Los sociólogos estadounidenses Fred Block y Margaret Somers, autores del reciente libro The Power of Market Fundamentalism: Karl’s Polanyi’s Critique, 1 gozan de merecida fama como expertos en el pensamiento del gran historiador, economista y antropólogo húngaro. En este momento de crisis, tanto del capitalismo como de la ciencia económica que pretende analizarlo, es importante volver a considerar un pensamiento señero como el de Polanyi. El libro de Block y Somers quiere servirnos de guía.

Como el mismo autor a quien estudian, ni Block ni Somers se dejan acorralar por los límites disciplinarios de la sociología. Desde el inicio de su carrera intelectual en 1987, con The Origins of International Economic Disorder, Block ha sido uno de los principales protagonistas en la renovación de una sociología económica progresista, empeñada con los problemas del presente. Somers se ha movido entre la crítica histórica de la idea de ciudadanía y el análisis de métodos narrativos y relacionales en la ciencia social. Con su libro Genealogies of Citizenship (2008) ha logrado una combinación bastante poco común, que le ha permitido la enseñanza conjunta de sociología e historia en su cátedra en la Universidad de Michigan.

Juntos o por separado, Block y Somers han escrito varios ensayos sobre Polanyi y los han revisado para incluirlos en el libro actual, lo cual puede crear una impresión de dejá vu para quien los hubiera seguido. El prefacio nos dice que han estado escribiendo el libro desde la primera mitad de la década de 1980 —“cuando las únicas señales del futuro eran la masacre del thatcherismo y los primeros años de Reagan—. A pesar de ello, el libro es actual. Como lo demuestra el enorme éxito del trabajo de Thomas Piketty sobre la desigualdad en las sociedades capitalistas avanzadas, interrogarse sobre la crisis y el futuro de estas últimas sigue siendo imprescindible; y, como sugerí, es importante volver a los fundamentos para una crítica de la economía clásica y neoclásica.

Block y Somers se dedican a exponer con claridad y lucidez las bases críticas que nos da Polanyi. 2 Desafortunadamente, el largo proceso de escritura y la estructura misma de su libro, anunciada en detalle en un excelente capítulo de introducción, son causa de frecuentes repeticiones. En esta presentación de su trabajo, quiero reflexionar sobre la utilidad de la tarea a la cual se abocan los dos estudiosos, basándome principalmente en La gran transformación de Karl Polanyi. No voy a resumir ni uno ni otro libro (semejantes en su complejidad), sino que destacaré los elementos que me parecen más significativos en la exposición de Block y Somers. En una segunda parte, analizaré cómo los aplican a nuestra crisis, que creo es tanto social como intelectual.

Sin consideración por la historia, tal falacia [economicista] supone que el lucro haya sido siempre el motivo determinante de la vida de las sociedades y que la economía de mercado las haya dominado siempre.

Ya desde el título, The Power of Market Fundamentalism, quiere darle a Polanyi la posición central que, según Block y Somers, le deben quienes tengan urgencia de entender hacia dónde se encaminan las sociedades capitalistas después de 1989. En 1944, Polanyi tenía la ambición de inscribir su gran libro en el debate sobre la economía política de posguerra. Análogamente, Block y Somers quisieron introducir las ideas polanyianas dentro del monólogo de un neoliberalismo que se ha creído triunfante, y llevarlas más allá, hasta el núcleo mismo del pensamiento económico: “Nuestra esperanza de poder reparar la sociedad”, declaran, “depende de que reconozcamos su realidad, como dice Polanyi” (Block y Somers 2104: 113).

Desde el inicio, los autores afirman que “las ideas tienen poder”, refiriéndose no solo a las ideas de economistas y científicos escuchados (tal vez) por las autoridades públicas, sino también a las ideas difusas que Gramsci llamaba el sentido común de una sociedad y de una cultura. Como habré de repetir, la cultura es aquí, de manera central, la del liberalismo económico anglosajón, y la sociedad portadora de cultura que los autores explícitamente consideran es la de los Estados Unidos, hasta ahora poder hegemónico, aunque mucho menos de lo que se cree. Este restriñimiento del foco, tal vez inevitable, es lo que me parece más criticable, puesto que por otra parte comparto plenamente la posición teórica que afirma la precedencia de la sociedad sobre la economía y confiere poder causal a la cultura. De hecho, esta era la base a partir de la cual Polanyi movilizaba su crítica al determinismo económico del siglo XIX: para él, este determinismo condenaba tanto a la economía clásica como al marxismo a lo que llamaba la “falacia economicista”.

