Introducción

Las masivas movilizaciones contra el régimen laboral juvenil (ley pulpín) exhibieron una serie de elementos novedosos. En lo mediático, se resaltó la organización de las protestas por “zonas”. No muchos esperaban que en una ciudad poco integrada como Lima una organización basada en territorios tuviera cierto éxito. Desde nuestra perspectiva, sin embargo, igual o más novedoso es el hecho de que dentro de las zonas se levantó enérgicamente un debate sobre la toma de decisiones dentro de las organizaciones y, de manera más específica, acerca de la pertinencia de instancias “horizontales” dentro de estas. Si bien esta discusión no es nueva (las razones que exponen muchos jóvenes al renunciar a sus partidos sería una muestra de ello), la novedad radica en la fuerza que ganó el discurso de “horizontalidad” en estos espacios. ¿Cómo se expresó este discurso? ¿Cómo fue su surgimiento? ¿Cuáles fueron sus efectos en la protesta?

Si la horizontalidad en las zonas sigue siendo funcional a sus objetivos, esta seguirá consolidándose, y podría traer consecuencias importantes incluso en la forma de concebir la política que tiene el país.

El presente artículo busca tener un primer acercamiento a la comprensión de estos discursos y someter a discusión su importancia para la dinámica de la protesta. Desde el punto de vista teórico, la relevancia de los discursos e ideas es poco discutible: no solo influyen en los objetivos de la movilización (es decir, cómo se presentan los reclamos por los derechos laborales), sino también en los medios para alcanzarlos (Tarrow 2004). Además de enmarcar la sensación de injusticia de los reclamos y la mirada sobre otros actores (entre ellos el Estado), los discursos influyen sobre la forma de organización de los manifestantes y en cómo visibilizan las oportunidades políticas para la acción colectiva (Clemens 1996, Gamson y Meyer 1996). Nuestra propuesta, más bien, busca dar un paso más: a diferencia de lo que dicta el sentido común, creemos que la horizontalidad en la toma de decisiones ha sido funcional a ciertos objetivos incluso en los momentos de crisis, y, al parecer, los defensores de las zonas eran conscientes de eso. Si la horizontalidad en las zonas sigue siendo funcional a sus objetivos, esta seguirá consolidándose, y podría traer consecuencias importantes incluso en la forma de concebir la política que tiene el país. 1

“No other way out”: jerarquización y representatividad

Para quienes se oponían a la ley pulpín, diciembre fue un mes crítico: el Gobierno buscaba deslegitimar las protestas con campañas publicitarias; se tenía que decidir rápidamente cómo responder. Desde el inicio de la primera marcha (el 18 de ese mes), las opiniones en los medios resaltaban, además del reclamo principal, la carencia de organización: “La primera marcha […] fue un caos total. Por un lado la masa juvenil se desplazó por diversas calles de Lima con una organización precaria, lo que sumado a la represión policial derivó en más de una veintena de jóvenes detenidos y una cifra mayor de heridos, entre ellos uno atropellado por una patrulla de la policía”. 2

Algunos manifestantes eran conscientes del desafío organizativo al que se enfrentaban, y propugnaban institucionalizar estos espacios y generar lazos más estables con actores del sistema político. En la noche del 18 se crearon, además de las zonas, la coordinadora del #18D, con presencia en su mayoría de militantes de izquierda, sindicatos, gremios de estudiantes universitarios y colectivos con cierto recorrido. Desde su punto vista, la construcción de una organización que dirija el devenir de la protesta y centralice la toma de decisiones era el camino más eficaz, si no el único, para favorecer la acción colectiva. 3 De acuerdo con un miembro de uno de los colectivos participantes en el #18D, era “necesario tener una estructura que centralice las decisiones […] ha sido una lucha de sectores diversos y variopintos”. 4 El objetivo de construir organizaciones más centralizadas era hacer más sostenible las movilizaciones en el tiempo. Consecuentemente con este discurso, dentro de la coordinadora se crearon comisiones y un núcleo dirigencial que lideró la toma de decisiones respecto a la protesta.

Hay que resaltar cómo el discurso procentralización era defendido también en las zonas. Algunos participantes más cercanos a los partidos criticaban las dirigencias rotativas, la ausencia de caras visibles y la falta de estatutos, y, a un nivel más amplio, exigían prácticas más institucionales, propias de la democracia representativa. Para algunos, el pedido de horizontalidad era utilizado solo de forma instrumental por ciertas personas que buscaban deslegitimar a los partidos; para otros, se trataba de una equivocada lectura de la realidad, una ingenuidad originada en la falta de comprensión de las relaciones de poder en el país y en el hecho de no reconocer de manera clara al enemigo principal: el Gobierno.

