando el Congreso recibió el proyecto de ley, complejo como puede imaginarse, fue trasladado a dos comisiones: la de Defensa del Consumidor y la de Economía. Días después también lo solicitó la Comisión de Trabajo y Seguridad Social. De las tres, la única presidida por un oficialista es la primera (Delgado). Las otras dos son encabezadas por congresistas de oposición: el ya mencionado Galarreta y Gagó, del grupo fujimorista. El primero de ellos había preparado discusiones con expertos e instituciones para estar a la altura de la complejidad y relevancia del tema. Sin embargo, a la Comisión de Defensa del Consumidor le toma cinco días dictaminar favorablemente, tras in-troducir algunas enmiendas que el MEF le concede sobre asuntos que no tocan el núcleo de la reforma. A la semana, el oficialismo e inusuales aliados se dispensaron del dictamen en Economía. Con el Congreso en receso, el 3 de julio este se distribuyó entre los miembros de la Comisión Permanente, quienes la votaron al día siguiente. Dan fe quienes siguieron el debate de la Comisión Permanente y conocen el fondo del proyecto de que en esa sesión nadie había leído el texto y menos demostraba comprender la complejidad de lo que tenían entre manos. La propuesta se aprobó por un voto de diferencia, y probablemente usted vuelva a escuchar de ella en el discurso de Fiestas Patrias primero y cuando se cuestione su constitucionalidad después.
El caso —que describo a grandes rasgos basado en lo aparecido en los medios y consultas con un par de involucrados en la consulta técnica— revela una excelente comprensión por parte del MEF de la economía política de la tarea legislativa, los incentivos de los representantes a cargo de llevarla a cabo (Delgado obviamente tiene interés, legítimo, en aspectos periféricos de la reforma; apoya a su Ejecutivo y defiende el proyecto) y una eficiente administración de la agenda y los procedimientos.
El control sobre este último elemento le asegura al Ejecutivo un margen de maniobra en la negociación, como se ha visto. También le permite diferir decisiones que conllevan cierto grado de patronage, como la elección del Defensor del Pueblo, los magistrados del Tribunal Constitucional y los directores del Banco Central de Reserva, y así comprar tiempo y de paso la expectativa de los grupos interesados en colocar sus candidatos. Estos, mientras tanto, apoyarán al Gobierno en otras votaciones, como seguramente será el caso de la elección de la nueva mesa directiva.
El control moderado y la deliberación limitada
El análisis de lo visible en el espacio que ocupa la relación entre Ejecutivo y Congreso obliga a poner la mirada sobre los vacíos institucionales que pueden estarse gestando. He descrito dos rasgos que parecen caracterizar dicha relación y sus vacíos.
Este segundo rasgo, que podría atribuirse a la naturaleza crecientemente técnica de diversas áreas de gobierno y por tanto parecer una tendencia irreversible, compromete sin embargo fuertemente la relevancia del Congreso.
El primero es la moderación del control político, que parece ser el legado de años de confrontación y una señal de aprendizaje de instituciones y también de agentes. El segundo es que esta neutralización ha venido acompañada por un notable activismo del Ejecutivo en las tareas legislativas. Este segundo rasgo, que podría atribuirse a la naturaleza crecientemente técnica de diversas áreas de gobierno y por tanto parecer una tendencia irreversible, compromete sin embargo fuertemente la relevancia del Congreso.
Se podrá decir que con partidos con tan graves dificultades para representar (73% lo desaprueba en junio, según Ipsos Apoyo) y hacerse relevantes no puede esperarse nada distinto a la deliberación política tan limitada del Congreso en la definición de la agenda y políticas nacionales. Sin embargo, son precisamente estos mecanismos deliberativos a su disposición los que podrían energizar a los partidos si fuesen usados.
Es decir, si la supervivencia institucional queda asegurada a través de la moderación del control, los límites sobre la deliberación son tan onerosos que terminan amenazando esa supervivencia. Los partidos no pueden darse tremendo lujo. Ubicarse en el justo medio no depende solo de los procedimientos parlamentarios (no es necesario reformar nada en realidad), sino de los líderes que habitan ese espacio. Desde allí algo pueden hacer para recuperar la iniciativa para sus partidos y el propio Congreso.
Hay, como la hubo con la trayectoria histórica del control político, una oportunidad de aprendizaje y corrección. De lo contrario, y ante la imposibilidad de hacer una oposición de izquierda, la calle está servida para una oposición populista, extrainstitucional, que no necesita más espacio que el vacío de 650 metros que hay entre la Plaza Bolívar y la Plaza Mayor.
* Politólogo, estudiante de doctorado en la Universidad de Essex, Reino Unido.
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