Heraclio Bonilla es otro caso representativo. Sus librosGuano y burguesía y Un siglo a la deriva estaban estrechamente vinculados a la agenda de discusión social y política de los años setenta. A Bonilla se debe, entre otras, la idea del carácter rentista de la burguesía nacional, aquella que en el siglo XIX habría desaprovechado la oportunidad de industrializar la economía con la “acumulación originaria” que brindó el negocio del guano. Él también hizo popular la noción según la cual la clase dominante peruana no era una “clase dirigente” en el sentido que careció de un proyecto nacional que movilizara a otros grupos sociales en la modernización de la economía y la construcción de la nación. En su momento estas ideas contribuyeron a la tesis, cara a los sectores de la izquierda, de que no había que esperar que ocurriera una revolución democrático-burguesa; la revolución socialista, de acuerdo con esta perspectiva, tendría que llevar a cabo las reformas que la burguesía revolucionaria había realizado en el mundo europeo.
Por supuesto, en esos tiempos el pasado no era exclusividad de los historiadores. Sociólogos, antropólogos y literatos incorporaban con solvencia la dimensión histórico-temporal para entender el presente. El libro de Julio Cotler, para continuar con los ejemplos, Clases, Estado y nación en el Perú, considerado un clásico de las ciencias sociales, se remontó al periodo colonial para captar los significados profundos de las reformas velasquistas, así como su carácter de ruptura con instituciones y estructuras que tenían raíces bastante arcaicas. Aníbal Quijano, quien reivindicaba que su metodología era el “análisis histórico-estructural”, es uno de los que mejor incorporó la dimensión temporal a sus análisis sobre el desarrollo del capitalismo y de la sociedad peruana. Su libro Imperialismo, clases sociales y Estado en el Perú 1895-1930 propone la imagen de una sociedad en la que se articulan varias temporalidades históricas: la reciprocidad andina, la servidumbre colonial, el trabajo artesanal-mercantil y la empresa capitalista. Me atrevería a incluir dentro de los estudios con dimensión temporal al libro de Martín Tanaka Los espejismos de la democracia, donde la explicación de la crisis de los partidos y del ascenso de Fujimori aparece en el marco del contraste de dos décadas: 1980, cuando el juego político está monopolizado por los partidos políticos clásicos (con ideología, programa y debates internos), y 1990, que corresponde al tiempo de predominio de los “independientes”, cuando la política se personaliza y pierde institucionalidad. No obstante, el libro de Tanaka constituye una especie de excepción, pues en los años noventa las ciencias sociales experimentaban un proceso de “deshistorizacion” que escindió a la Historia del resto de disciplinas de las ciencias sociales.
Esta deshistorización, como se adelantó, respondió a un doble movimiento. Por un lado, el abandono de disciplinas, como la sociología y la ciencia política, de la dimensión histórico-temporal en sus análisis de los problemas nacionales; y, por otro, el retraimiento de los historiadores, con sus excepciones, que desvinculó sus estudios de los debates más amplios y actuales de las otras disciplinas. No es exagerado afirmar que la separación entre la Historia y las ciencias sociales provocó una especie de “enclaustramiento temporal”. Mientras que para las disciplinas “no históricas” el presente resultaba autosuficiente, comprensible por sí mismo, para los historiadores el pasado se fue convirtiendo en un “periodo autorreferencial”, una labor de especialistas, casi una posesión del historiador.
¿Por qué ocurrió esta escisión? El tema demanda un estudio específico y mayor debate, pero quisiera sugerir cuatro posibles hipótesis. En primer lugar, el desconcierto que provocó el ascenso de Fujimori en la academia y la política. Si la Historia había sido clave para entender el velasquismo como un proceso de cancelación de estructuras arcaicas, las reformas neoliberales que inició Fujimori parecían no tener antecedentes en el pasado peruano. Fujimori, en realidad, inauguró un nuevo periodo histórico y acabó con la “herencia velasquista” (el papel central del Estado en la economía, un discurso nacionalista-revolucionario y una sociedad movilizada), por lo cual mirar a la época colonial o el siglo XIX para entender este nuevo escenario no tenía la misma relevancia que con el caso del velasquismo. No se avanzó mucho en la comprensión del fujimorismo (con el perdón de mis colegas) comparando a Fujimori con Leguía.Con cierta razón Hugo Neira criticó el sentido “historicista” peruano que consistía en explicar el presente remontándose a sus antecedentes coloniales o prehispánicos; casi a “descubrir el mañana en el ayer”.