La “horizontalidad” en la toma de decisiones

Durante las primeras reuniones interzonales, algunos militantes apristas intentaron dirigir estos espacios de organización. No obstante, ninguna agrupación política logró monopolizar el liderazgo: por el contrario, la diversidad se mantuvo.

La precariedad de los canales representativos y de centralización en las zonas repite lo que ocurre en otras movilizaciones en el país. 5 Sin embargo, a diferencias de estas, durante las protestas antipulpín, las prácticas anticentralistas y antijerárquicas se reflejaron en un discurso: para muchos participantes, las zonas debían ser un espacio horizontal, sin distinciones entre jóvenes con o sin experiencia en política. Para ellos, había otra manera de organizarse.

El mismo 18 de diciembre, al finalizar la marcha, un grupo de manifestantes se reunió a discutir sobre cómo deberían organizarse para una próxima ocasión, y así, entre otras cosas, “evitar la represión”. Las zonas nacen, por tanto, en el momento de mayor horizontalidad de las movilizaciones: 6 la policía se había encargado de tratar a todos por igual a punta de varazos, arremetiendo contra jóvenes de izquierda y del APRA, con experiencia en protesta callejera, y jóvenes novatos, para quienes esta resultaba su primera marcha. En opinión de una participante de la zona 5, este hecho hizo que, a pesar de las diferencias entre manifestantes, todos empezaran a reconocerse como pares. Durante las primeras reuniones interzonales, algunos militantes apristas intentaron dirigir estos espacios de organización. No obstante, ninguna agrupación política logró monopolizar el liderazgo: por el contrario, la diversidad se mantuvo. Así se fue conformando un discurso en común que apelaba a la diversidad y la horizontalidad en la toma de decisiones en oposición a las “viejas prácticas de los partidos”.

Durante el tiempo que duró la lucha por la derogación de la ley, cada zona se reunía, por lo menos, una vez por semana. Se discutía qué acciones realizar como zona y qué propuestas llevar a la asamblea interzonal para realizar actividades como zonas en su conjunto. Se vio la necesidad de que cada zona tenga un miembro que comunique en las asambleas interzonales los acuerdos tomados. Un primer hecho que hay que destacar es que muchas voces solicitaban que el término con el que se denotara a estas personas no fueran ni “dirigente” ni “representante”, sino simplemente “vocero”. Uno de los miembros de la zona 7 explicó que un representante no solo lleva los acuerdos de sus representados, sino que también toma decisiones sobre ellos. Desde su punto de vista, los voceros solo podían ceñirse a comunicar y hacer lo acordado en sus zonas. Para otros miembros, esto era difícil, puesto que había decisiones que debían tomarse en la interacción y diálogo con los otros voceros o en periodos de tiempo que impedían programar una reunión para coordinar con el conjunto de compañeros. Para responder ante este dilema, las asambleas entre voceros se hicieron abiertas a todos los miembros de las zonas. Algunas zonas acordaron enviar comisiones de fiscalización para corroborar que sus voceros transmitan lo acordado, en otras el vocero iba acompañado de varios participantes, y si había que tomar una decisión la consultaba en esa misma instancia. En algunas ocasiones, se vieron voceros o miembros de zonas que ante la necesidad de tomar decisiones rápidas optaron por recurrir a consultas vía Facebook. Por último, se decidió que los voceros roten en cortos periodos de tiempo (un mes, en la mayoría). En la zona 7, por ejemplo, ya ha habido tres voceros.

A escala intrazonal se han dado prácticas horizontales más intensas. En la zona 7, por ejemplo, se decidió que el vocero no dé declaraciones ante la prensa ante la posibilidad de que esta tergiverse sus palabras y no reconozca el sentir del conjunto de la zona, así como para evitar que la prensa empiece a hablar de “líderes” o “dirigentes” de la zona. Entre otras cosas, esta zona también ha diseñado un mecanismo de participación en sus reuniones que permite que el orden de intervención de los participantes no dependa del momento en el que levantaron la mano, sino que da prioridad a los que menos han hablado en la reunión. En la zona 5, por ejemplo, se incentiva a que los informes de cada comisión sean dados de manera rotativa por todos sus integrantes. Este deseo por rescatar todas las voces posibles también se hace evidente en los debates, incluso en aquellos en los que se esperaría que haya un consenso general. En algunas zonas, por ejemplo, se ha discutido la necesidad de deslindar con algunas agrupaciones políticas como el APRA e impedir su participación dentro de la zona. A pesar del rechazo que tienen estas agrupaciones en muchos miembros, varios han abogado con éxito para que este tipo de decisiones no se tomen sin un diálogo previo.

