Portocarrero, Gonzalo, Víctor Vich y Juan Carlos Ubilluz (eds.). Cultura política en el Perú: tradición autoritaria y democratización anómica. Lima: Red para el Estudio de las Ciencias Sociales, 2010.
Antes que nada, agradezco a Eduardo Dargent por presentar Cultura política en el Perú, sobre todo porque se ha tomado el trabajo de realmente leer el libro y reflexionar sobre él. Le agradezco también por haber escrito y publicado su presentación en este medio, pues eso me permite atender sus críticas y, de paso, precisar, a título personal, en qué consiste el valor de nuestro libro.
Al inicio de su comentario, Dargent advierte que él escribe desde “un estilo intelectual y académico distinto al de los editores”. Su “estilo”, según él, seguiría al del empirismo anglosajón, mientras que el nuestro (el de Gonzalo Portocarrero, Víctor Vich y yo) al de la posmodernidad francesa.
En cuanto a lo que nos toca, esto es un error. No puedo hablar por todos los autores, ni siquiera por los otros editores, pero puedo afirmar que los textos que han orientado nuestras reflexiones le deben poco a la posmodernidad. Por el contrario, lo que caracteriza a autores como Slavoj Zizek, Alain Badiou y Jacques Ranciere es el intento de superar los límites del pensamiento posmoderno. Para Zizek y Badiou, por ejemplo, la conversión posmoderna de la lucha de clases en la pluralidad de las luchas identitarias (étnicas, raciales, sexuales) se abstiene de cuestionar las premisas del capitalismo global y por lo tanto acaba validándolas. De allí que, para algunos posmodernos, la injusticia económica solo les parezca realmente injusta cuando está dirigida a un grupo étnico, racial o sexual. Así, mientras el pensamiento posmoderno aboga por la política de la identidad, los autores mencionados apuntan a reformular un sujeto político universalista que no cometa los errores del partido de vanguardia del siglo XX, el cual a menudo desatendía la particularidad de las situaciones políticas, para no hablar de las demandas de los movimientos sociales que lo integraban.
Si Dargent encuentra cierto “anticapitalismo” en el libro, es precisamente porque nuestro “estilo” no es posmoderno, y porque responde, más bien, a la decisión de devolver visibilidad a las estructuras y a los síntomas del capitalismo. No puedo explayarme aquí sobre este punto, pero remito al lector al último artículo del libro, donde explico cómo los autores mencionados (y otros) esbozan nuevas respuestas políticas al capital desde sus síntomas (las favelas, la ecología, la economía informal, etcétera).
Conociendo tan poco a estos autores, sorprende que Dargent se aventure a opinar que estoy equivocado en que son antifilósofos. Para él, ellos son filósofos de una rama de la disciplina en la cual se encuentran algunos enemigos de Sócrates y Nietzsche. No es errado, en efecto, pensar que Lacan recibe un legado de Nietzsche (y Nietzsche de Heráclito y este de no sé quién), pero es que tanto Nietzsche como Lacan son antifilósofos; y lo son porque ubican la verdad no en el saber sino en el lazo oculto entre el saber y su exterior. Cuando Nietzsche evalúa una tesis filosófica, su primera operación es determinar si esta se hallarecorrida por fuerzas activas o reactivas (un exterior energético). Y cuando Lacan se “rebela contra la filosofía” es porque esta se rehúsa a pensar que el goce (un exterior “corporal”) estuviese anudado al discurso. De hecho, la empresa de Zizek consiste en pensar el goce como “un factor de la política”. Y la de Agamben es mostrar que el campo de concentración (el exterior legal) es la verdad de la biopolítica moderna. Puedo seguir con los ejemplos, pero todos apuntan a lo mismo: un antifilosófo merece este nombre si se aboca a develar que los trastornos de una filosofía, una política o una época son en realidad su verdad sintomática.
Sorprende, asimismo, que Dargent se adjudique la autoridad de afirmar que la novedad de estos autores “no la es tanta”. Que sus propuestas tengan antecesores, es evidente. En realidad, nadie inventa nada. No hay creación ex nihilo. Hay solo nuevas combinaciones. Pero es en ellas donde radica la novedad de una propuesta. Y si uno no las percibe, o no las quiere registrar, acaba creyendo que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Esto ya no es empirismo anglosajón sino, a lo mucho, sentido común inglés.
Pasemos ahora a la crítica central de Dargent: a saber, que en muchos de los artículos del libro se generaliza indebidamente desde casos particulares. Es decir, que sus autores no se toman el trabajo de demostrar por qué el caso particular sería representativo de los males estructurales del sistema. Por ello, según él, nuestro estilo se contenta con lanzar “ideas sugerentes”, que “vuelan muy alto” y “sin paracaídas”, mientras que el suyo, el firme y seguro empirismo anglosajón, se esmera en cotejar la relación entre el caso particular con otros casos para evaluar la validez de la generalización.
Tres objeciones a esta crítica, que desliza solapadamente la idea de que su “estilo” es próximo a la ciencia mientras que el nuestro a la ficción (sugerente, creativa, pero, por supuesto, poco segura).
