El surgimiento de gobiernos de izquierda desde fines de la década del noventa en América Latina no había sido previsto en su oportunidad por buena parte de los intérpretes de la situación política de estos países, quizás porque la novedad —cualquier novedad—, ofendía la serena labor de lo que se estima práctica científica y el derrotero que habían considerado conveniente fijar para sus sociedades.
La lectura de buena parte de los politólogos que estudiaba América del Sur a principios de dicho periodo denotaba un énfasis con argumentos razonables sobre la estabilidad política democrática existente, salvo quizás el caso peruano, por la irrupción electoral de Fujimori, primero, y el autogolpe, dos años después. Por aquellos días iba languideciendo el debate acerca de las virtudes y los límites del presidencialismo latinoamericano; y surgían otros, como la discusión de si la reelección presidencial promovida por presidentes de estilos tan distintos como Menem, en Argentina o Cardoso, en Brasil era una medida razonable a introducir o podía acentuar sistemas altamente personalizados. Los demás trabajos analizaban, por lo general, el funcionamiento de los sistemas de partidos, su alternancia en el poder, sus estrategias de seguimiento de las políticas de ajuste estructural y los inconvenientes para tomar esas medidas. Cada nuevo aporte se limitaba a agregar algunos matices en el generalizado consenso respecto de la estabilidad existente. Por supuesto, la producción del período se extendía a otros temas, pero los mencionados eran los que concitaban mayor atención.
Auge y caída del “tour” del analista político y de las “visitas guiadas” país por país
En el tema de los partidos, por ejemplo, se trataba de seguir algunas líneas escuetas de interpretación. Bastaba leer dos o tres textos por país para que quien no persiguiera empecinadamente una especialización, sintiera que ya los tratamientos comenzaban a ser circulares. Nada parecía salirse de su sitio. No vamos a colocar demasiados ejemplos para no atosigarnos de información, baste decir lo siguiente: liberales y conservadores se alternaban el poder en Colombia, Acción Democrática y COPEI en Venezuela, Bolivia estaba construyendo de modo seguro una “democracia pactada” sustentada en los ordenados acuerdos entre el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Acción Democrática Nacional (ADN) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y así podíamos hacer breves visitas guiadas, país por país.
Hasta que precedido por algunos signos de debilidad de las mediaciones políticas hasta entonces existentes, llegamos a la desconcertante situación actual. Parece improbable pensar que una eventual derrota de Chávez suponga el retorno de la competencia política de los anteriores partidos. Otro tanto parece ocurrir en Bolivia. Aun en el ordenado Chile, las fuerzas de La Concertación se encuentran no solo ante Piñeira, la previsible oposición de derecha, sino también la de Enríquez Ominami, manteniéndose por meses en alrededor del 20% de intención de voto. Acaso sea un proceso político pasajero pero, de todos modos, parece indicar que algún desajuste a considerar se ha dado en el orden establecido. Mientras que algunos politólogos no pueden menos que reconocer estos hechos, los asumen con un no muy disimulado aire de crítica principista hacia quienes señalan que se trata de algo más que simples alternancias en el poder. De modo un tanto ingenuo en algunos de estos intérpretes e interesado en otros, suponen que su estilo de ver la política se encuentra certificado contra todo riesgo y desacreditan las credenciales intelectuales de quien sostiene otra opinión.
Saber lo que está ocurriendo obliga a buscar fuentes secundarias ante una alarmante ausencia de información por quienes, por su competencia profesional, debieron ayudarnos.
Se acabaron, entonces, las visitas guiadas. Puede, por ejemplo, cuestionarse la orientación de los actuales gobiernos de Bolivia y Venezuela, y quizás algunos académicos nos inviten a enfrascarnos en una discusión sobre cómo caracterizar sus modelos de construcción democrática o sus estilos de distorsionarla. Sin embargo, saber lo que está ocurriendo obliga a buscar fuentes secundarias ante una alarmante ausencia de información por quienes, por su competencia profesional, debieron ayudarnos. Considero que estamos perdiendo en estos años las habilidades para describir. Se puede hacer ciencias sociales analizando procesos con márgenes razonables de objetividad y ello no tiene que ser incompatible con las opciones políticas de cada autor. En las actuales circunstancias, ambas dimensiones se superponen al punto que a veces no queda otra alternativa que ir desechando artículos y libros y al final nos quedamos con muy poco.
