Artículo publicado en Caretas, 13 de agosto de 2015
Matos Mar buscaba la utopía de un Perú moderno que no renunciase a sus raíces culturales andinas. En el ambiente del IEP de los iniciales años ochenta, uno escuchaba por doquier la frase de las “comunidades de punta”. Estas eran comunidades indígenas que habían sido capaces de conciliar la adopción de tecnologías y formas empresariales modernas, al lado de su organización social colectiva y su universo cultural. Taquile, Huayopampa y Muquiyauyo se convirtieron para quienes trabajábamos en el IEP en los atisbos de lo que debía ser el nuevo Perú. Los comuneros de estos pueblos compraron camiones, emigraron a las ciudades y aprendieron el negocio de la comercialización de alimentos en los grandes mercados de Lima o Huancayo. Fundaron barrios en las urbes y reprodujeron su cultura en el nuevo mundo urbano que conquistaron. Matos Mar veía los cambios que transformaron el rostro del Perú entre los años cuarenta y ochenta con optimismo. En su libro Desborde popular y crisis del Estado (1984), celebraba el desborde, que implicaba la rebeldía del Perú profundo a encuadrarse dentro de los rígidos cánones dispuestos por la oligarquía criolla que había gobernado el Perú desde la independencia.
José Matos Mar nació en el año del centenario de la independencia, en Coracora, la capital de una provincia del sur de Ayacucho que debe figurar entre las más aisladas y pobres del país. Los recursos familiares, su tenacidad y su talento le permitieron abrirse paso en el cerrado mundo limeño de las humanidades de mediados del siglo. Matos identificó pronto dónde estaba su “ventaja” y desde dónde podía erigir su “nicho” en el mercado intelectual. Se hizo antropólogo especialista en temas andinos, en una época en que la antropología padecía la crisis de comportarse como una disciplina en que sabios blancos y europeos descifraban las culturas “exóticas” del mundo. La descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial permitió que los antropólogos pudieran provenir cada vez más de las propias culturas subalternas.
Después de estudiar en la Facultad de Etnología en la Universidad de San Marcos, al lado de Luis Eduardo Valcárcel, Matos Mar se convirtió en un eficaz intermediario entre la antropología del primer mundo y los nuevos científicos sociales peruanos. Dirigió el proyecto de estudio sobre las comunidades indígenas de Huarochirí que permitió dar con continuidades en la cultura de una región que el extirpador de idolatrías Francisco de Ávila había retratado en sus aspectos más íntimos hacia finales del siglo XVI. También organizó los estudios sobre cambios en los pueblos campesinos del valle de Chancay. En estas investigaciones se formaron intelectuales como Julio Cotler, Heraclio Bonilla, Carlos Iván Degregori, Jürgen Golte y Fernando Fuenzalida, entre otras celebridades de nuestras letras. En 1964 fundó junto con los hermanos Augusto y Sebastián Salazar Bondy, Jorge Bravo Bresani, José María Arguedas, John Murra y María Rostworowski, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), el pionero de los centros de estudios sociales del país.
Profesor, antropólogo, promotor cultural, editor. Matos Mar fue un testigo y actor importante del Perú de la segunda mitad del siglo XX. Hábilmente retratado por Mario Vargas Llosa en la novela El Hablador, fue también una figura controvertida, ya que no todos los que trabajaron con él compartieron su fervor por la cultura andina y sus manías personales.
Ahora que ha partido de este mundo, toca recordarlo como uno de los intelectuales que con más conocimiento y tenacidad soñó con un Perú de todas las sangres.
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