Sin consideración por la historia, tal falacia supone que el lucro haya sido siempre el motivo determinante de la vida de las sociedades y que la economía de mercado las haya dominado siempre. El razonamiento economicista también afecta profundamente al marxismo, como se percibe en la visión económica que este tiene de la formación de clases y en cómo funda la solidaridad de clase en el interés personal. Además, el economicismo en parte también explica que las izquierdas europeas fueran políticamente incapaces de imaginar alternativas al patrón oro en el periodo crítico entre las dos guerras. Block y Somers creen que una contribución única de Polanyi fue, precisamente, política: fue él, y él solo, quien puso en claro la importancia de la ortodoxia monetaria en la evolución política de los Gobiernos occidentales, atrapados en la lógica del patrón oro y, por tanto, en la necesidad de frenar la inflación engendrada por la Primera Guerra Mundial. Uno tras otro, los gobiernos solo pudieron responder con austeridad y deflación a la oleada de huelgas y a las exigencias obreras, corroyendo las instituciones democráticas como en Italia en 1922, hasta las catastróficas consecuencias del colapso de la bolsa en Estados Unidos y de las crisis bancarias europeas de principio de los años treinta. “Para Polanyi”, escriben los autores, “el poder y el dinamismo de los movimientos fascistas no dependía de su astucia en reclutar nuevos adeptos, sino más bien de su capacidad de encontrar soluciones para el callejón sin salida del capitalismo liberal” (Block y Somers 2104: 57). La ascensión del fascismo estaba contenida en el núcleo mismo del cual había brotado la sociedad de mercado, haciendo añicos a la civilización anterior.

Los temas-guía que me parecen fundamentales en The Power of Market Fundamentalism no son exactamente los mismos que las contribuciones metodológicas polanyanas que Block y Somers apuntan en su segundo capítulo. 3 En la organización misma de su libro, los autores ponen en relieve otros principios teóricos-metodológicos: el primero, como he dicho, es el poder casi causal que le atribuyen a las ideas y a la cultura. El segundo tema-guía señala la importancia empírica de los actores sociales y de su actuación, subrayando la crítica que le hacen al “realismo teórico”. 4 El tercer tema, el holismo metodológico, en el fondo incluye a los otros dos. No se trata solamente de un estudio totalizante de todas las interdependencias que constituyen una sociedad (lo cual me parece una tarea bastante imprecisa). Podemos entender el holismo como una interpretación que se mueve en círculos concéntricos de causación desde el nivel global a los niveles nacionales y locales, o si se quiere, del nivel macro del patrón de oro y de las contingencias geopolíticas hasta varios niveles microsociales. En estos últimos, por ejemplo, los economistas proponen teorías a las cuales los gobiernos democráticos eventualmente responden; y en la óptica de Polanyi, los contramovimientos actuados por varios actores sociales responden, aunque fuera inconscientemente, a las amenazas del mercado contra la estructura misma y el tejido diario de la vida en sociedad. Anotemos que estos actores tan diversos responden a calamidades sociales y culturales más que a catástrofes económicas. De hecho, ninguno de ellos ha nacido como homos economicus; a lo sumo, se habrá vuelto tal en el curso de su vida, puesto que Polanyi no cree que el interés personal sea consustancial a la naturaleza humana.

El elemento fundamental que Block y Somers extraen de la obra de Polanyi es el concepto de embeddedness, o sea un permanente arraigo de la economía en la sociedad, aunque argumenten que Polanyi no lo haya desarrollado completamente en La gran transformación. Para ellos, esta carencia se explica porque la idea de arraigo se aparta demasiado del origen marxista del pensamiento de Polanyi; además observan que este cambió de camino intelectual al empezar la Guerra Fría y al ver las primeras señales de un retorno a la ortodoxia político-económica.

