No se trata de idealizar la pobreza sino, por el contrario, de asumirla como lo que es: un mal; para protestar contra ella y esforzarse por abolirla. Como dice P. Ricoeur, no se está realmente con los pobres sino luchando contra la pobreza.
Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación, 1971, p. 428
Hace unas semanas nos dejó Francisco Verdera. La noticia generó sorpresa y no poco pesar: Pancho, como se le conocía entre amigos, era un hombre relativamente joven para los estándares que manejamos en estos tiempos, de apariencia saludable y siempre bien dispuesto. Poseía, además, un don de persona que concitó respeto, admiración y amistades sinceras entre la gente que lo frecuentó, o que simplemente tuvo referencias suyas a partir de su trayectoria como economista e investigador social. Así lo han hecho saber sus colegas, alumnos y algunas personalidades de los ámbitos político, académico y laboral que han lamentado su partida.
Verdera fue una persona que supo combinar la vocería en temas de su especialidad con una labor docente y un trabajo académico impecables que abarcaron temáticas diversas vinculadas al estudio del pensamiento económico y la economía laboral.
Como sugerimos en el título, esta nota quiere servir —además de justo homenaje— como una invitación a la (re)lectura de los trabajos académicos y de divulgación publicados por Verdera. Emprendemos este esfuerzo porque consideramos que estos representan un aporte valioso al conocimiento y reflexión sobre la problemática laboral y del empleo en nuestro país y el mundo. Por si hace falta recordarlo, Verdera fue una persona que supo combinar la vocería en temas de su especialidad (asumiendo una posición ética, sensible y solidaria con los sectores desfavorecidos dentro de las estructuras sociales en las que vivimos) con una labor docente y un trabajo académico impecables que abarcaron temáticas diversas vinculadas al estudio del pensamiento económico y la economía laboral. Nos lega, en ese sentido, un conjunto de artículos y documentos de trabajo con sus reflexiones sobre la necesidad de implementar políticas laborales y de empleo como parte de estrategias de desarrollo globales; acerca del impacto de la regulación y las reformas laborales en la situación del trabajo asalariado, la seguridad social y la informalidad laboral; la situación del empleo en grupos vulnerables (niños, trabajo doméstico); el impacto social de la migración laboral internacional y su relación con los procesos laborales y económicos nacionales y globales; y más recientemente, sus reflexiones sobre la pobreza en el Perú, documentos elaborados con celosa rigurosidad y escritos con un estilo amigable para los lectores no formados en la ciencia económica.
Sistematizar sus ideas más importantes tomaría más espacio del que disponemos. Es por esta razón que optamos en esta nota por desarrollar algunas de las tesis que considero de mayor relevancia a la luz del debate económico y laboral actual, contenidas en un par de publicaciones claves en la producción académica peruana en ciencias sociales (Verdera 1983, 2007), y particularmente en un ensayo donde plantea una revisión del impacto de las estrategias de desarrollo implementadas en nuestro país durante la segunda mitad del siglo xx, constatando el nulo y casi inexistente interés que se ha prestado desde el sector público al problema del empleo (Verdera 1990).
¿Cómo encarar el problema del empleo en nuestro país?
Verdera publicó en 1983 un libro pionero en el campo de los estudios laborales en el medio:El problema del empleo en el Perú. Un nuevo enfoque (IEP, Lima, 152 pp.). En este ensayo, pasa revista a los esquemas conceptuales y metodológicos con los que la academia y los hacedores de políticas públicas se aproximaban (con escaso interés y sesgos ideológicos) al problema del empleo. En términos generales, Verdera plantea en ese trabajo una mirada crítica al enfoque desde el cual el Estado, los actores sociales y la comunidad científica encaraban la problemática laboral y del empleo en una sociedad que atravesaba importantes cambios estructurales —entre otros, una creciente migración interna, urbanización y (des)industrialización—. Quiero destacar acá dos ideas importantes de una reflexión que tiene como contexto la coyuntura del segundo gobierno de Fernando Belaunde (1980-1985), que no es otra que la del retorno de la democracia, pero también del inicio del periodo de recesión económica, de la crisis de la deuda y del surgimiento de la violencia senderista.
