Juergen Golte (Danzig, 1943) estudió antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y se incorporó al Instituto de Estudios Peruanos cuando todavía era estudiante.Sus principales publicaciones en castellano han salido bajo nuestro sello editorial, destacando entre ellas: Estructuras tradicionales y economía de mercado; la comunidad campesina de Huayompa (IEP, 1969, con Fuenzalida, Celestino, Valiente y Villarán), Los caballos de Troya de los invasores: estrategias campesinas para la conquista de la Gran Lima (IEP, 1989, con Norma Adams) y Moche: cosmología y sociedad, una interpretación iconográfica (IEP, 2010). Golte es, sin duda, uno de los mejores antropólogos peruanistas y peruanos, de cuya pertenencia el IEP nos sentimos orgullosos.
A continuación transcribimos las palabras de Carlos Iván Degregori con ocasión del doctorado Honoris Causa entregado a Golte por la UNMSM. Degregori es profesor de la Escuela de Antropología de la UNMSM, de la cual fue director. Además es miembro de la Asamblea General del IEP, del cual fue miembro del Consejo Directivo y también Director General.
*****
Manzana de la tierra. Así es como llaman a la papa en alemán: kartofeln.
La manzana de la tierra fue el primer contacto de Juergen Golte con el mundo andino, cuando su madre lo mandaba junto a sus hermanos a recoger hierbas y hongos del bosque, mientras ella sancochaba las papas, el único alimento en la Alemania de los primeros años de posguerra.
Se dedicó a estudiar Altamerikanistika, que era el equivalente a lo que entonces se enseñaba aquí, en el Instituto de Etnología de San Marcos. Una disciplina que conjugaba la Arqueología, la Etnohistoria, la Antropología y también la Lingüística y la Antropología Física.
Pero no es que desde entonces su camino hacia esta parte del mundo estuviera ya trazado. Hubo antes muchos recovecos. Primero Juergen se graduó por amor en Matemáticas. Pero luego, disipada esa ilusión trigonométrica de adolescencia, comenzó a enfocar mejor su carrera académica. Primero en Bonn, luego en Berlín, primero con el profesor Trimborn, luego con el profesor Kutscher, se dedicó a estudiar Altamerikanistika, que era el equivalente a lo que entonces se enseñaba aquí, en el Instituto de Etnología de San Marcos. Una disciplina que conjugaba la Arqueología, la Etnohistoria, la Antropología y también la Lingüística y la Antropología Física. Una disciplina que tal vez abarcaba mucho, pero, como lo prueba el caso de Golte, podía ofrecer también un contexto riquísimo y una amplia versatilidad para los estudios concretos.Apenas graduado y cansado ya de recorrer partes de Europa en su vieja bicicleta, Juergen se embarcó en Lisboa con destino a Río de Janeiro, atravesó Brasil, luego Bolivia y por fin, como un personaje de Aguinis, recaló en la Universidad de San Marcos, más precisamente en la vivienda universitaria. El Instituto de Etnología, que funcionaba en ese mismo espacio, atravesaba su mejor momento. Y no es solo la nostalgia la que habla hoy a través de mí. Estaban en la planta de profesores Luis E. Valcárcel, José Matos Mar, José María Arguedas, Jorge Muelle y Alberto Escobar, y a ellos se sumaban profesores extranjeros como Maurice Godelier, Henri Favre y John Murra, para mencionar solo algunos.Durante los años que Golte estudió en San Marcos, el Instituto de Etnología llevaba adelante un proyecto de investigación en el valle de Chancay, en coordinación con la Universidad de Cornell y el Instituto de Estudios Peruanos. Juergen realizó trabajo de campo en la comunidad de San Agustín-Huayopampa, como parte del equipo que dirigía Fernando Fuenzalida y conformaban José Luis Villarán, Teresa Valiente y Olinda Celestino, fallecida hace pocos años ya como investigadora del CNRS en Francia.La etnografía trabajada por esos estudiantes sanmarquinos marcó un punto de inflexión en los estudios de comunidades en el Perú y un punto de quiebre con la teoría de la modernización, por entonces en auge. Esto puede advertirse desde el título mismo de la investigación,