No es infrecuente que se lea a Polanyi como si afirmara la autonomía y el predominio causal de la economía en las sociedades capitalistas. Pero según nuestros autores, esta es una lectura equivocada. La obra asigna una importancia fundamental a la distinción entre economía, entendida como eficiente maximización de los recursos disponibles (en la concepción formal) y la economía pensada como interacción de los seres humanos con su medio ambiente, en la concepción sustantiva. A Polanyi le interesan los diferentes arreglos que las sociedades construyen para responder a problemas fundamentalmente idénticos. La economía se institucionaliza de maneras tan distintas cuan distintas son las sociedades y su historia. Y ella satisface las necesidades humanas tanto por medio del intercambio y del mercado, cuanto mediante relaciones e instituciones basadas en la reciprocidad (y en el don, estudiado por Marcel Mauss), en la redistribución y en la economía familiar, formas que Polanyi se dedicó a estudiar después de La gran transformación. 5 Más aún, en las formas económicas que han prevalecido a lo largo de la historia humana, el provecho no ha sido el motivo esencial.

Polanyi se aparta del pensamiento marxista: no ve al Estado como “el comité ejecutivo de la burguesía”, sino más bien como el punto institucional en que se enfrentan los intereses generales de la sociedad.

Antes de la sociedad de mercado, “usos y costumbres, leyes, magia y religión” juntos hacían aceptar la disciplina del sistema económico a individuos y comunidades. Y hasta en las crisis recientes, ante el colapso de los mercados, trabajadores y desocupados han reclamado formas económicas “primitivas”. Desde las fábricas ocupadas en la crisis argentina de los primeros años del siglo a las varias empresas cooperativas allegadas a los Indignados madrileños o a Occupy en Estados Unidos, varias formas de solidaridad y reciprocidad, así como la motivación de quienes las ponen en práctica, evocan un orden moral distinto del que caracteriza a la sociedad de mercado. Y en efecto, las consecuencias de esta última le parecían a Polanyi, antes que nada, inaceptables moralmente.

El capitalismo y el descubrimiento de la economía nacieron juntos en Inglaterra a fines del siglo XVIII, convirtiendo la búsqueda de provecho individual en el motor esencial del sistema económico. En esta grandiosa transformación histórica, la economía debía ser desarraigada de su matriz sociocultural. Polanyi consideraba al proceso como una utopía radical —por imposible, y no porque fuera deseable—:

Nuestra tesis es que la idea de un mercado completamente auto-reglamentado sea una utopía completa. Una tal institución no podría durar sin anular la substancia humana y natural de la sociedad; destruiría físicamente al ser humano y reduciría su medio ambiente a un desierto. (Polanyi 2001: 3)

Block y Somers señalan vacilaciones en la lógica de Polanyi: por una parte, reflejando la idea marxista de contradicciones internas del capitalismo, Polanyi repite que los esfuerzos que hace la sociedad para protegerse del mercado reducen su capacidad de autorreglamentación y exasperan así las tensiones sociales. Por otra parte, Polanyi subraya que un mercado no puede existir sin límites sociales y políticos. Los más fervientes defensores del laissez-faire, los mismos que hubieran querido eliminar toda actividad del Estado, eran los primeros en querer darle los instrumentos necesarios para que pudiera asegurar la existencia y subsistencia de un mercado competitivo. Polanyi registra, pues, la gran diversidad de las medidas legislativas que el mismo Herbert Spencer denunciaba como “conspiratorias” en 1884: van desde los sueldos municipales otorgados a los inspectores de comida y bebidas y la ley minera de 1860 hasta las leyes sobre niños deshollinadores y sobre las enfermedades contagiosas después de 1863. La intervención del Estado nunca puede parar.

Por ende, Polanyi se aparta del pensamiento marxista: no ve al Estado como “el comité ejecutivo de la burguesía”, sino más bien como el punto institucional en que se enfrentan los intereses generales de la sociedad. En la paradoja se expresa el “doble movimiento” polanyiano: en una sociedad materialmente fundada sobre el mercado, tanto las leyes que protegen a sus víctimas como aquellas que favorecen la avanzada del mercado expresan intereses generales (Block y Somers 2104: 62).

