A pesar de que sigue sin existir un consenso importante sobre lo que implica una democracia, se puede dar por descontado que un régimen democrático, en nuestros días, incluye tres principios centrales: (1) la competencia entre distintas organizaciones políticas para hacerse del Gobierno; (2) la participación política de los gobernados, especialmente al momento de elegir al Gobierno; y (3) la rendición de cuentas de los gobernantes como representantes de los gobernados. Dada esta situación, queda claro que las elecciones constituyen un acontecimiento importante dentro de un régimen político representativo. Específicamente, los procesos electorales significan, como pocos momentos dentro de un régimen democrático, la puesta en práctica de la participación, competencia y rendición de cuentas. Si adicionalmente se considera que algunas elecciones pueden ser más o menos excepcionales por la coyuntura en la que se llevan a cabo, por sus resultados o por sus implicancias, podemos empezar reconociendo que lo que ha vivido nuestro país en los últimos meses ha sido una experiencia política particularmente intensa, que llevó a no pocas personas a asumirla como si lo que estuviera en juego fuera una especie de guerra del fin del mundo conocido, deseado y recuperado en los últimos años. De igual forma, y como no podría ser de otra manera, esta elecciones han sido vistas y analizadas desde diferentes —y no pocas veces opuestos— puntos de vista.

Lo que ha vivido nuestro país en los últimos meses ha sido una experiencia política particularmente intensa, que llevó a no pocas personas a asumirla como si lo que estuviera en juego fuera una especie de guerra del fin del mundo conocido, deseado y recuperado en los últimos años.

Pensando en la tarea de identificar algunas áreas en común entre lo mucho que se ha dicho y escrito sobre el proceso electoral que acaba de terminar, es posible plantear que han habido tres grandes entradas. En primer lugar, tenemos los esfuerzos por encontrar las explicaciones al comportamiento electoral de los peruanos durante este proceso electoral, y por establecer semejanzas y diferencias en relación con procesos anteriores; de manera especial, con las elecciones generales de 2006. En segundo lugar, a partir de un interés por no quedar atrapado en números y estadísticas, se ofrecieron algunas interpretaciones que buscaban poner en un primer plano procesos y fenómenos de mediana y larga duración. Finalmente, no faltaron los intentos por vislumbrar los posibles escenarios futuros para el país a partir del Gobierno que finalmente fuese elegido. Sin duda alguna, cada una de estas perspectivas llama la atención sobre una dimensión clave para comprender un momento político que ha sido importante y complejo, y para entender mejor qué es lo que viene sucediendo en nuestro país en las últimas décadas, especialmente después de nuestra última transición a la democracia en 2001.
A continuación se presentan, discuten y sugieren algunas ideas sobre las elecciones generales del 2011 y sus implicancias, con un mayor énfasis en sus posibles significados políticos y en las perspectivas que se abren para el nuevo Gobierno. En relación con el comportamiento y los resultados electorales, solo quisiera destacar que una de las contribuciones más importantes de quienes se han dedicado a su análisis ha sido llamar la atención sobre la necesidad de tener en cuenta tanto los factores estructurales como los más propiamente políticos o contingentes. En este sentido, se ha sostenido que los factores estructurales (por ejemplo, la generalizada insatisfacción con el funcionamiento de las instituciones políticas o la demanda por una mayor presencia del Estado que permita cubrir un conjunto de necesidades y demandas que la economía de mercado no ha logrado satisfacer) deben ser vistos como el punto de partida o la base de todo proceso electoral. Es decir, como un conjunto de orientaciones, perfiles y posibilidades sobre las cuales los candidatos y actores políticos necesitan desplegar sus tácticas y estrategias. 1  Por lo tanto, pensando en la elección que acaba de terminar y en futuras elecciones, es importante insistir en que una mirada del comportamiento electoral que desconozca el rol de los factores estructurales o de aquellos que pueden ser considerados como más políticos o contingentes no hará sino ofrecer una interpretación parcial o, simplemente, equivocada.