Estructuras tradicionales y economía de mercado: la comunidad de indígenas de Huayopampa, publicada por el IEP en 1968.A pesar de que ya para entonces se había publicado la monografía de Gabriel Escobar sobre Sicaya, la de Richard Adams sobre Muquiyauyo, los trabajos de José María Arguedas sobre la feria de Huancayo y sobre los cambios en Puquio, el paradigma de la modernización seguía siendo hegemónico, con manifestaciones en Antropología como las de Robert Redfield, que imaginaba un “continuum folk-urbano”, en uno de cuyos extremos se ubicaban las denominadas sociedades “folk”, tradicionales, y en el otro, donde no quedaba nada ya del primer polo, las sociedades modernas desarrolladas. Era la época en que tradición y modernidad aparecían como opuestas y excluyentes. Desde la sociología, Walt Withman Rostow sostenía posiciones semejantes cuando hablaba de “las cinco etapas del desarrollo autosostenido”. Y así como ahora creemos estar ad portas del primer mundo, entonces nos considerábamos una sociedad en proceso de “despegue”, tercera etapa hacia el “desarrollo autosostenido”. Una de las tareas centrales de la antropología era contribuir al proceso de “integración de la población aborigen”, su “aculturación” y desarrollo.En esa oposición entre tradición y modernidad, la cultura tenía bastante que ver, pero entendida en buena parte como una suerte de “carácter” a la Margaret Mead. Así, en las comunidades del valle de Chancay se suponía que existían “sectores más dinámicos” y “sectores más estáticos y refractarios al desarrollo”.
El estudio de Huayopampa, “comunidad de punta” para usar un término que acuñó posteriormente José Matos, probó que sus estructuras “tradicionales” eran más bien un activo para su inserción favorable en el mercado. Según las hipótesis iniciales del proyecto, en las comunidades de la parte alta del valle de Chancay, “Huayopampa era una comunidad dinámica […] mientras que Pacaraos aparecía más estancada”.
Caminante incansable, con él fuimos hasta el nacimiento del río Chancay, quizás buscando el final del arcoíris. No lo encontramos, pero logramos escribir otra monografía que acabó con el mito del Pacaraos reacio al cambio.
Fue allí donde recaló un par de años después otro equipo de alumnos de tercer año, pero nuestro jefe de equipo no daba pie con bola y llegó un momento en que pensamos regresarnos, que ya todo estaba dicho sobre Pacaraos en una monografía de Emilio Mendizábal y una tesis de Rodrigo Montoya, escritas pocos años antes. Un terremoto en octubre de 1966 salvó el estudio. No entraré en detalles, pero nos llegó un nuevo jefe de equipo, Juergen Golte acabadito de terminar sus andanzas por Huayopampa. Caminante incansable, con él fuimos hasta el nacimiento del río Chancay, quizás buscando el final del arcoíris. No lo encontramos, pero logramos escribir otra monografía que acabó con el mito del Pacaraos reacio al cambio y reforzó más bien las tesis sustentadas en Huayopampa.Después de esa larga primera etapa de estudios en San Marcos y monografías en comunidades del alto Chancay, Golte regresó a Europa para su doctorado y su habilitación en la década de 1970. Pero ya no dejó de regresar al Perú. En realidad, nunca se fue del todo. Recuerdo habernos encontrado con José Matos en el palacio de Ludwig II, el rey loco de Baviera, con ocasión de un Congreso de Americanistas, pedirle a Matos prestados 50 soles, que hasta ahora le debemos, y viajar con eso tirando dedo hasta Madrid, por una autopista donde aprendí mi primera palabra en alemán, “pausa”, que significa “pausa”, y era lo que decía cada cierto tiempo un borrachín que nos llevaba, y cuando ya no podía seguir, paraba y decía: “pausa”. En esa autopista nos enteramos de la invasión soviética y el fin de la primavera de Praga. Pero íbamos a Madrid, un Madrid en