Apropiarse del desierto es la historia de la transformación del espacio físico y social de dos zonas de la costa peruana en los últimos 18 años: Villacuri en el desierto de Ica y la zona de Virú en La Libertad. Este texto es el resultado de años de investigación que la geógrafa Anaïs Marshall realizó para su tesis doctoral, sustentada en Francia en el año 2008.

En primer lugar, quiero llamar la atención sobre la pertinencia del estudio en el contexto actual de transformaciones en el espacio rural peruano. La investigación de Marshall sobre la apropiación del desierto se centra, principalmente, en los cambios producidos a raíz del ingreso de la agroindustria y su expansión sobre los oasis costeños. Estos cambios implican la reconversión del espacio físico y de los usos del suelo, pero también la reconfiguración de las relaciones sociales y políticas entre los actores que lo ocupan y habitan. Estos actores —que tienen distintas historias de ocupación del espacio, algunos desde antes de la reforma agraria, otros a partir de ella— se encuentran en la actualidad con la presencia de capitales privados que buscan un acceso prolongado a la tierra y el agua. Y en esa interacción que pasa por la apropiación de distintas zonas del desierto, se produce también un nuevo orden social. En mi opinión, este es el punto más sugerente que nos devela el libro.

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…no es solo la historia de la evolución y los cambios en la apropiación del desierto por el
avance de la agroindustria, sino también de cómo se establecen nuevas relaciones de
asimetría en el campo.

Uno podría pensar que un texto con tanta densidad de información sobre los procesos espaciales, cambios en las superficies, evolución de cobertura vegetal y áreas cultivadas, etc. podría resultar demasiado especializado para un lector común. Pero creo que lo que la autora logra en este libro es, justamente, mostrar que la lectura de los cambios en el espacio va de la mano con la lectura de las dinámicas sociales; ejemplo de ello es el interesante capítulo sobre las relaciones contractuales que establecen la empresas con los propietarios de la tierra. Ello hace que valga la pena tomarse el tiempo para sumergirse en las fotos, mapas y planos que el texto ofrece. Y es que la historia que Marshall despliega a través de distintos métodos y técnicas —que combinan desde el tratamiento de imágenes satelitales y uso de mapas hasta entrevistas en el terreno— no es solo la historia de la evolución y los cambios en la apropiación del desierto por el avance de la agroindustria, sino también de cómo se establecen nuevas relaciones de asimetría en el campo.

¿Por qué ello es importante y pertinente? Creo que hay varias posibles respuestas a este punto, pero quiero resaltar dos ideas. Una primera es que desde hace poco más de una década, en el Perú se viene dando un importante proceso de concentración de tierras aún poco conocido y estudiado, del cual el avance de la agroindustria es parte fundamental. Basta un pequeño ejemplo: antes de la Reforma Agraria, la hacienda más grande de la costa peruana tenía 25.000 hectáreas de tierra. Hoy en día, solo el grupo Gloria posee más de 60.000 hectáreas en el país; y este es solo uno de varios casos. Entonces, tenemos, por un lado, un proceso de concentración de tierras que está transformando no solo la estructura de propiedad en el campo peruano, sino, como ha sostenido el sociólogo Fernando Eguren, la sociedad en su conjunto, y que no está siendo suficientemente discutido. Desde la geografía social, este libro nos da luces sobre este proceso reciente.

Una segunda idea es que cuando se habla sobre el tema de la agroindustria y la agroexportación, se piensa casi exclusivamente en función del desarrollo de un modelo económico en términos de modernización del agro y crecimiento, lo que deja de lado un conjunto de temas que pasan a ser invisibles en esta discusión, pero son fundamentales y tendrán efectos mayores en un futuro cercano. Mencionaré algunos: el control y la disputa por el agua, los impactos ambientales de la agroindustria, la precariedad de las condiciones laborales, la desregulación estatal, entre otros. Pero además el establecimiento de grandes complejos agroindustriales en un territorio provoca el desplazamiento de población trabajadora (y sus familias) en busca de empleo, lo que ocasiona migraciones y nuevas ocupaciones del espacio con fines habitacionales. Se forman así alrededor de las empresas asentamientos humanos y pueblos enteros que demandan la satisfacción de nuevas necesidades de servicios públicos: salud, educación, agua y saneamiento, seguridad, etc. ¿Quién se encarga de todo ello? En teoría el Estado debería hacerlo, pero el estudio sugiere que existe una falta de proyección de este tipo de escenario, nula planificación y, por tanto, un gran desorden. Si bien la autora sugiere que hay una total ausencia del Estado, creo que podríamos decir que, en realidad, es su modus operandi. Frente a ello, la empresa genera relaciones clientelistas y asume un rol de poder y autoridad que no le compete.

