Los descontentos con la victoria del candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, dicen que los mexicanos deben retrasar su reloj 82 años. Una sensación de retroceso político recorre el ánimo de los que cuestionan los resultados electorales, casi como si México viajara a tiempos anteriores al inicio de la alternancia política.
Por su parte, algunos analistas, como Joy Lagnston (2012), consideran que la victoria de Peña Nieto no significará la restauración del sistema político priísta, pues el país no es el mismo que dejó el PRI, y, por otro lado, porque el propio PRI ha experimentado, como consecuencia de los 12 años fuera del poder, importantes cambios internos para adaptarse al nuevo escenario político que emergió en 2000. Es decir, ni la sociedad está para tolerar una restauración ni el PRI para intentarla.
¿Qué significados tiene el retorno del PRI al poder? ¿De qué manera afectará esto a la llamada “transición democrática”? ¿Se recompondrá el “ogro filantrópico”? En lo que sigue se pone énfasis en el proceso de cambios experimentados por el sistema político mexicano para tratar de entender los recientes resultados electorales. El artículo presenta, de manera sucinta, los rasgos de lo que fue el sistema político priísta, su crisis y salidas del poder, las condiciones de retorno y, finalmente, algunas reflexiones sobre el escenario abierto por la victoria de Peña Nieto.
El sistema político priísta
El PRI nació como un “partido de Estado” en 1929, con el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR). El presidente en funciones, Plutarco Elías Calles, impulsó la formación del PNR como una forma de unificar a los principales caudillos y jefes revolucionarios para dirimir las disputas de liderazgo en el marco del partido. Un año antes, 1928, el presidente electo, Álvaro Obregón, había sido asesinado, y parecía que México entraba a una nueva fase de enfrentamientos fratricidas.
En las elecciones de noviembre de 1929, el candidato del PNR, Pascual Ortiz Rubio, ganó las elecciones presidenciales con el 93,5% de la votación, e inauguró una historia de victorias electorales abrumadoras y lo que algunos analistas llaman como sistema de “partido casi único” o “partido hegemónico”. Sin embargo, el sistema nació con un Ejecutivo “bicéfalo”, pues Calles se reservó la atribución de designar al candidato presidencial, y, gracias al control del partido y de las candidaturas a las gobernaciones, mantuvo un poder discrecional en las decisiones del Gobierno (León 1990: 87-128). Ante esta situación, Ortiz Rubio renunció en septiembre 1932, y fue reemplazado por Abelardo Rodríguez hasta 1934.
A continuación llegó la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940), durante la cual terminó de estructurarse el sistema político priísta. En efecto, por un lado, Cárdenas alentó la organización y movilización de los campesinos y los obreros con el propósito de que res-paldaran la implementación de la reforma agraria, la nacionalización del petróleo y el conjunto de programas de modernización económica. Por otro lado, Cárdenas incorporó a estas organizaciones a las estructuras del partido, al que rebautizó como Partido de la Revolución Mexicana, y lo convirtió de partido de caudillos y caciques locales a un partido de masas donde los representantes y líderes populares equilibraron el poder de jefes y militares revolucionarios. Por último, Cárdenas acabó con el Ejecutivo bicéfalo creado por Calles (a quien exilió) subordinando el partido, la Asamblea Legislativa y las gobernaciones a la Presidencia de la República.
Los cambios introducidos por Cárdenas fortalecieron al PRM como el principal intermediario entre Estado y sociedad, y canalizaron la participación política de los diversos sectores y actores sociales.
Los cambios introducidos por Cárdenas fortalecieron al PRM como el principal intermediario entre Estado y sociedad, y canalizaron la participación política de los diversos sectores y actores sociales. Debido a que el partido funcionaba como casi la única vía para acceder al poder o hacer carrera política, su penetración en la sociedad fue bastante profundo. Luego, como el partido monopolizaba el control de las estructuras del Estado en los procesos electorales, la maquinaria estatal y partidaria se confundían, logrando resultados que, por lo común, sobrepasaban el 90% de los votos. Adicionalmente, el PRI, denominación adoptada en 1946, albergaba heterogéneas tendencias ideológicas: una izquierda reformista (Lázaro Cárdenas), grupos de centro izquierda o derecha (Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz) y la derecha neoliberal (Salinas de Gortari). Esto permitió que diversos sectores sociales se vieran representados por el PRI, lo que permitió que, a lo largo de su trayectoria, na-vegara de acuerdo con el clima político.
