Traigo estas afirmaciones porque creo que fueron los ejes centrales de las preocupaciones intelectuales y políticas de Carlos Iván Degregori. La discriminación y el racismo estructurales en la sociedad peruana fueron su obsesión. A partir de fines de los años noventa, este foco, que transitaba entre las estructuras profundas y sus correlatos y disonancias con el plano ideológico-político, se hizo más complejo, al incorporar una nueva lupa en su mirada: las experiencias más personales de la gente, sus posibilidades de acción y de impotencia frente a la brutalidad de la violencia ejercida sobre ellos/as. Atrocidades conocidas, pero ahora también interpretadas. Es en este punto donde entra, de manera más explícita y clara, la preocupación por las memorias. Largas y cortas, salvadoras y victimizadoras, subterráneas y negadas. También la intención política de olvidos. Memorias nunca sueltas, siempre enraizadas en condiciones históricas y estructurales y en escenarios políticos.
Su trabajo presta atención especial para el reconocimiento, y, en la mejor perspectiva etnográfica, trata de no imponer esquemas interpretativos, sino de comprender los marcos de grupos sociales concretos, no como entelequias esencializadas, sino en su ubicación en las estructuras y dinámicas del poder en todas sus formas.
Carlos Iván escribió sobre Perú, pero sus contribuciones fueron mucho más amplias, y llegaron a otros lugares, al Sur y al Norte. Sus escritos puestos los ojos en Perú tienen claras implicancias para otras situaciones. Enseñan enfoques y dimensiones, enseñan la necesidad de la profundidad histórica y de la contextualización. Apoyan y llevan implícita, además, una dimensión comparativa con otras realidades.
La palabra escrita dice mucho, en sus diversas formas. Pero sus contribuciones no estuvieron solamente en la palabra escrita. Hay otras formas de decir y de transmitir, en imágenes, en diálogos, en comentarios a trabajos de otros y otras, en encuadres para el diálogo y para la construcción colectiva con alumnos y alumnas, con colegas jóvenes, viejos y no tan viejas de otras latitudes.
Sus contribuciones no estuvieron solamente en la palabra escrita. Hay otras formas de decir y de transmitir, en imágenes, en diálogos, en comentarios a trabajos de otros y otras, en encuadres para el diálogo y para la construcción colectiva.
Pedí a colegas de Argentina, Chile y Uruguay, participantes del programa “Memorias de la represión” cuya codirección compartimos Carlos Iván y yo durante años, que hicieran llegar su voz:
El siempre encontraba qué decir ante cada situación, y encontraba el cómo, no solo con agudeza intelectual sino en la forma; no solo en la expresividad que le daba a las palabras, sino también en cómo manejaba los tonos de su habla, hasta las pausas (Alvaro Degiorgi, Uruguay).
Hay muchos académicos interesantes, inteligentes, trabajadores y hasta comprometidos. Carlos Iván transmitió todo eso, pero pocas veces me ha tocado conocer hombres cálidos, cariñosos, que saben escuchar, agradecer, estimular, compartir. Su humildad, su sonrisa, y la calidez de sus abrazos, en un académico inteligente y comprometido como él, es lo que yo quisiera encontrarme más seguido en esa generación de intelectuales latinoamericanos que nos han marcado (Angélica Cruz, Chile).
La muerte me despierta muchas reflexiones que nos trascienden como individuos, y particularmente en relación con los que trabajamos con el intelecto. ¿Qué dejamos? No creo que sean solo los libros. Hay una herencia inmaterial, sin copyrights claros, que permanece en las comunidades académicas. Conductas invisibles, una forma de leer, una manera de discutir, de argumentar, de citar un libro, de vivir la relación entre política y academia […] (Aldo Marchesi, Uruguay).
“Se sienten pasos”. Así llamó Carlos Iván a su blog. Ese título lo pinta. Una mente sagaz, un espíritu inquieto, expectante. Tres dimensiones que en él parecían inseparables: la política, la académica, la personal. Jugadas con audacia, con humor, con compromiso y con desajustes, como sucede habitualmente con las personas que, como él, hacen lo que hacen para conjurar eso que de otra forma les quedaría “apelmazado entre los colmillos”. Es esa actitud de estar atento al pulso de los tiempos y dispuesto, y abierto, pero también implacablemente crítico, lo que a mi juicio nos deja como herencia (Laura Mombello, Argentina).
Quedé atrapada por sus retratos de gentes y paisajes sociales que describía con tanta sensibilidad y al mismo tiempo con tanto realismo. Su trabajo en la Comisión, el contacto con la gente, con los testimonios y sus textos sobre la violencia en Perú fueron el producto de su fuerza para contar, reclamar y transmitir (Susana Kaufman, Argentina).