A continuación, trataremos de describir algunos cambios que nos hacen presumir que nuestras interpretaciones deben ser un poco más audaces que las que intentamos en el presente.
¿Izquierda o izquierdas?
1 Uno, que discurre por la lógica de la democracia representativa —para los casos de Brasil, Uruguay, Chile— y otro, que transgrede sus principios, particularmente en los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Mientras tanto, Paraguay es todavía una pregunta abierta y Argentina, quien parece seguir la vía de los populismos históricos de la región, no termina de ajustarse bien a ninguna de estas dos propuestas.
La presencia de ocho gobiernos de centro izquierda e izquierda en América del Sur […] expresa dos estilos de conducción política. Uno, que discurre por la lógica de la democracia representativa —para los casos de Brasil, Uruguay, Chile— y otro, que transgrede sus principios, particularmente en los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Lo que parece atendible de esta interpretación es que los países andinos de orientación radical proponen la refundación de un orden político, social, económico y cultural. En los tres casos se estableció una secuencia de cambios parecida: triunfo electoral, convocatoria en pocos meses a una Asamblea Constituyente (en donde obtienen los partidos de Chávez, Morales y Correa porcentajes significativamente mayores que los que los condujeron a la presidencia), redacción de una nueva carta constitucional y la aprobación de ella. Existen particularidades a notar más allá de estos lineamientos. Chávez, quien ya lleva once años en el poder, intentó establecer una nueva constitución en el 2008, la cual no resultó aprobada y finalmente, en el 2009 consiguió —también en referéndum— que se estableciera el sistema de la reelección electoral indefinida. Morales enfrenta el problema para el cumplimiento de sus objetivos ya que no logró que la Asamblea Constituyente tuviese “poderes originarios”. El conjunto de artículos de la nueva Constitución estaban sometidos a la aprobación de los dos tercios de sus representantes. En agosto del 2008 se aprobó la nueva carta de modo irregular y en enero del 2009, triunfó en un referéndum sobre el nuevo texto constitucional.
Correa no presenta candidatos al congreso y consigue en marzo del 2007 que el Tribunal Supremo Electoral destituya a 57 representantes interpretando de manera arbitraria un artículo de la Constitución de 1998, en la que se podía remover de su cargo a quienes pusieran interferencias indebidas para que la ciudadanía pudiera manifestarse.
Excede los propósitos de este artículo hacer un análisis pormenorizado de cada una de las nuevas instituciones así como del conjunto de irregularidades que se realizaron. Importa sí señalar que se establece un nuevo esquema en el que a la visión tradicional de Ejecutivo, Legislativo y Judicial, se incorporan los llamados Poder Ciudadano y Poder Electoral, que profundizan en los tres países mencionados, algunas innovaciones que ya contenía la Constitución colombiana de 1991 en el sentido del fortalecimiento de los mecanismos de participación. Estas innovaciones pueden verse como la prolongación de cambios constitucionales ya iniciados o como una severa distorsión según la perspectiva de quien interpreta los hechos. En todos los casos, se caracteriza al nuevo Estado como plurinacional, lo que reubica a diversos actores, y se introduce la figura de la revocatoria de todas las autoridades, incluida la del Presidente de la República, proceso que impulsó sin lograrlo la oposición venezolana en agosto del 2004 y promovió por su parte desde el poder, Evo Morales, en agosto del 2008, como medio de obtener márgenes más amplios de legitimación, con lo cual obtuvo el 67% de los votos de aprobación de su permanencia en el cargo.
Las nuevas élites políticas
Mientras diversas instituciones buscan fortalecer los cuadros de los partidos políticos tradicionales, probablemente con buenas intenciones, hay un cambio político radical en el estilo de los nuevos representantes. Las trayectorias políticas son diferentes a las que se acostumbra estudiar, que pasaban por carreras más o menos ordenadas en un mismo partido. Muchos de los nuevos dirigentes provienen de movimientos sociales, sindicatos, y un variado espectro de organizaciones sociales, otros han tenido algunas experiencias guerrilleras, han sufrido la prisión o el exilio. Situaciones con estas características desbordan la primera diferencia anotada precedentemente entre las dos izquierdas, en relación a la valoración de la democracia representativa tradicional frente a aquellos que tienen discursos fundacionales de un nuevo orden político. Este nuevo estilo de dirigentes está presente de modo marcado en Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay y, con sus particularidades, en Chile.
