En Andahuaylas y Cajamarca, las protestas de estos días nos remontan a situaciones similares ocurridas en los años anteriores. En el primer caso, cabe mencionar que la provincia de Andahuaylas mantiene una dinámica muy propia, vinculada al hecho de que abarca una sociedad local bastante articulada -a pesar de las brechas socioeconómicas y étnicas prevalecientes-, así como una población altamente identificada con su identidad provincial, sobre todo en oposición a la vecina Abancay, la cual es capital de provincia y también de la región de Apurímac. A esto se añade una larga tradición de lucha fuertemente territorializada, que muestra rasgos históricos donde simplemente se hace imposible distinguir entre leyenda y memoria histórica (la oposición a muerte entre chancas e incas). Otros sucesos ocurridos en décadas recientes, tales como el ciclo de luchas campesinas por la tierra que sepultaron a las empresas asociativas velasquistas y cambiaron para siempre las correlaciones de poder local, cimentan una fuerte identidad política. De allí que cada cierto tiempo, durante las últimas dos décadas, la provincia se muestra sacudida por fuertes movimientos de protesta. Ocurrió así durante los sucesivos paros en demanda de mejores precios para la papa durante el fujimorismo. Posteriormente, en varias ocasiones la provincia se ha visto paralizada por movilizaciones campesinas que convierten a la ciudad de Andahuaylas en el epicentro de luchas en las cuales se hace difícil distinguir ingredientes clasistas, étnicos y territoriales. No sólo en el campo. La propia ciudad de Andahuaylas, así como otras ciudades emergentes de la zona, albergan a muchos jóvenes precariamente empleados, que aspiran a transformar su situación de pobreza a cómo de lugar. Conforman, junto a los desheredados del entorno rural que los rodea, un caldo de cultivo propicio a brindar eco a discursos reivindicatorios de distinto tipo. De hecho, un episodio en esta historia fue la asonada encabezada por Antauro Humala al iniciarse el año 2005, que tuvo el beneplácito de su hermano Ollanta, el actual presidente, así como de buena parte de la población local.
La provincia de Andahuaylas muestra también un tejido político local compuesto básicamente por grupos de interés y redes de allegados políticos que comparten diferentes vínculos. Experimentados dirigentes y agitadores políticos, así como nuevos líderes sociales, pueden coincidir en situaciones de protesta y movilización. A veces estas situaciones logran alcanzar dimensión efectivamente provincial. En otras ocasiones, no pasan de ser protestas limitadas a sus grupos de interés. Lo que ocurre actualmente, con la protesta en demanda de la prohibición de las actividades mineras y en defensa del medio ambiente, parece corresponder a una situación intermedia entre las dos situaciones descritas. Más que plena dimensión provincial en Andahuaylas, la protesta logró irradiarse a la vecina provincia de Chincheros, ganando así mayor notoriedad. Esta vez, la espina dorsal de la protesta recayó en las organizaciones de regantes, articuladas en la Junta de Usuarios del Distrito de Riego de Andahuaylas (JUDRA). El motivo de la misma parece hallarse en la creciente tensión entre agricultura tradicional y economía minera informal. De allí que el movilizador haya sido una organización bastante específica (la red provincial de regantes), pues en cierta medida ambas actividades albergan a los mismos sectores poblacionales (campesinos y pobladores urbanos interesados en conseguir fuentes de empleo e ingresos). La comisión del gobierno que fue a negociar a Andahuaylas salió en mal pie, pues los ministros Miguel Callaux de Agricultura y Carlos Herrera Descalzi de Energía y Minas, abandonaron el lugar sin firmar al acta en negociación, generando la ira de la población y dejando solo y expuesto al viceministro de Ambiente, José de Echave. Si no ocurrió un desborde con mayores consecuencias que lamentar, fue por el empeño de este último, pues al final el acta firmada permitió la postergación de la protesta, cuando las cosas parecían salir de todo control.
La movilización campesina ocurrida parece ser bastante arraigada, en tanto activa una forma de medioambientalismo o ecologismo de las “formas de vida”, destacado entre otros estudiosos por Anthony Bebbington.
En Cajamarca, el escenario de movilización planteado es de distinto talante, si bien comparte con la primera el hecho de ser una protesta antiminera. Se trata de una movilización que expresa el hartazgo de parte de la población regional ante la presencia de la empresa minera Yanacocha. Mientras que en Andahuaylas la geografía de la protesta fue básicamente urbana, en Cajamarca más bien se concentra en las zonas rurales que abarca el proyecto Conga. De hecho, si se compara la dimensión de la protesta con la que tuvo lugar el año 2004 en defensa del cerro Quilish, se nota claramente que la participación de la población urbana fue muchísimo mayor en esa ocasión. Esto no quiere decir que el nivel de la protesta actual no podría alcanzar a la primera, pues ello depende en gran medida de los acontecimientos que conforman el propio conflicto.
