La idea de que en este país la derecha se estaría rearticulando luego del primer megajuicio a Alberto Fujimori podría calificarse de espejismo mediático. Ello tiene que ver con la gran atención que por parte de los medios recibieron no solo Keiko Fujimori sino también el propio movimiento fujimorista, luego del juicio al expresidente. A ello habría que añadirle algunas encuestas tramposamente diseñadas y presentadas de manera interesada por algunos medios (nos estamos refiriendo a la empresa encuestadora CPI y al diario Correo) que buscaban mostrar una opinión pública contraria a la sentencia que recibió Alberto Fujimori, una candidata en alza y un movimiento que, luego de hibernar unos cuantos años, volvía a sus antiguos fueros.

Sin embargo, si se observa bien el panorama político, lo nuevo no está en la rearticulación de la derecha. En realidad, ese mérito le pertenece sobre todo a Alan García, que ha formado una coalición que va desde los grandes empresarios hasta el Opus Dei (incluido el Cardenal y Obispo de Lima) con el argumento de que hay que frenar o impedir que un candidato “antisistema” gane las próximas elecciones. 1  Aquellas famosas declaraciones del mandatario frente a un auditorio empresarial, en las que dijo que él no podía poner presidentes, pero sí impedir que otros lo fueran, fue expresión de este compromiso, así como el anuncio de que se ingresaba a otro momento del proceso político peruano. 2

Lo que más ha llamado la atención estas últimas semanas es el regreso de antiguos fujimoristas –políticos, periodistas y dueños de medios– que han mantenido silencio todos estos años sobre la década pasada y su viejo amor: Alberto Fujimori o, mejor dicho, el autoritarismo que, como dice una canción, no es lo mismo pero es igual.

Lo que más ha llamado la atención estas últimas semanas es el regreso de antiguos fujimoristas –políticos, periodistas y dueños de medios– que han mantenido silencio todos estos años sobre la década pasada y su viejo amor: Alberto Fujimori o, mejor dicho, el autoritarismo que, como dice una canción, no es lo mismo pero es igual.

El dato, como les gusta decir a los periodistas, no es tanto esta rearticulación de la derecha sino más bien su creciente y abierto favoritismo por una opción autoritaria. Tanto el juicio como la sentencia a Fujimori, en realidad, han sido el instrumento o medio por el cual esta derecha (léase grandes grupos económicos y elites sociales) comienza a expresar sus condiciones –o esta suerte de nuevo contrato– de cara a las elecciones de 2011. Dicho de otra manera: el ascenso mediático de Keiko Fujimori, respaldado por algunos medios y encuestas, le permite a la derecha ampliar su abanico de posibilidades y endurecer sus posiciones al incluir la opción autoritaria, es decir, al propio fujimorismo, como parte de una futura estrategia. Expresiones de esta tendencia han sido, por ejemplo, los ataques, por lo demás racistas, a la congresista nacionalista Hilaria Supa, como también los intentos cada vez más abiertos por entregar la Universidad Católica al Opus Dei.

Y si bien ello nos muestra al liberalismo peruano como “un adefesio mal hecho”, como dice una canción mexicana, lo que interesa decir ahora es que este nuevo comportamiento de la derecha tiene algunas implicancias que aquí solo enumeramos:
a) la continuidad del modelo económico es el elemento que definirá, en gran medida, su comportamiento; b) el próximo escenario electoral será sumamente conflictivo porque se tratará de vetar o destruir a los candidatos o fuerzas llamadas “antisistema”; y c) la democracia que aparece hoy día como un tema marginal, podría convertirse en un elemento aglutinador contra el autoritarismo.

En realidad, todos estos temas –se pueden sumar otros como la lucha contra la corrupción y la impunidad– nos llevan a una vieja cuestión planteada luego de la caída de Fujimori y con el gobierno de transición de Valentín Paniagua: la necesidad de un pacto antiautoritario, que tenga como una de sus virtudes, por un lado, hacer pública la tensión entre la necesidad de profundizar la democracia, 3 y, por otro, cambiar el modelo económico; dicho de otra manera: la construcción de una democracia fuerte que tenga la capacidad de poner fin al pacto de dominación que representa el autoritarismo y, al mismo tiempo, de encauzar los conflictos que emergerán con mucha fuerza cuando se intente cambiar el modelo económico neoliberal.

Dicho pacto autoritario se mantuvo durante esta década. La democracia volvió, pero lo que no cambió fue el modelo económico, que era su fundamento último. 4 No es extraño que en todos estos años la democracia que nació con nuevos bríos luego de la caída de Fujimori, se haya convertido, muchas veces, en una suerte de sainete; tampoco que hayamos visto cómo la tecnocracia fujimorista transitaba fácilmente de un régimen autoritario a otro democrático,  mientras que la protección de los intereses empresariales se mantuvo y se incrementó, tanto en uno como en otro gobierno.

El fantasma del 2006 o la fractura irreversible

El 2006, creo, fue un año distinto. Los comicios de ese año en el Perú, al igual que los de Bolivia el 2002, permitieron que las diversas fracturas (política, social, económica, cultural, étnica y regional) se expresaran en toda su magnitud. En Bolivia esas fracturas, que siguen alimentando los enfrentamientos en ese país, llevaron primero a la caída del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre del 2003, luego a la renuncia del también presidente Carlos Mesa en junio del 2005 y, finalmente, al triunfo indiscutible de Evo Morales en las elecciones presidenciales de diciembre de ese mismo año.

