En el mes de abril, la consultora mexicana “Consulta Mitofsky” (www.consulta.com.mx/) publicó los resultados de distintas encuestas aplicadas en todos los países del continente americano, en los que se aprecia que el Perú se encuentra entre los tres con más baja aprobación presidencial del continente. La sistemática caída en las encuestas de García en los más de veinte meses que lleva en la presidencia, si bien no tan drástica ni dramática, recuerda el vértigo de la caída sin fin en que se convirtió la curva de aprobación del presidente Toledo.
El objetivo de este artículo es tratar de explicar las probables razones de esta caída. Para ello, lo compararemos con sus antecesores, Toledo y Fujimori (durante su segundo gobierno), analizando desde las encuestas sus primeros veintiún meses de gestión1 . En el caso particular de García se han ensayado algunas interpretaciones, entre las que destacan dos. Una de ellas señala que el descenso en la aprobación presidencial es, en lo fundamental, expresión del apoyo “real” recibido en las elecciones del 2006 en primera vuelta. Otra, a la que se recurre con mayor frecuencia, atribuye a la percepción ciudadana que el titular del ejecutivo promueve un modelo que logra en esta coyuntura un apreciable crecimiento económico, pero no distribuye adecuadamente los beneficios obtenidos entre la población. Vale la pena poner a prueba estos supuestos así como proponer otro principio de interpretación, centrado más bien en la estrategia del gobierno emprendida hasta hoy, en su pretensión de ganar apoyo social.
Para tener una base homogénea de comparación, utilizaremos encuestas realizadas por IPSOS-APOYO en la provincia de Lima. Si bien las nacionales muestran un panorama ciertamente diferente al limeño, y menos favorable para García, nos restringimos a la provincia capital en tanto las encuestas nacionales se han hecho frecuentes sólo en años recientes, y no ofrecen la posibilidad de comparar entre gobiernos, como es nuestro propósito.
Las probables consecuencias de un bajo apoyo electoral
Comencemos entonces por el argumento del apoyo “real” recibido en primera vuelta, y para ello, comparemos la tendencia en la aprobación recibida por García, con la vigente en los casos de Toledo y Fujimori. Los tres presidentes, inician sus gestiones con excelentes niveles de aprobación, llegando incluso a elevar su popularidad más allá de su base electoral. Sin embargo, como tendencia general, todos decrecen en este lapso. Pese a que es posible señalar este patrón relativamente común, Fujimori se mantiene bastante por encima de sus pares, y llegado el mes veintiuno, se alza casi veinte puntos por encima de García y más de treinta por sobre Toledo.
Gráfico 1. Aprobación comparada de Fujimori II, Toledo y García II en sus primeros veintiún meses de gobierno
¿A qué se debe esta diferencia? Una explicación desde el campo institucional sostendría que el mayor apoyo recibido por Fujimori resulta comprensible, una vez que se tiene presente que su respaldo electoral fue mucho mayor al de sus pares al elegirse en primera vuelta, mientras que sus sucesores pasaron por el angustioso pasaje de la segunda vuelta y la necesidad de ganar “votos prestados” por otros candidatos o electores. En la medida que avanzan los gobiernos y por tanto se enfrentan a un probable desgaste, los votantes no convencidos, los de última hora y todos aquellos que votaron “en contra del otro candidato”, muestran rápidamente su rechazo al presidente ante sus primeros errores o signos de debilidad. En este orden de consideraciones, el apoyo con el que aún cuenta García provendría del sector más cercano al partido, aquel que le ofreció su respaldo en primera vuelta de forma convencida. Sin embargo, este argumento, que explica el problema desde las dificultades que plantea un mecanismo constitucional como el balotaje para mantener adhesiones en el tiempo, no parece dar cuenta totalmente del sentido de esta tendencia. Después de todo, la elección ofrece una legitimidad inicial que bien podría crecer en el ejercicio de gobierno. ¿Qué sucede entonces con la popularidad de García?
Otra vez las relaciones entre economía y política: crecimiento y redistribución
La explicación más convencional y extendida para explicar la caída del presidente, de uso común entre periodistas y algunos académicos, señala que el continuo descenso en su aprobación se debe a la persistencia de un modelo económico que no redistribuye la riqueza adecuadamente o que simplemente no se propone hacerlo. Este crecimiento no alcanzaría a los más pobres o, en la hipótesis más optimista, no se encontraría acorde con sus expectativas. Se trataría entonces de un problema de percepciones de los ciudadanos, consecuencia del modelo mismo para algunos intérpretes, y para otros de la incapacidad de la población para valorar adecuadamente los cambios positivos experimentados hasta el momento y los probables escenarios futuros. En todo caso, la explicación remitiría a un “tema de fondo”, el manejo de la economía, que por definición va más allá de coyunturas específicas y de acciones del gobierno en el corto plazo.
