En el caserío del Bajo Piura donde nos quedamos, los gallos cantan a las tres de la madrugada. Parece, a simple vista, que el caserío descansa; sin embargo, dentro de las casas se empieza a sentir el movimiento. En una de las casas se levanta apresurada María ―una de las madres del pueblo―, a prepararle la comida a sus dos hijas: Jackie de 21 y Rosa de 19. Las hijas se alistan, cogen su desayuno, meriendan y salen de su casa con dirección al paradero, lugar donde junto a otras mujeres del caserío, esperan pacientemente el ómnibus que las recogerá para llevarlas a las plantaciones de uva “al otro lado de la Panamericana”, a una hora y media de camino en bus.
Desde hace dos décadas –luego de que la ley de tierras 26505 del régimen fujimorista eliminara el límite a la propiedad rural–, se viene dando en el país un nuevo proceso de concentración de tierras (Eguren 2008, Burneo, Z. 2010). Este es el caso, por ejemplo, de la costa norte peruana, donde inmensos latifundios se han establecido con plantaciones de caña para producir etanol, pero también con cultivos de uva, pimiento y otros productos de exportación (Revesz y Oliden, 2013). Los cambios que este proceso viene produciendo en los ámbitos rurales, que colindan con estos nuevos latifundios y en la vida de las personas que los habitan, son aún poco conocidos y estudiados (Burneo, M. 2013). Con ánimos de aportar a la discusión, esta breve crónica narra un día en la agroindustria de la uva en la costa de Piura y reflexiona sobre los cambios y expectativas que surgen en las mujeres rurales que están trabajando como jornaleras en los campos. 1
3 a.m. “El despertar”
Las mujeres que van “a la uva” se despiertan antes que el resto; deben dejar las cosas listas en casa antes de partir. Clara es madre soltera de un niño de diez años, se va tranquila al trabajo porque confía en que su hermana, quien vive a unas casas de la suya, cuidará a su hijo y se encargará de darle los alimentos del día. Clara le paga a su hermana una pequeña mensualidad por el cuidado del niño, y sabe al menos que su hijo estará en buenas manos. “Al final…”, piensa ella, “la familia es la familia”. Sin embargo, hay otras mujeres en el caserío que no tienen esa suerte. Tienen que levantarse aún más temprano para dejar listo el desayuno, la lonchera, inclusive el almuerzo de su esposo e hijos para luego ir a trabajar.
3:40 a.m. “Partir”
Se rompe el silencio. Las mujeres del caserío salen de sus casas, caminan a paso ligero hacia el paradero. A las cuatro de la madrugada, pasa el ómnibus, a veces, un poco antes o un poco después, pero ellas deben siempre estar atentas, pues si no han llegado a tiempo al paradero, el ómnibus no espera y sigue de largo. Y claro, si aquello sucede, deberán ingeniárselas para llegar a los campos, porque tienen clara la advertencia de los jefes: de llegar tarde al trabajo, se les descuenta parte de su sueldo.
Para llegar al paradero, tienen que atravesar las parcelas que rodean el caserío. Las mujeres caminan en medio de la penumbra hasta identificar a lo lejos un tanque de agua, que siempre permanece iluminado. Se puede identificar también a un grupo de hombres haciendo fila y esperando, al igual que ellas, otro ómnibus que los lleve a alguna agroindustria cercana. Aquel día, Clara subió agitada y se sentó en los últimos asientos disponibles. Los afortunados que encuentran asiento duermen, los demás tienen que viajar de pie.
Para muchas mujeres, la agroindustria es su primer trabajo fuera de las labores domésticas y agropecuarias que realizan en sus hogares. La gran motivación es el salario fijo. No es como trabajar en los campos del caserío, en los cuales existe la posibilidad de perder la cosecha por causas fortuitas: plagas, lluvias torrenciales unas veces, escasez de ellas otras. Trabajando en la empresa no importa nada de eso. Al final de la quincena, siempre recibirán un sueldo. Muchas de las mujeres que se van a trabajar a “la uva” lo hacen por extrema necesidad. Puede que el esposo haya perdido el trabajo, o que su sueldo no cubra todos los gastos del hogar. Otras, como Clara, no tienen una pareja que las apoye y su trabajo es el único ingreso.