El hecho de que Ollanta Humala y Keiko Fujimori fueran los dos candidatos que pasaban a la segunda vuelta encendió una serie de alarmas en torno a las sospechas o evidencias en relación con el pasado autoritario de ambos y de sus organizaciones.

Sobre lo que significaban o expresaban estos resultados electorales —especialmente los de la primera vuelta—, fue un lugar bastante común sostener que ellos volvían a expresar la tendencia autoritaria de la sociedad peruana. El hecho de que Ollanta Humala y Keiko Fujimori fueran los dos candidatos que pasaban a la segunda vuelta encendió una serie de alarmas en torno a las sospechas o evidencias en relación con el pasado autoritario de ambos y de sus organizaciones políticas. Aunque el peligro para nuestra democracia adquiriese diferentes manifestaciones (el regreso al fujimorismo de los años noventa o la instauración de un régimen chavista), había mucha preocupación en torno al mayoritario apoyo electoral que recibieron Gana Perú y Fuerza 2011, y sobre la inevitable necesidad de tener que elegir entre esas dos agrupaciones políticas en la segunda vuelta. Si bien este tipo de inquietudes tenía algún sustento dada la debilidad de las instituciones políticas en el Perú, nos parece que se estaba ofreciendo una visión demasiado parcial cuando se afirmaba que estos resultados electorales expresaban un rechazo a la democracia, una abierta preferencia por un Gobierno de mano dura o la alta popularidad de las opciones políticas más ambivalentes en relación con el régimen político actual. 2
En mi opinión, esta interpretación tenía varios problemas. En primer lugar, prestaba muy poca atención al hecho de que esta campaña electoral giró alrededor de diferentes temas. Principalmente, en torno a la discusión sobre el manejo de la economía (el modelo económico), la inclusión social, la corrupción y los derechos humanos. En segundo lugar, esta interpretación pasaba por alto un conjunto de rasgos positivos en este proceso electoral. Solo para citar algunos de ellos, podemos considerar el grado en que este último aumentó el rango de las cuestiones que podrían ser materia de una campaña electoral y de una discusión política (por ejemplo, la posibilidad de ampliar la cobertura social del Estado o el aumento del sueldo mínimo). De igual manera, esta campaña electoral, sobre todo entre la primera y la segunda vuelta, demostró una vez más los límites que enfrentan los esfuerzos por influir en el comportamiento electoral desde los medios masivos de comunicación. Para terminar, si las elecciones son esos momentos en los que se expresa con nitidez un conjunto de demandas y expectativas frente a lo que debería atender el Gobierno, estos comicios fueron particularmente significativos.
Este último comentario nos lleva a un segundo grupo de afirmaciones en relación con el significado de los últimos resultados electorales. En esta dirección, ha sido también muy común sostener que estos expresaban una clara preferencia de una mayoría de los electores, sobre todo fuera de Lima, por cambios y reformas en el ámbito político, social y económico. Si bien esta segunda interpretación no está exenta de problemas, existe cierta evidencia que juega a su favor. Para comenzar, resulta casi imposible desconocer que buena parte del triunfo de Ollanta Humala se debe a que consiguió representar una opción de cambio, diferente a lo que ofrecían los demás candidatos. Asimismo, la escasa información con la que se cuenta sobre las razones que estuvieron detrás de las preferencias electorales de los peruanos apunta en la misma dirección. Una entrevista nacional urbana de Ipsos Apoyo del 16 de junio de 2011 muestra que más del 40% de los entrevistados que dijeron haber votado por Ollanta Humala mencionó haberlo hecho porque él representa un cambio. Si bien es cierto que a estas alturas no queda del todo claro cuál es o cuáles son los alcances de este cambio, es innegable que se han generado importantes expectativas en relación con la posibilidad de tener un Gobierno que difiera de forma importante de lo que ofrecieron Alejandro Toledo (2001-2006) y Alan García (2006-2011).

