Esta es una línea que se junta, converge, con el momento postransición en los países del cono sur, en el cual todos nuestros colegas de investigación estaban muy orientados a mirar cómo armar un sistema político democrático. Entonces se investigó mucho el parlamento, el sistema electoral, los partidos políticos. Es decir, hubo bastante investigación en la década de 1980, orientada al sistema político propiamente dicho. Y a muchos nos parecía que se prestaba relativamente menos atención a la vinculación de ese sistema político con la sociedad. De ahí que nos preocupamos por temas de ciudadanía, que es una de las maneras de pensar las relaciones del sistema político con la sociedad, que no son solo ciudadanía política, sino especialmente temas de ciudadanía social. Los derechos humanos no son solamente los derechos civiles y políticos, sino también los derechos sociales y culturales. Desde esa perspectiva es que entramos a pensar que la transición, la dictadura o las violencias estaban enfocadas mucho desde el ámbito político, y que necesitábamos una mirada más interdisciplinaria, más social, cultural, que tomara en cuenta todo eso que nuestros amigos politólogos estaban dejando afuera.
Entonces, juntando ambas vertientes, la línea de interés por la formación de nuevos investigadores e investigadoras y la línea de hacer la conexión entre la política y la sociedad, es que surgió la iniciativa de pensar el campo de estudio de cómo las sociedades se las arreglan con pasados recientes de mucho sufrimiento, violencia y dolor, y cómo esto penetra el sistema político. En ese momento, en el marco del boom latinoamericano del Social Sciences Research Council (SSRC), un organismo orientado a mirar académicamente qué se estaba haciendo en y sobre la región, y también a detectar huecos y carencias para ver si alguna institución podía llenar ese vacío, lanzamos el proyecto, sabiendo o intentando hacer una intervención en el campo intelectual de la región. Había un vacío y había que meterse. Tanto es así que el proyecto comenzó convocando a un buen número de colegas de América Latina a una reunión que hicimos en Montevideo. Tratamos de congregar a aquellos colegas con quienes pensamos que era posible hacer un vínculo, con el objetivo de empujarlos a incorporar los temas de memoria en su propio pensamiento y que nos ayudaran a conformar este nuevo campo intelectual. Ese fue el origen del programa.
Conversé con Carlos Iván para pensar cómo armar el prólogo de la nueva edición. En primer lugar, habíamos acordado no revisar el libro, no hacer un examen profundo, sino agregar un prólogo que actualizara los contenidos de hacía diez años. Había distintas alternativas de cómo encarar este. Carlos Iván me decía, después de discutir y conversar mucho: “Si piensas en estos años, ¿qué tres libros en el mundo, en el campo de memoria, han salido que te hayan permitido repensar lo que escribiste en ese momento?”. Comencé a buscar esos tres libros, y la verdad es que no los hallé. No encontré que haya habido una revolución en el ámbito académico de los estudios de memoria, ni en América Latina, ni en el mundo. Hubo en estos diez años una consolidación del campo en el mundo. Una de las medidas que se pudo lograr es el surgimiento de revistas académicas. En esta década aparecieron dos revistas internacionales importantes: International Journal of Transitional Justice, que se publica desde África del Sur, y el Memory Studies. Ambas tienen cinco años desde que se comenzaron a editar. Quiere decir que es también un campo académico que se viene afirmando, son revistas de primera calidad internacional, y hay reuniones académicas, existen asociaciones, todo lo que se quiera. Este es un punto.
Pero lo que no encontré es que haya habido una revolución paradigmática. Creo que lo que hubo es un proceso de consolidación de la temática. Pero, al mismo tiempo, hay algunos signos que me preocupan, y es que al ampliarse el número de gente que trabaja estos temas, y al expandirse el campo, empieza a haber una suerte de disociaciones. En nuestro programa, lo que planteábamos todo el tiempo, y desde el libro, tenía que ver con la convergencia; con pensar los temas de memoria como convergencia de procesos institucionales, simbólicos y subjetivos.
