Jiménez Quispe, Edilberto. Chungui: Violencia y trazos de memoria. Lima: IEP: COMISEDH: DED, 2009. 2a. Ed.

El libro Chungui: Violencia y trazos de memoria, del antropólogo y retablista ayacuchanoEdilberto Jiménez, es un trabajo que recoge, de forma escrita y gráfica, los testimonios de la violencia política en uno de los distritos más alejados y olvidados del departamento de Ayacucho. Mi contacto con los testimonios recogidos en este libro se remonta a algunos años atrás.

Sentados en un café en el Centro Cultural del Arzobispado de Ayacucho, Edilberto me entrega una copia de su manuscrito de Chungui.  La noche anterior lo había acompañado a la inauguración de la exposición “Chungui: en blanco y negro. Trazos de memoria” en el Centro Cultural, que había recibido una gran acogida en la ciudad.  Eran los días previos a la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (agosto del 2003). La ciudad de Ayacucho estaba en ebullición, con actividades culturales, eventos y presentaciones de documentales.  El retablo-estrado estaba en construcción para reemplazar las figuras de yeso, tiza y cola por las de los comisionados, los cantantes, los músicos y los danzantes que darían vida a la ceremonia de entrega del informe en Ayacucho.

Edilberto y yo pasamos la tarde conversando sobre el proceso de la violencia política, sobre la creación de nuevas obras de arte en tiempos de violencia y sobre la memoria. Chungui aparecía  una y otra vez en la conversación. Edilberto viajó por primera vez a Chungui en 1999, como parte del equipo del Centro de Desarrollo Agropecuario de Ayacucho (CEDAP). Con escasos recursos, como periodista, artista y antropólogo, Edilberto recorre Chungui y la zona sur del distrito, bautizada durante la década de 1980 como “Oreja de Perro” (pág.20).  La premura de comunicar los desgarradores testimonios hace que el artista y etnógrafo recurra al lapicero y al papel para visualizar lo inenarrable. El retablo se queda atrás. No puede esperar a llegar al taller para convertir los testimonios en figuras y “plantarlas” en el cajón. En esos testimonios hay una urgencia, como dice Beverly, de comunicar esa pequeña historia, esa otra historia y el dibujo resulta una herramienta más rápida y directa. Como Edilberto declaró en el diario La Calle:

“Ha sido esa voz apagada de muchísimos, el llanto y el dolor humano. Siempre he dibujado y desde que comenzó la violencia política en Ayacucho —yo en esa época terminaba de ingresar a la Universidad— la sangre entró en mis retablos. El manto negro los cubría, pues había muchísimos muertos en el retablo, tal como estaba sucediendo en Ayacucho… Imagínate, si eso pasaba en el mismo corazón de Ayacucho, ¿qué pasaba en el campo? Ahí la crueldad fue mucho mayor.La violencia estuvo ahí con más fuerza y poco o nada conocíamos de lo que pasaba”. 1

Hijo de una familia de retablistas procedente de Alcamenca, 2 Edilberto aprendió este arte desde niño, jugando en casa con sus hermanos y sus padres. Los retablos de violencia de Edilberto son efectivamente, uno de esos espacios en los que la memoria es el resultado de las vivencias del retablista, la investigación, la conversación con familiares, amigos, compadres, vecinos e intelectuales. Es la memoria basada no en las fuentes oficiales sino en las fuentes orales y escritas: proviene de canciones, cuentos, noticias, interpretaciones de hechos reales, rumores o eventos globales. En los retablos la memoria colectiva se entremezcla con las creencias populares y los eventos históricos. Ahí destacan los realizados por Edilberto durante las décadas de los ochenta y noventa. “Sueño de una mujer huamanguina”, “Masa”, “Los Condenados”, “Retama”, entremezclan memorias locales de duelo, recuerdos, historias íntimas… 3 Existe en estos retablos una producción de la historia. Pero este proceso resulta ser complejo, con un contenido nuevo y muy lejano de la formalidad. Paul Connerton sostiene que la producción de la memoria comunal o colectiva de los grupos subordinados produce otro tipo de historia, “una en la que no solo muchos de los detalles son diferentes, sino también en la que la misma construcción de formas significativas obedece a un principio diferente. Detalles distintos emergen porque son insertados, como si se tratase de un tipo diferente de hogar narrativo.” 4 Estas memorias sociales tienen un ritmo propio, poco habitual, que estructuran la memoria de manera diferente. Las narrativas visuales representadas en retablos son múltiples, polifónicas y siguen una temporalidad que relaciona eventos de forma diferente. Así ciertos eventos fácticos son mezclados con símbolos religiosos y rituales, combinando emociones con poderosas críticas a la sociedad peruana. A veces estas críticas son sutiles y recubiertas en la imaginería religiosa; otras, en cambio, se manifiestan con un realismo radical.