Habría que considerar el riesgo de que el próximo Gobierno termine siendo incapaz de sacar adelante la gran mayoría de reformas ofrecidas durante la campaña y, por lo tanto, que termine quedando por debajo de las expectativas que se han desarrollado en relación con él.

Las expectativas que se han generado sobre el nuevo Gobierno nos llevan al último tema que queremos abordar aquí. A no pocos días de los resultados de la segunda vuelta, la misma encuesta de Ipsos Apoyo mencionada anteriormente revela que algo menos de dos de cada tres entrevistados aprueba lo que Ollanta Humala ha hecho después de su elección como presidente y uno de cada dos entrevistados considera que su elección tendrá un efecto positivo para el desarrollo del país. Estos datos no hacen sino reafirmar las altas expectativas que se han generado sobre el nuevo Gobierno. Sobre esta situación vale la pena destacar varios puntos. Para comenzar, habría que considerar el riesgo de que el próximo Gobierno termine siendo incapaz de sacar adelante la gran mayoría de reformas ofrecidas durante la campaña y, por lo tanto, que termine quedando por debajo de las expectativas que se han desarrollado en relación con él. Como parte de este escenario negativo, no habría que dejar de considerar también la posibilidad de que el próximo Gobierno termine enfrentando una oposición que tenga como su principal objetivo hacerlo fracasar.
Siguiendo con los retos y posibilidades del próximo Gobierno, las condiciones actuales apuntan a que uno de sus principales desafíos será la consolidación de una alternativa de gobierno que podría ser caracterizada como de centro-izquierda; es decir, algo cercano a las recientes administraciones del Partido de los Trabajadores en el Brasil, lo que si bien ha terminado siendo común en nuestra región en los últimos años, va a ser fundamentalmente nuevo en nuestro país. Asimismo, si bien es cierto que este tipo de orientación política en el nuevo Gobierno ayudaría, en principio, a evitar una confrontación política intensa y abierta con la oposición y con diferentes grupos de poder, también lo es el hecho de que la viabilidad de las políticas públicas y sociales que tendrían que caracterizar al gobierno de Gana Perú, incluso de aquellas que se ofrecieron de cara a la segunda vuelta electoral y que buscaban moderar su programa original, pasa necesariamente por alterar algunos de los patrones de redistribución de beneficios y de relación Estado-mercado que se desarrollaron en el Perú a partir de las reformas los años noventa.
Por último, tan importante como llegar a consolidar un Gobierno de centro izquierda en nuestro país será el hecho de que el próximo sea percibido por los ciudadanos como bueno o, por lo menos, como uno mínimamente bueno. En esta dirección, el futuro Gobierno tiene algunas ventajas. Para comenzar, puede mirar al régimen saliente y simplemente tomar la decisión de no repetir sus errores más comunes. Por ejemplo, puede empeñarse en evitar dar la sensación de impunidad frente a los actos de corrupción cometidos por personas vinculadas al Gobierno; puede también optar por no descalificar a sus opositores y a quienes piensan diferente en relación con cómo usar los recursos públicos y naturales; puede no repetir el error de esperar que los conflictos sociales se intensifiquen para recién reconocer su existencia y hacer algunas concesiones; puede abandonar la práctica de ser un Gobierno que siempre se encuentre de lado de la inversión privada y extranjera; y puede abandonar el error de pensar que para gobernar un país con tantos problemas pendientes bastan las grandes obras de infraestructura, la propaganda estatal sobre los montos invertidos y el crecimiento de la economía.

* Politólogo, investigador del IEP.


  1. Tanaka, Martín, Rodrigo Barrenechea y Sofía Vera. “Cambios y continuidades en las elecciones presidenciales de 2011”. En Revista Argumentos, año 5, n.° 2. Mayo 2011. Disponible en http://web.revistaargumentos.iep.org.pe/cambios_y_continuidades_en_las_ elecciones_presidenciales_de_2011. htlm ISSN 2076-7722 
  2. Vergara, Alberto. “El sopapo electoral”. En Poder, 27 de abril de 2011. Disponible en http://www.poder360.com/article_ detail.php?id_article=5462