En segundo lugar, la separación entre la academia y la política. Fue en buena medida la discusión sobre la crisis del capitalismo y la posibilidad o no de un cambio social lo que conectó a la historia con la discusión de las otras disciplinas de las ciencias sociales. Los estudios históricos sobre el desarrollo del capitalismo y de las clases sociales despertaban gran interés por sus implicancias en el debate político. Es en este marco que se abrieron ventanas de oportunidad para historiar los movimientos campesinos, obreros, barriales y de mujeres que permitían establecer una tradición de resistencia y movilización en la sociedad peruana. Con la caída del “socialismo real” y el repliegue de las fuerzas políticas que parecían empujar el curso de la Historia hacia un nuevo tipo de sociedad, este punto de convergencia se perdió. Así, la crisis del horizonte utópico de fines de los años ochenta tuvo un impacto disgregador entre la Historia y las disciplinas sociales.
En tercer lugar, está la cuestión de la crisis de los enfoques estructurales y la relevancia que adquirió en los años noventa el análisis de los “actores”. Mientras que hasta los ochenta los enfoques estructurales implicaban una perspectiva histórico-temporal y, por tanto, la necesaria inmersión de la sociología, la antropología y la ciencia política en la reflexión histórica, la preponderancia que desde los años noventa adquirió el análisis de coyuntura y de los actores políticos acabó relegando dentro de las ciencias sociales el estudio de la Historia. Así, el ascenso de Fujimori y los “independientes” y la necesidad de nuevas perspectivas de análisis significó un cambio en los instrumentos teóricos y metodológicos que marginó el enfoque estructural e histórico.
En cuarto lugar y no menos importante, la especialización de las disciplinas de las ciencias sociales. De una parte, por el propio desarrollo de los enfoques teórico-metodológicos, que dificultan la adquisición de varios enfoques disciplinares; y, de otro lado, por la especialización temática que lleva a que aparezcan especialistas en partidos políticos, en comunidades andinas o amazónicas, en empresas y conflictos mineros, en historia de la ciencia, etc.; a lo que se pueden agregar los especialistas en ciertas regiones y periodos históricos. Si bien esta especialización disciplinar permite profundizar y recoger material empírico de suma importancia, también ahonda en la fragmentación.
Ahora bien, resulta, sin embargo, una paradoja que paralela a la marginalización de la historia, en los años noventa se iniciara una revolución historiográfica.
La revolución historiográfica
Con revolución historiográfica me refiero a la renovación de los instrumentos conceptuales y metodológicos, así como a la expansión temática que ocurre internacionalmente en la disciplina histórica, y que en el Perú se concretan en el cuestionamiento a las tesis e imágenes que la historiografía de corte marxista-dependentista construyó y difundió sobre el desarrollo histórico nacional. Por ejemplo, contra la mencionada tesis de Bonilla sobre la clase dominante peruana que no logra constituirse como “clase dirigente” ni levantar un proyecto nacional, tenemos el libro de Carmen Mc Evoy Un proyecto nacional en el siglo XIX, en el que muestra que en la segunda mitad del XIX emergió un “proyecto nacional modernizador”, liderado por Manuel Pardo y el Partido Civil. Este proyecto habría movilizado, en su enfrentamiento con el caudillismo militar, a sectores medios y populares para llegar al poder por la vía electoral; es decir, fue un proyecto con bases multiclasistas. Si bien sus metas educativas y de integración económica no se cumplieron cabalmente, el carácter nacional del proyecto civilista (la agregación de intereses y una visión sobre el desarrollo del país) plantea que el problema no fue la ausencia de un proyecto nacional.
Para continuar con Bonilla, otra de sus célebres afirmaciones (el silencio impasible de los indígenas y los sectores populares frente a las guerras de independencia) dio lugar a una de las más fecundas respuestas de parte de Cecilia Méndez en varios artículos y particularmente en su libro La república plebeya. En él Méndez reconstruye el papel del campesinado huantino en el proceso de independencia y en las guerras de caudillos para argumentar acerca del rol protagónico de los campesinos en la política y la formación del Estado en el siglo XIX. La república plebeya es uno de los pocos libros que estudia la formación del Estado desde sus márgenes rurales y capta la complejidad de la política caudillista y su interacción con el mundo rural indígena. El libro cuestiona la visión tradicional sobre los pueblos rurales que los presentaba en situación de aislamiento y al margen de la política nacional, para devolvernos una imagen en la que estos se movilizan con conciencia del juego político, estableciendo alianzas con los caudillos nacionales, ejerciendo el gobierno de facto en el ámbito local y, sobre todo, influyendo en la formación del Estado poscolonial.