Muchos de los nuevos dirigentes provienen de movimientos sociales, sindicatos, y un variado espectro de organizaciones sociales, otros han tenido algunas experiencias guerrilleras, han sufrido la prisión o el exilio.
Un tema no estudiado son los rasgos de esta nueva clase política. Sospecho que no es casualidad. Aparece como una anomalía en el saber tradicional sobre el tema, altera discursos asumidos y obliga a someterse a revisar ideas y conceptos. Puede pensarse que en algunos casos se produce un descenso en la calidad técnica de la legislación. Cabe presumir también que tienen una mayor presión de los ciudadanos que los eligieron y lo que no es contradictorio, contactos más fluidos con ellos y mayor capacidad de negociación. Una demostración de pobreza y pereza intelectual es calificarlos de “outsiders”, argumentando que solo contados de ellos antes de obtener el triunfo electoral ocupaban cargos en los distintos niveles de gobierno. En todo caso, desde lo que el sociólogo boliviano Fernando Calderón llamaba “la política en las calles” o en la pertenencia a un variado espectro de organizaciones sociales, estos nuevos líderes proceden en la mayoría de los casos de experiencias de extrema politización previa, si bien al margen de los canales institucionales más formalizados.
Algunos de estos integrantes buscan renovar la institucionalidad vigente, tomando protagonismo en cargos de gobierno pasados largamente los sesenta o setenta años de vida, como es el caso de Chile, Uruguay y en buena medida Brasil, así como ocurría también con los que fueran asesores influyentes de Chávez hasta que optaron por la definitiva disidencia como Michelena o Rangel, dirigentes históricos de la izquierda tradicional venezolana. En Bolivia más que en otros países este cambio de élites políticas es el de mayores alcances, punto en el que parecen coincidir seguidores y opositores al Movimiento al Socialismo (MAS). Los que se reclaman provenientes de los “pueblos originarios” ocupan cargos de responsabilidad conjugando el cambio político con el cultural. Un sociólogo cuidadoso en sus afirmaciones como Touraine en el momento de formular sus observaciones sobre América Latina señala que lo que va a marcar el futuro de la región es particularmente lo que ocurre en Bolivia.
Los casos de Argentina y Venezuela presentan en este tema particularidades. Kirchner y su esposa Cristina Fernández representan una nueva etapa del justicialismo donde cobran mayor incidencia los gobernadores de las provincias, como antes lo fueran Menem y Duhalde, por sobre los cuadros provenientes de los sindicatos o definidos por la cercanía al aparato partidario. Mejor dicho, se sigue una constante de este movimiento en que el líder define los límites de la organización. En Venezuela el exacerbado personalismo de Chávez y su intempestivo intento de construir el Partido Socialista Unificado de Venezuela lo ha llevado a organizar el poder basado en su exclusivo protagonismo. Además ha generado distanciamientos con organizaciones políticas, civiles y militares que habían sido cuadros de su gobierno. No es de extrañar en estas circunstancias que su entorno sea el de algunos todavía convencidos de su proyecto y también, quienes se acercan al Presidente para beneficiarse por distintos mecanismo de obtención de prebendas.
La polarización y los problemas del centro político
Las encuestas de opinión y algunos políticos, politólogos y sociólogos han acostumbrado a los ciudadanos de nuestros países a pensar que las opciones se ordenan en un continuo derecha, centro derecha, centro, centro izquierda e izquierda, que todos los lugares finalmente van a ser ocupados y quien logra ser percibido como de centro va a ser finalmente el triunfador. En muchos de los países de América del Sur hay una división tajante entre gobierno y oposición. Ello ocurre, como se sabe, en los casos de Venezuela y Ecuador. En Bolivia hubo un esfuerzo del gobierno de Morales por negociar con una oposición de base territorial, establecida en Santa Cruz, Tarija, Pando y Beni en torno a políticas económicas y distribución de excedente, y por otras razones, en Chuquisaca. 2 A su criterio este proceso transcurre entre abril y octubre del 2008 con manifestaciones sociales en las calles, establecimiento de autonomías en las provincias con mayoría opositora, graves enfrentamientos —como el ocurrido en Pando entre el Prefecto y seguidores del MAS—, con el asesinato de campesinos, el referéndum revocatorio ya antes mencionado en el que Morales obtuvo el 67% de los votos pero fue derrotado en las regiones que lo enfrentaban y finalmente, la aprobación de la nueva constitución en circunstancias consideradas irregulares.