Un ingrediente muy particular en este caso, consiste en que a la cabeza de la convocatoria a la paralización indefinida convocada después que el presidente Humala anunciara que el gobierno buscaba asegurar el oro y el agua del proyecto Conga, se encuentra el propio presidente regional, Gregorio Santos Guerrero. Este personaje representa una coalición política regional bastante fracturada luego de las elecciones que le permitieron ganar la presidencia regional. Ha sido acusado por el gobierno y los empresarios mineros de ser un agitador extremista debido a sus vínculos con el partido Patria Roja. Sin embargo, más que una consigna ideológica netamente definida, parece perseguir una mayor legitimación política, agitando el tema sensible de la defensa medioambiental. Pero son las propias comunidades de la zona afectada por el proyecto minero -el cual busca desaguar cuatro lagunas a fin de explotar el oro que se halla bajo sus aguas, reemplazándolas por inmensos reservorios de aguas de lluvia- las que han desplegado el mayor nivel de movilización. El soporte principal, en este caso, radica en las organizaciones de ronderos, que gozan de amplia legitimidad y tienen entre las poblaciones del lugar un nivel de autoridad que incluso supera al de las comunidades campesinas a las cuales se hallan formalmente adscritas. Evidentemente, uno puede rastrear distintas actitudes ante el proyecto minero, que van desde el rechazo frontal hasta la aceptación esperanzada en los beneficios ofrecidos por la empresa. De hecho, según sostienen los representantes de Yanacocha, las comunidades directamente ubicadas en el territorio del proyecto no se oponen al mismo, en tanto que los alcaldes ven con ansias la posibilidad de disponer de recursos provenientes del canon minero. Sin embargo, la movilización campesina ocurrida parece ser bastante arraigada, en tanto activa una forma de medioambientalismo o ecologismo de las “formas de vida”, destacado entre otros estudiosos por Anthony Bebbington.
Las primeras desavenencias internas
La situación generada en torno al proyecto Conga ha puesto al gobierno ante un serio dilema, pues ha tenido que optar entre “bailar la Conga” -como ironizan muchos medios para referirse a quienes deciden apoyar el proyecto minero- o respaldar los reclamos de la población interesada en defender sus condiciones de vida y el medioambiente. Opciones contrapuestas -el oro o el agua- que colocan en el centro del dilema a la propia retórica nacionalista, la cual resultó eficaz para llevar a Humala desde Locumba hasta el poder, pero rápidamente ha ido mostrando sus límites e inconsistencias. La actitud del presidente al retorno de su viaje a la cumbre de APEC en Hawai, a mediados de noviembre, consistió en señalar que optaba por asegurar el oro y el agua para todos. Es decir: la mina va, pero mediante el estricto cumplimiento de la regulación ambiental. Una manera ingeniosa de decir que no era posible ni deseable detener el proyecto minero, y que su propia ejecución podía resolver los problemas de acceso al agua planteados en torno a sus opositores. Esto abrió paso a un nuevo momento del entrampamiento alrededor del conflicto, el que tal vez pudo resolverse antes, mediante acuerdos políticos entre los distintos actores, pero a esas alturas colocaba al régimen frente a una situación límite.
Dos factores adicionales complican el cuadro planteado. Primero, el aparente callejón sin salida en que se halla el gobierno, no sólo porque los procedimientos administrativos que autorizan la mina ya se encuentran bastante avanzados, sino porque con el destino del proyecto se juega también la situación del Estado ante los beneficios económicos derivados de su ejecución, así como de otros proyectos futuros. El segundo factor tiene que ver con la composición política del régimen, pues la situación relacionada a la mina Conga ha derivado en el incremento de las diferencias entre distintas vertientes precariamente cohesionadas bajo el paraguas ideológico del nacionalismo, la “gran transformación” y la “inclusión social”.
Como consecuencia de ello, se precipitaron las discrepancias políticas y las luchas por hegemonía existentes al interior del régimen. Nuevamente la identidad nacionalista resultó completamente inconsistente, ante la agudización de las contradicciones en torno al conflicto minero Conga. El alejamiento de Carlos Tapia, hasta hace poco importante asesor gubernamental, y la renuncia de José de Echave, quien se desempeñaba como Viceministro de Ambiente, son las primeras fracturas que exhibe el régimen como consecuencia de la situación descrita líneas arriba.