Una mirada anarquista: los efectos de la horizontalidad

Probablemente, como nos señala un activista, el discurso de rechazo a los partidos nació del temor de muchos jóvenes a ser subordinados por otros jóvenes militantes con mayor experiencia. Sin embargo, creemos que la desarticulación de organizaciones más amplias no sería solo resultado de una incapacidad de centralización y articulación, sino también de una idea sobre cómo participar. Más aún, el discurso horizontal, que a primera vista parecería pecar de naive, tiene repercusiones concretas sobre el desarrollo de la protesta, más allá de disimular posibles carencias institucionales. En unos de sus últimos libros, el politólogo James Scott rescata una perspectiva con reflejos anarquistas que nos parece útil para comprender la anticentralización y la horizontalidad en las zonas y sus consecuencias en las protestas antipulpín. 7 Valores anarquistas como la autonomía, el autogobierno y la espontaneidad —implícitos en el discurso horizontal— tienen un impacto sobre la realidad.

Al no existir en las zonas procedimientos claros ni orientaciones políticas rígidas, más personas pudieron sentir que tendrían la posibilidad de ser escuchadas: Paradójicamente, esto es un incentivo para la participación política

Para Scott, redes más informales y laxas abren el espacio para formas inesperadas de protesta, que sorprenden al sistema político (y que, por novedosas, llaman la atención de los medios). Los tumultos logran mayores alteraciones del orden establecido debido a que no son contenidos mediante la “política normal”: cuando no hay líderes ni instituciones (partidos o sindicatos) con quién negociar, el contexto caótico fuerza en mayor medida la actuación de las élites.

En ese sentido, la autonomía de las zonas permitiría innovar repertorios de protesta: para muchos manifestantes, la inédita marcha hacia la Confiep y en general la retoma de espacios públicos en distritos de clases altas no siguieron los patrones acostumbrados de las marchas de organizaciones tradicionales de izquierda. Acciones locales de “piqueteros”, independientemente de su influencia, ayudan al liderazgo y a afianzar lazos de identidades territoriales. Segundo, el (inesperado) “desorden” que se propagó por las calles de estos distritos llamó la atención de la prensa, pendiente de la novedad. 8 El Comercio, cuya línea editorial era contraria a la demanda por la derogatoria, no podía dejar de informar sobre los miles de manifestantes que se desplazaron por San Isidro y Miraflores. Además de cuántos, importaba por dónde se manifestaban.

Para Scott, las prácticas poco institucionalizadas tienen más posibilidades de atraer a la diversidad y otorgarle reconocimiento. Al no existir en las zonas procedimientos claros ni orientaciones políticas rígidas, más personas pudieron sentir que tendrían la posibilidad de ser escuchadas: toda cuestión tenía que debatirse ad náuseam. Paradójicamente, esto es un incentivo para la participación política; de acuerdo con una participante, el debate abierto genera confianza y arraigo en el grupo. De otro lado, organizaciones poco jerárquicas son más propensas a mejorar el capital humano; por el contrario, organizaciones más rígidas otorgan siempre las mismas tareas a las mismas personas. En las zonas, la rotación de voceros está sirviendo como una escuela política: algunos de ellos, primerizos en política, ya han participado en conferencias de prensa o en la dirección de debates. En opinión de un participante, muchos novatos han aprendido en un tiempo sorprendente a comunicar el mensaje.

Finalmente, este tipo de discursos sobre la organización, que legitima principalmente a actores no partidizados y sin experiencia, ayuda a sobrestimar la oportunidad política. Como señalan Gamson y Meyer (1996: 285-287), la “retórica del cambio” puede hacer que los participantes sientan que se encuentran en un “momento histórico”, lo que incentiva de esta manera la acción colectiva. Para muchos participantes en las zonas, las nuevas formas de organización, “más democráticas”, serían preludio “del fin de la época de los colectivos y su dispersión, que no permitía luchas más efectivas, y de los intentos de construir poder popular de arriba hacia abajo solamente”. 9

Con lo anterior no queremos afirmar que los discursos horizontales de las zonas tenían exclusiva y explícitamente contenidos anarquistas. Aunque muchos activistas veían en la construcción de organizaciones más horizontales una nueva forma de hacer política, 10 en estas líneas queremos más bien resaltar sus efectos indirectos —pero igualmente relevantes— en la protesta. Unos lentes anarquistas nos ayudan a comprender qué prácticas esperar de este tipo de discursos y, sobre todo, qué esperaban de sus acciones los manifestantes que manejaban estos discursos. La desorganización y el desorden, entonces, serían menos un defecto que alternativas de acción, con consecuencias, principalmente en el corto plazo, para la efectividad de la protesta. Los manifestantes de las zonas veían con buenos ojos el “orden espontáneo” en las zonas y parecían constatar cómo traía beneficios no solo para la misma organización, sino para el objetivo de la protesta.