Me impresionó su solvencia académica y su cancha en la vida cotidiana, su amabilidad en el trato y la capacidad de reflexionar y de dialogar formal e informalmente al mismo tiempo. Su humor pícaro, reflexivo, apareció con claridad. También sus preocupaciones por el futuro político y académico de su país (Diego Sempol, Uruguay).
La sonrisa irónica y algo triste con la que evocaba su paso por la Universidad de Ayacucho y la forma en la que había conocido a Abimael Guzmán, para luego, con toda humildad, ofrecerme un artículo de su autoría que lo pinta de cuerpo entero como intelectual: “Qué difícil es ser Dios”. Ya en el título aparecía lo que creo es su toque distintivo: siempre combinando la erudición con el conocimiento libresco y la literatura, todo sazonado con la humildad de los grandes (Federico Lorenz, Argentina).
Lo recuerdo claro en sus intervenciones, con la solvencia intelectual y la humildad de los grandes, con un gran don de gentes y una ecuanimidad académica que traducía su saber estar en la vida (Silvina Jensen, Argentina).
Lo que más me sorprendía de Carlos Iván era el contraste entre las terribles tareas en las que se veía comprometido y su carácter modesto, alegre y festivo. El animador empático de los dolorosos debates y el líder resuelto de los bailes. Sus intervenciones siempre justas, catalizadoras, su categoría humana; la imagen del profesor ideal, con libros, calle, y ética no impostada; pero sobre todo el resonar de la música, el cuerpo palpitando, la sonrisa extasiada y sudorosa comandando un meneaito (Diego Escolar, Argentina).
Lo que más impresionó siempre de él fue su gran capacidad para sintetizar las ideas que circulaban entre nosotros, así como los ánimos y aquellos pensamientos que en fragmentos no alcanzábamos a articular en discursos estructurados. También me conmovió desde el primer momento su voz y su hablar poético. La poesía de su voz y sus palabras —comprendí con el tiempo— venían de la valentía que implica estudiar temas dolorosos y difíciles como los que trabajó para el Perú, junto con la firme convicción de que trabajaba con seres humanos. La combinación de rigor intelectual junto a la profunda pasión y cuidado que implican trabajar con seres de carne y hueso no puede sino producir poesía (Claudio Barrientos, Chile).
Un raro ser que se mueve entre las materias sensibles del arte y el conocimiento sin quedar manchado ni por la ingenuidad ni por la soberbia. Hablaba poéticamente, y tal vez por eso sus citas se articulaban con sus exposiciones académicas de una manera honda y natural. Sus charlas emanaban belleza. Daba ganas de seguir escuchándolo por horas. Además de su legado, de los proyectos que concretó, de las ideas que puso en acción, yo me quedo con su sutileza, su capacidad para expresar lo sutil de la acción humana, del pensamiento y el sentir, los claroscuros, los matices, todo aquello que nos transmitía, como dice el poeta, “el anhelo de no ser lo mismo y buscar lo que asombra” (Claudia Feld, Argentina).
En estas múltiples voces, la mía y la de mis colegas, están las enseñanzas, las contribuciones y sus legados.
* Investigadora superior, Conicet-IDES, Buenos Aires. Intento en este texto reprimir parcialmente mis propios sentimientos, recuerdos y las múltiples conversaciones compartidas sobre las heridas y sufrimientos —históricos y más recientes— experimentados por nuestras sociedades, al mismo tiempo que preservo la preocupación y pasión humana por intentar ayudar a superar las heridas más dolorosas.
Referencias Bibliográficas
Degregori, Carlos Iván (1990). El surgimiento de Sendero Luminoso. Lima: IEP.
Degregori, Carlos Iván (2001). La década de la antipolítica. Auge y huida de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos (2.ª ed.). Lima: IEP.
Degregori, Carlos Iván (2004). “Heridas abiertas, derechos esquivos: reflexiones sobre la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. En Raynald Belay, Jorge Bracamonte, Carlos Iván Degregori y Jean Joinville Vacher (eds.), Memorias en conflicto. Aspectos de la violencia política contemporánea. Lima: IEP, Embajada de Francia, IFEA, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.
Degregori, Carlos Iván (2010). El surgimiento de Sendero Luminoso (3.ª ed.). Lima: IEP.
Jiménez, Edilberto (2009). Chungui. Violencia y trazos de memoria (2.ª ed.). Lima: IEP, Comisedh, DED.
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