“Las ciudades son libros
Que se leen con los pies”

Quintín Cabrera, cantautor uruguayo

Arequipa antes de ser fundada

Ninguna ciudad nace grande.  Es producto de una serie de choques, dinámicas y tensiones que enlazan espacio geográfico y seres humanos en un devenir histórico.  En esta lógica, los espacios físicos y simbólicos se entrelazan, crecen y decaen, derivan en nuevas formas y expresiones que van marcando su impronta en las mentes de sus habitantes y los lugares donde estos establecen sus relaciones y lo que recuerdan u olvidan en el tiempo De esta manera, espacios antes sacratísimos son ahora centros turísticos, campos de cultivo, sendas urbanizaciones; y los volcanes, antes espíritus a los que reverenciar con respeto y sumisión, elementos de un paisaje profundamente transformado con los siglos.

Arequipa es un producto peculiar del proceso urbanístico e histórico americano  por varias razones.  El objetivo de establecer un centro poblado ubicado en un punto de enlace entre la línea costera y la sierra sur tenía que ver con la necesidad de los conquistadores de controlar el espacio, […] y de someter a poblaciones enteras de indígenas.

Arequipa es un producto peculiar del proceso urbanístico el histórico americano  por varias razones.  El objetivo de establecer un centro poblado ubicado en un punto de enlace entre la línea costera y la sierra sur tenía que ver con la necesidad de los conquistadores de controlar el espacio, aún desconocido en gran parte, y de someter a poblaciones enteras de indígenas.  Por otra parte, la ley obligaba a que los beneficiarios de encomiendas y repartos fueran vecinos, por lo que se hacía ineludible la fundación de ciudades (Elliot 2009).  En la febril campaña de conquista española en los Andes, resultaban poco definidas las dimensiones del espacio y las conexiones posibles entre los puntos imprescindibles de dominación. Lo que sí quedaba claro es que al este del mar se encontraba un contingente humano y de riquezas posibles que era necesario dominar.

 Ahora sabemos que la presencia de los conquistadores en la región ocurrió bastante antes de la fundación española de Arequipa.  En particular, se han encontrado restos de una iglesia doctrinera en Churajón,  magnífico y gigantesco centro agrícola y de culto en las faldas del volcán Pichu Pichu (Szykulsky 1998). La densa demografía de la zona, a la llegada de los invasores, hizo que se tomara interés en la región, distribuyendo el espacio entre los principales conquistadores, antes de medirlo o censarlo.

En este contexto se funda la Villa Hermosa (nombre elegido para el asentamiento que impondría el poder hispano en el amplio territorio sureño) en la desembocadura del río Camaná.  Sin embargo, a los pocos días de fundada, se decide el traslado de la misma, con todo y vecinos, sirvientes y poder, a un par de centenas de kilómetros hacia el macizo andino.  Se eligió para esto el valle del río Chili, estrecho, pero de alta productividad, con un gran contingente de habitantes, listo para ser insertado en el sistema laboral europeo.

No queda duda ahora de que el traslado del centro estratégico no se debió a la presencia de mosquitos en la costa, lo que impedía el saludable manejo de esclavos africanos y de la misma población andina, principales víctimas de enfermedades tropicales (como se argumentara en los documentos de la época). Este ocurrió por tres motivos: el clima benigno en el valle del Chili, a 2,300 metros sobre el nivel del mar, la disponibilidad de tierras de cultivo e indios en gran número, y la situación del valle en un punto estratégico que podía ayudar a la dominación del altiplano y del Cusco. Todas estas características convertían el lugar en la mejor cabecera de playa para la dominación total de la región central andina (Barriga 1941). 1

Esta elección ya la había realizado mucho antes los pueblos originarios andinos.  El valle del Chili fue habitado muy tempranamente por diversas etnias provenientes de la región circum Titicaca. 2 La lógica de ocupación se inició con una lenta dominación de diversos pisos ecológicos en los Andes occidentales (Galdós 1985). De esta primera dominación espacial quedan algunas evidencias, de las cuales Churajón es la más importante.

