Estamos a medio camino del segundo gobierno de Alan García (el último año no cuenta, en realidad, porque es electoral y la cercanía de este proceso no promueve, por lo general, que se tomen medidas de fondo). En este texto hago un breve balance de las estrategias de los actores políticos hasta el momento y especulo sobre las que considero desarrollarán en los próximos meses, de cara a las elecciones del 2010-2011. Un supuesto fundamental en mis especulaciones es que la conducta de los actores se entiende analizando sus intereses políticos inmediatos.

Los beneficios y los costos de la gestión de este gobierno 

Del otro, el crecimiento ha mostrado los límites de la administración pública y de la naturaleza del Estado, la magnitud de nuestro atraso y de nuestras tareas pendientes, y lo difícil que es superar tanto desigualdades como inercias estructurales.

¿Cuál ha sido hasta el momento el rumbo del gobierno? Se ha escrito mucho al respecto. Para resumir, digamos que, desde la campaña electoral de 2006, García configuró un patrón que ha seguido sistemáticamente: exorcizar los fantasmas de su primer gobierno asumiendo un manejo ortodoxo en la economía, construir una coalición con los poderes de facto (empresarios, iglesia católica, militares), y presentarse como el mejor muro de contención ante la “amenaza” de fuerzas contrarias al sistema. En cuanto a estilos de manejo gubernamental, García se ha mostrado muy solo: entre 1985 y 1988 se decía que García gobernaba con sus amigos, no con el partido; hoy, tampoco gobierna con el partido, pero no cuenta con asesores de su confianza de reconocida influencia. Hemos visto un estilo de gestión signado por un relativo aislamiento, sin diálogo o consulta regular con actores significativos; el aislamiento parece haber tendido a reforzar en García cierta idea de no ser comprendido, de sentirse injustamente criticado, lo que, además, lo lleva a formular discursos intolerantes. En cuanto al manejo gubernamental, García ha buscado aparecer siempre como árbitro en última instancia de los conflictos intragubernamentales, e incluso ha parecido alentarlos para debilitar a sus subalternos y erigirse como el único y gran referente partidario. En este aspecto, prosigue con el estilo de su primer gobierno, marcando en ambos casos su protagonismo. Este estilo de hacer las cosas ayuda a entender muchas cosas: por ejemplo, la improvisación, el efectismo, los deslices reiterados, las contradicciones al interior del gobierno, la falta de iniciativas de mediano y largo plazo, la dificultad para planificar, anticipar, desarrollar políticas públicas eficaces o implementar reformas complejas que requieren la coordinación de muchos actores.

Todo esto ha tenido beneficios y costos. De un lado, la economía sigue creciendo, por encima del promedio de la región. Del otro, el crecimiento ha mostrado los límites de la administración pública y de la naturaleza del Estado, la magnitud de nuestro atraso y de nuestras tareas pendientes, y lo difícil que es superar tanto desigualdades como inercias estructurales. De allí, la sistemática caída en la aprobación al gobierno, pese a los “éxitos” macroeconómicos.

La probable continuidad de los actuales lineamientos 

Sobre la base de este diagnóstico, ¿buscará el gobierno cambiar de camino? Parece difícil. Existe un extendido sentido común en los círculos gubernamentales que compara el desempeño del gobierno del presidente Toledo con el de García: si Toledo, tan aislado y con bajos porcentajes de popularidad, terminó su gestión con una aprobación del 33% (datos nacionales de APOYO), García llegará a una aprobación sustancialmente más alta, considerando que el crecimiento será mayor, habrá un mejor manejo político y una mejor acción partidaria, lo que permitiría pensar en un consecutivo gobierno aprista o, por lo menos, en una sustantiva presencia de esta organización política en el Congreso. ¿Cambiar de rumbo? ¿Para qué? Esto exigiría hacer concesiones, cambiar de estilo, aventurarse por aguas desconocidas. Además, las recientes cifras de reducción de la pobreza del INEI estimulan una lectura optimista. Tarde o temprano, la presión amainará, la cosa es mantenerse firmes, parece pensarse en los círculos del gobierno. El eventual aumento de gasto público no modificará la orientación de la política económica ni la forma en que se definirán y ejecutarán las políticas sociales.