Desde el punto de vista teórico-conceptual, Verdera pretende con este ensayo complejizar y actualizar el análisis del empleo como hecho y relación social. Lo hace poniendo en cuestión las tesis duales, simplificadoras y homogeneizantes con las que se entendía y abordaba técnicamente el mundo del trabajo y de la producción; especialmente el uso de categorías analíticas ancladas en los parámetros de la sociedad industrial, cuyos sujetos sociales eran clasificados como asalariados ocupados o desempleados, formales e informales, integrados al sector moderno de la economía o al tradicional, etc. Conceptos que, además, señala Verdera, se analizaban en abstracto, de manera individual como sectores o subgrupos ocupacionales, aislados de las condiciones sociales y económicas en la que se encontraban insertos. En estos esquemas no se consideraban interfaces ni transiciones ocupacionales en las trayectorias laborales de los individuos que conforman los mercados de trabajo capitalistas, complejos en sus factores estructurantes y subjetivos.
Los cambios operados en la estructura económica entre los años 1950 y 1990 se fueron traduciendo en un incremento significativo del trabajo no asalariado (asociado con el subempleo, la informalidad y la precariedad laboral), en un contexto en el que se registraba un descenso en los niveles de empleo público y manufacturero (no predominantes pero sí los mejor organizados), tendencias que acentuaron la heterogeneidad laboral y económica que, en términos de Verdera, caracterizaban a la estructura ocupacional peruana de finales del siglo pasado (situación que se profundizaría con el ajuste estructural y reformas económicas de los años noventa). En este contexto, Verdera propone que el análisis de la cuestión social y laboral parta no solo del reconocimiento de “la heterogeneidad del empleo” en tanto constatación empírica a validar, sino sobre todo del análisis de “las relaciones sociales de producción como determinantes de las distintas dinámicas que se expresan a través del empleo o no de la fuerza de trabajo” (1983: 38), relaciones sociales que inciden, si acaso es necesario recordarlo, en la distribución del ingreso y en el acceso desigual a las oportunidades de progreso según la ocupación/posición que se ocupe en la estructura social.
Verdera se desmarcó, en ese sentido, tanto del pensamiento neoclásico que circunscribía el problema del empleo a las leyes “naturales” de la oferta y la demanda de trabajo, como del marxismo de manual.
Vista en perspectiva, la de Verdera fue una propuesta teórico-metodológica progresista en un contexto académico y político en los que comenzaba a primar un enfoque abiertamente neoliberal en el análisis (e implementación) de las políticas económica y laboral. Verdera se desmarcó, en ese sentido, tanto del pensamiento neoclásico que circunscribía el problema del empleo a las leyes “naturales” de la oferta y la demanda de trabajo, cuyo equilibrio natural dependía de los niveles de flexibilización y desregulación normativa, como del marxismo de manual que veía en la figura del obrero industrial (y solo en él) al sujeto social que haría la revolución proletaria. Para Verdera, las posibles vías de “solución” al problema de “la no utilización de la mano de obra disponible o de su utilización por debajo de estándares o normas previamente adoptadas” (que era como se definía “técnicamente” el problema del empleo/subempleo) pasaba por centrar los esfuerzos de las políticas públicas en el fortalecimiento de las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo. Esto implicaba no solo mejorar su calidad de vida y de empleo (a través de políticas redistributivas del salario mínimo, por ejemplo), sino sobre todo invirtiendo en programas de educación, formación y capacitación laboral orientados a incrementar la productividad laboral y la empleabilidad (gasto corriente en servicios básicos de salud, educación, justicia, etc.). Esto es, una salida al déficit de empleo asalariado/adecuado pasa, en nuestro país a partir del contexto histórico analizado, por intervenciones integrales y multisectoriales dirigidas a generar cambios en la estructura económica y productiva, incidiendo directa y prioritariamente en la fuerza de trabajo, al ser este uno de los principales factores generadores —y principalmente objeto— del desarrollo social.
Estas tesis serían desarrolladas posteriormente en algunos textos específicos —principalmente en el ensayo “Estrategia de desarrollo, estructura productiva y empleo en el Perú (1950-1988)”, escrito a fines de los años ochenta, como en su último libro, La pobreza en el Perú. Un análisis de sus causas y de las políticas públicas para enfrentarla, publicado conjuntamente por la PUCP, Clacso y el IEP en el 2007—, en los que Verdera plantea como tesis central la necesidad de fortalecer las capacidades del Estado en la regulación de la política económica y social como medio para avanzar hacia procesos de crecimiento económico y desarrollo social sostenibles. Aunque existe ciertamente un hilo conductual en la obra de Verdera (que podemos resumir, si entendí bien, como una apuesta clara por el desarrollo de las capacidades productivas locales para incentivar procesos de industrialización interna, donde el Estado —en consenso con las fuerzas políticas y sociales representantivas— incentiva la demanda interna vía el aumento de ingresos y la promoción del consumo, así como mediante el incremento de la inversión pública o privada dinamizadora del ciclo económico interno, y orientada a los sectores productivos), el foco o énfasis puesto en las estrategias a desarrollar varió con el tiempo. Si en el caso del ensayo publicado por ADEC-ATC en 1990 centra su atención en el desarrollo de la fuerza de trabajo u “oferta laboral” (para lo cual propone mejorar su productividad y elevar sus competencias), en su libro sobre el origen y causas de la pobreza —tema de moda en los años noventa— destaca las limitaciones estructurales de la demanda (interna y externa) para generar empleos productivos, así como las limitaciones de las políticas sociales neoliberales para enfrentar los factores estructurales que explican la reproducción de la pobreza.