Centro agrícola de proporciones colosales y centro ceremonial sacratísimo que enlazaba varios santuarios, Churajón desplegaba un sistema de andenería que impactó profundamente la retina de los europeos, y que se extendía por los cauces de los ríos de la zona, desde las faldas del Pichu Pichu hasta el Océano Pacífico, por cientos de kilómetros y atravesando todos los pisos ecológicos de los andes occidentales (Bedregal 2008).

El Tahuantinsuyo es visible también por la presencia de un sistema de andenes de exquisita factura en toda la zona, que se extiende desde las estribaciones de los volcanes hasta la costa pacífica.  Además, se constata que el imperio cusqueño deja su impronta en la zona a través de un cambio profundo en los patrones simbólicos. En este contexto, Churajón deja su lugar de cabecera sagrada de la zona para ceder su espacio a Yumina, donde un grupo de indios Orejones (miembros de las panacas reales) administraba un santuario que miraba al Misti como apu sagrado, en línea recta con el Cusco.  El Pichu Pichu, apu sagrado hasta ese momento, pasa a ser una suerte de “hermano menor” de los otros volcanes.

Por lo dicho, Arequipa entonces desde un principio no tuvo un papel de cabecera de caminos o punto final y único de estos.  Es más bien una suerte de puente entre el área altiplánica y el Cusco, con la costa, uniendo en una amplia e histórica red de vías de intercambio los valles interandinos, zonas de litoral, bofedales altoandinos de pastura, la región aledaña al lago Titicaca y los valles alto cusqueños que se extienden hasta la llamada ceja de selva.  Si geográficamente el espacio es amplio, lo es también en diversidad de productos.  A mariscos, algas marinas y pescado secos, se le unían distintas variedades de maíz y otros cereales, tubérculos y hojas de coca.

La llegada de los colonizadores

La colonización europea mantuvo esta estructura de intercambio.  El intercambio de productos de modelo occidental se superpuso a esta red.  El hallazgo del yacimiento argentífero en Potosí catalizó de manera determinante los lazos económicos de una amplia región que se extendía desde el norte de la actual Argentina, todo el Alto Perú, los valles entre Arica y Acarí, los valles interandinos arequipeños y las provincias sur cusqueñas (Glave 1989).

El tambo fue una institución heredada del mundo andino e implicaba todo un sistema de redistribución y almacenamiento para el soporte de la movilización de numerosos contingentes de colonos o militares a lo largo de la densa red de caminos prehispánicos.

Arequipa se convirtió en un importante centro abastecedor de parte de la producción que mantenía a la abigarrada y numerosa población de Potosí.  Aguardiente, lanas, frutos secos, dulces diversos, tejidos, cueros, maíz y otras mercancías se movían por las rutas coloniales del sur hacia Potosí, en muchos casos atravesando la ciudad. Los capitales comerciales arequipeños fueron cobrando importancia y se gastaban grandes cantidades de dinero en la construcción de espaciosas casonas, en el marco de un discurso cada vez más afirmado en prosapias y supuestos orígenes legítimos y nobles.

 La ciudad fue creciendo hacia adentro también.  Mientras más cercano a la plaza mayor estaba determinado solar, mayor era el estatus del vecino propietario del mismo.  Por lo tanto, los solares ubicados en las puertas de Arequipa paulatinamente fueron  ocupadoas por “tambos”.  El tambo fue una institución heredada del mundo andino e implicaba todo un sistema de redistribución y almacenamiento para el soporte de la movilización de numerosos contingentes de colonos o militares a lo largo de la densa red de caminos prehispánicos.