Las más jóvenes, las que aún no han formado una familia y que normalmente siguen viviendo con sus padres, saben que la situación de sus familias, en su mayoría pequeños agricultores con parcelas menores a una hectárea y sin acceso a créditos, es muy difícil, por lo que buscan ayudarlos económicamente. En muchos casos mantienen la ilusión de ahorrar parte de sus ingresos para invertirlos en su educación futura.
5:15 a.m. “La llegada”
Se escucha de pronto el bullicio fuera y dentro del ómnibus. Han llegado al paradero ubicado fuera de las garitas de la empresa. Rápidamente van bajando para luego encontrarse con una gran cantidad de trabajadores: llegan los ómnibus de todo Piura: del Alto y Bajo Piura, de ciudades, de campos y caseríos distintos. La mayoría trabaja bajo las mismas condiciones: diez horas de pie , la mayoría de estas bajo el sol, con un corte de 45 minutos para la merienda y contratos de tres meses. Pero para mujeres como Clara, un ingreso de 230 soles semanales por este trabajo, hace la diferencia. Clara me cuenta que tuvo suerte, pues la ascendieron a “supervisora de campo” a los tres meses, por lo que de ganar 460 soles quincenales, paso a ganar 560.
Ya en el interior de la inmensa propiedad, las mujeres tienen que subir a otro ómnibus que las lleve al campo donde les corresponde trabajar ese día, Se escuchan voces, gritos, silbidos, pasos. La gente camina, corre, busca. Cuando finalmente encuentran su ómnibus, tienen que esperar que no esté demasiado lleno, pues en caso contrario tendrán que buscar otro que las conduzca a “su campo”. Las personas se aprietan unas a otras con ansiedad para entrar al vehículo. El campo o espacio agrícola que maneja Clara como “supervisora” queda solo a quince minutos de la tranquera; sin embargo, hay otros lugares más alejados, incluso a cuarenta y cinco minutos en bus desde la entrada en línea recta.
El cielo comienza a aclararse cuando las chicas llegan a la zona de reunión. Durante la época de cosecha de uva, el cultivo se extiende centenares de hectáreas. Normalmente, las mujeres trabajan un área asignada, divididas por cuadrantes. Dejan sus pertenencias a un lado, se sientan bajo los cultivos de uva y, antes de empezar con la labor, toman desayuno. Clara es la primera en terminar y levantarse, pues a las seis en punto ya tiene que haberles entregado a todos sus tijeras para iniciar las labores.
6 a.m. “El trabajo”
Cuando las horas de trabajo comienzan a contar, las trabajadoras necesitan conseguir un par de cartones, varias javas y ubicarse en el lugar indicado. Las javas se irán poniendo una sobre otra, encima de los cartones para que no malogren la tierra. El área está dividida en hileras. Cada una de las trabajadoras se ubica en la hilera asignada y tiene que cosechar una cierta cantidad mínima de filas. El trabajo es minucioso, por eso dicen que contratan a las mujeres, porque son más delicadas que los hombres. A pesar de esto, se puede observar que hay un par de hombres trabajando en el grupo. Se corta el racimo de uvas y el producto tiene que quedar perfecto; las uvas que no cumplen los estándares establecidos se desechan.
Clara se pasea por el campo insistiendo en que se revisen bien los racimos de las uvas, pues estas serán «uvas para la exportación». Irán a España, a Japón, «a todo el mundo», les dice con énfasis. Siguen con el minucioso trabajo: separan las uvas más pequeñas, las que tienen una mancha o las que están demasiado suaves. Los racimos perfectos van a las javas de exportación y los «más o menos», como les dicen, a las javas de color rojo, para ser vendidas en el mercado local. Las uvas malogradas van a una bolsa de basura. Continuamente pasan los supervisores: ingenieros varones que exigen el cumplimiento de las normas y condiciones de la uva. Cada uno lleva un registro en sus manos, donde contabiliza las javas que llenan las obreras. Invitan a las trabajadoras a probar la uva, a reconocer si «sabe perfecta” o no, para así aceptarla o descartarla.
