Este 28 de julio celebramos una vez más la proclamación de la independencia por José de San Martín en la ciudad de Lima. A solo seis años del bicentenario, cabe preguntarnos qué celebramos con estas efemérides. Hoy conmemoramos con un tedeum y un mensaje presidencial a la nación, seguidos por una parada militar el día siguiente. Los discursos presidenciales al Congreso solo se comenzaron a dar de manera regular e institucionalizada los días 28 de julio recién a partir de la década de 1940, antes se podían dar ese día como cualquier otro. Pero tanto el desfile militar como el tedeum fueron pensados por el mismo San Martín, quien ordenó las celebraciones basándose en las proclamaciones reales del periodo colonial y las dadas con la Constitución de Cádiz, que luego fueron institucionalizadas por decreto en 1827. 1

Pero recordemos que lo que celebramos es una proclamación de independencia, no una declaración, ya que esta se dio el 15 de julio. Muy pocos recuerdan este documento que fue escrito a toda celeridad por las autoridades que quedaron en Lima tras la salida de los realistas rumbo a la sierra central cuando, poseídos por el temor a la toma de Lima por bandidos, llamaron a San Martín y sus tropas a Lima. La del 28 de julio de 1821 no se trata siquiera de la primera proclamación de la independencia que se dio en el Perú, ya que desde el desembarco de la Expedición Libertadora en Paracas en septiembre de 1820, e incluso desde 1819, con las correrías de la flota de Cochrane por la costa, se habían realizado proclamaciones en muchos de los pueblos y ciudades donde llegaba la expedición de Juan Antonio Álvarez de Arenales, e incluso en algunos donde no llegó personalmente.[2]  2

Para diciembre de 1820, todo el norte del Perú se había declarado independiente, y a diferencia de Lima, que estuvo bajo dominio realista dos veces después de la proclamación de la independencia, nunca más fue ocupado por tropas realistas.

Para diciembre de 1820, todo el norte del Perú se había declarado independiente, y a diferencia de Lima, que estuvo bajo dominio realista dos veces después de la proclamación de la independencia, nunca más fue ocupado por tropas realistas. 3 Pero el resto del país se mantuvo en guerra, aun después de que se diera la primera Constitución en septiembre de 1823, y hasta la capitulación final de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. En los primeros años de la república, esta fue una fecha importante en el calendario patrio. Sin embargo, ahora su celebración se circunscribe al Ejército y a la región de Ayacucho, que celebran ese día como el fin de una prolongada “gesta libertaria” que muchos consideran que comenzó en 1780 con el levantamiento de Túpac Amaru. 4 Esta fue la visión del gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado, que, para la conmemoración del sesquicentenario en 1974, hizo un monumento en la pampa de la Quinua, donde se libró la batalla, con 44 pisos, uno por cada año en que se peleó por la libertad.

¿Pero fue realmente una “gesta libertaria” que se extendió por 44 años la que terminó en 1824? ¿Fue el levantamiento de Túpac Amaru el punto de inicio y fue la proclamación de San Martín el final? ¿Qué fueron las juntas de Tacna de 1811, las de Huánuco de 1812 y la revolución del Cuzco de 1814? ¿Por qué fue la guerra tan larga si se dio entre “españoles” abusivos y “patriotas americanos”? ¿Por qué después de la capitulación de Ayacucho solo volvieron a España poco mas de quinientos hombres de un ejército derrotado de más de cinco mil? Las respuestas a estas preguntas solo pueden darse cuando matizamos la historia de la independencia y la vemos como parte de un proceso mucho más complejo y decididamente más “Atlántico”; 5 un proceso cuyo origen estuvo en el descontento con las reformas borbónicas y el desbalance creado con el desarrollo que se dio en regiones que habían sido hasta entonces periféricas. Tuvo que ver mucho más con la invasión napoleónica de la Península Ibérica y el vacío de poder creado con las capitulaciones reales que con el descontento con los peninsulares en América. Y tuvo que ver sobre todo con los conflictos regionales que se desencadenaron ante la creación de juntas de gobierno en varias ciudades del continente. La guerra se convirtió así muy rápidamente en una guerra civil y una guerra por el control de territorio.

Al celebrar la proclamación en Lima, ocultamos y olvidamos la historia de lo que sucedió en el resto del país y convenientemente dejamos de hablar de lo que sucedió después.