En la actualidad el muy probable triunfo de Morales en las elecciones de diciembre del 2009 y el establecimiento de marcos de negociación esta vez en un ambiente más receptivo, ha permitido acuerdos entre el gobierno y grupos de Santa Cruz y hasta adhesiones de algunos grupos y líderes, antes opositores, al MAS. Quizás sea solo un compás de espera.
Las encuestas de opinión y algunos políticos, politólogos y sociólogos han acostumbrado a los ciudadanos de nuestros países a pensar que las opciones se ordenan en un continuo derecha, centro derecha, centro, centro izquierda e izquierda, que todos los lugares finalmente van a ser ocupados y quien logra ser percibido como de centro va a ser finalmente el triunfador.
En Chile la competencia entre Frei y Piñeira parece indicar que llega un período de alternancia entre el centro izquierda y la derecha. Queda, sin embargo, la duda si no permanecen todavía vigentes algunas expresiones, menores pero desgastantes en la convivencia política de lo que viviera el país en los duros años setenta. Aunque sea probablemente consecuencia de una coyuntura electoral, llama la atención en Uruguay una campaña de enconados enfrentamientos y acusaciones entre José Mujica —que se ubica en los grupos situados a la izquierda en la coalición del Frente Amplio— y su contendor, Luis Alberto Lacalle, que representa al grupo conservador del Partido Nacional o Blanco.
Brasil es el que presenta una competencia más ordenada, que se resolverá en las elecciones del 2010 entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
En estos años, por lo menos en cuatro países en este ambiente de polarización, la oposición no ha estado en condiciones de conjugar una formula de unidad política que pueda competir con el gobierno. Paradójicamente ocurre en aquellos países en que los presidentes o presidentas son rechazados con mayor vehemencia por quienes no comparten su proyecto: Venezuela, Argentina, Bolivia y Ecuador. A mi criterio, no compartido por la mayoría de autores, esto sucede porque en estos países —junto con Colombia— los ciudadanos han vivido una radical crisis de los partidos políticos tradicionales, y en muchos casos ya no tendrán una nueva oportunidad sino deberán recurrir a nuevas organizaciones que presenten convincentemente una imagen de innovación.
Los nuevos énfasis en las políticas sociales
Hasta la reciente crisis la mayoría de los países de América del Sur ha crecido, cualquiera sea la orientación en política económica seguida por sus gobiernos, disponiendo de mayores reservas y superando el déficit fiscal. 3 No vamos a juzgar aquí la pertinencia de esta orientación.
Lo que ha caracterizado en este contexto a los gobiernos de izquierda es una mayor intervención del Estado en la economía, una más directa inversión en gasto social e intentos de establecer políticas universalistas con otras dirigidas a los grupos más pobres.
Conviene señalar que dentro de este marco general cada gobierno ha seguido lineamientos propios. Por ejemplo, en Bolivia uno de los ejes de su política es la estatización de algunas empresas de hidrocarburos (lo que formaba parte de la propuesta presentada a los electores), mientras que el gobierno ecuatoriano, pasado un determinado tope, se apropia del 99% de lo que considera sobreganancias de las actividades privadas extractivas. Brasil, por su parte, llega al 38% de presión tributaria y ha destinado mayores gastos a programas sociales de alivio a pobreza que gobiernos anteriores, y Uruguay ha cambiado el diseño de recaudar tributos, dándole importancia al impuesto a la renta hasta entonces poco menos que inexistente y aumentando gastos dirigidos hacia la educación, en particular a la escuela pública, que para el imaginario de ese país es la institución más importante, tanto en términos de inclusión como de integración social.
