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En primer lugar quiero agradecer a José Carlos Agüero y al Instituto de Estudios Peruanos por invitarme a presentar “Los rendidos. Sobre el don de perdonar”, y en segundo lugar gracias por escribirlo y por tener el valor de publicarlo.

Antes de comentar el libro debo decir que soy amigo de José Carlos (o al menos eso creo) y nunca hemos conversado sobre lo que él llama “su condición”. Simplemente nos conocimos en la brega de los derechos humanos, hace algunos años, iniciando una larga e intermitente conversación sobre la memoria y sobre el devenir del movimiento de derechos humanos en el Perú. Para terminar con esta suerte de advertencia al oyente, debo decir que un día de casualidad me enteré que a su padre lo habían ejecutado en el Frontón y, desde aquella fecha, mi memoria de aquel terrible día está asociada a su padre.

Pero José Carlos no está interesado esta noche en que hablemos de él, ni de su familia. Incluso, estoy casi convencido que ni siquiera quiere que hablemos del libro. De modo que trataré de cumplir con la invitación a comentar un libro cuyo autor no quiere que comentemos, sino que sirva de punto de partida para iniciar un diálogo menos hipócrita –y que quizás ni siquiera debamos llamar diálogo– sobre la “maldita guerra” que vivimos en el Perú en los años 80 e inicios del 90, y su larga e interminable post-guerra en la que seguimos sumergidos…

Y es que pasados 35 años del inicio de “la guerra”, “la lucha armada”, “las acciones terroristas de Sendero” o como quieran llamar a nuestra trágica experiencia de aquellos años, pareciera que ni siquiera hemos podido iniciar un dialogo sobre el tema. Por el contrario, hemos asistido a innumerables monólogos. El monólogo del estado, el monólogo de Sendero, el del MRTA, el de las fuerzas armadas, el de los empresarios, el de los organismos de derechos humanos, el de los tecnócratas de la justicia transicional, y un largo etcétera. Sea en la forma de decreto, de verdad revelada, de verdad científica, de psicosocial, o de informe oficial, los peruanos y peruanas hemos dialogado muy poco sobre el tema.

…la pregunta que me hago es ¿y por qué después de tantos años de guerra y postguerra no hemos sido capaces de saber o de conocer más a quienes fueron parte de sendero luminoso?

Razones profundas deben existir, pero no está en la mesa Jorge Bruce para explicarnos esta dificultad de saber escuchar a ‘los otros’ y de que ellos sepan escucharnos. Y mucho menos para que nos entendamos. Es por ello que, hasta hoy, todo lo ocurrido durante aquellos años, está en cuestión. Es como si ni siquiera estuviéramos en la capacidad de encontrar una lengua franca en la que reconocernos o en esa cosa imposible que se ha dado en llamar “diálogo intercultural”.

Y es por ello que quienes quieren decir algo distinto, tienen que replicar el ejercicio del monólogo. Pienso en Lurgio Gavilán, quien –como bien señala José Carlos– se coloca como un actor de la guerra desde su condición de niño, o desde “indígena versión Vargas Llosa-83”; pero también pienso en el mismo José Carlos, que incluso circuló la primera versión de este texto con seudónimo.

Pero, mientras el monólogo de Lurgio puede resultar hasta autocomplaciente en esta suerte de ascenso desde el infierno dantesco de la guerra (en sus dos versiones), en el caso de José Carlos, lo que tenemos es un recorrido por otro infierno, en el que sin embargo, se puede no solo sobrevivir sino llegar a salir de él y poder verlo a la distancia, con rabia pero con precisión y rigor. Porque como en tantos otros casos (como el del mismo Lurgio), lo que podemos conocer y re-conocer es aquello que José Carlos quiere que sepamos o conozcamos. Y en este juego no hay trampas, porque la memoria de lo vivido, siempre está filtrada, procesada y depurada. Y está bien que así sea, aunque le pese a quienes hubiesen esperado más contexto, más información, más datos.

Porque la pregunta que me hago es ¿y por qué después de tantos años de guerra y postguerra no hemos sido capaces de saber o de conocer más a quienes fueron parte de sendero luminoso? ¿Por qué no hemos sido capaces de responder a la pregunta que se hacía en sus últimos meses de vida nuestro amigo Carlos Ivan Degregori y que José Carlos recuerda en el texto: “por qué hicieron lo que hicieron”?