El alcance de la teoría del Estado implícita en The Great Transformation se distingue aún mejor cuando Polanyi introduce su gran innovación teórica, el concepto de mercancías ficticias, que contrastan con las mercancías reales. Tres mercancías ficticias son esenciales, en cuanto indispensables para la vida humana, así como para la producción: son el trabajo, la tierra y el dinero. Nunca se los ha producido ni se los ha pensado como mercancías, es decir, entidades que se venden y se compran. Block y Somers lo dicen sucintamente: “El trabajo no es más que la actividad organizada de los seres humanos, la tierra es la naturaleza subdividida y el dinero es una unidad contable y un modo de preservar el valor” (Block y Somers 2104: 32). Se aprecia lo que todo Estado ha debido realizar, tanto para mercantilizar estas no-mercancías como para proteger a la sociedad de su desenfrenada explotación. Del recinto de las tierras a las primitivas formas de seguro contra la pobreza rural, centrales en la discusión de Speenhamland; de los relieves catastrales a las leyes sobre la propiedad; de las investigaciones de los inspectores de fábricas en las cuales se apoyó Marx a las leyes que regulan el trabajo de niños y mujeres; de la creación de bancos centrales nacionales al patrón oro que constriñe su acción, el análisis de las mercancías ficticias destaca con particular claridad que la economía no existe sin el Estado ni fuera de la sociedad. Sirve, por tanto, para denunciar la gran ficción del pensamiento económico clásico.

Los Estados no solo promulgan leyes que permiten mercantilizar a las no-mercancías, sino que también deben responder a los movimientos sociales que surgen en contra de la mercantilización; limitan, por lo tanto, su alcance mediante otras leyes y otras políticas, constituyendo así el doble movimiento que caracteriza a las sociedades de mercado. Ahora bien, aunque Polanyi le diera una gran importancia a la formación de sindicatos obreros y considerara, en los años treinta, que la revolución proletaria era la única alternativa posible frente al fascismo, los contramovimientos tuvieron bases más diversificadas. Su análisis de la avanzada del fascismo le asigna un papel de defensa contra la mercantilización de la tierra (aunque fuera inconscientemente) a los terratenientes semifeudales y, en general, al campesinado y al proteccionismo agrario de Europa central. De modo análogo, en Inglaterra, la oposición de la gentry y de los trabajadores agrícolas a la nueva Ley de los Pobres en 1834 buscaba parar la destrucción de la sociedad rural que hasta entonces existiera. 6

Escribe Polanyi:

[…] ninguna definición puramente monetaria de los intereses puede hacerle lugar a la necesidad vital de protección social; representarla le toca por lo general a las personas encargadas del interés general de una comunidad —es decir, en nuestras condiciones modernas, al gobierno titular—. Y justamente porque el mercado amenazaba los intereses sociales, y no los económicos, de distintos sectores de la población, personas de distintas capas socioeconómicas inconscientemente aunaron fuerzas para hacer frente al peligro. Polanyi 1962: 200

Block y Somers no solo muestran cómo Polanyi se aparta del marxismo mecánico de la Segunda Internacional, sino también cómo señala una alternativa, que podríamos decir gramsciana, al obrerismo revolucionario de la Tercera. Ya en 1934, Polanyi exhortaba el marxismo a tomar “una gran iniciativa” y a la clase obrera a asumir un papel hegemónico. 7 Para lograrlo, debería representar, más que a su propio interés de clase, al de toda la sociedad, para ponerse a la cabeza del bloque histórico antifascista (Block y Somers 2014: 74-77).

Hasta aquí, Block y Somers presentan la contribución de Polanyi con una fundación de ideas coherentemente conectadas: la idea predominante del arraigo de la economía en la sociedad y en las ideas mismas; las mercancías ficticias, cuya puesta en operación requiere la acción asidua del Estado; y los contramovimientos políticos, surgidos en contra de los efectos sociales y culturales del mercado, que impulsan al Estado a interponer su protección. Considerados juntamente, arraigo, mercancías ficticias y contramovimientos trazan el doble movimiento del siglo XIX en Europa: “Mientras la economía de laissez-faire fue el producto de la acción deliberada del Estado, las siguientes restricciones contra el laissez-faire comenzaron de manera espontánea. El laissez-faire fue planeado; la planificación, no” (Polanyi 2001: 147).

Block y Somers resucitan el énfasis sobre la política, y por tanto sobre la acción social, que es central en el pensamiento de Polanyi. Contrastan la idea crucial de una economía siempre arraigada en la sociedad y hasta en las ideas (como lo demuestran en el capítulo 6) con el naturalismo social. De Townsend a Malthus y hasta los neoliberales de hoy, este busca en la sociedad leyes inevitables como las de la naturaleza, y atribuye comportamientos elementalmente simples, casi animales, a los seres humanos. Esta parte fuerte de su compleja exposición les sirve para robustecer su idea original sobre el poder de seducción del fundamentalismo de mercado: una ideología poderosa y persistente, porque promete sacar a la política —con sus fealdades, sus conflictos y compromisos— de la vida en sociedad. Gracias a la analogía entre el mercado y la naturaleza, los hombres pueden confiar en leyes naturales de operación ineluctable, y los devotos pueden asimilar la mano invisible del mercado con la de Dios.

