“No se equivoquen: necesitamos acabar una época en Washington en que la responsabilidad ha estado ausente, el descuido se ha pasado por alto, los dólares de sus impuestos se han entregado a ricos ejecutivos y corporaciones bien conectadas. Ustedes necesitan un liderazgo confiable que trabaje para ustedes, no para los intereses especiales de quienes han inclinado la balanza. Y juntos le diremos a Washington y sus lobbystas que sus días decidiendo la agenda han terminado. Ellos no han financiado mi campaña. Ustedes lo han hecho. Ellos no gobernarán mi Casa Blanca. Ustedes me ayudarán a gobernar mi Casa Blanca”.
Barack Obama, 1º de octubre de 2008 en Wisconsin
La contundente victoria de Barack Obama y el arrastre de los lemas “cambio en el que podemos creer” y “esperanza” generaron en 2008 la sensación de que un cambio profundo en la política estadounidense era posible. Hoy, a menos de dos años de aquella histórica elección, las posibilidades de reelección del presidente parecen disminuir día a día. A pesar de que algunos temas importantes de su agenda —como la promulgación de la ley de salud o el retiro parcial de tropas de Irak— se han hecho realidad, crece el descontento entre sus partidarios a la vez que un discurso de extrema derecha radical que cuestiona la legitimidad del presidente gana adeptos. En este artículo quisiera ofrecer una explicación del debilitamiento de Barack Obama poniendo especial atención en su estilo de gobernar y en el funcionamiento de la estructura institucional a través de la cual se toman las decisiones políticas en los Estados Unidos. La idea central es que aun cuando la agenda política del gobierno refleja bastante bien las prioridades establecidas durante la campaña, este ha encontrado obstáculos significativos en el funcionamiento de las propias instituciones y ha hecho poco por salvarlos. Asimismo, a pesar de haber logrado articular un importantísimo apoyo popular para su elección, una vez en el poder el gobierno se distanció de su base social, con lo cual socavó una de sus principales fortalezas.
La prioridad de lo social y el estilo de gobierno diferente
Una de las principales promesas del candidato Obama incidía justamente en la necesidad de cambiar las prioridades y el estilo de gobierno para así poder dar solución a los gravísimos problemas que el país enfrenta. La estrepitosa crisis económica, hoy conocida como la Gran Recesión, se desarrollaba en dos ámbitos diferentes que conviene resaltar: a nivel del sistema financiero y a nivel social. La crisis del sistema financiero (que se expresó en el colapso de los bancos y entidades financieras más poderosos del mundo) fue atendida inmediatamente a través del espectacular rescate de 700 mil millones de dólares aprobado por el gobierno de George W. Bush, contra la opinión mayoritaria de la ciudadanía. La crisis a nivel social (que se expresó en el incremento masivo del desempleo y en la descapitalización casi inmediata que sufrieron varios miles de personas que perdieron sus casas y sus empleos) no gozó del mismo interés por parte del gobierno republicano, que se limitó a extender los beneficios por desempleo algunos meses más. Aunque las causas de la crisis aún se debaten encendidamente, el manejo gubernamental de esta generó la sensación extendida de que el gobierno priorizaba los intereses particulares de las élites financieras antes que el bienestar económico y social de las mayorías, que se privilegiaba groseramente a la “gente de Wall Street” y se hacía a un lado a la “gente de Main Street”. Por ello, una de las principales promesas de Obama se refería a la prioridad de una agenda social en el manejo de la crisis económica.
Aun cuando la agenda política del gobierno refleja bastante bien las prioridades establecidas durante la campaña, este ha encontrado obstáculos significativos en el funcionamiento de las propias instituciones.
En cuanto al estilo de gobierno, la crisis del sistema financiero hizo visible no solo la fragilidad del sistema económico, sino también la del sistema político frente a la influencia directa que grupos de poder económico ejercen a través de distintos mecanismos institucionales. Conviene mencionar como llamativos ejemplos los siguientes: el rol que los lobbys juegan en la elaboración, discusión y aprobación de leyes en el Congreso; las “puertas giratorias” que existen entre el Poder Ejecutivo y las empresas o corporaciones, a través de las cuales circulan importantes directivos que llegan al Estado desde las empresas para promover políticas que benefician directamente a las corporaciones a las cuales vuelven a trabajar luego de dejar sus puestos en el Ejecutivo; y el millonario financiamiento que los candidatos de ambos partidos requieren para competir con alguna posibilidad real, y que proviene principalmente de corporaciones y empresas que, obviamente, representan intereses económicos particulares. Por ello, otra de las promesas centrales de Obama se refería a un cambio en el estilo de gobierno que dejaría de lado a los lobbystas y ejecutivos representantes de corporaciones en los procesos de toma de decisiones.
Para entender mejor las dificultades que ha enfrentado el gobierno en ambos terrenos conviene analizar casos concretos. A continuación, veamos tres espacios fundamentales para la toma de decisiones políticas, así como casos emblemáticos que dan cuenta de la manera en que se logran o no los objetivos propuestos.