En la colonia, se reformuló el establecimiento convirtiéndolo en un punto de descanso, reaprovisionamiento e intercambio.  Allí recalaban las recuas de mulas con las que los arrieros transcurrían portando carga de los diversos espacios productivos regionales.  En los alrededores se establecieron una serie de comercios relacionados con la actividad comercial de los arrieros: artesanos talabarteros, maestros en el arte de la fabricación de monturas, por ejemplo (Gutiérrez 1992).

Según cuentan los observadores de época, los tambos eran los lugares en los cuales se concretaban negocios presentes y futuros, se comprometían cargas enteras y se determinaban las necesidades de un mercado limitado, pero dinámico.  Los aguardientes, las conservas, las frutas secas y las aceitunas se transportaban en grandes cantidades hacia las fuentes del metal precioso, única fuente de circulante con la que contaba la región.  En Arequipa, los tambos más importantes estaban ubicados en las inmediaciones del actual puente Bolognesi, por donde ingresaban a la ciudad los viajeros que procedían de la costa o de los valles de Majes o Vítor.

Los cambios

Con la llegada de la república se desestructuró una parte importante de los caminos y rutas comerciales.  Se perdieron mercados tanto de productos como de compradores. Esto afectó profundamente a los tambos como institución económica. Paulatinamente algunos fueron convirtiéndose en tugurios de personas empobrecidas por la crisis que siguió al momento independentista.

Con la llegada de la república se desestructuró una parte importante de los caminos y rutas comerciales. Se perdieron mercados tanto de productos como de compradores. Esto afectó profundamente a los tambos como institución económica. Paulatinamente algunos fueron convirtiéndose en tugurios de personas empobrecidas por la crisis que siguió al momento independentista.

En los años treinta del siglo XIX, se vio una relativa recuperación de las redes económicas del sur peruano a través de la comercialización de lana de oveja, primero y de fibra de camélidos, después.  Estos productos que alimentaban a una industria permanentemente sedienta de materia prima, se convirtieron en la ansiada mercancía que permitía a los arequipeños contar con dinero.  Sendas casas comerciales europeas establecieron oficinas en la ciudad y apareció un grupo de “rescatistas” que circulaban por las áreas alto andinas en pos de la producción.

Este proceso económico revitalizó algunos de los casi moribundos tambos que sirvieron como depósito de una variedad muy grande de productos que se usaban en el intercambio de la lana y la fibra.  Conforme fue creciendo en importancia el mercado internacional de lanas y fibras, el comercio fue cada vez más centralizado por las firmas exportadoras, prescindiendo de los arrieros.  El golpe final lo dio la aparición del ferrocarril como medio de comunicación preferente por los comerciantes citadinos y los tambos ingresaron en una inevitable decadencia (Carpio 1990).

De manera paulatina, los tambos que albergaron una abigarrada población transeúnte, se fueron convirtiendo en tugurios donde moraban familias numerosas arrimadas en las pequeñas habitaciones que antes sirvieran de alojamiento temporal.  Se convirtieron en el símbolo de las capas pobres de una ciudad que había gestado todo un sistema mental que giraba alrededor del patriciado.

A diferencia de otros ámbitos coloniales, Arequipa tuvo una muy visible población española que contrastaba en número con los otros segmentos étnicos de la región.  Esta mayoritaria (en términos relativos) presencia de españoles y criollos en Arequipa se manifestó en la cultura de sus habitantes, que reclamaban para sí ser “todos hidalgos como el rey, dineros menos” (Belaúnde 1967: 13).  Los habitantes de los tambos, sin dejar de ser pobres y subalternos en una sociedad sumamente jerárquica y vertical, estaban dentro del marco exigido de ser naturales de Arequipa, por lo tanto, con derecho a sentirse parte del patriciado mistiano.

Como ya se ha mencionado antes, el momento independentista y republicano en Arequipa no implicó la destrucción de este esquema mental.  Por el contrario, este se resemantizó y a través de agentes insospechados.  Los empleados de las casas comerciales europeas, principalmente británicos y franceses, se emparentaron con las hijas de las familias patricias pudientes, siendo recibidos con especial entusiasmo como la revitalización de una casta que parecía entrar en decadencia.