La subsistencia del fundamentalismo de mercado, más vigoroso en el mundo anglosajón y en Estados Unidos que en otras partes, se viste de claras connotaciones religiosas, reforzadas por otros elementos del pensamiento reaccionario. Entre las dimensiones de este último, tal como las teorizaba Albert Hirschman, Block y Somers eligen la tesis de la perversidad. 8 En el capítulo 5, la injertan en una ejemplar puesta al día de la publicación de la Nueva Ley de los Pobres en 1834 en Inglaterra. En capítulos siguientes, las siguen hábilmente hasta nuestros días, es decir, hasta la eliminación del sistema de welfare (bienestar social) “tal como lo hemos conocido” que Clinton había prometido en su campaña electoral y que ejecutó en 1996.

La tesis de la perversidad afirma que una medida reformadora acaba por tener efectos contrarios a los planeados sobre aquellos (o aquellas cosas) que quería ayudar o favorecer. Pienso que se podía aplicar correctamente a los efectos del patrón oro. Sin embargo, al reservarla para el caso de Speenhamland (que también es central en La gran transformación), Block y Somers subrayan que la tesis de la perversidad debe forzosamente acompañarse con una teoría de la motivación —no la motivación de todos, sino la de los pobres y, en particular, de los más indignos entre ellos—. No es el libre mercado de Adam Smith, sino los pobres de Malthus, exclusivamente motivados por el hambre y el sexo, lo que explica el fin del sistema Speenhamland.

Este sistema de subsidios a la paga de los trabajadores agrícolas toma su nombre del pueblo del sudeste de Inglaterra donde los magistrados, respondiendo al desastre de la cosecha, lo promulgaron en 1795, y de donde se difundió. Los subsidios eran distribuidos por las parroquias, como en las viejas leyes isabelinas de ayuda para los indigentes, pero se trataba de uniformarlos en función del precio del pan y del número de familiares. Esta especie de seguro contra calamidades imprevistas asignaba asistencia a los desocupados que residían en la circunscripción parroquial; estos seguían viviendo en su casa. Geográficamente, el sistema era bastante limitado, como lo demuestran los historiadores de hoy. Exagerando su difusión y su costo, las fuerzas del laissez-faire que combatían Speenhamland le atribuyeron el colapso de la productividad y de los sueldos agrícolas en los primeros años del siglo XIX. Guiados por Malthus, los críticos enfocaban de manera novedosa los desincentivos al trabajo de las viejas leyes de pobres; según ellos, los subsidios alentaban a los pobres a tener más hijos y a rechazar los trabajos demasiado duros o demasiado mal pagados. Mucho después, los mismos Marx y Engels culparon a los terratenientes de reducir la paga a niveles de hambre visto que podían transferir el déficit social a las parroquias.

Es apreciable la insistencia de los autores sobre el hecho que la desreglamentación no existe: cuando los liberales obtienen leyes que privatizan las empresas públicas y cortan los impuestos sobre ingresos altos y sobre el capital, están reglamentado de otra manera (re-regulation) el gasto público y la distribución social de los bienes

La evidencia histórica reciente es compleja, y muestra que Polanyi se equivocaba en confiar demasiado en el poco confiable informe de 1834 sobre la Ley de Pobres. En su capítulo 5, Block y Somers resumen la evidencia en una relación excelente que no consignaremos aquí. Lo que le importaba a Polanyi es que Speenhamland probara el papel esencial de la coerción en la creación de una fuerza de trabajo industrial. Los enemigos del sistema de asistencia preindustrial lo substituyeron con el trabajo forzado de los talleres (las workhouses) inmortalizados por Dickens —un sistema tan odioso que sus víctimas preferían la cruel disciplina de las “diabólicas” industrias urbanas—. Lo que le importa a Block y a Somers en Speenhamland es también el debut histórico de la tesis de la perversidad, y su prolongación hasta nuestros días.

Terminaré con las distintas maneras en que los autores aplican las ideas de Polanyi a las variedades de sociedad capitalista (puesto que en esta vena intelectual se sitúa la comparación entre el liberalismo económico en Estados Unidos y en Europa que nos proponen en el capítulo 7) y con su llamado a una visión polanyana —por tanto democrática— de un socialismo que incluye necesariamente al mercado; pero antes quisiera señalar algunos otros aportes de su libro.

