Es difícil recordar a alguien que aún debería estar con nosotros y que ya no está. Y no está, por esas cosas inexplicables de la vida, que a veces se acaba sin prevenir, pues no tiene plazo de vencimiento previamente conocido. Pero la muerte es inevitable y, sin embargo, hay que aprender a vivir sin los que se fueron y apreciábamos. Recordarlos es hacer que sigan viviendo. Como decía Gregorio Marañón, “nadie más muerto que el olvidado”.

Por ello, al recordar a nuestro querido amigo Francisco Verdera, a menos de un año de su partida, sigue y seguirá viviendo en nuestra memoria, sobre todo por lo que nos transmitió cuando estuvo con nosotros. Francisco mejoró nuestras vidas, porque compartió con nosotros sus inquebrantables principios éticos, compartió con nosotros su forma de ser, a veces un poquito rígida, materialmente austero, intelectualmente exigente, perfeccionista, pero también cariñoso y preocupado por los otros, cualquiera que fueren. Compartimos también su sentido del humor: una mezcla de humor cartesiano, catalán e irónico, difícil de olvidar. Así pues, “la muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”, como anotó André Malraux. Francisco nos ayudó a darle un sentido a nuestras vidas.

Conocí a Pancho, como le decíamos sus amigos, el año 1978 al llegar a enseñar a la Universidad Católica, donde él era, a la sazón, jefe de prácticas de Javier Iguiñiz. Desde entonces nos hicimos colegas y amigos. En 1981, ya licenciado, se incorporó  al área de estudios económicos del IEP. Lo jalamos para que redondeara su libro “El empleo en el Perú”, pues se estaba especializando en economía laboral. Desde entonces, estuvo en el IEP a tiempo completo varios años, hasta que la OIT con gran perspicacia lo enganchó hasta que se jubiló hace tres años. Durante todos estos años, nunca dejó de estar ligado al IEP como asociado  y durante más de doce años fue Director de Economía en el Consejo Directivo. Tampoco dejo de dictar clases en la PUCP: Historia del Pensamiento Económico y Economía Laboral, también dio clases en la Universidad del Pacífico. Durante todo este tiempo publicó varios libros y varias decenas de artículos sobre empleo, subempleo, demografía y desarrollo, pobreza, empleo infantil, mercados laborales, migraciones, es decir investigó y publicó sobre casi todos los tópicos de su especialidad, llegando a ser el mayor experto en economía laboral del Perú. 1

Pancho era un hombre muy institucional, republicano, demócrata y con gran sensibilidad social. En el IEP, fue uno de los principales animadores de la “mesas verdes” –seminarios de investigación interdisciplinaria- , participó activamente en el gobierno del IEP como director de economía, lo único que le faltó fue ser su director. Fue clave su intervención en la democratización del IEP allá por el año 1985, cuando planteó de manera valiente la necesidad de modernizar la gobernanza del IEP, punto clave que, en mi opinión, permitió darle larga vida al IEP independientemente de quienes estuvieran o están como investigadores.

Pancho fue un socialista a carta cabal, conocía como pocos El Capital de K. Marx, fue militante de izquierda, mientras la izquierda parecía tener un destino histórico. Pero también conocía muy bien la teoría neoclásica y el keynesianismo. Precisamente, cuando hizo su maestría y comenzó su doctorado en la New School de  Nueva York, trabajó con Anwar Shaik, uno de los economistas marxistas más respetados en los Estados Unidos. Con el correr del tiempo Pancho se concentró en la economía laboral y desde esta trinchera siguió trabajando en pro de los trabajadores. En realidad, él se debía a ellos.

Finalmente, Pancho tenía esa calidez humana y un respeto por los otros que irradiaba permanentemente. A todos trataba de “ilustre”, era de un orden rayano en la obsesivo, su oficina y su escritorio eran de una simetría que saltaba a la vista, clasificaba todo, sabía dónde estaban todas las citas que había leído, conocía toda su biblioteca, era fanático de las galletas de vainilla, tenía una navaja Victorinox a la que le sacaba más funciones de las que tenía, no sabía manejar automóvil, por ello que Ana María -su esposa- se convirtió en su chofer, pero Pancho se trasladaba a pie y su figura era fácilmente reconocible en la calle: un flaco de frente amplia, con un maletín de visitador médico y un caminar acelerado, gran amante del cine, había visto casi todas la películas importantes y “su película” era la Gran Ilusión de Jean Renoir. Hacia amigos muy fácilmente. Amaba a su familia por sobre todas las cosas, su esposa Ana María, sus hijos Alejandra y Santiago y sus nietos. Estoy seguro que lo extrañan y mucho. Pero nosotros, sus amigos del IEP, de la Católica, de la OIT, del Ministerio de Trabajo, también lo extrañaremos, pero seguirá vivo cada vez que citemos su obra, en cada evocación de su pensamiento y en cada recuerdo de su vida. Querido Pancho: descansa en paz.

Lima, 26 de marzo de 2015


  1. Una excelente ensayo corto que reseña los aportes intelectuales de Francisco Verdera, en donde uno puede ubicar la vasta colección de textos de este autor, se encuentra aquí: http://revistaargumentos.iep.org.pe/articulos/francisco-verdera-una-invitacion-a-la-relectura/(nota del editor)