El problema es pasar por los siguientes dos años asegurando la estabilidad, de modo que los recursos que se generan puedan traducirse en inversión y gasto, lo que a la larga reducirá la pobreza y creará mayor bienestar. ¿Dónde están las amenazas? ¿En la oposición política? García ha sido explícito en que ella no le preocupa. El gobierno ha logrado armar mayoría tranquilamente con el apoyo de un grupo importante de congresistas de UPP, la bancada fujimorista y Unidad Nacional, sin hacer mayores concesiones a ninguno de ellos. Por ejemplo, se ha especulado mucho sobre el costo que habría pagado el gobierno por el apoyo fujimorista, cuando en realidad la prueba de fuego que demuestra que para el gobierno este apoyo no le ha demandado mayores modificaciones en su orientación, incluida la extradición y posterior enjuiciamiento al ex-presidente Fujimori, es un proceso judicial impecable.

Una oposición ubicada en el plano social

La oposición para el gobierno se ubica en el plano de lo social, donde operan los “perros del hortelano”; acá sí se perciben riesgos, justificadamente. No tanto por la vitalidad de los movimientos de protesta; acá también campea la fragmentación. El tema es que puede haber proliferación de protestas, con brotes de violencia, que le imponen al gobierno una miríada de soluciones ad-hoc muy desgastantes; pero, fundamentalmente, las protestas pueden evocar imágenes presentes en países vecinos, que pueden espantar a los inversionistas: “no hay nada más cobarde que un millón de dólares”. Por ello, para el gobierno, los enemigos son los “promotores” de las protestas: ellas son vistas como fruto de una manipulación de las izquierdas, de allí el discurso macartista del gobierno: comunistas reciclados como ecologistas, radicales fracasados, agitadores antisistema, humalistas.

Hasta el momento, hemos visto más retórica polarizadora e intolerante del gobierno que prácticas concretas de acoso a la oposición, mientras que, en el tratamiento de los conflictos, sigue primando una lógica negociadora, impuesta por Jorge Del Castillo, pese a que esto constituye una línea de fricción con un empresariado y medios de derecha que defienden una política de “línea dura” para desincentivar las protestas. En la percepción gubernamental, un sector de los “perros del hortelano” serían los “caviares”, que controlarían parte importante de la prensa, generando problemas de comunicación, lo que explicaría la baja aprobación a la gestión, pese a sus innegables logros. De allí, también, la hostilidad en contra de estos, percibidos como poseedores de un peso político desmedido respecto de su pobre desempeño electoral.

La oposición para el gobierno para el gobierno se ubica en el plano de lo social, donde operan los “perros del hortelano”; acá sí se perciben riesgos, justificadamente. No tanto por la vitalidad de los movimientos de protesta; acá también campea la fragmentación. El tema es que puede haber proliferación de protestas, con brotes de violencia, que le imponen al gobierno una miríada de soluciones ad-hoc muy desgastantes […]

Hasta el momento, la estrategia del gobierno ha sido meter la pierna fuerte contra los “perros del hortelano” (pero evitando tarjetas rojas), y en el futuro seguramente se harán más esfuerzos por atender el problema de la pobreza y de la exclusión, especialmente en ciudades intermedias de la sierra. Ya el gobierno ha diagnosticado la imposibilidad de atacar la pobreza más estructural, signada por el aislamiento y la dispersión si no se incentiva una mayor concentración urbana o, al menos, territorial, en una lógica que parece evocar las “reducciones de indios” del virrey Toledo. Estaría en planeación una estrategia que permitiría terminar el gobierno con un programa acelerado de inauguraciones de obras de todo tipo, focalizadas en núcleos urbanos intermedios en provincias, buscando atender a los deciles superiores de la pobreza, más integrados a circuitos modernos y con mayor cantidad de votantes potenciales.