Me da la impresión de que hubo un predominio o una proliferación de trabajos más sobre lo simbólico y lo subjetivo —que incluyen toda la cuestión de las políticas de memoria, la memorialización y los testimonios—, pero menos conectados con los aspectos institucionales.
Me da la impresión de que hubo un predominio o una proliferación de trabajos más sobre lo simbólico y lo subjetivo —que incluyen toda la cuestión de las políticas de memoria, la memorialización y los testimonios—, pero menos conectados con los aspectos institucionales. Creo que es un punto que tenemos que volver a mirar desde el ámbito de los estudios de memoria y volver a poner el foco en la convergencia de lo simbólico con lo institucional, porque si no vamos a tener un montón de trabajos de análisis cultural de maravillosas películas, libros, documentales o testimonios, y no los vamos a poder vincular con la esfera pública, entendida esta como debate sobre qué tipo de sociedad queremos. Eso es algo que a mí me importa; el reubicar, reponer el tema de lo institucional. Cuando hablo de lo institucional, me refiero al Estado y los mecanismos transnacionales e internacionales en temas de justicia. Hubo muchos cambios ahí: está la Corte Penal Internacional, la proliferación de Comisiones de la Verdad, un montón de cosas que creo hemos dejado un poco desconectadas de las producciones culturales y simbólicas.
El otro punto está relacionado con la adopción de los derechos humanos, un asunto personal y políticamente muy importante, porque concentrarnos sobre violencias políticas en situaciones límite me lleva a una mirada más integral acerca de los derechos humanos. Las preguntas que me hago en este momento se vinculan, por ejemplo, con qué tiene que ver la memoria de la violencia de la dictadura con el hambre y las desigualdades sociales.
Quisiera retomar un punto que planteas. Respecto de esta brecha entre el campo intelectual y los propios actores sociales que empujan la agenda de los derechos humanos, ¿crees que hay una disonancia de procesos que no se encuentran o que coinciden circunstancialmente? ¿La memoria va por un lado y los procesos de democratización y ciudadanía, por otro?
Me gustaría conocer eso mejor y tener más elementos comparativos, saber qué pasa en distintos lugares, ya que sigo los procesos en muchos lugares del mundo donde existe esta disociación. Por ejemplo, hacemos un memorial, y con eso calmamos las ansiedades de las víctimas que están reclamando un monumento, pero al mismo tiempo los mecanismos de desigualdad y exclusión social siguen funcionando como siempre. Entonces, creo que el gran desafío histórico es la conexión. Hay un nivel de disociación, y en algunos lugares puede ser mayor que en otros. Me gustaría investigar qué está pasando, cómo reconectar estas dos dimensiones que son parte integral de una sociedad democrática.
Quizás se deba a que da la impresión que la reflexión sobre las desigualdades históricas en América Latina toma un camino distinto de la preocupación acerca de las memorias.
Bueno, es que ahí también entra cómo van las disciplinas. Uno piensa que cuando habla de desigualdades lo que tiene que hacer es que un economista haga buenos coeficientes de Gini. El tema de la desigualdad es más que la inequidad de ingresos que miden los economistas, y hay economistas que hacen más que eso también. Pero tampoco definimos una economía política de la memoria. Haríamos muy bien en pensar en una, y en reflexionar acerca de las dimensiones constitutivas de las desigualdades, que no están solo en cuánto uno gana, sino en qué otras cosas están detrás de lo que uno gana en el empleo, porque también están los que no reciben ningún salario y están desempleados. Me parece que es un tema de disonancias y divergencias entre disciplinas y de enfoques en la acción pública. Hay que reconectar el esfuerzo del estudio de las memorias con el horizonte de ciudadanía.
Quisiera retomar una interrogante que propones en el prólogo a esta segunda edición. Te preguntas ¿cuánto y qué tipo de políticas de memoria se necesita para construir qué sistema democrático? Es decir, memoria y democracia, nuevamente, puestas en la discusión pública e intelectual.