Es apreciable la insistencia de los autores sobre el hecho que la desreglamentación no existe: cuando los liberales obtienen leyes que privatizan las empresas públicas y cortan los impuestos sobre ingresos altos y sobre el capital, están reglamentado de otra manera (re-regulation) el gasto público y la distribución social de los bienes; es decir, que desplazan la carga de los más a los menos ricos, sino directamente a los más pobres, mediante deliberados actos legislativos. No es que “se regrese” a un mercado triunfalmente libre, sino que el Estado se retira, en favor de los primeros beneficiarios del laissez-faire.

También se puede decir que el decaimiento de las protecciones civiles y políticas —cuando llega a los extremos a los cuales ha llegado, especialmente en algunos estados del Sur de Estados Unidos— convierte a la ciudadanía en otra mercancía ficticia. Se llega a concebirla como un contrato que solo conlleva derechos a cambio de gravosas obligaciones laborales e imposiciones de autoridad policial. Como a las otras mercancías ficticias, la gestiona el Gobierno. Block y Somers trazan rápidamente el cuadro de este tipo de “ciudadanía” en los barrios negros pobres de las ciudades estadounidenses, con el encarcelamiento en masa de hombres y muchachos, el abuso de la fuerza letal por la policía, la proliferación de madres solteras y las tasas abismales de pobreza infantil. El derecho de los marginados a gozar de servicios y bienes públicos se ha disuelto en el nuevo orden del welfare como también su misma pertenencia a la sociedad civil. Esta era la situación imperante en los barrios pobres de la Nueva Orleans antes del huracán Katrina de 2005. Para explicar cómo millares de habitantes se ahogaron y más de 25.000 fueron encerrados sin víveres ni ayuda en el centro de convenciones de Luisiana, los autores recurren a los términos usados por Hannah Arendt para describir cómo los judíos de Europa central habían sido despojados de todos sus derechos: “De hecho, habían perdido la capacidad básica de apelarse a sus conciudadanos” (Block y Somers 2014: 111-112, 190-192).

Otra de las contribuciones del libro es iluminar las influencias diversas en la biografía de Polanyi, como su estadía en la “Viena Roja” de los años veinte y su colaboración con escuelas nocturnas del partido laboralista en Gran Bretaña. Además, nos vuelven a presentar doctamente no solo las teorías, sino también la práctica política de Malthus, de su fuente de inspiración Joseph Townsend y de otros personajes como Jeremy Bentham, el profético Robert Owen, los protagonistas de la historia de Speenhamland y, en particular, John Maynard Keynes. Esta es una historia con muchos actores, y llega hasta los financiadores de los centros de estudio que impulsaron el renacimiento conservador después de la victoria de Reagan en 1980.

Sin embargo, la cosa más importante es la ambición misma del libro de Block y Somers. Esta síntesis compleja y detallada pone al día la obra de Polanyi, como suplemento y correctivo necesarios aun frente al monumental tratado de Thomas Piketty. 9 Este celebrado autor apunta justamente a que las economías no se explican solo con la ciencia económica, y afirma repetidas veces la importancia esencial de la política. Piketty atribuye la disminución de la desigualdad en las tres décadas “gloriosas” después de la Segunda Guerra Mundial al impacto que tuvieron las dos guerras sobre el capital. Sin embargo, no subraya el efecto “virtuoso” de la redistribución de los ingresos sobre el crecimiento, que le parece primariamente debido al cambio tecnológico y demográfico. Sus rápidas referencias a las políticas fiscales de Roosevelt y otros no ponen en evidencia ni los movimientos sociales domésticos ni las contingencias exteriores. Piketty es economista, y, como tal, no encara a la sociedad con una sensibilidad polanyana (es decir, realmente sociológica, antropológica y política) atenta al contexto geopolítico y a sus espontáneos contramovimientos. Así, no le da importancia a los partidos de izquierda o al movimiento obrero o a la presencia de la Unión Soviética en los años treinta o a la expansión del comunismo después de 1945. Y sin embargo, fueron las exigencias redistributivas de la izquierda y el temor de las élites a una expropiación mayor quienes impidieron un retorno a la severa desigualdad de rendimiento entre el trabajo y el capital que imperara antes de 1918.