Este sistema se complementó con la “oposición controlada” o “leal” del PAN, partido fundado en 1939 como reacción de los grupos opuestos a las reformas de Cárdenas. La partici-pación del PAN daba una cobertura de “competencia” a las elecciones sin poner en cuestión las aplastantes victorias del PRI. El régimen le reconoció al PAN algunos municipios distritales desde 1946 y en 1952 sus primeros representantes a la Cámara de Diputados con cinco escaños. Este partido recién pudo presentar candidato propio a la presidencia en 1958, cuando postuló a Luis H. Álvarez, quien obtuvo el 9,4% de los votos frente al 90,43% de Adolfo López Mateos, del PRI (Lujambio 2009: 145-158). Este sistema fue más o menos estable, pese a la crisis de 1968, hasta 1977, cuando se produjo la primera reforma electoral importante, que garantizó una mayor representación de la oposición en el Legislativo.
Crisis y salida del poder
La primera señal de la crisis del régimen priísta vino con la represión del movimiento estu-diantil de 1968, calificada por Guevara Niebla como la primera “revuelta ciudadana” del siglo XX mexicano (2008: 70). Las protestas estudiantiles se originaron en un incidente menor entre la policía y los estudiantes, pero derivaron rápidamente a demandas de libertades políticas y democráticas. Durante los meses de agosto y septiembre, los estudiantes universitarios y de las preparatorias se declararon en huelga, marcharon por las calles y organizaron mítines en las plazas del Distrito Federal. Algunos ven en este movimiento la emergencia de una “sociedad civil” que irrumpió al margen de las organizaciones sociales adscritas al PRI; otros lo entienden como la expresión del desfase entre modernización económica (milagro mexicano) y régimen autoritario (Guevara Niebla 2008: 59). Lo cierto es que el régimen no pudo dar una respuesta política y resolvió la crisis con la “masacre de Tlatelolco”, que dejó cerca de 50 estudiantes muertos según cifras oficiales y casi 300 de acuerdo con los familiares.
Si bien la represión contra los estudiantes ahondó el desfase entre Gobierno y sociedad, fue la decisión del PAN de no presentar candidato a las elecciones presidenciales de 1976 lo que provocó un cambio en los mecanismos de participación política. Ese año, José López Portillo hizo campaña sin la competencia simbólica del PAN, y ganó las elecciones con el 91,9%. El Partido Comunista Mexicano (PCM) había lanzado la candidatura del líder ferrocarrilero Valentín Campa, pero al no contar con registro electoral se le anularon los cerca del millón de votos obtenidos (5,2%). Sin competidores, la escenificación electoral perdía su barniz de legitimidad. Para evitar situaciones similares, el año siguiente se reformó la ley electoral, que abrió la inscripción a otros partidos políticos, como el PCM, lo que amplió el espectro de opciones ideológicas; asimismo, se estableció un mecanismo de “representación proporcional” para asegurar una presencia mínima de los partidos opositores en la Asamblea Legislativa.
Con sus limitaciones, la reforma de 1977 permitió la reconstitución de una oposición electoral. En las elecciones de 1982, bajo la nueva norma electoral, Miguel de la Madrid obtuvo el 70,9% de los votos, el PAN el 15,6% y la izquierda, dividida en tres candidaturas, el 6,6%. La crisis financiera de ese año, sin embargo, dio lugar al giro neoliberal del gobierno de De la Madrid, que tuvo repercusiones en el interior del partido. Los sectores de izquierda y progresistas se unificaron en la Corriente Democrática para promover la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del expresidente Lázaro) y restituir al PRI a posiciones de centro izquierda. De la Madrid bloqueó esta posibilidad imponiendo la candidatura de Carlos Salinas de Gortari, y se produjo así la ruptura de los sectores de izquierda, que se agruparon en el Frente Democrático Nacional (FDN) para competir en las elecciones de 1988. El des-prendimiento de los sectores de izquierda colocó al PRI a la derecha del espectro político, muy próximo al PAN, lo que recortó el atractivo de su pluralidad ideológica.
Las elecciones de 1988 fueron las más controvertidas de la historia mexicana. Los resultados demoraron debido a la “caída del sistema de cómputo”, y cuando se dieron a conocer, declararon como ganador a Salinas de Gortari con el 50,7%.
Con el PRI a la derecha, la candidatura de Cárdenas pudo captar los votos de la izquierda, de sectores del centro y de los que vieron en él la oportunidad de un cambio político. El FDN, conformado por los partidos Auténtico de la Revolución Mexicana, Popular Socialista, Social Demócrata, el Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, el Partido Liberal y el Partido Verde, movilizó a multitudes de simpatizantes. Las elecciones de 1988 fueron las más controvertidas de la historia mexicana. Los resultados demoraron debido a la “caída del sistema de cómputo”, y cuando se dieron a conocer, declararon como ganador a Salinas de Gortari con el 50,7%, Cárdenas obtuvo el 31% y Manuel Clouthier, el 16,7%. La fragmentación del voto significó para algunos analistas el inicio de la formación de un sistema de partidos competitivos.