Primero, los autores del libro no son idiotas: si escogen un caso es porque se halla en relación con otros. Si, por ejemplo, Rogelio Scott toma el caso de los mineros de La Rinconada es porque está relacionado con la disolución de la comunidad en otros lugares del Perú y del primer mundo. Según Dargent, haría falta mencionar aún más esos otros casos. Muy bien, acepto la crítica en cuanto a la exposición. No se trata tampoco de defender el libro a toda costa y negar los amables aportes del crítico.
Sin embargo, y en segundo lugar, en ninguno de los artículos se sostiene que el caso representa lo que ocurre por igual en otros casos. Para volver al artículo de Scott, no se trata de que en el Perú y en el mundo el capitalismo haya conseguido instaurar un individualismo que anula la respuesta comunitaria. Se trata más bien de advertir que la cópula capitalismo-individualismo tiende a disolver los vínculos colectivos. Dicho de otro modo, el caso singular no pretende describir la realidad universal de los casos sino señalar una lógica que apunta a constituir una realidad. Que haya otras comunidades que resistan mejor al capitalismo o que se sirvan de él de manera positiva es ya otro tema.
Finalmente, muchos de los artículos del libro son indagaciones, a diferencia del comentario de Dargent que se desenvuelve dentro de un “saber seguro” que llamaré enciclopédico. En esto radica, creo yo, la diferencia de “estilos”. Mientras el saber enciclopédico nombra los fenómenos sociales de acuerdo a términos y reglas que se remiten a ideales vigentes, la indagación parte de un encuentro con los agujeros en la Enciclopedia y produce términos y relaciones hasta entonces insólitos. En otras palabras, mientras que la Enciclopedia crece incluyendo lo no-sabido dentro de su armazón de lo ya-sabido, la indagación reconoce la novedad de lo no-sabido y articula una verdad. No me refiero a una verdad exacta. Me refiero a la verdad como el nombramiento de un agujero en el saber que este se esmera en tapar.
Doy un ejemplo para no dejarlo todo en el aire. Mientras que, en su libro, Dargent califica a nuestras élites políticas como “demócratas precarios” (lo ya-sabido) y aboga por una mayor institucionalidad democrática (el ideal), algunos de nosotros indagamos sobre cómo la injusticia está inscrita en la forma misma de la institucionalidad (el agujero que el saber tapa) y sobre cómo redefinir la democracia para que el demos participe mejor en la tomas de decisión política (una primera verdad).
Saliendo de la comparación, doy otros ejemplos de entre los autores más jóvenes. Las indagaciones de Carlos Adrianzen y Tilsa Ponce develan el nexo entre la ideología neoliberal y la despolitización de ciertos actores sociales (informales, universitarios). La de Mariel García Llorens desencubre un acuerdo tácito entre el gobierno aprista y los medios de comunicación, un acuerdo que resiste a todos sus desacuerdos (la política del libre mercado). Jaris Mujica advierte que la corrupción no pervierte al sistema sino que es la normalidad perversa del sistema. Y Félix Lossio desafía el sentido común marxista, según el cual “la religión es el opio del pueblo”, para indagar sobre cómo el arte y la religión pueden ser el motor de un movimiento social. ¿Qué tienen en común estos trabajos? Que intentan apresar la lógica velada que une a fenómenos aparentemente inconexos. De allí que la reacción inicial pueda ser el desconcierto.
Dargent opina irónicamente que volamos “muy alto” y que deberíamos hacerlo “con paracaídas”. No me gusta la metáfora, pero asumiéndola por el momento, hay que decir que, para avanzar teóricamente, solo se vuela sin paracaídas.
Cuando Freud se puso a indagar sobre ese gran agujero en el saber médico que eran los síntomas histéricos, comenzó diciendo que eran producto del abuso sexual paterno. Pronto advirtió que sus pacientes histéricas mentían y desarrolló la teoría de la seducción paterna: es decir, que todos imaginamos (por buenos motivos) ser objeto del deseo sexual de nuestros padres. ¿Se equivocó Freud en un inicio? Sí, pero eso pasa a menudo cuando uno se adentra en los agujeros del saber. Si Freud hubiese tenido miedo a errar (al error y a la errancia), si hubiese querido volar con paracaídas, no habría descubierto el inconsciente ni mucho menos desarrollado el psicoanálisis.
El valor de las indagaciones de Cultura política en el Perú radica en que sus autores han tenido el coraje de avanzar por donde no osan mirar quienes toman los términos de la Enciclopedia como señales de “pare”. Así como Freud, no estamos exentos de error, por lo cual recibimos de buen grado todas las críticas. También las de Dargent, a quien agradezco haberse atrevido a discrepar abiertamente con nosotros, cuando otros prefieren no remover las aguas en público y descargarse en el círculo privado. Es en ese mismo espíritu que he escrito esta réplica. El medio intelectual gana poco con falsas diplomacias. Aprecio a Dargent, pero, por supuesto, aprecio más a quienes se atreven a volar sin paracaídas.
* Doctor en Literatura Comparada de la Universidad de Texas en Austin, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sus publicaciones más recientes son: Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea (2006) y Contra el sueño de los justos: la literatura peruana ante la violencia política (2009).
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