Para remediar la enorme y creciente desigualdad, se necesita intervención política, como bien sabe Piketty cuando propone volver a impuestos progresivos sobre los ingresos y establecer un poco probable impuesto sobre el capital. Además, como lo ha apuntado Dean Baker, el aumento reciente de los provechos acaparados por el capital no parece depender tanto de la sustitución del trabajo por el capital (cuya elasticidad es un factor económico), sino de las consecuencias de predominio de las compañías de seguros privadas en el sistema de salud, o el hecho de que no se hayan uniformado los niveles de impuestos entre distintas industrias (con la persistente ventaja del sector financiero), o el decaimiento de los sindicatos en todos los sectores privados, o la impune exportación de capitales a refugios fiscales. 10 Todos los remedios exigirían una democracia mucho más robusta y combativa de lo que puede admitir el capitalismo en baja de crecimiento o en crisis de rentabilidad.

Podemos preguntarnos si los Estados Unidos tienen la capacidad institucional de forjar un tal régimen democrático. Por cierto, el relato de Block y Somers sobre la “mercantilización” de la ciudadanía inspira dudas; y así también, por otra parte, la intervención del gran capital en la política, cada vez mayor, más directa y bendecida por la Corte Suprema, y los esfuerzos republicanos de suprimir el voto popular en los estados donde se han atrincherado en el poder.

En el capítulo 7, Block y Somers asientan la ferocidad del fundamentalismo de mercado estadounidense sobre una base estructural: la alianza del sector económico fundamental con un contramovimiento popular de extrema derecha, surgido recientemente. 11 Claro, parece difícil hacerle vestir al Tea Party un traje polanyano de “protección de la sociedad” (Block y Somers 2014: 201-204) cuando su respuesta a los efectos de la globalización y de la gran crisis es un liberalismo económico particularmente hostil hacia cualquier protección que pudiera beneficiar a los sectores más vulnerables, sobre todo si son de color. De hecho, la alianza básica es más amplia: de las élites económicas pasa por la mediación de los intelectuales por ellas financiados y por los pastores de iglesias evangélicas, para llegar a sectores populares inspirados por una religiosidad tan profunda como anómala, y motivados por cuestiones “sociales” (el aborto o los derechos de los gays) como por una especie de falsa conciencia.

La explicación de las diferencias entre el fervor liberal en Estados Unidos y Europa no es ni completa, ni totalmente convincente. El crecimiento de los países avanzados se ha hecho mucho más lento a partir de los años setenta, y se ve comprometido, sobre todo en los Estados Unidos, por un aumento de la desigualdad social que parece políticamente incontenible. En Estados Unidos, por otra parte, el ordenamiento institucional le ofrece a la derecha un arma casi única: puesto que los estados y las municipalidades están obligados por ley a equilibrar sus presupuestos, la idea de “hacer morir de hambre al Estado” mediante cortes fiscales, obligándolos a los despidos en masa y a reducciones inicuas del gasto público, es eminentemente practicable a nivel subfederal. Pero como el fundamentalismo de mercado es una ideología, no basta aludir a la religiosidad estadounidense, poco inferior a la de la India, o al nacionalismo del país que se creyó hegemónico, para dar por explicadas las diferencias con Europa.

Por una parte, la influencia persistente de los esquemas ideológicos de la Guerra Fría ayuda a mantener una hostilidad única a las intervenciones llamadas “socialistas” del Estado, como también a aceptar con entusiasmo los gigantescos gastos militares. Por otra parte, el odio a los pobres, nutrido por la tesis de la perversidad, tiene profundas raíces en el racismo fundamental y constitutivo de la historia y cultura nacionales. Block y Somers notan que el fundamentalismo de mercado tiene afinidades “cristianas”, pero no subrayan que estas son de estampa protestante y más aún evangélica. De hecho, ignoran por completo que haya habido una doctrina social católica antes del papa Francisco, o una teología de la liberación, o que los partidos demócratas cristianos hayan desempeñado un papel importante en el desarrollo de la socialdemocracia europea de posguerra. 12 Parecen encausar a la religiosidad cristiana, pero la identifican sin explicitarlo con sus manifestaciones de derecha en Estados Unidos.