Arequipa tuvo una muy visible población española que contrastaba en número con los otros segmentos étnicos de la región.  Esta mayoritaria (en términos relativos) presencia de españoles y criollos en Arequipa se manifestó en la cultura de sus habitantes, que reclamaban para sí ser “todos hidalgos como el rey, dineros menos”.

Estos nuevos ciudadanos adoptados, se encargaron de fabricar nuevos referentes en el esquema cultural citadino.  Fundaron el Club Arequipa, la Cámara de Comercio y ocuparon algunos espacios en los bordes de la ciudad.  Así se empezaron a construir algunas de las ideas que resultan centrales en la Arequipa contemporánea y donde la arquitectura colonial es el eje que refleja un pasado grandioso, una prosapia limpia y los laureles que permiten la existencia permanente del patriciado arequipeño (Bedregal 2006).

La declaratoria de Arequipa como patrimonio cultural de la humanidad es parte de este discurso.  En realidad, en la mente de los propulsores de esta declaratoria la idea de “Centro Histórico” se circunscribe específicamente a las casonas, iglesias y algunos edificios civiles ligados al pasado colonial.  La “pampa” de Miraflores, los andenes, y otros espacios arequipeños no fueron considerados productos culturales (Bedregal 2003).  Los tambos tuvieron la suerte de encontrarse en los linderos del centro histórico y por lo tanto, afectos por dicha declaratoria.

Arequipa tiene a los sismos como uno de los elementos forjadores no sólo del espacio mismo, sino de la cultura.  Los movimientos telúricos han definido y redefinido el espacio a lo largo de los siglos.  Son muchos los temblores de alta intensidad que han terminado arruinando la ciudad hasta los cimientos.  Reconstruida sobre los escombros, Arequipa varias veces ha visto desaparecer barrios enteros y casonas de manufactura magnífica.  En su lugar aparecieron los tugurios ocupados, en parte, por los damnificados en los eventos trágicos.  Los tambos corrieron una suerte desigual en estos casos.  Algunos vieron seriamente afectadas sus estructuras luego de los sismos, pero la pobreza y precariedad de sus habitantes hacía lejana cualquier propuesta de reconstrucción o mantenimiento.  Otros simplemente desaparecieron y sus moradores migraron a las nuevas zonas urbanizadas en la periferia de la ciudad.

Nuevos espacios, nuevos atractivos están siendo integrados al espacio mental de los arequipeños paulatinamente.  El caso de los tambos es especial, ya que los actores de esta integración viven, crecen, laboran en el mismo espacio recuperado.

Al estar en el lindero mismo del centro patrimonio, pero lejos de ser casonas o templos, los habitantes de los tambos

esperaban un cambio en la actitud de las autoridades y de los ciudadanos arequipeños.  Para felicidad de todos, este cambio se dio de manera lenta, pero irreversible. Una comisión conformada por arquitectos y otros profesionales, vieron en los tambos una posibilidad muy interesante de empleo de recursos para la reconstrucción de los efectos del sismo de 2001.

Una muy abigarrada arquitectura, de diversos períodos y estilos, podría convertirse en un centro de atracción de turistas.  Sin embargo, no fue este el objetivo central de la reconstrucción.  En realidad el eje fue el habitante mismo del tambo.  Involucrándolo en la idea de reconstruir y embellecer su propio espacio para ser mostrado y gozado por muchas personas, movilizó esfuerzos y recursos combinándose en feliz armonía.

Los arequipeños redescubrieron su ciudad a partir de la Declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad.  La siguieron redescubriendo a partir del trabajo del patronato.  Nuevos espacios, nuevos atractivos están siendo integrados al espacio mental de los arequipeños paulatinamente.  El caso de los tambos es especial, ya que los actores de esta integración viven, crecen, laboran en el mismo espacio recuperado.  Se está comprendiendo que un ambiente sano, estéticamente logrado, seguro y con un gran legado histórico que no solo es mostrado a los visitantes, sino que sirve para que los ocupantes, los verdaderos dueños de este patrimonio se vean como actores de esa historia y poseedores de un gran cúmulo de posibilidades.