Las horas pasan y el sol comienza a calentar más. A eso de las diez, el campo ya arde. Las mujeres van bien preparadas para el sol, siempre con manga larga, utilizan un polo amarrado para cubrirse la cabeza y la cara. La improvisada máscara les deja un hueco para los ojos, y sobre ella se ponen un sombrero. La tenue sombra de las hojas de uva les proporciona cierta protección. El calor es intenso, pero me cuentan que es mucho peor cuando la planta es pequeña y el sol les cae directamente.
11 a.m. “El corte”
Tras cortar las últimas uvas del día, las mujeres dejan sus cosas. Es la hora de almorzar, el momento de “el corte”. Con algarabía, se juntan en grupos, muchas son amigas y el almuerzo es un buen momento para conversar. Hay unos comedores artesanales en los campos: techos de paja, bancas y piso de tierra. Muchas de las amistades se conocen desde hace tiempo, pues, cada cierto periodo, la empresa realiza «campañas» para reclutar a nuevos trabajadores, Cuando eso ocurre, las mujeres se pasan la voz y amigas y familiares terminan trabajando juntas.
11.45 a.m. “De vuelta a trabajar”
La siguiente tarea consiste en sacar las bolsas de papel que protegen las uvas rojas del campo de al lado. Así transcurren las horas hasta las 3:30 de la tarde, con los brazos arriba, sin parar, sacando una bolsa tras otra y desechándolas. Las últimas horas pasan más lento; el sol está muy fuerte en lo alto y se puede sentir el peso de la ansiedad por terminar la jornada. Faltan tres horas, dos horas, una hora. El trabajo es repetitivo y sin pausas. Finalmente, el campo se ha vuelto más colorido, con las carnosas uvas moradas que pintan el paisaje. La explosión de color significa que el trabajo ha terminado.
3:30 p.m. “El retorno”
Las trabajadoras, antes de retirarse, entregan las tijeras que se les dieron por la mañana. A cambio, los empleados de la empresa les devuelven el documento de identidad que habían dejado en prenda. Desde ese momento, hasta llegar a sus casas, queda aún un largo recorrido. Decenas de ómnibus se mueven por toda la empresa recogiendo gente. Las normas de seguridad indican que todos los trabajadores tienen que ser inspeccionados en la garita de control antes de su salida, para evitar que se lleven materiales de la empresa. Una gran multitud se aglomera mientras esperan sus turnos. En la salida se escuchan los vendedores que estratégicamente han colocado puestos de comida y pequeñas bodegas al paso. Enfrente están los ómnibus que llevarán a los trabajadores a sus caseríos. Recién alrededor de las 4:30 p. m. comienzan a salir. Luego de un día largo, llegar a casa se vuelve una ilusión.
Muchas jóvenes esperan ascender en la empresa. Rosa, por ejemplo, ahorra una parte de lo que gana para poder estudiar algún día. Quiere seguir trabajando y estudiar administración en las noches para así mejorar su posición en la empresa. Jackie, su hermana mayor, tiene otros planes en mente. Con sus ahorros, quiere abrir un negocio propio. ¿De qué?, no importa. En su caserío “faltan un montón de cosas”, nos dice. Clara, por su parte, tiene pensado dejar de trabajar cuando reúna lo necesario para construirse una casita en un terreno que tiene en Cieneguillo, “un lugar muy bello cerca de Piura”. Tiene la ilusión de cosechar sus propias plantitas, limones, mangos, verduras y valora su trabajo porque está aprendiendo de los ingenieros “las técnicas para una agricultura exitosa”. En las narraciones de las tres, la palabra “progreso” está siempre presente: para ellas y sus familias “salir adelante” es casi un mandato. Por la situación de abandono y la crisis de la pequeña agricultura, este salir adelante implica, muchas veces, dejar la parcela y dedicarse a otra cosa. Trabajar en la empresa es muy duro, el sol, la distancia, los horarios, pero “en buena hora llegó”, piensan convencidas, pues “chamba es chamba” y al final, esta puede significar la promesa de “algo mejor”.