En cambio, los autores son explícitos en expresar su esperanza en la democracia suponiendo que pueda “subordinar durablemente la economía a la vida social” y desafiar la inmerecida influencia de la ciencia económica. De la urgencia intelectual que animaba a Polanyi en 1944 adquieren una concepción antes que nada moral de las necesidades sociales, y así también una filosofía pública que se centra en las interdependencias de una sociedad muy compleja y no, por cierto, en la existencia mítica de individuos desde siempre libres.

Su largo viaje por la obra de Karl Polanyi les enseña a articular el pesimismo de la inteligencia, pero también a mantener el optimismo de la voluntad. Las esperanzas democráticas pueden ser derrotadas, y no solamente por el fascismo, puesto que al capitalismo le interesa el provecho bastante más que la democracia. Sin embargo, Polanyi creía que las sociedades humanas tenían fundamentos morales y que existían en ellas la posibilidad para la democracia de echar raíces, fuera del contrato y fuera del mercado. El libro de Block y Somers nos invita a reexaminar una obra de gran alcance teórico y de profundo compromiso político. Por ello merece ser leído.

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* Magali Sarfatti Larson se graduó como Socióloga en la Universidad de Buenos Aires en 1961 y se graduó como Doctora en Sociología en 1974 en la Universidad de California en Berkeley. Se ha dedicado a la enseñanza en San Francisco, en Harvard y en la Universidad de Buenos Aires como profesora visitante. También fue profesora de sociología y directora del departamento en Temple University (Philadelphia) por 20  años. Últimamente enseñó en la Universidad de Urbino, Italia. Sus libros más conocidos son The Rise of Professionalism (1974, mención Premio C.W. Mills) y  Behind the Postmodern Facade: Architectural Change in Late Twentieth Century America (1994, Premio de Sociología de la Cultura y Premio de Teoría del Instituto Americano de Arquitectos).


  1. El poder del fundamentalismo de mercado: la crítica de Karl Polanyi (2014). Cambridge, MA: Harvard University Press.
  2. Cuando cito directamente a Polanyi, me refiero, por razones prácticas, a la edición inglesa: The Great Transformation: The Policital and Economic Origins of our Time (2001, Boston, Beacon Press).
  3. Estas contribuciones incluyen el foco institucionalista de Polanyi, el uso que hace de la metáfora (puesto que para ellos es una metáfora la obvia reificación con que Polanyi dice que la sociedad debe salvarse ella misma del mercado) y el modo en que Polanyi maneja los varios niveles de su análisis.
  4. Así llaman Block y Somers a la preferencia por la lógica deductiva que, a partir de Malthus y luego en toda la economía clásica, postula teorías y, por tanto, causas y propiedades ocultas, que explican las dinámicas sociales sin aducir ninguna evidencia empírica.
  5. Ver Dalton, George (ed.) (1971). Primitive, Archaic and Modern Economies. Essays of Karl Polanyi. Boston: Beacon Press.
  6. No cabe duda de que Polanyi prefigura los movimientos ambientalistas y que hubiera aplaudido la fusión entre luchas ecológicas y luchas contra el imperialismo económico como, por ejemplo, en la tesis de Cochabamba (ver http://www.socialistproject.ca/bullet/1013.php#continue). Paul Krugman a menudo usa a la ecología como ejemplo anti “libertario” (ver “Phosphorous and Freedom: the Libertarian Fantasy”, New York Times, 10 de agosto de 2014).
  7. “Marxism Restated” (1934, 4 de julio). New Britain, pp. 187-188.
  8. Hirschman, Albert (2004). Retóricas de la intransigencia. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
  9. Piketty, Thomas (2013). Le capital au XXIe. Siècle, París: Seuil.
  10. Baker, Dean. “Capital in the Twenty-First Century: Are We Doomed Without a Wealth Tax?”. Disponible en http://www.paecon.net/PAEReview/issue69/Baker69.pdf  (última consulta: 07/10/14).
  11. Ricamente financiado por grandes intereses, notablemente los hermanos Koch y sus industrias petrolíferas. Ver Skocpol, Theda y Vanessa Williamson (2013). The Tea Party and the Remaking of Republican Conservadurism (2da. ed.). Nueva York: Oxford University Press.
  12. La doctrina social católica tiene su origen por lo menos en 1891, en la encíclica de De rerum novarum. Sobre los partidos demócratas cristianos, ver Mueller, Jan-Werner (2011). Contesting Democracy: Political Ideas in Twentieth-Century Europe. New Haven: Yale University Press.