Castillo, Mayari, Manuel Bastías y Anahí Durand (comp.) (2011). Desigualdad, legitimación y conflicto: dimensiones políticas y culturales de la desigualdad en América Latina. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.

El fenómeno de la desigualdad social ha sido y es un tema clave de la sociología latinoamericana.  Pero aquella no es solo un asunto de interés académico, pues históricamente ha dado lugar a intensos conflictos sociales. En el tiempo reciente, la desigualdad social se ha convertido en un tema clave de la agenda política y las políticas públicas de los Gobiernos latinoamericanos. En este contexto, Desigualdad, legitimación y conflicto constituye una publicación útil y valiosa para entender las dimensiones políticas y culturales de la desigualdad en diversos países de la región (entre ellos, Argentina, Colombia, México, Chile, Perú, Brasil y El Salvador).
Dos preguntas articulan la colección de 15 artículos de investigación incluidos en este libro: 1) ¿cuál es el papel de la cultura y la ideología en la legitimación de las desigualdades sociales? y  2) ¿en qué circunstancias la desigualdad social da lugar a un conflicto entre actores sociales y políticos? El libro está dividido en cuatro partes. En la primera, se aborda la relación entre desigualdad y conflicto a partir de diferentes entradas temáticas: organizaciones sociales de protesta en contextos de aguda crisis económica (caso argentino), represión de Estado y desapariciones forzadas (caso colombiano), relaciones de poder y conflicto político en contextos de dictadura y transición democrática (caso chileno), conflictos entre poblaciones nativas y empresas mineras en torno a los recursos naturales (caso peruano), entre otros temas. En la segunda parte, se estudia el papel de la cultura, el imaginario y la ideología en la legitimación y justificación de las desigualdades sociales (casos de Chile y Brasil). En la tercera parte, se investiga la forma en la cual los conflictos sociales son procesados en la esfera política (casos de Chile, México y Colombia). Finalmente, en la última sección del libro, se explora la posibilidad de que las políticas públicas orientadas a combatir la desigualdad terminen legitimándola (casos de Chile y El Salvador).

En el tiempo reciente, la desigualdad social se ha convertido en un tema clave de la agenda política y las políticas públicas de los Gobiernos latinoamericanos. En este contexto, Desigualdad, legitimación y conflictoconstituye una publicación útil y valiosa.

Paso ahora a comentar brevemente algunos artículos que ilustran las apuestas teóricas y metodológicas del texto.  En el estudio “Pobres organizados: conflicto, participación y liderazgos piqueteros en Argentina”, Maricel Rodríguez analiza el papel de los liderazgos en la conformación y movilización de organizaciones piqueteras en Argentina a fines de los años noventa y principios del presente siglo. Estas organizaciones brindaban recursos materiales y emocionales (seguridad) a sus miembros en contextos de vulnerabilidad producto de la aguda crisis económica. Para los líderes (en su mayoría desempleados), las organizaciones piqueteras constituían una plataforma para su profesionalización en términos de una carrera militante. Rodríguez sostiene que la fuente de legitimación de estos liderazgos no se basaba en un mandato de corte representativo (los líderes no eran elegidos por las bases y no había poder de revocatoria del mandato), sino más bien en el reconocimiento asociado a un mecanismo de identificación: el líder conoce las necesidades de las bases porque las ha vivido en carne propia. Él ha sufrido (y sufre) lo que ellos han sufrido. El líder piquetero funciona entonces como un canal de expresión de las voces. Esto legitima su posición de autoridad y su capacidad de incidir en la acción colectiva de la organización.
Este trabajo es entonces interesante, pues ilumina la importancia de los liderazgos (y su legitimación) en la organización social de la protesta. En consecuencia, es la dinámica de las relaciones sociales entre líderes y bases la que da pistas para entender cómo se organiza la acción colectiva y, a su vez, puede dar lugar a una protesta social dirigida al Estado.
El trabajo de Manuel Bastías, “Relaciones de poder, coaliciones y conflicto político (1977-1991)”, justamente, subraya la importancia de las redes sociales para entender una aparente paradoja del caso chileno: pese a las agudas desigualdades sociales (ingreso y educación) vigentes en el contexto posdictatorial, los movimientos sociales parecen haberse replegado y la conflictividad social es casi inexistente. Bastías compara las relaciones informales de poder entre actores sociales y políticos en dos periodos: 1977-1980 (protestas durante la dictadura de Pinochet) y 1990-1991 (primeros años de retorno a la democracia). Este autor reconstruye estas redes informales de poder a partir de los eventos de protesta en los que participaron los diferentes actores sociales y políticos en los periodos mencionados. Un hallazgo de este trabajo sugiere que la presencia de aliados influyentes (sindicatos nacionales, organizaciones de la Iglesia, grupos profesionales, ONG), los cuales cuentan con recursos materiales, simbólicos y sociales (contactos con actores internacionales), es clave para transformar las demandas de la protesta social, como ocurrió durante la dictadura de Pinochet. En contrapartida, en el Chile posdictatorial, la fragmentación y segmentación de las interacciones públicas entre actores con diferentes cuotas de poder ha ocasionado que las organizaciones sociales de la sociedad civil hayan tenido una enorme dificultad en posicionar sus demandas en la agenda política. Este artículo nos invita a preguntarnos por las recientes protestas de los estudiantes universitarios chilenos en pos de una educación pública de calidad. ¿Cómo ha sido posible esta movilización? ¿Qué nexos existen entre las organizaciones de estudiantes chilenos y los “aliados influyentes” que analiza Bastías?
El texto de Anahí Durand Guevara, “Nuestras tierras, sus ganancias: recursos naturales, desigualdad y conflicto en la Amazonía peruana”, analiza cómo el avance de las industrias extractivas de hidrocarburos y minerales en la Amazonía peruana es percibido por las poblaciones nativas, y como esta percepción está en la base de los conflictos sociales que se han generado posteriormente. Durand encuentra que los líderes de la Aidesep (Asociación Interétnica de la Selva Peruana) perciben que el avance de las industrias extractivas ocasiona el deterioro de su territorio, expoliación de recursos, exclusión de beneficios y reforzamiento de viejas discriminaciones.  A esto se agrega la poca disposición al diálogo por parte del Estado peruano. En este contexto, Durand sugiere que el conflicto social entre las poblaciones nativas y el Estado era una consecuencia casi “inevitable” (p. 132).

