El reciente pronunciamiento de la sentencia acerca del diferendo marítimo entre Perú y Chile constituye una ocasión propicia para reflexionar sobre los procesos pasados de cooperación y conflicto en las relaciones entre los países de la región. Transcurrieron aproximadamente diez años desde el inicio de la preparación de la estrategia para someter la controversia a la competencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya hasta la lectura del fallo que definió los límites marítimos entre ambos Estados. Durante todo este tiempo, se insistió en que el conflicto derivado de la controversia no debía empañar otros ámbitos de las estrechas relaciones que se habían logrado forjar. En efecto, se trataba de conciliar el conflicto con la cooperación.
Los escenarios de cooperación existieron, y desde 1952, y por casi treinta años, una visión común los unió en una campaña prolongada e intensa en contra de un enemigo compartido.
El complejo entramado de las relaciones entre estos tres países no ha sido exclusivo de los últimos años. En realidad, estas fueron particularmente difíciles durante todo el siglo XX. Esto no significa que estuvieron signadas por el conflicto permanente y menos aún que el enfrentamiento fuera la consigna que debía definir su “destino”. Pero es necesario admitir que en el imaginario colectivo se imprimió la idea de que eran países con intereses disímiles o totalmente opuestos, y que este marco de interpretación constituyó, en varios casos, la base de su actuación.
No obstante, los escenarios de cooperación existieron, y desde 1952, y por casi treinta años, una visión común los unió en una campaña prolongada e intensa en contra de un enemigo compartido. Las reivindicaciones de 200 millas marítimas por parte de Chile, Ecuador y Perú constituyeron un episodio importante en la historia de las relaciones contemporáneas entre estos tres países —cuyas repercusiones, como hemos visto, han llegado hasta la actualidad—, y reflejaron, al mismo tiempo, los alcances y las limitaciones de la cooperación dentro de un marco de interpretación en el que sus respectivos conflictos configuraron un referente fundamental de identidad para sus sociedades y de actuación para sus gobiernos.
Alcances de la cooperación: Chile, Ecuador y Perú en la Comisión Permanente del Pacífico Sur
Chile, Ecuador y Perú se reunieron en Santiago de Chile en agosto de 1952, en la Primera Conferencia sobre Conservación y Explotación de Riquezas Marítimas del Pacífico Sur, y el día 18 suscribieron la Declaración de Santiago o Declaración sobre la Zona Marítima, en la que ratifican “[…]
Así, quedaba conformada la Comisión Permanente del Pacífico Sur como una instancia regional para coordinar las políticas marítimas de los Estados miembros de la Declaración.
Dos años después, en diciembre de 1954, se llevó cabo la Segunda Conferencia sobre Conservación y Explotación de las Riquezas Marítimas del Pacífico Sur.
Efectivamente, a partir de la década anterior habían comenzado a producirse constates incursiones de flotas atuneras norteamericanas y de otros países, principalmente, en las zonas marítimas de Perú y Ecuador, que operaban sin permiso, lo que dio lugar a su captura e imposición de sanciones a pesar de las airadas protestas y de las represalias impuestas por Estados Unidos. Conforme las provocaciones fueron aumentando, las coordinaciones entre los tres países se intensificaron como una forma de contrarrestar su embate. Así, en abril de 1955, se decidió contestar de forma conjunta las notas de protesta en contra de la
Por lo tanto, los intereses alrededor del mar lograron configurar un panorama de cooperación en el que se reconocieron como actores con objetivos y adversarios comunes. Era mejor actuar juntos ante el reto de enfrentar a países con capacidades materiales superiores, aun con las reticencias que una acción conjunta podía suscitar en los Gobiernos y en amplios sectores de sus sociedades. Sin embargo, sería un tanto ilusorio pensar en una cooperación absolutamente armónica y sin resquicios en aquel marco interpretativo sobre el que reposaba el reconocimiento de sus necesidades e intereses. Las disensiones existieron, y es preciso reconocer que aun con el gran mérito que supuso este esfuerzo, ciertas concepciones y actitudes convivieron y, en determinado momento, se superpusieron a este canal de comunicación que se había conseguido formar.