En cierta forma, las tesis y propuestas de Verdera pueden ser encasilladas (si acaso con algún atisbo de precisión) en el modelo socialdemócrata de crecimiento keynesiano y de Estados de bienestar que promueven “estrategias de desarrollo” (concepto central en sus reflexiones) adoptadas en escenarios de pluralismo político, y cuyo éxito dependerá del crecimiento equitativo y sostenible de los sectores productivos en los mercados externo e interno. Por lo mismo, sus reflexiones (siempre bien sustentadas) cobran especial vigencia estos días en que la comunidad latinoamericana de naciones —reunida en la ciudad de Lima en el marco de la trigésimo quinta conferencia internacional de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal), realizada este mes de mayo— discutió la necesidad imperante de adoptar pactos políticos (en materia de fiscalidad, inversiones, promoción de la industria, financiamiento, protección laboral y social, servicios públicos, sostenibilidad ambiental, gobernanza de los recursos naturales, cooperación, etc.) para enfrentar de la mejor manera posible el contexto económico internacional que se avecina (descenso en las tasas de crecimiento de los países emergentes y su eventual impacto negativo en las economías que habían crecido al amparo de la demanda internacional de materias primas).
Así, frente al entusiasmo que genera en algunos sectores las cifras de reducción de la pobreza monetaria alcanzadas durante la década pasada, celebrando el rol de las políticas sociales implementadas por los últimos gobiernos en un contexto de crecimiento primario exportador, Verdera nos recuerda que en el Perú y la región “las intervenciones de los programas están diseñadas solo para combatir la pobreza de corto plazo con un enfoque asistencialista, y no buscan erradicar la pobreza de mediano y largo plazo, con acciones que eviten la reproducción de las características de la pobreza de generación en generación” (2007: 277). En este tipo de escenarios, los avances alcanzados, si bien valiosos, son en extremo frágiles, al estar condicionados por una fuerte dependencia en relación con el gasto social, que se incrementa o reduce según la evolución de la macroeconomía.
En una muestra de independencia intelectual, Verdera aclara que “la reducción de la pobreza pasa por modificar la política macroeconómica, o si se quiere el denominado modelo económico” (2007: 288); afirmaciones que —en un medio académico ganado por el consenso neoliberal, pero sobre todo vertidas durante su etapa de funcionario de un organismo internacional— podrían haber significado su exclusión o estigmatización como “radical”, “populista” o “antisistema” en ciertos espacios institucionales, académicos o laborales. Sin embargo, ya en el marco de las propuestas programáticas, si bien sus opiniones no fueron asociadas con posiciones ideológicas o “extremistas, ello no fue óbice para dejar de plantear la necesidad imperante de implementar cambios sustantivos en el statu quo macroeconómico e institucional en nuestro país, a fin de ampliar los márgenes de bienestar social a los sectores históricamente excluidos (objetivo que exige, ciertamente, una correlación de fuerzas distinta):
El objetivo debe ser contar con un marco macroeconómico estable, pero, a la vez, con una estructura de incentivos que promueva el crecimiento con claros objetivos redistributivos de carácter progresivo. Esto significa revisar las políticas monetarias, de tipo de cambio, tributaria y fiscal, de gasto público social, de salarios y la de regulación de precios y tarifas. No plantearse este cambio en las políticas significa seguir consagrando la enorme pérdida de poder adquisitivo ocurrida y la pérdida de bienestar de las familias, manteniéndolas en su condición de pobreza de manera permanente. (2007: 288)
Hay un último elemento que quisiera anotar, y que considero pertinente en una coyuntura en la que, después de una década de crecimiento económico sostenido, se avecina un escenario complicado por la desaceleración del impulso exportador generado por la demanda china y de otros mercados emergentes, al que se suma un creciente déficit comercial a favor de las importaciones (Bedoya 2014).