el cual todas las monedas llevaban la imagen de Franco y abundaban las tiendas de estampitas, cirios, devocionarios, trajes de primera comunión. Al menos, eso es lo que más me impresionó. En una suerte de reflejo arguediano, de tener por lo menos una idea comparativa de las comunidades de España y el Perú, Juergen siguió hasta las Hurdes, una región de España por entonces muy pobre.En la década de 1970, como parte de sus acreditaciones académicas, Golte escribió Repartos y rebeliones. Túpac Amaru y las contradicciones de la economía colonial, publicado en el IEP en 1980 y prueba de que podía moverse con comodidad en diferentes siglos. Por entonces, al Perú Juergen venía con sus alumnos y publicó artículos sobre canciones andinas o sobre los cambios económicos y culturales en Ayacucho.Es en la década de 1980 que se abre un segundo capítulo en sus contribuciones a la antropología andina. Siguiendo los pasos abiertos años antes por Murra, se pregunta: ¿qué significan hoy la verticalidad y la utilización de un máximo de pisos ecológicos? ¿Hasta dónde llega —conceptual y geográficamente— el concepto de Murra y hasta dónde no? Una pequeña publicación, La racionalidad de la organización andina (IEP, 1980), nos muestra una organización muy sofisticada, en las antípodas de la casita en la pradera; una organización que obligaba a manejar diversos ciclos agrícolas al mismo tiempo y necesitaba por lo menos la familia extensa y de preferencia la comunidad como organizadora de la producción y disciplinadora del trabajo. Naturaleza y sociedad forjaban una ética del trabajo que no sería la protestante, pero fue de mucha utilidad cuando los comuneros andinos “llegaron a la ciudad de los señores”, parafraseando un poema de Arguedas. Dentro de esta misma temática, publica luego con Marisol de la Cadena La codeterminación social andina (IEP, 1986). La idea central del estudio era que una parte variable de la producción campesina podía aparecer en el mercado porque existía una economía campesina por fuera del mercado, que se entrelazaba inextricablemente con aquella. Una versión que tiene puntos de encuentro, aun cuando me parezca más compleja, con aquella tesis de la autoexplotación campesina.
No era, pues, un mero aluvión que inundaba las ciudades, sino un proceso complejo en el cual era necesario tomar en cuenta el perfil de los sitios de origen para entender las formas de inserción en Lima.
Por esos mismos años, siguiendo como muchos antropólogos al que había sido su más importante “objeto de estudios”, Juergen emprende el camino que lo lleva del campo a la ciudad y concreta lo que después el norteamericano George Marcus llamaría una etnografía multisituada. Con Norma Adams como coautora y un conjunto de asistentes, la mayoría sanmarquinos, siguió a los migrantes de diez comunidades de diferentes partes del país, elegidas por una serie de factores sociales, culturales y geográficos, y vio cómo se insertaban de manera bastante planificada en Lima. No era, pues, un mero aluvión que inundaba las ciudades, sino un proceso complejo en el cual era necesario tomar en cuenta el perfil de los sitios de origen para entender las formas de inserción en Lima. La investigación culminó en un libro,
Los caballos de Troya de los invasores: estrategias campesinas para la conquista de la Gran Lima (IEP, 1987). La mayoría de los ejemplos eran exitosos y exploraban un camino que en esos años la mayoría de las ciencias sociales en el Perú tenía descuidado, y fue llenado por la interpretación más simplista pero atractiva de Hernando de Soto y
El otro sendero (ILD, 1987). Posteriormente, Norma Adams y Néstor Valdivia (
Los otros empresarios: ética de migrantes y formación de empresas, IEP 1994), así como Ludwig Huber (