Mi impresión es que por ratos parece que hay una especie de saturación, un efecto de literalidad. Es decir, si vamos a marcar todos los sitios donde tal o cual evento ocurrió, todos los horrores por los que hemos transitados, y todo se van a convertir en sitios de memoria, vamos a hacer más y más memoriales. ¿Hasta cuándo? Eso se convierte en una práctica habitual, ritualizada, pero segregada del resto de los procesos sociales. Es un peligro que debe quedar para la reflexión. Es algo que debemos imaginar y pensar, que los temas de memoria no solo giran alrededor de las violencias políticas del pasado reciente en Perú o en otros lados, sino que construyen sujetos colectivos donde los pasados se interpenetran, pasados de duraciones cortas con pasados de tiempos más largos. Quizás hay un déficit en nuestros trabajos sobre memoria que hace que nos quedemos en pasados recientes y no logremos incorporar ni un horizonte de futuro, ni un pasado más largo. El Perú es un caso claro. Por ejemplo, en la presentación del Informe de la Comisión de la Verdad se menciona la exclusión y las discriminaciones estructurales de largo plazo, sobre las que se anclaron las violencias recientes. Me parece que esa vinculación que se hace entre los problemas de desigualdad, discriminación y otras formas de violencia tiene que ser integrada con los temas más puntuales de las memorias de los pasados recientes.
¿Considerarías que existe un campo intelectual sobre la memoria en América Latina? ¿Cuáles serían sus principales características interdisciplinarias?
Tengo la impresión de que —y tal vez mucha gente se vaya a enojar con lo que voy a decir— lo que tenemos en América Latina no es una consolidación de un campo intelectual sobre estudios de la memoria.
Tengo la impresión de que —y tal vez mucha gente se vaya a enojar con lo que voy a decir— lo que tenemos en América Latina no es una consolidación de un campo intelectual sobre estudios de la memoria. Hay mucha gente joven, especialmente, que no tiene el rigor ni la distancia crítica. Están anclados más en una emotividad de acompañar el sufrimiento o la demanda de las víctimas. Entonces, reúnen testimonios de las víctimas, recogen las luchas por hacer un memorial en tal lugar, en tal pueblo, en tal comunidad. Esto sucede en Colombia, en Perú, en Argentina. Me parece que se privilegia aquí un acercamiento más claramente personal y político. Hay una sensación de querer hacer público y visible el sufrimiento de algún colectivo. Pero eso no es mundo académico. Hay un montón de tesinas de licenciatura y tesis de maestría que son solo eso. Entonces, tenemos esta proliferación con poca pregunta analítica. A lo mucho acompañamos muy bien al dolor, pero no vamos a hacer investigación.
Me parece que hay mucho trabajo pendiente para constituir sólidamente un campo de estudio. Pero al mismo tiempo me pregunto si lo necesitamos, a menos que recuperemos esto que decía al comienzo, la necesidad de tomar en cuenta la dimensión institucional y la economía política de la memoria.
¿Cuáles crees entonces que serían los caminos de una posible reflexión crítica para enfrentarse académicamente al tema de las memorias? ¿Cuáles serían estos posibles caminos para, justamente, no caer en estas debilidades del activismo, que académicamente suele ser precario?
Quizás una formación más rigurosa en ciencias sociales, que la memoria sea un punto de llegada y no un punto de partida, que la trayectoria de la gente joven signifique formarse en muchas otras cosas antes de aproximarse a estos temas, porque si no se llega con una empatía que a veces es militante o humanitaria. Para mí, el punto clave es cómo tener una distancia crítica. A veces los antropólogos dicen “hay que exotizar lo propio”, es decir, hay que tomar distancia, mirar lo propio como si fuera extraño y exótico, y mirar lo extraño como si fuera propio. Hay algo de eso que se está haciendo poco, me parece. Se dan supuestos sobre un montón de cosas en vez de preguntarse sobre esos supuestos.