En Chungui: violencia y trazos de memoria, Edilberto Jiménez recoge y grafica los testimonios de los habitantes de Chungui, distrito de la provincia de La Mar. A través de los dibujos y de los testimonios, Edilberto consigue interpelar a la sociedad. Recurre a un método más participativo y directo para cuestionar, para exigir respuestas que expliquen por qué tanto horror en Chungui. El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) ingresa a Chungui desde mediados de la década de 1970 a construir la “sociedad nueva” a través de escuelas populares, proselitismo, y utilizando una serie de tácticas maoístas como las “retiradas” para destruir las estructuras organizativas, la economía, las formas de vida y deshumanizar a la gente de Chungui… No solo eso. – El PCP-SL sigue la misma estructura de dominación que el Estado colonial al que pretendieron eliminar, basando su poder en la escritura, como lo registra el siguiente testimonio:

“No nos enseñaban a leer o a escribir, todo era verbalmente. Solo ellos ¬—haciendo referencia a los mandos subversivos— tenían un cuaderno para poder dibujar, graficaban cómo debíamos de escapar de los militares, cómo esquivar las balas y todo eso (CVR.BDI-I-P606. Entrevista en profundidad, Chungui (Chungui).” 5

Las Fuerzas Armadas ingresan a Chungui durante el verano de 1984. A partir de ese momento, el PCP-SL establece “las retiradas” (1984-1987) como una estrategia de guerra y promover, de esta manera, la construcción de la “nueva sociedad”. Es así que los pobladores de Chungui fueron obligados a dejar sus comunidades, sus pueblos, a dejar de emigrar y vivir en el monte, organizados en “fuerzas”, a ser la “masa” con la cual se fundaría el nuevo Estado. Pobres, sin educación, sin recursos, fueron obligados a dejar todo, sus pocas pertenencias, a matar a sus animales (p.146-147) e incluso a sus hijos (p.228-229).  Los pobladores de Chungui y Oreja de Perro se tornan recolectores, errantes, “sucios”, “piojosos”, “hambrientos”, “enfermos” (p.224-225)… pierden los pocos logros que como ciudadanos habían obtenido cuando lograron eliminar el sistema de haciendas durante los años sesenta y setenta. Esto significó —en palabras de Degregori— un retroceso, un retorno al “estado de naturaleza” (prólogo).  La guerra en Chungui no significó solamente estar entre dos fuegos, sino que fue más allá hasta llevar a la pérdida misma de la condición humana, como lo muestra el siguiente testimonio:

“Hemos estado más de cuatro años en el monte, ya casi sin ropa. Los de Fuerza Principal (PCP-SL) ya no traían nada. Cuando alguien estaba pensativo o creían que quería capitular, lo mataban y su ropa te la daban para que la utilices manchada con sangre… Comíamos cualquier cosa por hambre… No podíamos asearnos, hemos estado apestando, no teníamos jabón ni Ace. Nuestro cuerpo sucio, nuestras ropas sucias estaban apestando… En nuestras cabezas también estaban los piojos negros como de chanchos, porque nuestros cabellos eran grandes y sucios. Las pulgas nos llenaban y teníamos que sacarnos nuestras ropas para matarlas a veces dejábamos solear nuestras frazadas o mantas para que salten con el calor del sol. Al vivir como animales en cuevas, montes, y por dormir juntos como perros o chanchos, nos exterminaban los piojos blancos y negros. En nuestros cuerpos los piojos blancos. Nuestro mal olor se sentía a lo lejos, hemos estado sucios” (p. 220-221).