5:30 p.m. “Volver a casa”
Han pasado trece horas y media desde que las mujeres partieron a las cuatro de la mañana. Finalmente llegan a sus casas. Allí ya no son trabajadoras “de la uva”, sino madres, hijas, hermanas o amigas. Cada madrugada se llevan consigo al trabajo todo lo que las hace ser ellas, sus alegrías, sus nostalgias, sus metas, sus creencias. De igual manera, cuando regresan al caserío, traen un poco lo que ha sido su vida en la empresa. Trabajar ha cambiado muchos aspectos sus vidas, ha repercutido en sus horarios y en el tiempo que pasaban con sus hijos, entre otros aspectos. Regresan al caserío siendo parte de un espacio social particular y distinto, pero el tránsito de la empresa al caserío no es una ruptura, sino un continuo que nos habla de este nuevo mundo rural que se construye en sus vínculos con actividades y espacios diversos.
Ha sido un día fuerte y aún “hay que ver a los hijos”, que hayan hecho sus deberes, bañarlos y atenderlos. Luego preparar la cena y ocuparse de servir a la familia. A las diez de la noche se van a descasar; mañana el día se repetirá, desde las tres de la madrugada.
- Esta crónica se basa tanto en la observación participante (de un día entero de trabajo cosechando uva dentro de una de estas plantaciones), así como en un conjunto de entrevistas realizadas a las mujeres de un caserío del Bajo Piura. El trabajo de campo, de una semana de duración, fue realizado en el marco del curso “Prácticas de campo” de la especialidad de antropología de la PUCP, conducido por la profesora María Luisa Burneo. Por un principio de confidencialidad, los nombres del caserío y de las protagonistas han sido modificados. ↩
Referencias Bibliográficas
BURNEO, María Luisa. “Elementos para volver a pensar lo comunal: nuevas formas de acceso a la tierra y presión sobre el recurso en las comunidades campesinas de Colán y Catacaos”. En: Anthropológica (33). 2013.
BURNEO, Zulema. “El proceso de concentración de la tierra en el Perú”. Cepes- Land Coalition. 2010.
EGUREN, Fernando. “El campo es ancho y (cada vez más) ajeno”. En: La Revista Agraria, 88, pp. 10-12. 2007.
REVESZ, Bruno y Julio Oliden. Piura Transformación del Territorio Regional. SEPIA XIV: Problema Agrario en Debate. Piura: SEPIA. 2013.
Excelente artículo vivencial y de investigación en un mundo nada conocido , en el que se manifiesta la extraordinaria fuerza y ganas de progresar de nuestras mujeres de campo son unas reales guerreras !! Felicitaciones a Susana Higueras!!
Una muestra de honra y dignidad de las mujeres herederas de chusis, tallanes o mochicas , etnias guerreras , pero más peruanas que nunca , graciasa la investigación podemos visibilizarlas…
Soy profesor de CCSS en colegio secundario, creo que el divorcio de la comprensión de nuestra realidad está en ser muy librescos y alejarnos o desconocer el campo (agricultores, mano de obra )
Se hace imperativo subvertir el tradicional orden del trabajo de aula…
Saludos… y gracias por tu gran aporte, trabajaré tu experiencia en aula, y lo replicaremos… con tu aprobación…. claro a nivel de escolares…
Saludos Susana, mi nombre es similar al suyo y mi apellido también, llevo años recibiendo correspondencia que creo que es para usted, mi correo empieza por s.higueras….. supongo que el correo no lee el punto, el caso es que me gustaría reenviarle todo, gracias.