¿Tendrá éxito esta estrategia? Puede ser, aunque también hay importantes riesgos. Muchos han señalado, con razón, que en 2011 podemos repetir el escenario de 2006, en tanto estaría demostrado que el crecimiento no produce más legitimidad política mientras beneficie solamente a unos cuantos y aumente la desigualdad, lo que generaría insatisfacción. Sin embargo, los últimos resultados del censo rebatirían esas evaluaciones; por ello, ha sido tan intenso el debate sobre su validez. Como sea, al gobierno no le costaría mucho, y podría obtener un gran beneficio, de profundizar un giro hacia lo social, ampliar la convocatoria, tomar en serio la reforma del Estado y alejarse del discurso macartista. ¿Cómo enfrentará el gobierno el escenario 2010-2011? Un indicio de ello será el rumbo que tomará el gobierno cuando salga el gabinete Del Castillo. Tal vez el APRA apueste a una alianza que vaya más allá del partido, lo que nos lleva a analizar cómo evaluarán las distintas fuerzas políticas el próximo escenario electoral.

La ubicación de los otros actores políticos

En general, todos los actores buscarán resaltar más las diferencias con el gobierno a partir de ahora, como ya se ha empezado a ver. Habrá quienes intentarán desmarcarse desde una posición de continuidad, como los fujimoristas, quienes intentarán reeditar la combinación de discurso antisistema y continuidad de un modelo conservador; además, la proximidad de las sentencias a su líder máximo los obligará a asumir posiciones más duras. De otro lado, Unidad Nacional deberá resolver el dilema de si se presentará como fuerza de oposición o no; si opta por lo primero, podría presentarse como una opción liberal socialcristiana consecuente, lejana de un gobierno sin espíritu reformista; si opta por lo segundo, encontrará un espacio donde tendrá que competir con muchos otros posibles candidatos (Kouri, Castañeda, Ántero Flores, por ejemplo). En general, tendremos una gran dispersión dentro del campo de la continuidad del modelo; pero, en ese campo, esto no se percibe como problema en tanto en segunda vuelta el triunfo de un candidato sistémico estaría asegurado.

En cuanto a la oposición, ella debería preocuparse por asumir seriamente la tarea de gobernar; su discurso enfatiza el aumento en la tributación, la redistribución y el aumento del gasto social, banderas que no parecen tan seductoras en un país en el cual los problemas tienen más que ver con no saber administrar o gastar de manera eficiente recursos que existen, antes que con generar nuevos.

 Del lado de la oposición, se percibe también mucha confianza, aunque por las razones contrarias. Se piensa que, sin García como candidato, esta vez será posible el triunfo en segunda vuelta de un candidato crítico con el modelo actual. También se cuenta con la fragmentación del voto y la posibilidad de entrar a segunda vuelta con menos votos de los que sacó Ollanta Humala en 2006. Este confía en su condición de “favorito” para encabezar el voto antisistema; no hay rivales que hayan aparecido todavía. Fuerza Social aparece como un proyecto interesante, pero mientras no se defina quién encabezará ese frente, así como sus referentes y candidatos potenciales, sus posibilidades electorales son inciertas. Lo mismo ocurre con respecto a la Coordinadora Política Social. Detrás de ellos o creando otras nuevas opciones, se ubicarán los frentes de defensa y actores regionales, pero claramente en posiciones subordinadas, en tanto sus posibilidades de articulación propias son muy limitadas.

En cuanto a la oposición, ella debería preocuparse por asumir seriamente la tarea de gobernar; su discurso enfatiza el aumento en la tributación, la redistribución y el aumento del gasto social, banderas que no parecen tan seductoras en un país en el cual los problemas tienen más que ver con no saber administrar o gastar de manera eficiente recursos que existen, antes que con generar nuevos. En todo caso, la posibilidad de que en los próximos dos años la dinámica política cambie depende de la capacidad de la oposición para jaquear al gobierno. Si ello no ocurre, no creo que haya cambios mayores.


* Investigador del IEP