Los límites: la cooperación conflictiva
Ecuador y Perú
Guillaume Long destaca que originalmente Ecuador conocía muy poco sobre el mar y su defensa, y que fue Chile el que insistió en que se uniera a la reunión de Santiago en agosto de 1952.
Long propone tres cortes analíticos para comprender la política marítima ecuatoriana, uno de los cuales es el factor seguridad, que está directamente vinculado con su relación con Por otro lado, la capacidad de hacer cumplir la jurisdicción nacional mediante medidas como la incautación y la sanción a aquellos buques atuneros que violaran la zona de las 200 millas, en cierta medida, fue considerada por Ecuador como un punto de competencia en el que ambos Estados podían rivalizar.
Si la década de 1950 fue difícil en cuanto a las relaciones bilaterales, la de 1960 lo fue más, debido a las constantes proclamaciones, declaraciones e intentos de Ecuador por declarar la revisión, la “nulidad” o la “transacción honrosa” del tratado firmado con Perú. Pero en medio del ambiente conflictivo, a fines de esta década, las condiciones comenzaron a mejorar, en gran medida, gracias a la confluencia de posiciones en cuanto a sus objetivos e intereses marítimos, que lograron construir un vaso comunicante entre Quito y Lima. En primer lugar, la necesidad de afrontar con fuerza la creciente agresividad del Gobierno norteamericano, impelido por el lobby pesquero, y la aplicación de las enmiendas, suscitó el acercamiento y apoyo mutuo entre ambos países, sobre todo, porque resultaban los más afectados por la política pesquera norteamericana.
En segundo lugar, el reforzamiento de la defensa y la protección de sus autoproclamados derechos llevaron a la progresiva radicalización de su posición en cuanto a la interpretación de la categoría jurídica de la zona reivindicada. lo que puede considerarse, también, como una forma de reivindicación por su “mutilación territorial”. Perú, si bien no definió explícitamente las 200 millas como mar territorial, defendió una zona de amplias competencias para el Estado ribereño y, claramente, durante la primera etapa del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, la “tesis peruana” de las 200 millas se convirtió en uno de los pilares fundamentales de su política exterior. En este caso, el exacerbado nacionalismo de ambos países, en lugar de obstaculizar la concertación respecto de un asunto de interés común, permitió edificar un canal de comunicación ante el reto que constituía el adversario mayor.
Pero no cabe pensar que el encuentro de una causa común en un asunto específico logró desvanecer las concepciones que se tenía del otro y alterar significativamente el marco de interpretación sobre el que se basaba el análisis de las relaciones bilaterales. Ecuador y Perú fueron aliados, porque sus posiciones e intereses convergieron, pero los problemas y los recelos mutuos seguían latentes debajo de un delgado manto que en cualquier momento se deslizaría.
Chile y Perú
Chile reivindicó sus derechos sobre una zona marítima de 200 millas mediante declaración oficial del 23 de junio de 1947; Perú hizo lo propio el 1 de agosto del mismo año mediante el D. S. N° 781; y desde ese momento, ambos países se embarcaron en la tarea de resguardar sus intereses marítimos. Así, junto con Ecuador, conformaron la Comisión Permanente del Pacífico Sur y coordinaron políticas comunes en cuanto a prevención, sanción, investigación y cuidado del medio marino. Esto también favoreció la construcción de vasos comunicantes y contrarrestó durante un tiempo los recelos mutuos, que, si bien habían amainado después de la firma del Tratado de Lima en 1929, no habían llegado a desaparecer.
Pero las situaciones de conflicto seguirán presentándose como retos constantes que medirán la capacidad de los Gobiernos y de las sociedades de superar sus propios marcos de interpretación.