Etnicidad y economía en el Perú, IEP, 1997), que habían trabajado con Golte, estuvieron entre los pocos antropólogos que siguieron intentando complejizar un tema que hasta hoy sigue siendo polémico. Pero para entonces, el paradigma que denominamos aquí neoliberal se había vuelto hegemónico, mientras otras interpretaciones se replegaban, especialmente las provenientes de la antropología, afectada tal vez más directamente que otras ramas de las ciencias sociales por el conflicto armado interno de las pasadas décadas.Pero retomemos los aportes de Golte y centrémonos en el que aquí principalmente nos congrega, su calidad como docente. Ya desde la década de 1970 profesor nombrado en la Universidad Libre de Berlín, desde fines de la siguiente década pudo al mismo tiempo acompañarnos, primero como profesor visitante y luego regular de la EAP de Antropología de San Marcos. No sé cómo lo logró, pero lo hizo. Rectifico: algo sé, y es que Juergen contó con el apoyo unánime de los profesores de la Escuela y también de la Facultad, que más allá de las discrepancias estuvo de acuerdo en hacer lo necesario para mantener su plaza. En estos tiempos difíciles y polarizados, vale la pena recalcarlo.Por su parte, Golte ha correspondido a ese apoyo, siempre dispuesto a colaborar y a enseñar, muchas veces en su propia casa y en los horarios más inverosímiles, y los/las alumnas siempre dispuestos a asistir, no solo por el atractivo de los
kuchen (kekes) que son una de sus especialidades, sino también por sus cursos, que insisten en una visión comparativa que, paradógicamente, estaba más presente en décadas pasadas que hoy en día. Por ello, por sus trabajos concretos y por sus cualidades pedagógicas, Golte es un profesor muy reconocido y respetado por sus estudiantes.En la década pasada, su trabajo volvió a dar otro giro y nos trajo otra sorpresa:
Moche, cosmología y sociedad, una interpretación iconográfica (IEP/CBC, 2009), producto de la observación de más de 50 mil ceramios moche en casi todos los museos que tienen colecciones moche en el Perú y el mundo. El principal aporte de este monumental trabajo iconográfico es romper con el etnocentrismo en la interpretación visual. Para el autor, la cultura visual mochica solo es analizable si se toma en cuenta que los artistas moche exponían sus ideas sistemáticamente en objetos tridimensionales. Buscar el sentido a las imágenes luego de haberlas reproducido en dos dimensiones resulta, dice Golte, en la simplificación etnocéntrica de un sistema complejo de construir significados en un espacio tridimensional. Según el autor:
[…] al leer las imágenes en sus ubicaciones en la superficie tridimensional de las vasijas surge una interpretación que dista mucho de aquellas que parten de las copias bidimensionales a la usanza europea. Quizás uno de los hallazgos más fascinantes sea que los “temas” leídos como interacciones entre personajes que acontecían simultáneamente, pueden entenderse como explicaciones calendáricas que ubican a los actores en estaciones diversas del año. El estudio ilustrado profusamente permite entender la construcción de significados en las vasijas. No sólo explica la cosmovisión, ritos y narraciones, sino que introduce al lector paso por paso al razonamiento del autor y, sin duda, también al de los artistas mochica.
Mientras Moche… avanza a convertirse en un clásico, su autor amenaza con otro giro y un nuevo trabajo llamado Polifacéticos: los jóvenes limeños del S.XXI. De la cultura Moche a la juventud del siglo XXI y el mundo virtual, de un extremo a otro de un arco temporal que abarca milenios.Mientras esperamos los nuevos aportes de esta obra abierta, termino diciendo que es un orgullo para la Universidad de San Marcos, Decana de América, tener en su plana docente a un humanista, casi un renacentista, hijo del Siglo de las Luces, tal vez demasiado racional, pero al mismo tiempo deseoso de comprender al otro sin exotizarlo, a las sociedades andinas y sus “otras modernidades”.
* Antropólogo, investigador del IEP.
Este artículo debe citarse de la siguiente manera:
Deja un comentario