La coyuntura del 2002 en Venezuela con la huelga de la empresa estatal petrolera (PDVSA), que actuaba con independencia respecto al gobierno de turno, y el fallido intento de golpe de Estado terminaron por afirmar el poder de Chávez. Una nueva dirección en la mencionada empresa permitió que el Ejecutivo accediera directamente a la principal fuente de recursos del país y estableciera nuevas definiciones en las políticas sociales, entre ellas y previas al referéndum revocatorio, las llamadas misiones que se organizaban superponiéndose a la actividad de los sectores del Estado, atendiendo políticas específicas en salud, educación, mercados alternativos de circulación de productos, empleo entre otros.
Junto a estos cambios se desarrollaron —tanto en estos casos como en gobiernos con otra posición—, políticas de apoyo monetario que tomaban como unidad la familia, cuyos integrantes debían cumplir determinadas obligaciones a cambio de lo ofrecido: concurrencia al colegio de niños y niñas, asistencia a los puestos de salud, obtención de una carta de identidad.
Los riesgos que se deben enfrentar
Este artículo solo dio cuenta de algunos rasgos de este proceso de cambios. No puede menos que ser superficial, pero informativo dentro del escueto espacio disponible y con ánimo pluralista. Resulta, entonces, un tanto desalentador sentir que este criterio de interpretación va contra la corriente de interpretación dominante.
Sin embargo, queda señalar peligros para la estabilidad democrática. En Ecuador y Venezuela se ha impuesto la idea de una nueva forma de construir la relación de poderes que distorsiona controles y balances. Los presidentes han conseguido mayorías en el congreso, que les otorga márgenes amplios de discrecionalidad; se han apartado de los criterios regulares de elección en el poder judicial, tribunales electorales, órganos de control, y han procurado y conseguido solo parcialmente ponerle límites a los medios de comunicación que le son adversos.
En Bolivia daría la impresión que en parte la polarización fue precipitada por la oposición política ante un gobierno que pretendía una transformación a largo plazo y que estaba predispuesto a realizar acuerdos de amplia base.
Brasil y Uruguay son los que más se acercan a lo previsible en un análisis convencional. Argentina parece haber retornado a los estilos populistas tan impregnados en su historia. Contra lo que suele opinarse sobre el tema, en Chile un eventual triunfo de Piñeira no significa que al fin se ha logrado una alternancia democrática regular sin sobresaltos. Si bien los gobiernos de la Concertación redujeron la pobreza, persistieron altos niveles de desigualdad social y una desafección con la política que ahora conviven con expresiones de protesta social. En este contexto surge un candidato alternativo, Enríquez Ominami, y Michelle Bachelet es —según una reciente encuesta de Gallup— la presidenta más popular de América del Sur, con el 81% de aprobación.
Un razonamiento que ponga cada acontecimiento en su lugar dentro de un marco preestablecido, que confíe en conocimientos solo de algunos autores, que se resiste a modificar puntos de vista acaso laboriosamente conseguidos, cualquiera sea la orientación que siga, está condenado a equivocarse una y otra vez.
* Sociólogo, investigador del IEP.
Referencias bibliográficas
Castañeda, Jorge y Marco Morales. Leftovers: tales of the Latin American Left. Routledge 2008.
Natanson, José. La nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela, Chile, Ecuador, Uruguay y Ecuador. Buenos Aires: Debate 2008.
Petkoff, Teodoro. «Las dos izquierdas» En: Nueva Sociedad N°197, mayo/junio 2005
- La interpretación más generalizada es que la presencia de ocho gobiernos de centro izquierda e izquierda en América del Sur — en el momento de escribir este artículo— tal como lo expresaran Pefkoff (2005) y Castañeda y Morales (2008) expresa dos estilos de conducción política. ↩
- El vice presidente García Linera señala que llegó un momento en que no quedaba otra alternativa que establecer un “punto de bifurcación” en la medida que, a su criterio, la derecha “no estaba dispuesta a ser incluida en el proyecto nacional popular como fuerza minoritaria y dirigida y optaba por la conflagración territorial.” ↩
- Como señala Natanson (2008), lo que ha caracterizado en este contexto a los gobiernos de izquierda es una mayor intervención del Estado en la economía, una más directa inversión en gasto social e intentos de establecer políticas universalistas con otras dirigidas a los grupos más pobres. ↩
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