Al escoger el 28 de julio de 1821 como fecha central de celebración tomamos una serie de decisiones sobre cómo imaginar el Perú; porque al fin y al cabo una fecha de conmemoración no es muy distinta a la otra, pero refleja una serie de decisiones políticas. Al celebrar la proclamación en Lima, ocultamos y olvidamos la historia de lo que sucedió en el resto del país y convenientemente dejamos de hablar de lo que sucedió después, de los conflictos internos que hicieron imposible una independencia sin el apoyo de Simón Bolívar, de la forma en que nuestros dos primeros presidentes, José de la Riva Agüero y Bernardo de Tagle, el Marqués de Torre Tagle, terminaron regresando al bando realista. Y en gran medida olvidamos a todos los peruanos que se unieron a los ejércitos libertador y del rey, y que lucharon con o sin convicción ideológica, pero sí de acuerdo a una lógica correspondiente a intereses locales y a su realidad más apremiante. La fecha, sin embargo, ya después de casi dos siglos, no parece que pudiera someterse fácilmente a discusión, y será en definitiva la que celebraremos.

Sin embargo, cuando pensamos en los retos de la memoria en el contexto del bicentenario, advertimos que se nos presentan una serie de oportunidades. Podemos, como se hizo para el centenario presidido por Augusto B. Leguía, celebrar la llegada del Perú a la modernidad con la construcción de monumentos, plazas y parques. Algunos de los discursos políticos, principalmente el de Alan García, que tiene la ambición de ser “el presidente del bicentenario”, apuntan en esa dirección. Podemos, como hizo el gobierno de Juan Velasco Alvarado para el sesquicentenario, enfocarnos en ampliar el conocimiento del periodo —no olvidemos que el aporte más importante de esas celebraciones fue la publicación de la Colección documental de la independencia del Perú, que reúne una cantidad impresionante de documentos de la época que han permitido que el trabajo especializado de los historiadores continúe y se profundice—. Una ambición para el bicentenario podría ser el digitalizar esta colección y otros documentos, así como numerosos periódicos, que nos permitirían conocer con mucho más detalle cómo funcionó realmente la república, no solo desde Lima, sino también desde las provincias. Podríamos invertir en archivos y bibliotecas que necesitan mucho apoyo para custodiar el material que poseen. Se podría invertir además en la creación de un sistema de nacional de investigación en las humanidades como lo tienen otros países en el continente. Podría ser un momento para una gran renovación historiográfica.

Durante el sesquicentenario, el gran debate historiográfico se centró en si la independencia nos había sido concedida por potencias extranjeras, como proponían Heraclio Bonilla y Karen Spalding, o si más bien se trató de una larga “gesta libertaria”, como la veían historiadores más tradicionales como José Agustín de la Puente y Candamo, entre otros. 6 Este debate ha dominado en gran medida toda la producción académica en los últimos cuarenta años, a pesar de que ambas posturas parten de una noción de la nación que ha sido puesta en cuestión por lo menos desde los años noventa. Quizás la manera de evadir esta especie de trampa o prisión historiográfica, que nos fuerza a ver la independencia como concedida u obtenida, sea utilizar la agenda de la memoria para preguntarnos qué tipo de república construimos a partir de las guerras de independencia, y además aceptar que la historia es siempre mucho más compleja de lo que creemos y que debemos entender lo que motiva a cada uno de los actores involucrados.

Otro de los temas que ha dominado la discusión académica es la pertinencia de hablar de la independencia como una revolución. ¿Se dieron cambios profundos? ¿O se trató más bien de un cambio de régimen donde casi todo siguió igual? ¿Fueron incluidas las minorías en la nueva república? La respuesta es, una vez más, ambigua. Algunos fueron incluidos: los indios pudieron votar desde la Constitución de Cádiz, y siguieron haciéndolo hasta la reforma electoral de 1896. Pero no todos los indios eran iguales en el periodo colonial, y con la república muchos, como los indios nobles, dejaron de ser reconocidos como indios. El tributo fue abolido por la Constitución de Cádiz y por San Martín, pero se reintrodujo rápidamente al verse que no había otra manera de financiar al Estado. No fue hasta 1854 que se dio su abolición final; sin embargo, este régimen le permitió a las comunidades mantener el control de sus tierras hasta 1860, cuando se dio el crecimiento de la gran hacienda. La esclavitud continuó gracias a argucias legales, a pesar de que supuestamente desde 1821 nadie nacía esclavo en el Perú. Pero los descendientes de esclavos que eran libres pudieron votar desde Cádiz si lograban probar sus servicios, y una vez dada la independencia no tuvieron que comprar papeles para ser considerados blancos, y así seguir con su dominio de ciertas profesiones, como la de médico.