En Argentina hay numerosos trabajos sobre memoria, existe mucho activismo y memorialización, como si más fuera mejor. Yo no sé si más memoria y más testimonio sean buenos. ¿Bueno para quién y en qué circunstancias? Entonces, hay una urgencia de reflexión crítica, individual y colectiva. Cada persona aborda un trabajo individual y colectivo para conformar un campo que tenga sentido; se trata de que no sea la reiteración, casi literal, de otro caso más, y otro más.
¿Se parte del supuesto automático de que a más memoria más democracia?
Posiblemente sí. O que también hay muchos que piensan que el testimonio sana, que hablar es sanador, que cura los traumas o el sufrimiento. Les aseguro que no hay una linealidad, porque somos diversos. Para muchos, el silencio puede ser mucho mejor, se sienten más a gusto en él que hablando. De hecho, en el último trabajo que escribí sobre esto, hice una reflexión que tiene que ver con los crímenes sexuales de la dictadura. La cuestión es si hablar o no hablar, si dan o no su testimonio. No es absolutamente evidente que toda mujer que fue violada tenga que salir a dar una entrevista pública para mostrar y contar cómo fue ultrajada.
Quizás el silencio sea una estrategia de memoria.
Exactamente. El silencio que tiene sentido para los actores en algunas circunstancias específicas. Creo que si uno entra a este tema con preguntas, no con certezas, sino con cierta reflexión, vamos en camino de pensar un campo fértil. Si no, lo que siempre digo, más de lo mismo. No estoy dispuesta a leer otro trabajo sobre otro sitio de memoria en algún otro lugar que describe cómo lo hizo, cómo construyeron lo que construyeron.
Nos puedes contar, como decimos aquí, ¿en qué andas en relación con estos temas que hemos conversado? ¿Cuáles te vienen preocupando actualmente o cuáles son tus preguntas o posibles agendas de trabajo?
Bueno, más allá de investigaciones puntuales con las cuales una está comprometida, diría que, personalmente, mi ciclo sobre memorias está culminando. Está llegando una etapa en la que hay muchísima gente que viene trabajando bien, y estamos haciendo cosas colectivamente bien. Estoy ocupada en asuntos relativamente pequeños. Hago investigación académica sobre las violaciones, incluso entrando a analizar el derecho internacional, para juntar eso con los juicios y los testimonios, los criterios de vida privada y vida pública de los sujetos. Asimismo, voy a hacer una cosa sintética sobre el testimonio. Me parece que mi campo se está volviendo el estudio de la memoria que junte eso que te decía, tiempos más largos con más cortos, memorias familiares con las políticas. Creo que me voy para ese lado en los próximos años. Esa es una inclinación personal.
Por último, ¿qué pistas verías tú de este reenganche o articulación entre los temas de memoria y desigualdad, de democracia y ciudadanía? ¿Crees que por ahí se podría abrir un nuevo espacio de indagación?
Bueno, ese es un campo en el que estoy trabajando bastante, es el tema de las inequidades sociales en América Latina. Por el momento, todavía no los he juntado, estoy abordando las maneras como han sido pensadas las desigualdades. Presentaré a LASA (2012) una ponencia sobre cómo tres autores y autoras pensaron el género, la clase y la etnicidad para analizar la realidad latinoamericana, quienes los trabajaron en las décadas de 1960 y 1970. Estoy inmersa en los temas de desigualdades de distintas maneras, y al mismo tiempo en proyectos de investigación muy contemporáneos, acá en Argentina, sobre protección de derechos económicos, sociales y culturales, con estudios de caso.
Estoy muy metida en ese ámbito de pensar las desigualdades siempre desde una perspectiva de ciudadanía y derechos humanos. En la medida en que logre articular memoria y derechos humanos, y no dar por supuesto como dato natural que existen organizaciones y movimientos de derechos humanos simplemente porque ese es un nombre. En tanto logre articular memoria y derechos humanos, creo que ahí vamos a encontrar el camino que me parece compartimos en nuestras búsquedas.
Estimada profesroa Elizabeth JElin, quisiera contactarla, fui alumna en posgrado de Derecho de FAmilia, necesito me oriente que puedo estudirar. Muchas gracias. La saluda. SAndra Lea Campo