Esta hipótesis, si bien resulta tentadora, parece tener un límite. Para mostrarlo, tomemos en cuenta la evaluación que hacen los limeños de su propia situación económica durante los primeros veintiún meses de gobierno de estos tres presidentes, y si existe correspondencia entre estas respuestas y las que observamos en niveles de aprobación. Por supuesto, el establecimiento de una relación estadísticamente comprobable entre ambas variables requeriría un análisis de correlaciones en mayor profundidad, disponiendo además de los datos originales de las encuestas, y no sólo de sus resultados. Sin embargo, esta observación gruesa nos alcanza para la intención exploratoria de este artículo.
Ante la pregunta en las encuestas por la situación económica familiar del encuestado con relación a la de un año atrás, aquellos que consideran que esta ha mejorado se encuentran en mayor proporción durante el gobierno de García que durante los de Fujimori y Toledo.
Gráfico 2. Porcentaje de respuestas en la alternativa “mejor” ante la pregunta por la situación económica familiar con relación a un año atrás
Si existiera entonces una correspondencia, que resulta razonable suponer, entre la aprobación presidencial y lo que se percibe como situación económica familiar, la aprobación al gobierno de García debiera ser la más alta de las tres. El actual presidente tiene una aprobación en descenso en momentos en que comparativamente, las familias perciben una mejoría en su situación económica familiar en relación a lo que ocurría durante los gobiernos de Toledo y Fujimori. La hipótesis del modelo económico y sus consecuencias como fuente de descontento, debe entonces relativizarse.
El apoyo diferenciado ¿la explicación está en la sociedad?
El actual presidente tiene una aprobación en descenso en momentos en que comparativamente, las familias perciben una mejoría en su situación económica familiar en relación a lo que ocurría durante los gobiernos de Toledo y Fujimori.
Si el reducido apoyo en primera vuelta y la percepción de una situación económica negativa no parecen ser suficientes razones para dar cuenta de la tendencia en las encuestas relativas al desempeño del presidente García, ¿Qué interpretación corresponde hacer entonces? ¿La comparación con otros presidentes ofrece alguna clave? ¿Puede hacerse una lectura que vaya más allá de las coyunturas específicas de cada mes y de cada gobierno?
Proponemos una última mirada comparativa, esta vez observando un momento específico en el tiempo: el mes veintiuno de gobierno en los tres casos, marzo de 1997, del 2003 y del 2008. Atendamos ahora a la distribución de la aprobación presidencial según nivel socioeconómico, que creemos nos ofrece mayores elementos para una interpretación adecuada de los datos.
Gráfico 3. Aprobación en el mes 21 de gobierno: Fujimori II, Toledo y García II
Quienes alcanzan a disfrutar los beneficios del actual crecimiento económico son aquellos que en comparación al resto mostrarían una aprobación mayor a García, mientras que aquellos que se encuentran en condición de pobreza, al margen de estos beneficios, mostrarían su rechazo a través de la desaprobación.
Las diferencias entre los presidentes en este aspecto son notorias. En el caso de García la distribución de la aprobación presidencial es muy clara en su tendencia y diferenciación. A medida que descendemos de estrato socioeconómico, esta decrece notoriamente. Podría pensarse que la posición ocupada en el orden económico vigente es el factor fundamental para comprender la orientación de los encuestados hacia la figura presidencial. Quienes alcanzan a disfrutar los beneficios del actual crecimiento económico son aquellos que en comparación al resto mostrarían una aprobación mayor a García, mientras que aquellos que se encuentran en condición de pobreza, al margen de estos beneficios, mostrarían su rechazo a través de la desaprobación. Podría interpretarse incluso que estos datos refuerzan la hipótesis del modelo económico.
En efecto, a partir de estos datos, esta explicación podría extenderse aún al caso de Toledo, quien muestra una tendencia similar a la de García, aunque sin saltos tan bruscos entre un sector y otro. Sin embargo, no ocurre lo mismo con Fujimori. Lo que pudiera parecer una anomalía nos ofrece la pista para otra interpretación posible. Fujimori muestra una estructura muy particular de aprobación, con dos picos en lugar de uno, ambos en los extremos de la escala. El sector “A” como el “D” son su principal fortaleza (recordemos que en el período 1995 y 1997 no se desagregaba entre sectores para incluir al que luego se consideraría el “sector E”). Este resultado no parece congruente con la hipótesis del modelo económico, que al mantenerse como variable constante entre todos los gobiernos, debiera tener efectos similares para todos ¿Cómo puede explicarse esta excepción y que relación tiene con la aprobación de García?
Las estrategias de relación entre gobierno y sociedad
Conviene entonces aventurarnos en otra hipótesis. Creemos que, más allá del desempeño concreto de la economía, existen problemas en la estrategia asumida por el gobierno para vincularse con la población y por tanto para legitimarse frente a esta, especialmente con los más pobres. Entendemos que a diferencia de lo que sucedió en el caso de su antecesor, Toledo y García desarrollaron un discurso excluyente, y en última instancia polarizador.