Un tercer ejemplo a resaltar es el de Jesús Cosamalón, autor de Indios detrás de las murallas. El libro puede ser leído como una minuciosa revisión de las partidas de bautizo y de matrimonio de las parroquias de Santa Ana (Lima) para contradecir la noción de “tensión étnica” con la que Alberto Flores Galindo explicó que las clases populares no convergieran en un movimiento alternativo al de las élites limeñas y de los ejércitos libertadores de San Martín y Bolívar. De acuerdo con Flores Galindo, las contradicciones sociales y el discurso racista horizontal (entre indios, negros y mestizos) bloquearon la posibilidad de una confluencia de intereses. Cosamalón, por el contrario, mostró que estos grupos sociales estaban densamente entrelazados por relaciones matrimoniales y de compadrazgo. La “tensión étnica”, entonces, era insuficiente para explicar a cabalidad la ausencia de una revolución social, aunque también cabía la posibilidad de que se estuviera interrogando mal al pasado: ¿por qué las clases populares debían converger en un movimiento revolucionario? Hasta aquí los ejemplos para evidenciar que en la historiografía se ha producido un cambio importante en las perspectivas y en las formas de interpretar nuestro proceso histórico.
Esta revolución historiográfica, sin embargo, tiende a concentrarse en estudios de periodos cortos, lo que ha permitido profundizar en los temas de investigación, pero dejan pendientes los estudios globales que reúnan y sinteticen los desarrollos de esta revolución historiográfica en nuevas narrativas históricas. Y precisamente estas grandes visiones históricas son las que facilitan el diálogo interdisciplinario y que lleguen a un público amplio.
Comentario final
Decía que lo que caracteriza la situación actual es el divorcio entre la Historia y las ciencias sociales, pero debemos señalar también algunos esfuerzos por pensar el pasado desde los problemas del presente. Es el caso de Cecilia Méndez, quien en sus trabajos sobre el campesinado ayacuchano del siglo XIX parte de una reflexión sobre el Ayacucho atravesado por la violencia senderista y las visiones estereotipadas de los indígenas del informe de Vargas Llosa sobre Ucchuracay. Es también el caso de Carmen Mc Evoy, quien en La utopía republicana inicia con una reflexión sobre la crisis de la institucionalidad política de los años noventa para adentrarse en la historia del Partido Civil y de Manuel Pardo como un intento de construir institucionalidad democrática en el siglo XIX.
No basta una narrativa global para reanimar la relación entre la Historia y las ciencias sociales. Es necesario el otro trayecto: que las otras disciplinas de las ciencias sociales retomen la perspectiva temporal para el análisis del presente.
Estos esfuerzos, sin embargo, son excepcionales y afincados en un periodo histórico corto. Todavía no aparecen las narrativas globales de la historia peruana con un anclaje en los debates político-sociales de la actualidad. La mencionada revolución historiográfica no ha logrado trascender la fragmentación temporal. Es muy significativo que Clases, Estado y nación en el Perú, publicado en 1978, continúe como uno de los libros más vendidos del IEP. El libro de Carlos Contreras y Marcos Cueto, Historia del Perú contemporáneo, el de Peter Klaren Nación y sociedad en la historia del Perú y la reciente Historia mínima del Perú de Carlos Contreras y Marina Zuloaga son aportes importantes por sintetizar los avances de la investigación histórica.
Pero no basta una narrativa global para reanimar la relación entre la Historia y las ciencias sociales. Es necesario el otro trayecto: que las otras disciplinas de las ciencias sociales retomen la perspectiva temporal para el análisis del presente. Y esto parece una perspectiva posible. Si bien el énfasis de los años noventa en los actores fue iluminador, pues Fujimori y los “independientes” aparecían como aniquiladores de la sociedad posoligárquica y fundadores de un nuevo orden, hoy estos actores se revelan como impotentes para variar el statu quo neoliberal. Creo que aquí se abre una ventana de oportunidad para conjugar el análisis de los actores con los enfoques estructurales e históricos y avanzar en la comprensión de estos casi 25 años de neoliberalismo.
* Historiador, Investigador del IEP.
Quiero agradecer los comentarios de Marcos Cueto, Raúl Hernández y Mario Meza a una versión anterior de este artículo. La responsabilidad de lo que aquí se dice, sin embargo, es exclusivamente del autor.
También podría mencionarse como razones de la posible «deshistorización» de las ciencias sociales, la auto-censura post-conflicto, pues no era conveniente «historizar» los movimientos sociales pues se corría el riesgo de dar la razón a los inspiradores de esos mismos movimientos y por otro lado (pero relacionado con lo anterior), el incrementos de los fondos de ayuda norteamericanos a las investigaciones sociales en nuestro continente y del cual el Perú ha sido particularmente sensible.
deseo informacion
Efectivamente muchos historiadores se internaron en trabajos muy especializados, sólo para historiadores y especialistas, sin proyectarse a las mayorías, y no hacer interpretaciones de los problemas actuales que haban surgido.Por otro lado, ni los historiadores, ni los científicos sociales podían opinar sobre la situación por miedo a ser apresados, torturados, asesinados , si eran tildados de «terroristas».
Para escribir una verdadera historia del Perú, es necesario recurrir a los estudios regionales y tendremos una visión mas real y correcta.