El Congreso, los lobbys y la aprobación de la ley de salud
La promulgación de la ley de salud es uno de los logros más importantes del gobierno de Obama, teniendo en cuenta que varios presidentes demócratas intentaron por décadas reformar el sistema de salud, sin éxito. Por ello, la ley ha sido considerada un hecho histórico. Sin embargo, dista mucho de ser lo que el presidente prometió, al haber dejado de lado la opción de un seguro público, el cual fue el corazón de la promesa presidencial. Asimismo, aun cuando la ley beneficiará (recién a partir de 2011 y en algunos casos desde 2014) a un estimado de 30 millones de personas que actualmente no tienen seguro, un grupo significativo (unos 12 millones de personas) seguirá sin tener acceso a seguro médico. De otro lado, aunque la ley impone importantes limitaciones a las aseguradoras (por ejemplo, prohíbe que se niegue cobertura médica a pacientes con condiciones preexistentes), también mantiene una serie de privilegios previamente adquiridos (pueden elevar sin límites los costos de las pólizas de seguro y los co-pagos asociados a cada consulta).
Se creó así un halo de misterio en torno al contenido de la ley, privilegiando la intervención directa de las corporaciones y poniendo obstáculos para la participación de grupos de interés de la sociedad civil.
La aprobación de la ley ha sido entonces un paso importante, pero que no satisfizo a la ciudadanía y mostró la debilidad del gobierno ante el Partido Republicano (que se opuso radicalmente a cualquier propuesta de reforma del sistema) y frente a las corporaciones asociadas a la industria médica, que tuvieron importante acceso directo al Congreso a través de los lobbys. Si bien Obama dijo repetidas veces durante la campaña que los debates en torno al tema de la ley de salud serían públicos y televisados a través de la cadena C-SPAN, que cubre las sesiones del Congreso, las negociaciones más importantes (que son las que precisamente fueron despojando poco a poco a la ley de su contenido central) se dieron a puerta cerrada. Así, la ley fue modificada varias veces sin debate público, aun antes de llegar a la Casa de Representantes o el Senado, donde adicionalmente fue cuestionada por congresistas de la oposición, pero también (y esto es por supuesto lo más sorprendente) por congresistas demócratas que se negaban a apoyarla utilizando los mismos
argumentos que la oposición. Se creó así un halo de misterio en torno al contenido de la ley, privilegiando la intervención directa de las corporaciones y poniendo obstáculos para la participación de grupos de interés de la sociedad civil. Así, el gobierno evidenció también su poco interés en apelar a aquella base social que lo llevó al poder y demandaba mejores soluciones en la reforma del peor sistema de salud entre los países ricos del mundo.
El Ejecutivo, las puertas giratorias y el caso del derrame de petróleo
El derrame de petróleo en el Golfo de México en abril de este año puso en la mira a la corporación petrolera British Petroleum (BP) y a otras que desarrollan proyectos de exploración en el subsuelo marino. El derrame, que no pudo ser contenido sino hasta casi tres meses después, mató a once personas y liberó aproximadamente cinco millones de barriles de petróleo en el Golfo, causando incalculable daño a la flora, fauna, el medioambiente y a los negocios productivos y turísticos de miles de
familias residentes en la zona. Incluso cuando el gobierno adoptó una actitud severa contra BP una vez producido el derrame, llegando incluso a exigir la creación de un fondo de 20 mil millones dólares para otorgar compensaciones económicas a negocios e individuos perjudicados por el derrame, el escándalo llamó también la atención sobre el rol del gobierno en la supervisión y aprobación de este tipo de proyectos.
¿Cómo se explica la continuidad evidente entre la política energética impulsada por Bush y la administración de Obama? En gran parte, gracias a la presencia de importantes ejecutivos que se han mantenido en sus puestos o que han llegado al gobierno a través de la práctica de la “puerta giratoria”.
Las investigaciones señalaron entonces a la agencia encargada de supervisar y aprobar la perforación del fondo marino para la extracción de petróleo realizada por BP (Minerals Management Service, MMS), la cual ha mantenido tanto la política de desregulación de la era Bush como al personal de la oficina. La política de desregulación ha consistido en reducir el número de inspecciones de seguridad ambiental, pasar por alto defectos importantes de los planes de contingencia frente a posibles derrames e ignorar señales de alarma que indicaban que piezas clave en el equipo preventivo eran defectuosas. Claramente, hay responsabilidad política de la MMS del gobierno de Obama en el derrame, que no solo no ha hecho nada para cambiar la política de desregulación, sino que incluso ha adoptado la política de expansión de la exploración petrolera que se
diseñó durante la época de Bush. El caso de BP es particularmente llamativo porque se trata de una corporación con un pésimo historial, en el que ya se contaba un derrame en Alaska en 2006, una explosión en Texas que mató a 15 personas y un récord de 709 violaciones a los protocolos de seguridad en la planta de Texas
solo en 2009.