Pese a que el país se conmocionó con manifestaciones de protesta, Salinas de Gortari asumió el mando presidencial. Por su parte, Cárdenas, con miras a las siguientes elecciones, estructuró un partido (el Partido de la Revolución Democrática [PRD]) y definió un programa político que, si bien aseguró un aparato electoral y una identidad a la militancia, perdió el carácter amplio que tuvo el FDN. Cárdenas pasó de líder de las fuerzas del cambio democrático a líder de la izquierda mexicana. La estrategia de Salinas de Gortari se orientó a recuperar el terreno perdido. Negoció con los acreedores internacionales y redujo la deuda externa y el déficit público, lo que mejoró la situación económica. Asimismo, para recuperar el apoyo popular, implementó políticas sociales como Solidaridad, y formuló un nuevo discurso político denominado “liberalismo social”. En las elecciones de 1994, pese a la crisis interna manifestada con el asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio, el PRI logró imponer a Ernesto Zedillo con el 48,6%, el PAN obtuvo 25,9% y Cárdenas, 16,5%.
La crisis, sin embargo, se agravó. El gobierno de Zedillo se desarrolló en un enfrentamiento soterrado con Salinas de Gortari luego del arresto de Raúl Salinas de Gortari bajo cargos de asesinato y lavado de activos; el expresidente se autoexilió en Irlanda y la esposa de Raúl fue arrestada en Suiza tratando de retirar fondos de unas cuentas que sumaban cerca de 160 millones de dólares. En esta situación de descomposición, las elecciones de 2000 fueron aprovechadas por el PAN, que presentó la candidatura de Vicente Fox, un personaje reciente en la política, quien obtuvo el 42,5% de los votos, Francisco Labastida, del PRI, el 36,1% y Cuauhtémoc Cárdenas, el 16.6%. Se iniciaba la “transición democrática”.
El escenario de retorno
¿Qué hizo posible el retorno del PRI? Si se observa la dinámica política, sobresalen cuatro cuestiones que facilitaron la victoria de Peña Nieto.
En primer lugar, la polarización política entre el PRD y el PAN. Esta se inició en 2003 con el intento de Fox de desaforar a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) del gobierno del Distrito Federal. Con formas que hicieron recodar a las del PRI, Fox movilizó a las instituciones, incluido el Poder Judicial, para frustrar su proyección política. Una gran moviliza-ción ciudadana de apoyo a AMLO salió a las calles, y el desafuero fracasó. El antagonismo se agravó en las elecciones de 2006, cuando Fox apoyó desde el Gobierno la candidatura de Felipe Calderón. Si bien las encuestas daban como ganador a López Obrador, los resultados oficiales otorgaron la victoria a Calderón con una ventaja de 0,56%. El PRD organizó movilizaciones para que se procediera al conteo voto por voto, pero el órgano electoral no aceptó. López Obrador denunció fraude, sus seguidores lo proclamaron “presidente legítimo” e inició una “campaña de resistencia” que lo llevó a recorrer el país. Esto lo situó como la principal figura de la oposición, pero también lo sobreexpuso ante la opinión pública, y padeció una campaña negativa de los medios de comunicación que desgastó su imagen de estadista (Meyer 2007: 21-29).
Desde las jornadas de protesta contra los resultados electorales de 2006, AMLO adquirió una imagen de líder radical, de conductor de masas, que se sobrepuso al perfil de estadista ganado en la gobernación del DF.
En segundo lugar, el desastre de la guerra contra el narcotráfico declarada por Calderón. El resultado ha sido más de 50.000 muertos y una percepción generalizada de inseguridad que contrasta con la “pax priísta”. Fernando Escalante sugiere que el Estado priísta funcionaba como una suerte de elemento de equilibrio y contención de las competencias entre las bandas de narcotraficantes. Con Calderón, en cambio, el Estado pasó a la ofensiva sin calcular sus posibilidades de éxito, y, lo que es peor aún, abrió un escenario de competencias des-controladas entre las organizaciones criminales (Bartra 2012).