Es cierto que uno puede apelar a las explicaciones fáciles, a las explicaciones que llamaré “Senderocéntricas”: que era un movimiento vertical, clandestino, cerrado, hermético, etc., etc. Sin embargo es probable que quienes tengan más de 35 años en esta sala, hayan conocido a algún senderista en su vida. Yo he conocido a varios, y el recuerdo que tengo de ellos, no está asociado a los crímenes de sendero. Y presumo que la mayoría de ellos eran personas tan normales como nosotros, aunque con ideas distintas.

Pero la dificultad de entender a Sendero fue no solo consecuencia de sus acciones y de la vesania de sus crímenes. Creo que también tuvo que ver con la construcción de SL como una excepcionalidad (agregaría ayacuchana) de la que varios de los senderólogos de los 80 fueron responsables.  Y sin embargo Sendero era un partido más de los tantos partidos de izquierda que en la década del 70 hacía trabajo político en la ciudad y el campo, en fábricas, barrios, comunidades y universidades. Y sus militantes eran parte de una generación –y eso lo recuerda bien José Carlos al hablar de su padre y de su madre–que querían acabar con las injusticias, que no solo veían, sino que vivían.

Y como en toda generación, los caminos se fueron bifurcando y mientras una izquierda tomaba las armas, la otra descubría la vía democrática, en algunos casos con dudas y resistencias, y en otras con la certeza de que “el poder no nacía del fusil”. El drama para este segundo sector es que el deslinde nunca fue del todo claro o estuvo lleno de ambigüedades, y aquello tuvo consecuencias funestas para la izquierda peruana en la postguerra, en la cual el radicalismo que coquetea con la violencia nunca terminó de extinguirse.

¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué llegaron tan lejos? ¿Por qué no podían salir de la lógica de la guerra aun cuando se sabían derrotados? Son preguntas que José Carlos se hace, pero que ni él mismo puede dar respuesta. Aunque quizás la respuesta pueda hallarse en la lógica de la guerra, de esta “maldita guerra” que era claro que solo los llevaría a la prisión o a la muerte, y no a la nueva democracia prometida.

seguimos atrapados en una postguerra que no ha terminado. Y ello, centralmente, porque en nuestro país nadie ha asumido sus responsabilidades, ni mucho menos ha tenido el valor ni el coraje para pedir perdón.

Paso a un tercer tema: el debate sobre si las víctimas deben ser entendidas solo en dicha condición o si debemos ir más allá. En este campo siempre he estado más cerca de José Carlos que de los tecnócratas de la justicia transicional o que muchos de mis compañeros del movimiento de derechos humanos.  Y él nos plantea primero la crítica al “victimo-centrismo”, para luego reconocer que la víctima ocupa un lugar central en la guerra, en tanto queda “marcada” para siempre por la acción del perpetrador.

Personalmente siempre he pensado que esta tensión entre ambas posiciones, termina siendo un ejercicio un tanto vacío de contenido, ya que finalmente estamos hablando de dos dimensiones. Una es la que tiene que ver con la justicia y la reparación, con el daño cometido y las formas que deben encontrar las sociedades de la postguerra para atenderlo.  Y en este campo estamos hablando de transacciones y arreglos políticos, que aunque los defensores de los derechos humanos cuestionan, son la única manera de que se cierren los procesos de postguerra. Sin transacciones no habrá paz nunca. Y eso cuesta entenderlo, pero estamos hablando de la política tal como es. Y el libro muestra las concesiones que el movimiento de derechos humanos en el Perú hizo, y que cualquier militante de los derechos humanos podrá considerar traiciones, pero a veces no hay otra manera de avanzar.

Pero volviendo al debate hay otro plano, que no tiene que ver con políticas ni decretos o leyes, sino que está relacionado al esfuerzo por entender y por comprender “por qué pasó lo que pasó”, y no solo como un mero ejercicio académico o intelectual para aumentar el fondo editorial de esta casa o nuestras bibliotecas. Y es que cuando uno ve el pantano en el que el país anda sumergido en estos años, y cuando uno ve aquello que José Carlos señala sobre la demanda no solo de justicia sino de venganza, lo que constatamos es que seguimos atrapados en una postguerra que no ha terminado. Y ello, centralmente, porque en nuestro país nadie ha asumido sus responsabilidades, ni mucho menos ha tenido el valor ni el coraje para pedir perdón. Quizás por ello es que se hace tan difícil en nuestro país ejercer eso que él llama “el don de perdonar”.

Muchas gracias


  1. El presente texto es una transcripción editada del comentario realizado en la presentación de libro “Los Rendidos”, el día martes 28 de abril del 2015.