Al final del conflicto armado interno se registran 1381 personas muertas y desaparecidas en Chungui entre 1980 y el 2000. Esto representa casi un 17% de la población del distrito que fue censada en 1981. “Si comparamos los Censos de 1981 y 1993 en el distrito de Chungui, constatamos un descenso de cerca de 47.5% de la población total (de 8,257 habitantes en 1981 a 4,338, en 1993). Es especialmente la población en áreas rurales la que ha descendido de 7,682 habitantes en 1981 a 3,797 pobladores en 1993, lo que representa una baja del orden del 51%.” 6

La guerra en Chungui fue peor que el fin del mundo.

“La guerra maldita ha dejado todo. Antes de la violencia en el pueblo de Chungui se vivía mejor, los pueblos tenían una buena organización, se respetaba a las autoridades y todo era respeto y todo era controlado. Pero después de la violencia solo existe caos, pues muchos se dedican a tomar, mujeres y varones, el alcoholismo ha crecido mucho, existe mucha violencia familiar. Muchos comuneros quedaron con heridas de guerra, sufren de dolor de cabeza, sus ojos poco a poco se van apagando y se van volviendo ciegos. Muchos perdieron sus manos y pies, muchos tienen en sus cuerpos cicatrices de arma blanca y otros siguen con las balas alojadas en sus cuerpos” (p.306-307).

¿Por qué tanta violencia? ¿Por qué tanto olvido? Una sociedad que da la espalda, un Estado que no mira ni considera a todos sus ciudadanos como iguales, una colectividad que se niega a conocer el horror de lo vivido. Una comunidad que es obligada a conformarse a vivir en medio de tanta violencia. Las huellas de la guerra continúan operando como filtros a través de los cuales se canaliza toda la vida de estos pobladores. ¿Cómo reconstituir la vida de estos pobladores en sociedad? Las consecuencias de la guerra no solo registran pérdidas de vidas humanas, sino también tiene fuertes connotaciones simbólicas, culturales, económicas, políticas, sociales, psicológicas. Aquí la memoria opera como una forma de resistencia frente al olvido, frente a la indiferencia. Es la política de la resistencia. En una presentación reciente que realizara el autor en Ayacucho mostraba un aspecto central de las narraciones y dibujos, y es que la memoria y los testimonios revelan un paisaje animado. 7 Los pobladores de Chungui materializan y contextualizan la experiencia mostrándola incorporada en un tiempo y un espacio que está ahí, vivo.  A través de sus dibujos, el autor nos muestra cómo el tiempo y el espacio se unen para construir una memoria que se establece en términos de su calendario agrícola. Los momentos recordados tienen colores propios: caminos solitarios, la tenue salida del sol, el atardecer con color a flor de retama, la oscuridad de la noche, el miedo… para la gente de Chungui hay una necesidad de temporalizar la memoria, la experiencia y de mostrar que esta tiene un color especial que la distingue. Es la alteridad inscrita en el espacio público en las comunidades más pequeñas. El autor nos introduce en una estética donde los trazos, los colores y los testimonios condensan las experiencias de la guerra de los comuneros y campesinos de Chungui.

La relación entre la memoria y el olvido es interdependiente, situación que podría ser comparada con la relación entre la vida y la muerte. 8 Cualquier análisis de la memoria es también un estudio acerca del tiempo, por ende, acerca del cambio, la conciencia histórica y la identidad. Los dibujos de Jiménez presentan una condensación de acciones que reconstruyen el tiempo como compartimentos que interrumpen el flujo de los instantes y muestran eventos simultáneamente. No plantean una gran reconciliación sino nos hablan de “pequeñas reconciliaciones”.