Si en 1990 las elites, luego del fracaso de Mario Vargas Llosa, decidieron copar y cooptar a Fujimori y su gobierno porque se sentían amenazados, hoy, por razones distintas, sienten lo mismo. Lo que explica este comportamiento es que el pacto de dominación (autoritario) está en cuestión y eso es lo que define su comportamiento y su creciente aproximación a una propuesta fujimorista.

Sin embargo, lo más importante de ese año en el Perú no fue solo que estas fracturas y malestares económicos, políticos, sociales y culturales, se expresaran electoralmente vía la candidatura de Ollanta Humala, sino también que los diversos malestares, luego de ese año, pretendieran ser organizados políticamente para intentar ponerles fin o cerrar dichas fracturas. Si en 1990 las elites, luego del fracaso de Mario Vargas Llosa, decidieron copar y cooptar a Fujimori y su gobierno porque se sentían amenazados, hoy, por razones distintas, sienten lo mismo. Lo que explica este comportamiento es que el pacto de dominación (autoritario) está en cuestión y eso es lo que define su comportamiento y su creciente aproximación a una propuesta fujimorista como sucede en estos días.

Por eso, lo que hemos tenido estos últimos tiempos es esta extraña mezcla entre continuidad del modelo económico neoliberal e intentos abiertos por imponer una cultura reaccionaria basada en la intolerancia política, que tiene como uno de sus principios económicos la libertad de mercado y como uno de sus estandartes, curiosamente, al Opus Dei. Ello demuestra, claramente, el poco interés de estas elites por encabezar un proceso de modernización y modernidad de signo democrático y explica por qué hoy ese discurso autoritario es más violento. La presencia del componente racista da cuenta de estas pretensiones que bien pueden acabar construyendo una suerte de fascismo criollo y una democracia que podemos calificar de censitaria.

Y es que en realidad detrás de este debate está, justamente, esta otra pretensión de excluir a los sectores más pobres –que simboliza la congresista Supa– de la democracia peruana. No es extraño que sean estos mismos sectores los que propongan que para postular al congreso sea necesario tener título universitario y saber hablar y escribir el castellano, además de  la eliminación del voto obligatorio para “mejorar”, según ellos, la “calidad” del congreso cuando esa no fue una preocupación en el parlamento fujimorista. En realidad, lo que se busca –porque así lo han dicho varias veces– es excluir de las elecciones a los más pobres y a aquellos que busquen representarlos, para que no que desafíen sus intereses y sus privilegios.

Hoy la derecha más reaccionaria vuelve los ojos al fujimorismo como una opción de contención, pero sobre todo, como una fuerza política capaz, como lo fue en la década de los noventa, de disciplinar el comportamiento de las clases populares.

En este contexto, lo que estamos viviendo en el país, sobre todo luego del juicio a Alberto Fujimori, es una ofensiva que busca convertir el escenario electoral del 2011, en un campo de batalla donde tenga lugar una suerte de “guerra civil política”. Por eso, hoy la derecha más reaccionaria vuelve los ojos al fujimorismo como una opción de contención, pero sobre todo, como una fuerza política capaz, como lo fue en la década de los noventa, de disciplinar el comportamiento de las clases populares. Lo que se busca es impedir que los sectores populares construyan su propia representación y una nueva identidad que les permita ser actores y, al mismo tiempo, una nueva mayoría política en el país.

El argentino Natalio Botana ha dicho que representar (políticamente) es “hacer presente una cosa”. Por ello, no es extraño que hoy día el autoritarismo busque que los sectores populares no tengan representación política. La propuesta autoritaria busca la construcción de una sociedad en la cual el conflicto, que se deriva de la diversidad de intereses, muchos de ellos contrapuestos, sea visto siempre como una amenaza que hay que combatir. Sin embargo, el autoritarismo de las elites no solo se debe a este temor por las clases populares sino también, como hemos dicho, a este otro temor a que se ponga fin a un modelo económico y a una democracia elitista que es, justamente, la nutriente de su espíritu autoritario y de sus privilegios. Lo que se viene en el corto plazo es la defensa cerrada de todo ello.


* Sociólogo, periodista y analista político.


  1. Hace pocos días el Presidente del Consejo de Ministros, Yehude Simon, se sumó a esta prédica. Personalmente, no creo en estos calificativos de “antisistema” o “Si en 1990 las elites, luego del fracaso de Mario Vargas Llosa, decidieron copar y cooptar a Fujimori y su gobierno porque se sentían amenazados, hoy, por razones distintas, sienten lo mismo. Lo que explica este comportamiento es que el pacto de dominación (autoritario) está en cuestión y eso es lo que define su comportamiento y su creciente aproximación a una propuesta fujimoristar”.
  2. Reunión Anual de Jefes Ejecutivos de América Latina del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), realizada en Lima, el 24 de marzo 2009. 
  3. Por ello entiendo no solo un proceso de ampliación de derechos sino también de creación de instituciones democráticas y construcción de un Estado de Derecho. 
  4. En este contexto el fujimorismo fue más un producto de la crisis económica y de la violencia política (o terrorismo) que una consecuencia de la crisis política de los partidos, ya que era lo primero y no lo segundo lo que amenazaba la reproducción de las clases dominantes