Uno de los temas que más debate suscita en los últimos años en el ámbito del patrimonio y la puesta en valor del pasado arqueológico, son los necesarios puentes entre el mundo académico, el ámbito de la conservación y las demandas y deseos de la población. ¿De qué manera podemos hacer el patrimonio arqueológico más atractivo fuera de los ámbitos estrictamente profesionales? ¿Cómo acercar lo que sabemos sobre el pasado al conjunto de los habitantes de un territorio? Más importante aún, en un contexto de crisis económica y recursos escasos, ¿cómo justificamos el gasto necesario para la excavación, preservación y puesta en valor de los yacimientos arqueológicos? ¿Qué aportan estos restos a la comunidad y por qué deberíamos enfocar nuestros esfuerzos en ellos?
En un contexto de crisis económica y recursos escasos, ¿cómo justificamos el gasto necesario para la excavación, preservación y puesta en valor de los yacimientos arqueológicos? ¿Qué aportan estos restos a la comunidad y por qué deberíamos enfocar nuestros esfuerzos en ellos?
Estas cuestiones han sido abordadas desde muy diferentes puntos de vista. Las respuestas van desde el escepticismo y el recelo, hasta todo tipo de iniciativas tendentes a divulgar y hacer más accesibles los yacimientos arqueológicos, facilitando su visita y consumo por parte de turistas y pobladores locales. Los intereses económicos y políticos se entrecruzan con facilidad en estos esfuerzos, dando lugar a los resultados más variopintos. Es el caso de dos ejemplos de puesta en valor recientes, realizados en España. Ambos se sitúan en entornos urbanos consolidados, en los centros históricos de dos ciudades con una sólida tradición histórica. Se trata, sin embargo, de contextos políticos y sociales diametralmente opuestos: una ciudad central en cuanto a la construcción de discursos significativos asociados a las ruinas y una ciudad periférica y poco relevante en el ámbito académico y político estatal. De ahí que sea interesante su análisis conjunto, tanto por las similitudes que presentan los dos casos como por sus diferencias. 1
El primer ejemplo es el Centro de Cultura y Memoria de El Born, situado en el barrio del mismo nombre en Barcelona, la capital de Cataluña. Cerca del mar, este era un barrio comercial del extrarradio de la ciudad medieval. En concreto, el yacimiento ocupa el solar de un antiguo mercado inaugurado a mediados del siglo XIX, bellamente diseñado con armazón y cubierta de metal. Con el paso del tiempo, la zona pierde su función comercial y en los años noventa se plantea remodelar el recinto y destinarlo a funciones culturales, siguiendo una tendencia muy habitual en España. Inicialmente, el proyecto consistía en instalar la nueva biblioteca nacional de Cataluña. Sin embargo, durante las obras de habilitación se descubre un conjunto de edificaciones correspondientes a los trazos de las antiguas calles comerciales de los siglos XVII y XVIII. Se abre entonces una serie de debates con respecto a qué hacer con los restos, con el resultado de una radical reformulación del proyecto. La idea de construir una biblioteca se abandona y se decide concentrar los esfuerzos en conservar y mantener in situ los restos primigenios. El recinto se convierte en un centro cultural abierto en septiembre de 2013 con la pretensión de vincular el público barcelonés con su historia.
El segundo ejemplo se sitúa en el otro extremo del país, en Cádiz, una ciudad periférica de Andalucía. La historia es bastante similar. A inicios de este siglo, durante las obras de remodelación del Teatro de Cómico, situado en pleno centro histórico, los arqueólogos sacan a la luz los restos de un conjunto viviendas que corresponden a las etapas fenicia y romana de la ciudad. Se trata de restos superpuestos, relativamente bien conservados, que permiten observar el trazado de las calles y los cambios en la topografía urbana del primitivo asentamiento. Como en el caso de El Born, se inicia un debate que concluye con un proyecto para conservar y poner en valor los restos. En marzo de 2014, la llamada Ciudad Fenicia de Gadir se abre al público con un gran despliegue de medios de comunicación, al tratase del primer yacimiento arqueológicos enteramente subterráneo de la región.
Se trata de proyectos sumamente cuidados, que conjugan usos contemporáneos de los recintos (centro cultural en un caso y teatro en otro), junto con la exhibición in situ de restos arqueológicos que remiten al pasado urbano.