En tercer lugar, el posicionamiento estratégico del PRI. La polarización entre la izquierda (PRD) y la derecha neoliberal (PAN) dejó un espacio al centro del espectro político que el PRI se esforzó en ocupar. Su actuación en la Asamblea Legislativa, en la que procuró diferenciarse del PAN, y un mensaje político que puso énfasis en los aspectos redistributivos durante la campaña electoral apuntaron en esa dirección. Adicionalmente, como el PRI era la segunda fuerza política con presencia en el Legislativo y en varios estados, contaba con los recursos para sostener una campaña con fuerte inversión y movilización popular.
En cuarto lugar, la victoria del PRI también se beneficio de las características del liderazgo de López Obrador, el candidato que podía frenar a Peña Nieto. Desde las jornadas de pro-testa contra los resultados electorales de 2006, AMLO adquirió una imagen de líder radical, de conductor de masas, que se sobrepuso al perfil de estadista ganado en la gobernación del DF. Su mensaje político, con cierto rasgo de confrontación, parece dirigido a consolidar la identidad de la izquierda antes que a ganar la simpatía y aceptación de otros sectores. Esta es la mayor dificultad que tiene para convertirse de líder de la izquierda en líder de la diversidad de sectores del México actual.
Comentario final
El sistema político mexicano ha pasado de estar constituido por un esquema de partido “casi único” a un esquema plural de partidos. Esta pluralidad nació en las elecciones de 1988, y aparece consolidada en los recientes comicios (PRI 38%, PRD 31% y PAN 25%), que muestran a una oposición con un importante respaldo ciudadano y a un Legislativo sin mayoría absoluta que obliga a la negociación y a la ampliación de las demandas representadas. Por otro lado, los cambios del sistema político vinieron acompañados de la modificación de su carácter presidencialista, en el sentido de que los estados bajo gobierno de la oposición incrementaron sus autonomías política y presupuestaria, incluidos los mismos estados bajo control priísta, los que, liberados por dos sexenios de la tutela del gobierno federal, actuaron con una lógica regional y, en medio de la crisis partidista, ganaron márgenes de maniobra política en el interior del partido. En estas condiciones, el “retorno” del PRI no puede significar la restauración del orden político que entró en crisis en 1988.
No obstante, si bien un esquema plural de partidos es fundamental para la democracia, esta no puede consolidarse en tanto sectores de la población, particularmente quienes se sienten representados por la izquierda, perciban que las elecciones no son equitativas. Una aplicación más rigurosa de las normas que regulan los gastos de los partidos en las campañas electorales y el acceso de estos a los medios de comunicación (el Estado brinda financia-miento y espacios en los medios para la propaganda de los partidos) ayudaría a recuperar la confianza de la opinión pública (Figueroa 2012). De acuerdo al Latinobarómetro, de 2010 a 2011 el apoyo de los mexicanos a la democracia disminuyó del 49% al 40% (el promedio de la región es de 58%). En ese sentido, Lorenzo Meyer sugiere que un posible ascenso de la izquierda al poder, lejos de significar el desmontaje del modelo económico (AMLO, por ejemplo, ya demostró como gobernador del Distrito Federal que es un izquierdista moderado), aportaría a la consolidación de la democracia mexicana, pues colocaría a los grupos de izquierda como actores plenos del juego democrático. Esta perspectiva parece más lejana con la renuncia de AMLO al PRD y la emergencia de la candidatura de Marcelo Ebrard, actual jefe de gobierno del Distrito Federal. Hay, sin embargo, un largo trecho que recorrer en el que se definirá si habrá una o dos candidaturas de izquierda.
* Historiador, Instituto de Estudios Peruanos
Agradezco los valiosos comentarios y sugerencias de Marcela Mijares, Salomón Pérez y Jorge Aragón a una versión preliminar de este artículo. Los errores que subsisten son de mi entera responsabilidad.
Referencias bibliográficas
Camp, Roderic Ai (2000). La política en México. El declive del autoristarismo. México: Siglo XXI.
Guevara Niebla, Gilberto (2008). 1968. Largo camino a la democracia. México: Ediciones Cal y Arena.
León, Samuel (1990). “Del partido de partidos al partido de sectores”. En El partido en el poder. Seis ensayos. México: PRI-Iepes.
Lujambio, Alonso (2009). La democracia indispensable. Ensayos sobre la historia del Partido Acción Nacional. México: DGE-Equelibrista.
Meyer, Lorenzo (2007). El espejismo democrático. De la euforia del cambio a la continuidad. México: Océano.
Paz, Octavio (1979). El ogro filantrópico. México: Joaquín Mortiz.
Schmidt, Samuel (2001). México encadenado. El legado de Zedillo y los retos de Fox. México: Colibrí.
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