Estas efemérides nos presentan una vez más la oportunidad de preguntarnos: ¿qué clase de sociedad creamos a partir de 1821 y qué clase de sociedad queremos crear ahora?

La historia de la independencia, así como la historia de la república, es mucho más compleja de lo que generalmente se piensa, y uno de los retos que debemos asumir ante la celebración del bicentenario es justamente reflexionar acerca de cómo nos vamos a enfrentar a esa complejidad. El Perú, desde que ha existido como república independiente, ha enfrentado retos en cuanto a la inclusión, y es por ello que estas efemérides nos presentan una vez más la oportunidad de preguntarnos: ¿qué clase de sociedad creamos a partir de 1821 y qué clase de sociedad queremos crear ahora? ¿Y cuáles son los retos a los que nos enfrentamos en este contexto de posconflicto a partir del año 2000, con la caída de Fujimori y la derrota de Sendero Luminoso y el MRTA? Dado el contexto en el que nos encontramos, de una sociedad que en gran medida no quiere reconocer los retos del pasado reciente ni del pasado mucho más lejano, quizás lo más oportuno sería tomar la agenda de la memoria y de la reconciliación como el eje principal desde donde comenzar a construir una sociedad más democrática. Una manera de hacerlo es aceptar que la historia es mucho más compleja que lo que hemos querido creer. Esto se aplica tanto al estudio de lo que pasó entre 1980 y el 2000 como a lo que sucedió entre 1780 y 1824, así como también a muchas de las otras coyunturas problemáticas en nuestra historia, como la Guerra del Pacífico o la reforma agraria —que sufren de una sobreexposición en el ámbito mediático, pero cuyas complejidades pocas veces se discuten— u otras que son olvidadas, como la revolución aprista de Trujillo.

El principal desafío ante el bicentenario podría ser el tomarlo como oportunidad para comenzar a entender las lógicas que llevaron a unos y a otros a luchar por uno u otro bando, o a cambiar de bando una o muchas veces. Puede ser el momento de escuchar los testimonios de quienes participaron en los conflictos y hacer que estos sean accesibles y que se discutan de una manera amplia. Debe tomarse como una oportunidad de pensar el Perú y las oportunidades y desafíos que trae el ser una república con una historia compleja y de profundas desigualdades, algo que solo se logrará enfrentando los retos de la memoria.


  1. Este tema ha sido desarrollado en detalle por Pablo Ortemberg en sus tesis doctoral de 2008, así como en sus libros en francés y español, Rituales de poder en Lima (1735-1828). De la monarquía a la república. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2014.
  2. Sobre este tema ver Natalia Sobrevilla Perea, “Entre proclamas, actas y una capitulación: la independencia peruana vista en sus actos de fundación”, en Alfredo Ávila, Jordana Dym, y Erica Pani (eds.), Las declaraciones de independencia. Los textos fundamentales de las independencias americanas. México D. F.: El Colegio de México, UNAM, 2013.
  3. Elizabeth Hernández García ha explorado esta región con mucho detalle desde su primer libro La elite piurana y la independencia del Perú: la lucha por la continuidad en la naciente república 1780-1824. Lima: Instituto Riva Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú y Universidad de Piura, 2008.
  4. Sobre la gran rebelión ver el recientemente aparecido libro de Charles Walker, La rebelión de Tupac Amaru, Lima: IEP, 2015.
  5. Esta es una corriente historiográfica que busca entender el pasado no desde un ángulo nacional, sino cruzando las historias de lo sucedido en Europa, América y África.
  6. Estos textos han sido recientemente reunidos en un libro editado por Carlos Contreras y Luis Miguel Glave, La independencia en el Perú (Lima: IEP, 2015), que incluye además un texto mío donde discuto los límites de este debate.