…su conclusión es que los propietarios de terrenos bajo contratos se someten a condiciones y precios impuestos por la
s empresas privadas sin ninguna regulación estatal. Y que muchas veces estos se encuentran en una situación de
incertidumbre, inseguridad y con un margen de negociación muy estrecho.

El estudio de Marshall nos revela esas otras aristas de la ocupación de las empresas y su avance sobre el desierto, poco discutidas y todavía menos estudiadas, pero que exigen un debate urgente: las externalidades negativas y el rol del Estado en relación con estas. Es cierto que el texto no desarrolla mucho el tema del Estado —es tal vez un vacío—, pero poner la mirada en estas externalidades es en sí mismo importante. El aporte del estudio en ese sentido es que estos procesos están ilustrados de distintas maneras, en su evolución sobre el espacio y en sus dinámicas sociales. Desde el estudio de casos, el libro analiza dos temas que me parecen sumamente importantes: (1) las diversas modalidades contractuales mediante las cuales las empresas privadas acceden a tierras de agricultores y (2) el crecimiento urbano y los problemas que surgen a raíz de esta expansión desordenada sin servicios ni regulación alguna.

En el caso de los contratos, ya sean de arriendo de la tierra por tiempos prolongados (hasta décadas), de compra de la producción u otro tipo, lo interesante resulta el análisis de la posición de los agricultores propietarios de la tierra frente a las grandes empresas. Se trata de contratos que básicamente aseguran un acceso prologando de estas a la tierra —o a lo que ella produce—, pero que aseguran también un control sobre las formas de gestión de la parcela, desplazando así, cada vez más, a los agricultores de la toma de decisiones sobre esta. Si bien la autora ha identificado casos en que los agricultores se han visto beneficiados, su conclusión es que los propietarios de terrenos bajo contratos se someten a condiciones y precios impuestos por las empresas privadas sin ninguna regulación estatal. Y que muchas veces estos se encuentran en una situación de incertidumbre, inseguridad y con un margen de negociación muy estrecho.

El caso de la expansión urbana desordenada por la afluencia de trabajadores de la agroindustria nos lleva a otra reflexión. Por un lado, que el espacio de la agroindustria, por así decirlo, no es solo el espacio de la producción, sino que lo trasciende. Ello sucede sin ningún tipo de ordenamiento ni planificación. El resultado es que la empresa no solo termina supliendo el rol del Estado en aspectos básicos, sino que también asume un rol de autoridad política en la vida cotidiana. En el texto encontramos varios ejemplos, pero entre ellos me parece ilustrativo el caso de un conflicto entre trabajadores de la empresa y pobladores locales que llega a la violencia: los pobladores acudieron a la empresa para que interceda y resuelve la gresca, esto es, para que imparta justicia. Ello quiere decir que esta se convierte en algo así como una autoridad local no elegida, pero con poder coactivo. No puedo sino pensar en una hacienda, o en una neohacienda con un nuevo tipo de territorialidad y un nuevo tipo de intercambio.

Por eso creo que valdría la pena pensar un poco más en elementos de las continuidades históricas entre estos procesos; por ejemplo, respecto del periodo de la hacienda; no es lo mismo, pero hay continuidades que son importantes. En mi lectura del texto, tal vez más antropológica, estos son aspectos que nos llevan a reflexiones teóricas mayores no desarrolladas en el estudio: el sustrato de todo esto es que no solo se trata de un tema de activos productivos, sino del control social del espacio. El desierto se transforma, pero las organizaciones y las instituciones también.