Aunque de diferentes dimensiones, mucho más pequeño en el caso de Cádiz, en la actualidad los dos casos se encuentran entre los principales atractivos culturales de sus ciudades. Se trata de proyectos sumamente cuidados, que conjugan usos contemporáneos de los recintos (centro cultural en un caso y teatro en otro), junto con la exhibición in situ de restos arqueológicos que remiten al pasado urbano. Ambos esfuerzos comparten una estrategia particular de puesta en valor: espacios concretos que funcionan como una suerte de catas que permiten a los habitantes de Barcelona y Cádiz conocer cómo eran sus ciudades en el pasado. Son lugares de memoria, en tanto remiten a realidades urbanas ya desaparecidas y muchas veces mitificadas. Más importante aún, las realidades que se muestran hacen referencia a la vida cotidiana de las poblaciones. No se trata de grandes monumentos, de grandes infraestructuras del pasado o de residencias señoriales, sino de restos de viviendas humildes y calles, que trasmiten una suerte de conexión directa con la “gente corriente” de otras épocas.
Tanto El Born como Gadir son atractivos culturales pensados, sobre todo, para el consumo interno de los propios habitantes de las ciudades donde se ubican. Aunque forman parte de los circuitos turísticos y se publicitan como tales, su diseño y los mensajes implícitos en la puesta en valor son claramente locales. Para crear la conexión deseada entre pasado y presente se ponen en marcha tres estrategias, que buscan traducir el significado de los restos a un leguaje no académico: (i) la disposición de panorámicas amplias de los restos, que incluyen la posibilidad de desplazarse cerca de los mismos, incluyendo carteles y dispositivos tecnológicos de uso libre, como cámaras con zoom para observar detalles de las zonas intrincadas o de restos superpuestos; (ii) el énfasis en pequeños detalles de los hallazgos, que buscan trasmitir una imagen más vivida y cercana de la vida cotidiana de otras épocas (la huella de una yunta de bueyes o un esqueleto de gato en Cádiz, restos de cerámica cotidiana en Barcelona) y (iii) el uso de audiovisuales al inicio de la exposición, en los que se explica didácticamente el sentido de los hallazgos y su importancia para la historia local. En la ciudad fenicia este recurso es permanente, mientras que en El Born el audiovisual que tuve ocasión de ver durante mi visita corresponde a una instalación temporal, pero en ambos casos se plantean como complementos de la exposición principal. Estas estrategias hacen que no sean yacimientos tradicionales, en los que el espectador tiene únicamente un papel pasivo.
Estas narrativas permiten hilar un relato de continuidad temporal y sentimental, que abarca no solo el pasado y el presente, sino también el futuro, sugerido en ambos casos por el papel de las tecnologías futuristas que supuestamente nos permitirían conocer la esencia del pasado ancestral de las ciudades.
En ambos casos se trata de videos de pocos minutos, de alta calidad técnica, con una sorprendente similitud en su concepción: el guion nos presenta a especialistas que haciendo uso de tecnologías futuristas buscan esclarecer los misterios del pasado de la ciudad. En Barcelona, la protagonista es una científica quien mediante una máquina del tiempo lleva a los espectadores a contemplar la ciudad desde la atalaya del mercado de El Born, en diferentes momentos de la historia, desde la época romana hasta la actualidad. En Cádiz, la representación está a cargo de una pareja de detectives, quienes, mediante sofisticadas técnicas forenses, buscan resolver el misterio del cuerpo de un habitante fenicio de la ciudad, hallado muerto en el yacimiento. Su pesquisa sirve de excusa para presentar reconstrucciones de la ciudad y el paisaje local en la época de los fenicios. Estas narrativas permiten hilar un relato de continuidad temporal y sentimental, que abarca no solo el pasado y el presente, sino también el futuro, sugerido en ambos casos por el papel de las tecnologías futuristas que supuestamente nos permitirían conocer la esencia del pasado ancestral de las ciudades. Los relatos son sencillos ─incluso se podría pensar que extremadamente sencillos en ocasiones─ y el lenguaje carente de todo tipo de aditamentos técnicos. Más allá de la farfolla tecnológica, puramente instrumental, los videos están pensados para un público no especializado, de manera que se enfatizan los elementos visuales y emocionales de los yacimientos.
Más allá de estas estrategias comunes, existe también otra coincidencia más profunda: estamos ante dos ejemplos de cómo la arqueología y la puesta en valor sirven para actualizar y fortalecer discursos de identidad colectiva que ya estaban previamente en circulación y que ahora se encarnan en los yacimientos. En el caso de Barcelona, el barrio de El Born se ha convertido, en las últimas décadas, en la zona cero del nacionalismo catalán. En unas pocas cuadras se sitúan varios lugares emblemáticos, asociados a las reivindicaciones independentistas: frente al centro cultural ondea una bandera catalana de grandes dimensiones y en la cercana plaza del Fossar de les Moreres se celebra habitualmente todo tipo de manifestaciones nacionalistas. Un pebetero de gran tamaño recuerda allí a los caídos por Cataluña. Lo mismo ocurre en el Arco de Triunfo, situado en el cercano Paseo Lluis Companys. El propio centro cultural se inaugura coincidiendo con la fiesta nacional y desde entonces se inserta y refuerza esta identidad microterritoial fuertemente politizada.