Esta es la segunda edición del libro. La primera edición fue publicada por el Instituto de Estudios Peruanos, en el 2005. En esta edición, Edilberto incluye una serie de dibujos recientes sobre la concertación, el trabajo de la comisión de la verdad, la paz, el retorno y la reconciliación, pero:

“¿Cómo podemos perdonar a uno que ha matado a nuestros hijos, a nuestro padre?” (p. 308-309)
“Antes de la violencia no había tanto problema, ahora siempre existe enemistad, a veces nos decimos lo que hemos sido en la época de la violencia, otros siguen con sus amenazas, otros continúan humillados ante otros que tuvieron poder en épocas de la violencia. Entonces de esas cosas horrorosas todavía no hemos encontrado una medicina que nos cure para encontrar solidaridad, unidad, esa reconciliación de la que ahora se habla mucho”. (p. 308-309)

El pasado anterior a la guerra se inscribe en el recuerdo de una manera bucólica. A pesar del olvido, a pesar de la pobreza, era mejor que el tiempo de la guerra.  Existía una base social estructurada en la confianza, la solidaridad y la reciprocidad.  La guerra resquebraja todo el sistema social, económico, político y cultural.

¿Cómo se (re)construyen los lazos o vínculos afectivos entre víctimas y victimarios en el Perú? No hay una sola reconciliación así como no hay una sola memoria. Son muchas las reconciliaciones y pasan por instancias familiares; por intentar recomponer afectos, sentimientos, lazos que son de índole más personal y familiar.  El testimoniante anterior termina su narración señalando que solo la patrona del pueblo, la Virgen del Rosario, los une. Una de las imágenes más poderosas de este libro para mí es la última, Llaqta Maqta (joven del pueblo). El dibujo nos muestra la danza y el género musical más importante del pueblo: el llaqta maqta. 9  Esta es interpretada en diferentes momentos rituales importantes como la inauguración de una casa, la fiesta del pueblo, los carnavales. Es una danza de jóvenes que buscan pareja, es decir que buscan formar una familia para empezar una nueva vida. El dibujo no es alegre. Muestra la vitalidad de lo cultural en el sentido que permite que la vida social continúe. Los jóvenes bailan, ejecutan su bandurria, cantan, pero sus rostros están tristes. Hay un pesar que no se va. Es el dolor de haber perdido a sus seres queridos, su historia, sus instituciones, su vida… el dolor se entrevé en sus miradas y penetra todo, es un filtro a través del cual continúa la vida. Es la memoria que permanece. Aquí hay un punto importante a anotar, y es comenzar a pensar la memoria de la guerra interna desde los jóvenes.


* Doctora en Antropología, docente del departamento de Ciencias Sociales y coordinadora académica de la Escuela de Posgrado de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Este texto es una adaptación de la presentación del libro, realizada el 21 de agosto del 2009 en el IEP.


  1.  Entrevista realizada a Edilberto Jiménez por Juan Camborda, “Chungui y la barbarie de la violencia en el arte”. Diario La Calle, año X, no. 3347, publicado el 20 de agosto de 2003.
  2. Comunidad de Alcamenca, distrito de Alcamenca, provincia de Víctor Fajardo, departamento de Ayacucho.
  3. Véase, María Eugenia Ulfe, La memoria en el cajón, Lima: PUCP (en prensa).
  4. Paul Connerton, How Societies Remember, Cambridge: Cambridge University Press, 1989: 19; mi traducción.
  5. Informe Final de la CVR, TOMO V, Cap. 2, p. 102. 
  6.  Informe Final de la CVR, Tomo V, Cap. 3, p. 113. 
  7. Presentación de Edilberto Jiménez en el Seminario Internacio nal “Memoria, Etnicidad y Género” organizado por la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 3 al 6 de agosto de 2009. 
  8. Véase, Marc Augé, Las formas del olvido, Barcelona: Gedisa, 1998. 
  9. Llaqta maqta significa literalmente “joven del pueblo”y es el nombre tanto del género musical como de la danza más importante de Chungui.