En términos del personal y la estructura de la MMS, el gobierno tampoco hizo cambios significativos a pesar de los escándalos de corrupción que involucraron a una serie de agentes gubernamentales que recibieron dinero, viajes y regalos de la industria petrolera, e incluso organizaron fiestas con empleados de las corporaciones que fueron calificadas como bacanales por la prensa. ¿Cómo se explica la continuidad evidente entre la política energética impulsada por Bush y la administración de Obama? En gran parte, gracias a la presencia de importantes ejecutivos que se han mantenido en sus puestos o que han llegado al gobierno a través de la práctica de la “puerta giratoria” ya mencionada líneas arriba. De hecho, el Center for Responsive Politics de los Estados Unidos informa que 4.295 funcionarios de la administración de Obama califican como funcionarios que han llegado a distintas oficinas del Ejecutivo a través de la “puerta giratoria”, 195 de los cuales se ubican en el Departamento de Energía, en el que se
encuentra la MMS. Así, se entiende mejor cómo y por qué es tan difícil darle concreción al empuje regulador y supervisor que defendiera el candidato Obama.
La opinión pública y la pérdida de la base social
Barack Obama lideró una campaña electoral que movilizó a millones de personas que no solo apoyaron económicamente su campaña a través de donaciones, sino que también dieron su tiempo y esfuerzo para promover el voto por su candidato a través de redes de organizaciones de activistas que buscaban convencer a otros a través de emails, foros en Internet, mensajes de texto, llamadas telefónicas y visitas casa por casa. Se habló de una “revolución popular” y de un “ejército de partidarios y simpatizantes” que logró acumular más de 69 millones de votos en las elecciones de 2008, 10 millones más de los que acumulara el candidato demócrata John Kerry en 2004. También se habló de un cambio fundamental en la manera de hacer política, dado que un importante porcentaje de los fondos de su campaña fueron producto de pequeñas donaciones individuales a través de Internet. Ciertamente, Obama también recibió financiamiento millonario de empresas, industrias y grupos de interés privado, pero lo novedoso estuvo en el significativo porcentaje de fondos provenientes de pequeñas donaciones.
El estilo de gobierno priorizó obviamente los canales institucionales que ya hemos analizado, pero, y esto no era necesario, cortó también sus vínculos con ese “ejército” de activistas que fuera tan importante para su victoria electoral.
Una vez llegado al gobierno, el presidente contaba entonces con una importante base social y apoyo popular articulado en numerosas redes de soporte que trascendían la organización del Partido Demócrata. Sin embargo, esa base social fue progresivamente dejada de lado en la tarea de impulsar la agenda política. El estilo de gobierno priorizó obviamente los canales institucionales que ya hemos analizado, pero, y esto no era necesario, cortó también sus vínculos con ese “ejército” de activistas que fuera tan importante para su victoria electoral. El precio a pagar ha sido bastante alto, pues la desconexión entre el gobierno y su base social dejó un espacio abierto a la ofensiva de la oposición y de los lobbystas, así como a un discurso radical de extrema derecha que cuestiona abiertamente a través de los medios de comunicación (siendo la cadena Fox el medio emblemático pero no el único) la legitimidad del presidente Obama. Las acusaciones de tono racista son múltiples y crecientes, y apuntan a convertirlo en el chivo expiatorio de una crisis que aún no tiene visos de solución.
Para entender el porqué del fortalecimiento del discurso de extrema derecha entre los opositores del gobierno, así como la pérdida de apoyo entre quienes trabajaron entusiastamente por la victoria de Obama, conviene tener en cuenta el estado actual de la economía en los Estados Unidos: se calcula que más de 14 millones y medio de personas han perdido sus empleos, que casi 6 millones que ya estaban desempleados han dejado de buscar infructuosamente empleo y que 8 millones y medio trabajan a tiempo parcial en contra de su voluntad. Esto nos da una cifra de cerca de 30 millones de personas buscando empleos que no existen, pues el Estado no ha desarrollado una política de recuperación laboral, y el salvataje de los bancos no garantiza en sí mismo la creación de trabajo. En este contexto, que ahonda la crisis social y produce desesperación y angustia frente al futuro incierto de millones de personas, se entiende mejor por qué el discurso de la extrema derecha crece y el apoyo popular del presidente disminuye.
¿Se puede o no se puede?
Como hemos visto, aun cuando el gobierno de Barack Obama ha logrado establecer una agenda política que le devuelve centralidad a temas sociales y refleja en general las prioridades establecidas en la campaña, tiene serias dificultades para afirmar su capacidad de gobierno en los procesos de toma de decisiones. Los cambios en el estilo de gobierno no han sido suficientes para alejar a lobbystas y ejecutivos representantes de corporaciones que inciden directamente en los procesos de toma de decisiones en el Congreso y el Ejecutivo a través de lobbys o “puertas giratorias”. Si sumamos a esto el distanciamiento de la base social electoral, se entiende mejor por qué será difícil gobernar y mantener en agenda temas importantes del plan de gobierno de Obama (como la ley de inmigración o la reforma del sistema financiero), así como tentar la reelección.
* Candidata al doctorado en Ciencias Políticas por The New School for Social Research.
Este artículo debe citarse de la siguiente manera:
Deja un comentario