Estamos ante dos ejemplos de cómo la arqueología y la puesta en valor sirven para actualizar y fortalecer discursos de identidad colectiva que ya estaban previamente en circulación y que ahora se encarnan en los yacimientos.
Aunque de forma sutil, el mensaje reivindicativo subyace también en el propio audiovisual. Trasmitido únicamente en catalán y sin subtítulos, la narrativa presenta una ciudad prospera y dinámica, que habría llegado a ser la más importante de la península ibérica (siguiendo los usos de la retórica nacionalista catalana, nunca se menciona la palabra “España”) durante las épocas medieval y moderna. Esta senda de progreso se habría visto abruptamente interrumpida durante la Guerra de Sucesión de inicios del siglo XVIII, un conflicto dinástico acaecido al morir sin descendencia el último rey de la casa de Habsburgo, que la historiografía nacionalista catalana reinterpreta en los últimos años como una guerra imperialista de Castilla contra Cataluña. La batalla de Barcelona, último acto de esa guerra, habría significado el final de la libertad catalana, tal como se señala en varios de los paneles distribuidos a lo largo del yacimiento. El audiovisual dedica a este episodio un comentario aparentemente breve, pero clave en la arquitectura del discurso. La cápsula temporal salta aleatoriamente entre diferentes épocas, sin mantener el orden cronológico, para acabar confluyendo al final del relato en este momento crucial de la historia nacionalista de Cataluña. Tras la batalla, el paisaje urbano adyacente a El Born habría quedado marcado por la erección de la Ciudadela, el cuartel de las tropas borbónicas vencedoras de la guerra, presentadas en el audiovisual como una fuerza de ocupación.
En Cádiz, por el contrario, los discursos se centran en la identidad estrictamente local. Tanto la información escrita del yacimiento como el audiovisual pretenden reforzar la narrativa articulada en torno a la temprana fundación de la ciudad por los fenicios. Los orígenes de Cádiz se encontrarían en el siglo XII a. C., de acuerdo a las fuentes escritas, o en el siglo IX a. C., de acuerdo a los restos arqueológicos más antiguos, situados precisamente en el yacimiento. Estas fechas convertirían a la ciudad en el emplazamiento con entidad política-administrativa continuada más antiguo de Europa occidental. Ser “la ciudad más antigua de occidente”, como remacha reiteradamente la propaganda oficial, dotaría a los gaditanos de una idiosincrasia particular, singularizada tanto en el contexto español como en el regional. No se trataría tanto de reivindicar una pretendida esencia fenicia, algo imposible de sostener dada la distancia temporal con aquella cultura, como de resaltar la antigüedad de la ciudad y su vigencia a lo largo de diversas civilizaciones: fenicia, cartaginesa, romana, bizantina, visigoda, andalusí, cristiana, española, etc. Esta diversidad de aportes sería la que dotaría a la ciudad de su identidad particular.
Lo destacado de este relato es que se presenta como una historia esencialmente local, sin ningún tipo de vínculo e incluso con una profunda indiferencia respecto de los relatos de identidad colectiva andaluza, centrados desde los años ochenta en la reivindicación del pasado andalusí como fuente de una presunta esencia nacional. La ciudad de Cádiz resulta periférica a estos discursos en un doble sentido: no se vincula directamente con los centros de enunciación de los mismos, centrados en Sevilla, Granada y las zonas rurales de las serranías de Grazalema y Ronda, y su propia historia se ajusta poco a ellos, ya que el periodo andalusí es probablemente el menos lustroso de la larga historia de la ciudad. Mostrando este distanciamiento, los propios personajes del audiovisual de presentación del yacimiento hablan en un castellano prístino, radicalmente diferente de los usos lingüísticos regionales y locales. Este hecho, que fenicios y detectives hablen “como si fueran de Valladolid”, fue en sí mismo muy criticado y continúa hasta la actualidad despertando polémica entre arqueólogos y gerentes de la puesta en valor. Durante mi visita en el mes de agosto de 2015, fue uno de los comentarios más repetidos por los asistentes. Lo andaluz parece haber sido borrado del relato asociado a las ruinas, en beneficio de un relato ambiguo: profundamente localista en su narrativa formal, pero indefinido y pretendidamente neutro en su plasmación, poco sensible a las particularidades locales que en teoría pretende afirmar, y por lo tanto políticamente ineficiente. A diferencia de El Born, el espacio no ha sido apropiado para usos políticos explícitos y se encuentra desvinculado de los principales espacios reivindicativos de la ciudad.
El resultado de estas tendencias son dos yacimientos de visita cómoda y grata, que requieren de poco esfuerzo conceptual y físico por parte de los visitantes y trasmiten un fuerte sentido de conexión local a través del tiempo.