Joaquín Fermandois sostiene que la Guerra del Pacífico operó como el más importante “cemento de la sociedad”, que fue, quizás, “[…] el último acto fundacional de Para ambas partes, este episodio constituyó un capítulo central en la construcción de sus discursos acerca de la historia y de la identidad nacional, y si bien no se puede decir que determinó de forma esencial sus relaciones bilaterales, sí las condicionó, en mayor o menor medida, según el contexto y los actores implicados.
Fue a inicios de 1970, durante la primera etapa del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, que se esclarecieron las discrepancias con respecto a las posiciones mantenidas por ambos países acerca de la categoría jurídica de las 200 millas. Perú no concilió con esta posición, y aunque no reclamó oficialmente un “mar territorial”, como sí lo había hecho Ecuador, su definición de lo que debía ser el campo de sus competencias en la zona de 200 millas se acercaba más a esta que a la anterior. aun cuando los tres países seguían actuando en el marco de la Comisión Permanente del Pacífico Sur.
La posición más radical por parte del Perú podía comprenderse, al igual que en Ecuador, como una suerte de reivindicación por la “mutilación territorial” que había experimentado, pero, también, como otra oportunidad de superar “lo acontecido”: otra oportunidad que no debía desaprovecharse como tantas veces ya se había hecho, porque, para el Perú, el mar no era solo 200 millas de espacio inerte, pues representaba una fuente de subsistencia vital para las poblaciones subalimentadas y de riquezas que podía percibir el Estado para destinarlas a la mejora de las condiciones de vida de la sociedad.
en torno de una “esperanza”, por lo que no era suficiente su explotación económica (lo cual, de repente, bastaba para Chile, debido a su “extraordinaria autoconciencia y seguridad en sí misma como Estado nacional”), sino que era fundamental saber que el mar era peruano. La propuesta chilena, tanto por su contenido como por su procedencia, por lo tanto, no se condecía con los intereses y las necesidades de una nación que buscaba concretar su “destino”.
Reflexiones finales
Se ha resaltado que se debe destacar los escenarios de cooperación en las relaciones a nivel regional, de manera que permitan una apertura en las concepciones y caracterizaciones que contribuyeron en el pasado a fomentar los conflictos y alimentar los recelos entre los países vecinos. Pero ello no debe ocultar que los escenarios de cooperación también son conflictivos y que su trayectoria depende de las circunstancias que los rodean. Los marcos de interpretación que se construyen mediante el discurso histórico, en varios casos, son lo suficientemente resistentes como para ser modificados por las plataformas de cooperación que se edifican alrededor de ciertos temas de interés común. No obstante, esto tampoco significa que determinan de forma esencial el derrotero de sus relaciones, pues el contexto histórico y los actores implicados condicionan en gran medida su influencia.
Actualmente, las profusas redes de cooperación que se han tejido entre estos tres países alrededor de intereses comunes, así como la progresiva superación de aquellas concepciones que permitieron alimentar permanentemente el conflicto durante el siglo pasado, parecen ser indicadores de que las diferencias que se presenten en el camino buscarán ser resueltas sin afectar sustancialmente otros ámbitos de sus relaciones. Tanto las fluidas relaciones con Ecuador como la decisión de Chile y Perú de llevar a la Corte Internacional de Justicia de La Haya la controversia acerca de sus límites marítimos son reflejos de esta actitud. Pero las reacciones que siguieron a la lectura de la sentencia confirman que ciertas caracterizaciones e imágenes sólidamente construidas siguen vigentes. Los escenarios de cooperación van a continuar fortaleciendo las relaciones, pero las situaciones de conflicto seguirán presentándose como retos constantes que medirán la capacidad de los Gobiernos y de las sociedades de superar sus propios marcos de interpretación.
* Estudiante de último año de la especialidad de Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
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