Aunque el punto anterior no está planteado de tal manera en el estudio, este analiza interesantes casos que muestran que ello está sucediendo. Por ejemplo, respecto del tema del acceso al agua: en el caso de Ica, el texto describe la manera en que confluyen un conjunto de mecanismos jurídicos —propuestos por las políticas de Estado— y técnicos, y que finalmente resultan en una distribución desigual del recurso. Por una parte, se requiere de una inmensa inversión que no está al alcance de los agricultores para acceder al agua y, por otro lado, existen incentivos muy fuertes para las empresas, que tienen facilidades para acceder a permisos de agua y que, incluso, pueden en algunos casos decidir libremente sobre el uso de los pozos construidos en sus áreas privadas debido a la ausencia de regulación y fiscalización por parte de las entidades estatales.

Ahora bien, esta nueva construcción social del espacio genera tensiones y conflictividades entre agricultores, comuneros y empresas, pero diremos que falta un actor: el Estado, aunque queda claro en todos los casos descritos que este se mantiene al margen, salvo en su rol de subastar tierras a las empresas agroindustriales. El texto ilustra también estas tensiones por el acceso a la tierra, mostrando los mecanismos a través de los cuales las empresas adquieren titularidad de los predios e incluso algunas situaciones que me parece podrían calificar como despojo. Hubiese sido interesante, sin embargo, que se pusiera un poco más de profundidad en la mirada de los propios agricultores y comuneros que son parte del escenario analizado.

Los casos expuestos en el libro respecto de las tensiones por tierras me llevan a dos reflexiones finales: la primera, en relación con el rol del Estado a través del PETT (Programa Especial Titulación de Tierras y Catastro Rural); la segunda, sobre el rol de las propias organizaciones del espacio rural. Acerca del primer punto, la autora muestra cómo el enredado e impreciso trabajo de titulación de predios rurales ha generado a lo largo de tiempo la superposición de ocupaciones. Además, las áreas no tituladas hacen posible que las empresas accedan a tierras de agricultores o comuneros que solo cuentan con los certificados de posesión entregados por una comunidad campesina. Así, aprovechando la figura de denuncio y la mayor jerarquía jurídica de los títulos de propiedad, terminan por apropiarse de tierras y siendo reconocidos como propietarios legítimos; esto es claramente un caso de despojo. Este desorden ha generado varios conflictos en los cuales aquellos que cuentan con mayores recursos se convierten en los nuevos propietarios. Y así avanza la acumulación bajo la combinación de un conjunto de mecanismos: compra-venta, compra a posesionarios sin títulos y denuncios que en muchos casos rayan con la ilegalidad.

Apropiarse del desierto nos invita a reflexionar sobre esta geografía del neoliberalismo: las transformaciones que se dan en Ica y en Virú tienen relación con las que ocurren en Arequipa o en Cajamarca y en la ciudad de Lima.

La segunda reflexión, sobre las organizaciones, me lleva al caso de la comunidad campesina analizada en el texto. Se trata de una comunidad que, entre las presiones externas sobre la tierra y los intereses de grupos de poder en el interior de ella misma, termina por desmembrarse; en muchos casos, los excomuneros y nuevos propietarios de parcelas terminaron por vender sus tierras a las empresas. Tenemos entonces que la presión ejercida por la agroindustria choca también con otras lógicas y formas de gestión del espacio —en este caso, de gestión colectiva del espacio— que acaban por desaparecer.

Todo lo anterior me lleva a concluir que el estudio de Marshall, tomando el caso de la agroindustria, nos muestra una relación entre los efectos del neoliberalismo —con la expansión territorial del capital privado— y las transformaciones de un espacio habitado. El geógrafo Antony Bebbington, al hablar de la geografía del neoliberalismo, ha sostenido que esta expansión redefine no solo los espacios locales, como los casos analizados aquí, sino también los ámbitos regionales y nacionales. Por tanto, Bebbington plantea que es necesaria una lectura que combine los procesos de redefinición de territorios que se están dando no solo en diferentes lugares del país, sino en distintas escalas. En ese sentido, creo que Apropiarse del desierto nos invita a reflexionar sobre esta geografía del neoliberalismo: las transformaciones que se dan en Ica y en Virú tienen relación con las que ocurren en Arequipa o en Cajamarca y en la ciudad de Lima.

Finalmente, solo quiero resaltar que las externalidades tanto ambientales como sociopolíticas que genera la apropiación del desierto por parte de la agroindustria son un tema que hasta ahora, salvo excepciones, está pasando desapercibido. Y esto tiene que cambiar.