García parece preocupado, por un lado, de convencer a los sectores medios y altos de que ya no es el mismo de su primer gobierno. Por otro, de intentar convencer a las bases apristas de que el APRA no se ha “derechizado”. Considerando el bajo nivel de aprobación del presidente, cuyas características hemos analizado en este artículo, cabe preguntarse si estos son los interlocutores a los que el presidente debiera dirigirse, y si ha escogido bien su mensaje.
Una importante característica del gobierno de Fujimori, fue su continua apelación a los grupos más desfavorecidos, sostenida en una práctica y un discurso integrador. A ellos se les reivindicaba material y simbólicamente, por un lado con un sistema de clientelas directamente controlado a través del Ministerio de la Presidencia, y por otro con una prédica que llamaba a la identificación de la población con la figura presidencial, quien se presentaba como un benefactor que cumplía sus promesas. Las cosas podían no estar del todo bien, pero el presidente estaba “del lado de los pobres”. El presidente no tuvo nunca en su horizonte discursivo la necesidad de justificar ante la población la pertinencia del nuevo modelo económico instaurado. Lejos de intentar unificar sus políticas económicas y su discurso, supo hábilmente separarlos.
Por el contrario, durante el gobierno de Toledo se desarrolló un discurso legitimador del rumbo económico emprendido, que intentaba justificar y otorgar sentido a las desigualdades, entendiendo que las brechas extremas eran parte de una primera etapa que se iba a superar. Este discurso tomó forma en el sentido común bajo la ya conocida figura del “chorreo”. La idea central de este, era que en la medida que la economía se dinamizara y permitiera la acumulación creciente de riqueza en los sectores más acaudalados de la sociedad, esta riqueza iría poco a poco descendiendo hacia los estratos medios y bajos, a través de los nexos económicos que unen a unos y otros. Este discurso ubicaba a los pobres en una situación de “temporal exclusión”, de la que saldrían en un futuro indeterminado si guardaban la suficiente paciencia.
En nuestra opinión, la respuesta a la decreciente aprobación de García puede encontrarse en buena medida en una suerte de radicalización de este discurso, en un contexto de ausencia de oposición política. El actual gobierno y en especial la retórica del presidente expresan una vocación polarizadora que no exhibieron ni Toledo ni Fujimori. No pretendo profundizar en este discurso, puesto que en este mismo número de Argumentos ya es analizado en el artículo de Mariel García. El presidente ha publicado varias columnas en el diario El Comercio dirigiéndose a un público reducido, proveniente del sector medio y medio alto. En todo caso, parece que quisiera apelar a los empresarios, descalificar a un conjunto de actores sociales, y cuestionar con vehemencia a un sobredimensionado sector de izquierda. Ha escrito, además, un libro (La Revolución Constructiva del Aprismo) dedicado a un sector aún más reducido, intentando establecer un nexo entre su actual política económica y el pensamiento de Haya de la Torre. García parece preocupado, por un lado, de convencer a los sectores medios y altos de que ya no es el mismo de su primer gobierno. Por otro, de intentar convencer a las bases apristas de que el APRA no se ha “derechizado”. Considerando el bajo nivel de aprobación del presidente, cuyas características hemos analizado en este artículo, cabe preguntarse si estos son los interlocutores a los que el presidente debiera dirigirse, y si ha escogido bien su mensaje. En este, los pobres o bien no aparecen, o lo hacen en forma de amenaza. La alianza del gobierno con los grupos de élite más poderosos económicamente, beneficiarios de la continuación del modelo propuesto, parece ser el tema central para el presidente, al tiempo que descuida o incluso ataca a los sectores más vulnerables, ciertamente mayoritarios.
Si bien puede resultar políticamente incorrecto señalar la virtud de Fujimori en su manejo de la opinión pública, nos es útil para mostrar que los altos y bajos de la aprobación presidencial dependen también de la estrategia emprendida por los gobiernos en su relación con la sociedad, y de quiénes son reconocidos como los interlocutores más importantes en ella.
Como vemos, no es posible entender la caída en la aprobación de García derivándola directamente de instituciones políticas como la segunda vuelta electoral, y su influencia en lograr un provisorio respaldo inicial de electores, no necesariamente comprometidos con sus propuestas. Tampoco las situaciones políticas pueden explicarse únicamente por el examen de la coyuntura económica, aún en este caso en la que intuitivamente se puede asociarlas. En este sentido, si bien puede resultar políticamente incorrecto señalar la virtud de Fujimori en su manejo de la opinión pública, nos es útil para mostrar que los altos y bajos de la aprobación presidencial dependen también de la estrategia emprendida por los gobiernos en su relación con la sociedad, y de quiénes son reconocidos como los interlocutores más importantes en ella.
Han pasado ya más de año y medio del segundo gobierno de García, y nos acercamos rápidamente a julio, mes del tradicional mensaje a la nación del presidente ¿Qué mensaje enviará García y a quiénes irá dirigido?
1. Si bien podrían hacerse cuestionamientos a la veracidad de los datos de aprobación en el caso del gobierno de Fujimori, por los rasgos controlistas que lo definieron ya desde esa época, estimamos que la encuestadora más seria de entonces nos ofrece la confianza suficiente para hacer esta comparación.
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