Más allá del hecho que en todo régimen resulta normal que se produzcan discrepancias que terminan eventualmente en renuncias del personal político, resulta necesario reflexionar en torno a la consistencia democrática del proyecto nacionalista. El renunciante asesor Carlos Tapia ha sacado a luz asuntos muy graves. Las denuncias que ha hecho al ser separado del gobierno, plantean serias interrogantes en torno al carácter del entorno de poder que rodea a la pareja presidencial, así como sobre la naturaleza democrática del nacionalismo en su desempeño gubernamental. Entretanto, el sector proveniente de las filas de izquierda que hace parte del gobierno, al cual pertenece Tapia, queda bastante debilitado, pues en el futuro deberá enfrentar situaciones que probablemente empujen a sus miembros a alejarse también del gobierno.
Coda
Al cumplirse los primeros cien días del régimen de Ollanta Humala, diversos balances describieron la existencia de un escenario propicio para que en los próximos meses la novísima gestión gubernamental termine de desplegar velas y emprenda rumbo claro hacia su objetivo de alcanzar la plena “inclusión social” en el país. Sin embargo, una vez remontada la valla simbólica de los cien días, el balance no parece ser tan promisorio. Nuevos conflictos sociales y crecientes discrepancias al interior del régimen han cancelado abruptamente la pax nacionalista de los primeros cien días en el poder. Los conflictos desatados en Andahuaylas y Cajamarca –sobre todo el segundo en torno al proyecto minero Conga- han precipitado el ritmo político del país, empujando al gobierno a definiciones acerca de temas como el rol de la inversión minera y el papel del Estado ante el paradigma extractivista. Dicha situación, asimismo, ha incrementado las distancias y tensiones entre diversas corrientes internas que hasta la fecha lograron cohabitar frágilmente bajo el paraguas común del nacionalismo. A ello se suma la situación inestable de los nuevos grupos tecnocráticos reclutados por el gobierno, los cuales no compartieron la larga marcha nacionalista ni las campañas electorales, pero han ganado posiciones de poder bastante importantes.
Una característica que parece definir al flamante gobierno: se trata de un régimen que, luego de una agitada y polarizada campaña electoral, muestra serias dificultades para alcanzar un perfil político claro y suficientemente articulado.
Estos problemas, que han resquebrajado fuertemente el “frente interno” gubernamental, podrían comprenderse como resultado de las dificultades propias de la instalación e inicio de un nuevo régimen. Sin embargo, parecen ir mucho más allá, vinculándose a temas más amplios de la política peruana, tales como la crisis de los partidos, la ausencia total de ideologías programáticas en el quehacer político, la ausencia de candidatos idóneos para puestos como el de congresista, entre otros. También a una característica que parece definir al flamante gobierno: se trata de un régimen que, luego de una agitada y polarizada campaña electoral, muestra serias dificultades para alcanzar un perfil político claro y suficientemente articulado. Por el contrario, lo que se aprecia es que el gobierno alberga una precaria confluencia de corrientes políticas e ideológicas aupadas bajo el paraguas electoral del “nacionalismo”. Encargadas ahora de la gestión de diferentes ámbitos institucionales del aparato de Estado, estas corrientes o tendencias -que envuelven como anillos de diferente textura política e ideológica a la pareja presidencial- se ven confrontadas ante un contexto de creciente conflictividad social que cuestiona asuntos como la continuidad de la inversión minera. Se ven empujadas a definiciones que hacen tambalear la delicada correlación de fuerzas alcanzada durante los primeros cien días.
Este escenario imprevisto -pues hace pocos días el gobierno llegaba a sus primeros cien días en una situación bastante calmada a pesar de algunos problemas ya mencionados- plantea nuevos dilemas y retos que la flamante gestión deberá asumir, sobre todo teniendo en cuenta que la aventura nacionalista en el poder, una vez superado el ciclo inicial de prueba, prácticamente recién se ha iniciado.
* Antropólogo, investigador del IEP.
Referencias Bibliográficas
Bebbington, Anthony y Denise Humphreys (2009). “Actores y ambientalismos: conflictos sociales en el Perú”. En Iconos, revista de ciencias sociales, N° 35. Quito: FLACSO
Bebbington, Anthony et. al. (2007). Minería, movimientos sociales y respuestas campesinas: una ecología política de transformaciones territoriales. Lima: IEP
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