Más aún cuando se aprecia con temor que la sobreutilización del espacio del centro histórico está poniendo en grave riesgo el patrimonio o parte de él.  Por ello resulta estimulante apreciar que hay administraciones municipales y regionales que se comprometen efectivamente con esta riqueza y con el destino de sus habitantes.  Resulta poco menos que paradójico que una de las sociedades donde se conserva con mucha fuerza los esquemas de exclusión relacionadas con la colonia, termine asimilando símbolos extraños al ideal “blanco”: la momia Juanita, el Loncco y ahora estos espacios que implicaron la puerta a la otredad.3 Este proceso puede ser una evidencia cierta de los cambios positivos que se viven en nuestro medio y que las esperanzas de construcción de una ciudad de todos, por todos y para todos sus habitantes son posibles.


* Historiador.  Docente Principal de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.

Referencias bibliográficas

Barriga, Víctor M. Memorias Para la Historia de Arequipa.  Relaciones de la Visita al Partido de Arequipa por el Gobernador Intendente Don Antonio Álvarez Jiménez. 1876 – 1791. Tomo I. Arequipa: La Colmena. 1941.

Bedregal La Vera, Jorge. La Ruta del Loncco.  Raíces del Hombre Arequipeño. Arequipa: El Taller. 2008.

Bedregal La Vera, Jorge. Iconografía y Simbolismo: Identidad Arequipeña.  Arequipa:  UNSA. 2006.

Bedregal La Vera, Jorge. «El Carácter Excluyente de la Declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad de Arequipa. Ponencia en el Segundo Congreso Internacional de Patrimonio Cultural.»  Córdoba, Argentina.  2003.

Belaúnde, Víctor Andrés. Trayectoria y Destino. Memorias. Tomo I. Lima: Ediventas. 1967.

Carpio Muñoz, Juan Guillermo. La Inserción de Arequipa en el Desarrollo Mundial del Capitalismo (1867 – 1919). En: Historia General de Arequipa.  Arequipa. Fundación Bustamante de la Fuente. 1990.

Glave, Luis Miguel. Trajinantes. Caminos Indígenas en la Sociedad Colonial, Siglos XVI-XVII.  Lima: Instituto de Apoyo Agrario. 1989.

Elliot,  John. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492 – 1830). México: Editorial Taurus. 2009.

Galdós Rodríguez  Guillermo. Kuntisuyu. Lo que Encontraron los Españoles. Arequipa: Fundación Bustamante de la Fuente.  1985.

Gutiérrez, Ramón. Evolución Histórica Urbana de Arequipa. (1540-1990). Lima: Epígrafe Ediciones. 1992.

Murra, John V. El Mundo Andino. Población Medio Ambiente y Economía.  Lima: IEP. 2002.

Szykulsky, Josef. «Investigaciones Arqueológicas en Churajón.  Departamento de Arequipa – Perú».  Informe Preliminar de los Trabajos de 1995-1996.  Arequipa:  UCSM.  1998.


  1. Es cierto que hasta bien entrado el siglo XX y el descubrimiento del DDT, la presencia de mosquitos y la posibilidad de contagio de paludismo implicó un verdadero “cinturón sanitario” que contuvo a la población andina confinada en la sierra y por lo tanto la costa “libre” de la presencia india.
  2. La ocupación humana del área andina se realizó a través de una cadena de enclaves que se distribuían aprovechando las cuencas de los ríos en dirección del océano, tratando de cubrir todos los pisos ecológicos, lo que determinaría una diversificación dietética importante para todos los habitantes del centro correspondiente, estuvieran en el enclave que estuvieran (Murra 2002).