La pregunta que nos hacemos, a partir de esta constatación, es si con la última bonanza experimentada la década pasada se han dado los pasos necesarios para avanzar hacia una diversificación productiva de nuestras exportaciones.
Verdera encuentra que el proceso de desarrollo peruano en la segunda mitad del siglo xx ha transitado, a la manera de un péndulo (figura acuñada por Gonzales de Olarte), entre un modelo de crecimiento primario exportador (implementado en los periodos 1950-1962, 1975-1985 y de 1990 en adelante) y otro surgido en el periodo de las políticas de industrialización por sustitución de importaciones (conocido vulgarmente como “proteccionista”, implementado inicialmente por Fernando Belaunde entre 1963 y 1968 y profundizado por Velasco Alvarado entre 1968 y 1975). Ambos modelos se habrían sucedido (independientemente de la calidad republicana del régimen) teniendo como común denominador, por un lado, su dependencia de las divisas generadas por las exportaciones primarias, las cuales servirían de sustento para las políticas sociales, el gasto público y el desarrollo industrial, así como su incapacidad compartida “para enfrentar el problema de incrementar la productividad en los subsectores que producen bienes salariales” (1990: 122), principalmente en la manufactura y la actividad agrícola, “que producen este tipo de bienes de consumo masivo en economías capitalistas” (1990: 120).
El problema radica, como propone Verdera, en que ambos modelos (el “liberal” o el “intervencionista”, como los denomina) tuvieron como principal limitación el haber impulsado un proceso de industrialización y diversificación productiva que dependía en gran medida de la importación de insumos y bienes de capital financiados con los ingresos de las exportaciones. Así, en economías con mercados internos pequeños o en proceso de expansión, el grueso del financiamiento para las importaciones recae en las exportaciones, de cuyo ciclo depende el acceso a los recursos necesarios para la inversión productiva local. En nuestra historia reciente, las épocas de auge exportador estuvieron acompañadas muchas veces por niveles de “pleno empleo” (como se dio por celebrar hace algunos años) en algunas regiones, principalmente costeras. Pero cuando caían las exportaciones, caían también los recursos para la importación de bienes de capital y de los insumos necesarios para la producción interna, impactando negativamente en los niveles de empleo asalariado, formal o adecuado. Es lo que sucedió en las crisis y recesiones de 1957-1958, 1968-1969, 1976-1978 y 1983-1985, y podría estar volviendo a suceder en un momento en que nuestra balanza comercial viene resultando negativa en los últimos años. Verdera llega a la conclusión de que, en los sucesivos auges y crisis experimentadas desde 1950 a la fecha, los “sectores exportadores no aceptaron el rol de soporte de la industrialización” (1990: 116). La pregunta que nos hacemos, a partir de esta constatación, es si con la última bonanza experimentada la década pasada se han dado los pasos necesarios para avanzar hacia una diversificación productiva de nuestras exportaciones (el crecimiento de las no tradicionales podría ser una señal), proceso que nos permitiría transitar hacia otro nivel de desarrollo económico, o cuando menos a reducir nuestra dependencia estructural respecto de los mercados internacionales.
Finalmente
Queda claro que un trabajo prolífico como el de Verdera resulta difícil de sintetizar en el espacio que permite este medio, y cuyo valor merecería más bien una compilación que podrían asumir (de manera individual o conjunta) la Universidad Católica, la Universidad del Pacífico, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) o la Organización Internacional del Trabajo (OIT), por mencionar algunas de las instituciones que lo acogieron a lo largo de su carrera profesional y académica. En esta breve reseña hemos querido rescatar algunas de las ideas que guiaron las certeras reflexiones de Francisco sobre la realidad del trabajo en las sociedades contemporáneas (particularmente la peruana), las cuales considero de indudable vigencia teniendo en cuenta el tenor del debate local sobre el reto del desarrollo social en el país, razones de más para recomendar su lectura y estudio.
* Sociólogo, Pontificia Universidad Católica del Perú.
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Este artículo debe citarse de la siguiente manera:
Estimados,
Francisco QEPD, también hizo una contribución significativa al Saneamiento Básico Rural en el Perú. El documento que se encuentra en la dirección adjunta y la información que contiene puede ser considerada como una linea de base para los profesionales del sector y los investigadores en particular.
Saludos
Rafael Vera
http://www-wds.worldbank.org/external/default/WDSContentServer/WDSP/IB/2012/08/27/000425962_20120827124553/Rendered/PDF/719550WP0SPANI00politica0financiera.pdf