Apuntes finales

Las movilizaciones contra la ley pulpín, circunscritas a una demanda específica, lograron su objetivo. No obstante, a diferencia de Scott, no queremos hacer un elogio del anarquismo. En la actualidad, el futuro de los espacios con discursos horizontales —pasada la coyuntura— es muy incierto. Pueden tanto desactivarse como seguir el camino (más pedregoso) de la institucionalización. Desde afuera, juega en contra el declive de la indignación y de la atención mediática. Organizaciones más centralizadas, como sindicatos y algunos partidos —incluyendo el APRA—, tienen mayores oportunidades de activarse en una nueva movilización, aunque con muchas de las fallas estructurales señaladas.

En este artículo hemos querido llamar la atención sobre tres puntos. Primero, que en las protestas antipulpín surgió una discusión entre los jóvenes, novedosa, sobre los medios organizativos para alcanzar la derogatoria. Segundo, que en estas discusiones la idea de formas organizativas más horizontales no puede ser tomada a la ligera, pues tiene consecuencias indirectas en el devenir inmediato de las protestas. Tercero, y relacionado con lo último, es relevante traer una perspectiva anarquista para comprender la lógica de los actores de las acciones de organizaciones menos articuladas de manera vertical. Dependiendo de la etapa de la protesta y los objetivos de los actores, una lectura desinstitucionalizada no tendría consecuencias necesariamente perversas.

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* Luis García es politólogo y asistente de investigación del IEP. Jorge Vela es politólogo con experiencia en estudios sobre negociaciones en conflictos sociales y miembro de la zona 7.


  1. El presente artículo no pretende ser exhaustivo con las prácticas que se han dado en las zonas. Se rescata aquellas que han podido ser vistas a través de observación participante de reuniones interzonales, reuniones de la zona 7 y en entrevistas a algunos miembros de otras zonas.
  2. Ver La República: http://www.larepublica.pe/01-02-2015/como-se-organizaron-los-movimientos-juveniles-que-acabaron-con-la-ley-pulpin
  3. Como nos lo hizo ver uno de los miembros del #18D, esto no quiere decir que los participantes más familiarizados con estructuras más centralizadas no vean con ojos legítimos la horizontalidad de la zona.
  4. Entrevista realizada a un miembro del #18D.
  5. En los últimos años, politólogos y sociólogos han subrayado la doble desarticulación de las protestas: por un lado, la “brecha horizontal” entre los mismos grupos, con ausencia de liderazgos resaltantes; por el otro, la “brecha vertical” entre las redes locales y organizaciones sociales más amplias e instituciones del estado (Tanaka y Grompone 2009, Meléndez 2012). Estas brechas impactan en la desorganización de la protesta, la atomizan e impiden el logro de objetivos de más largo aliento (Meléndez 2012).
  6. El origen de las zonas no está del todo esclarecido. La mayoría de versiones coinciden en señalar que la propuesta vino de militantes apristas, en un intento por evitar que la protesta esté vinculada solo a los partidos de izquierda y sindicatos. No obstante, con el transcurrir de los días se sumaron diversos colectivos e “independientes” cuya procedencia se ignoraba.
  7. Nos referimos a Scott 2013.
  8. Charaudeau (2003) recuerda que “el acontecimiento mediático será seleccionado y construido en función de su potencia de ‘actualidad’ [la posibilidad de la transmisión en vivo], de ‘socialidad’ [el involucramiento de vecinos] y de ‘imprevisibilidad’ [expectativas poco corrientes en relación con lo que se esperaba]”. Estos tres elementos se hallaban en las protestas limeñas de los jóvenes, haciéndolas atractivas a los medios de comunicación.
  9. Fonseca 2015.
  10. Aunque esta visión tiene consecuencias en el corto plazo, como veremos a continuación.

Referencias Bibliográficas

Charaudeau, Patrick (2003). El discurso de la información. La construcción del espejo social. Barcelona: Gedisa.

Clemens, Elisabeth (1996). “Organizational form as Frame: Collective Identity and Political Strategy in the American Labor Movement, 1880-1920”. En Doug McAdam et al., Comparative Perspective on Social Movements. Cambridge: Cambridge University Press.

Fonseca, Marcos (2015). “Juntos, pero no unidos”. La Mula (https://mfonseca.lamula.pe/2015/01/21/juntos-pero-aun-no-unidos/marcosfonseca/).

Gamson, William y David Meyer (1996). “Framing Political Opportunity”. En Doug McAdam et al., Comparative Perspective on Social Movements. Cambridge: Cambridge University Press.

Grompone, Romeo y Martín Tanaka (2009). Entre el crecimiento económico y la insatisfacción social: las protestas sociales en el Perú actual. Lima: IEP.

Meléndez, Carlos (2012). La soledad de la política. Transformaciones estructurales, intermediación política y conflictos sociales en el Perú (2000-2012). Lima: Mitin Editores.

Scott, James (2013). Elogio del anarquismo. Barcelona: Crítica.

Tarrow, Sidney (2004). El poder en movimiento. Madrid: Alianza Editorial.