Con sus similitudes y diferencias, estamos por lo tanto ante dos esfuerzos ilustrativos de algunas de las tendencias actualmente predominantes en España en cuanto a tratamiento de los restos arqueológicos y su puesta en valor. Se trata de un panorama marcado por: (i) énfasis en yacimientos arqueológicos urbanos de fácil acceso, pensados sobre todo para un público local, con alta visibilidad y muy rentabilizables desde el punto de vista de la imagen pública de las administraciones que los financian, (ii) apuesta por espacios de uso mixto, arqueológico y cultural, (iii) incorporación masiva de dispositivos audiovisuales que permiten traducir de manera directa y sencilla el conocimiento académico a un público amplio, llegando incluso a simplificar en exceso la interpretación de los yacimientos y (iv) énfasis en espacios no monumentales y en pequeños detalles que acercan a los habitantes contemporáneos a la vida cotidiana de sus antepasados urbanos. El resultado de estas tendencias son dos yacimientos de visita cómoda y grata, que requieren de poco esfuerzo conceptual y físico por parte de los visitantes y trasmiten un fuerte sentido de conexión local a través del tiempo.
En otro plano, ambos yacimientos evidencian también la continuada conexión entre arqueología y política en los países del sur de Europa. Como muestran muchos estudios, desde los años ochenta, España transita con fuerza pendular de una arqueología fuertemente enfocada en la construcción del discurso de identidad nacional, típica de la dictadura franquista, a una arqueología enfocada en relatos que complejizan o abiertamente desafían esa presunta identidad nacional. Apoyados por las administraciones regionales o locales, que en España gozan de márgenes muy amplios para desarrollar políticas culturales propias, encontramos esfuerzos por resaltar identidades regionales o locales, que en ocasiones se plantean explícitamente como objetivo político su constitución como estados independientes a corto o medio plazo. Para ello no dudan en utilizar reinterpretaciones de los restos arqueológicos, a veces tanto o más creativas que las interpretaciones realizadas por la propia arqueología nacionalista tradicional.
En Cataluña este vínculo es directo. Los restos arqueológicos de El Born solo adquieren todo su sentido cuando se contemplan en el panorama más amplio del paisaje heroico que lo circunda. El yacimiento arqueológico se vincula, simbólica y espacialmente, con una narrativa que ya era muy poderosa antes de la inauguración del nuevo centro cultural. Es el monumento adecuado en el lugar adecuado. En Andalucía, en cambio, el proceso de construcción nacional transita por senderos diferentes. Es menos abiertamente confrontacional con la identidad española (al menos por el momento) y, en el plano cultural, se vincula sobre todo a la revalorización idealizada del pasado andalusí medieval, como fuente de singularidad identitaria. La ciudad fenicia de Gadir queda fuera de los circuitos principales de construcción de sentidos sociales y políticos vinculados al pasado nacional. Se aísla, espacial y simbólicamente, de las dinámicas reivindicativas. Sus promotores deben refugiarse de manera imperfecta en el ámbito de las narrativas locales. De ahí que su trascendencia política sea mucho más opaca y, al menos en ese sentido, su éxito haya sido más reducido.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar en la pugna por asegurar la relevancia social de la conservación y puesta en valor de los restos arqueológicos? ¿Hasta qué punto el deseo de popularizar y traducir el conocimiento científico justifica la banalización y/o la instrumentalización política de nuestro trabajo?
Para la gestión cultural, son dos las preguntas que emergen a partir de este breve análisis: hasta dónde estamos dispuestos a llegar en la pugna por asegurar la relevancia social de la conservación y puesta en valor de los restos arqueológicos y hasta qué punto el deseo de popularizar y traducir el conocimiento científico justifica la banalización y/o la instrumentalización política de nuestro trabajo. Estas son preguntas extremadamente complicadas, en tanto los propios arqueólogos, gestores culturales y académicos somos también parte de los procesos sociales y de las pugnas políticas descritas más arriba. La arqueología y la puesta en valor no se desarrollan en el vacío que pretendían los primeros patrimonialistas, sino que están inextricablemente ligadas a los contextos sociales y políticos. Pero el hecho de que las respuestas sean complejas ─o quizás incluso imposibles de obtener─ no implica que debamos dejar de hacernos las preguntas.
Centro de Cultura y Memoria El Born
Vista parcial de la Ciudad Fenicia Gadir
- El análisis se basa en sendas vistas realizadas por el autor en los meses de agosto y septiembre de 2016. En el caso del Centro Cultural de El Born, debo agradecer a Adriana Arista Zerga, de la Universidad de Nottingham, por sus observaciones, que me ayudaron a corregir varios errores incluidos en la primera versión de este texto. ↩
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