Los artículos nos invitan a preguntarnos por los nexos entre cultura y relaciones sociales. De un lado, existen mecanismos culturales que legitiman las desigualdades sociales. De otro, existen oportunidades para la acción colectiva y la configuración de redes sociales.

A la luz de una perspectiva de redes sociales (presente en el artículo de Bastías), nos podemos preguntar si los elementos brindados por Durand son suficientes para entender el despliegue de la conflictividad social en la Amazonía peruana o si necesitamos reconstruir la dinámica de interacciones y redes de las que participan los diferentes actores sociales y políticos aludidos por la autora. Asimismo, la noción de estructura de oportunidad política es también relevante para entender por qué ahora (y no antes) se ha intensificado la protesta social en torno a la extracción de los recursos naturales en la selva peruana.
 Los textos de Ismael Puga (“La percepción de lo justo y lo posible: desigualdad, legitimidad e ideología”), Patricia Castillo (“Legitimación ideológica y desigualdad en la infancia: jugando a vivir en Chile”) y Katharina Damm (“Desigualdades sociales: mundos de percepción y legitimación de las clases medias en Salvador de Bahía, Brasil”) tienen como objetivo iluminar la manera en la cual las dimensiones cognitivas, valorativas y prácticas de la cultura y la ideología naturalizan, justifican, invisibilizan y reproducen las desigualdades sociales. Estos textos iluminan el desfase entre las dimensiones cognitiva (“hay desigualdad de oportunidades”), normativa (“todos deben tener una educación de igual calidad”) y práctica (“siempre ha habido desigualdad educativa en nuestro país y siempre la habrá”) de la cultura.  Así, aquello que se critica implícitamente en el plano normativo es legitimado en el plano práctico con una actitud fatalista, de resignación.
Vistos en conjunto, los artículos nos invitan a preguntarnos por los nexos entre cultura y relaciones sociales. De un lado, existen mecanismos culturales que legitiman las desigualdades sociales. De otro, existen oportunidades para la acción colectiva y la configuración de redes sociales que pueden poner en primer plano las inequidades sociales para cuestionarlas. Sugiero entonces tener en cuenta como herramienta analítica la tensión existente entre el plano de la cultura y el plano de las relaciones sociales (estructura social).
 Ahora bien, considero que existen algunas falencias en los artículos que componen la obra: 1) en buena parte de ellos se da por sentado lo que es la desigualdad. En este sentido, era necesario incluir un capítulo introductorio de carácter teórico, el cual  habría dado un marco de referencia común a los diferentes artículos del libro. Por ejemplo, habría ayudado distinguir desigualdad de discriminación. 2) En lo fundamental, la mayoría de textos estudian diferencias asociadas a la clase social (noción que tampoco es teorizada). Unos pocos artículos abordan formas de desigualdad relacionados con la etnicidad (textos de Hadlyyn Cuadriello y Anahí Durand). Más todavía, una debilidad del volumen es la ausencia de trabajos que estudien las formas en las cuales diferentes formas de desigualdad (clase, etnicidad, género, entre otras) se retroalimentan, refuerzan o entran en tensión. 3) Metodológicamente, la mayoría de los textos utilizan métodos cualitativos. Sostengo que es crucial incorporar métodos cualitativos y cuantitativos para avanzar en nuestra comprensión del fenómeno de la desigualdad social. La idea es que la información generada con métodos cualitativos interpele a la información producida con métodos cuantitativos y viceversa. 4) Los textos que estudian el papel de la cultura en la legitimación de la desigualdad conciben a  aquella como un “discurso” o “texto”. Sugiero asumir la cultura, más bien, como un repertorio complejo, híbrido, que los actores ponen en movimiento de manera versátil de acuerdo a las circunstancias y contextos de acción que enfrentan. Esta manera de entender la cultura permitiría iluminar mejor la agencia de los actores sociales. 5) El análisis de redes sociales es una perspectiva que permite una aproximación relacional al fenómeno de la desigualdad. En el libro, solo el texto de Bastías la utiliza. Los otros artículos que componen la obra se hubieran beneficiado con una tal aproximación. 6) La desigualdad es un fenómeno relacional. En este sentido, era importante incorporar no solo la perspectiva de dirigentes gremiales de las clases trabajadoras o poblaciones nativas, sino también la voz de las élites (una suerte de excepción es el texto de Alexander Gamba:” Ideología, guerra y desigualdad social, Colombia 2002-2010”).
 En suma, se trata de un libro interesante, que busca revalorar el papel de la cultura y el imaginario en nuestra comprensión de la naturalización y reproducción de las desigualdades sociales. La invitación a la lectura está hecha.

* Sociólogo, docente del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. E-mail: msantos@pucp.edu.pe.