El 10 de junio de 2010 la Pontificia Universidad Católica del Perú otorgó la distinción de doctor honoris causa al doctor Julio Cotler, miembro fundador e investigador principal de esta casa, en reconocimiento a su trayectoria académica en el campo de las ciencias sociales y a su significativo aporte a la comprensión del Perú. 

Los discursos de orden estuvieron a cargo del jefe del Departamento de Ciencias Sociales, Aldo Panfichi; el profesor, Martín Tanaka; y el rector, Dr. Marcial Rubio Correa.  A continuación, presentamos las palabras del doctor Julio Cotler al recibir el honoris causa, quien “con palabra libre y desinhibida” destaca su firme apuesta por la democracia y los derechos humanos en el país.

Estoy muy reconocido por la distinción que me otorga esta casa de estudios de la mano del señor rector en razón a que los principios que rigen y los objetivos que persigue la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) tienen especial relevancia para mí, y además porque coinciden con los que rigen al IEP, institución que me acoge desde 1966, es decir, hace 44 años.

A pesar de no haber sido alumno ni docente de la PUCP, he podido apreciar los esfuerzos y las transformaciones realizadas a lo largo de las últimas décadas por sus autoridades, profesores y alumnos para lograr, en un ambiente estimulante, la excelencia académica que presenta y su compromiso con los clásicos principios humanistas que sustentan y animan el desarrollo de la libertad y la igualdad, el pluralismo político y cultural y la defensa y promoción de la autonomía individual, condiciones necesarias para incentivar el desarrollo de las virtudes ciudadanas.


Screenshot 2015-06-06 02.21.55Dichos logros son evidentes en la producción intelectual y en la gestión académica de Jorge Avendaño, Adolfo Figueroa, Máximo Vega Centeno; así como la de Salomón Lerner Febres, quien durante su rectorado presidió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, destacándose por su firme defensa de los derechos humanos y la democracia, lo que ha dado lugar al cobarde acoso que sufre y a las amenazas que ejercen sobre la PUCP las fuerzas reaccionarias que persiguen torcer los mencionados principios y objetivos que animan a la universidad a fin de someterla a sus intereses sectarios.

Fue en ese contexto, el de la Comisión de la Verdad, que docentes de la PUCP, miembros del IEP y de otros centros de investigación elaboraron el valioso y certero informe sobre los trágicos años ochenta bajo la dirección de Carlos Iván Degregori, nuestro ex director, lo que ratificó las coincidencias existentes entre ambas instituciones, centradas en adelantar la justicia social, los derechos humanos y la democracia política.

He conocido también los logros de la PUCP directamente por mis hijos, que han estudiado en esta casa; por los colegas del IEP, tanto por los egresados de esta universidad como los que forman parte de su plantel docente; así como por la amistad que he ido forjando con varios profesores a raíz de la colaboración académica que hemos establecido a lo largo de las últimas décadas.

Entiendo que la PUCP, así como el IEP, procura alcanzar elevados niveles académicos que nos faculten a comprendernos mejor a nosotros y a nuestro mundo, contribuyendo a forjar y cimentar una sociedad y una cultura democráticas en las que podamos reconocer nuestra común condición humana y apreciar nuestros particulares rasgos distintivos.

En mi caso, la preocupación por la justicia social y la democracia apareció muy temprano; además de la influencia que sobre mí han ejercido mis orígenes sociales y culturales, mis familiares y amigos en la formación y desarrollo de  dicha inquietud, mi experiencia universitaria en San Marcos y las actividades profesionales fueron determinantes para constatar las profundas injusticias y humillaciones que sufría la mayoría de la población peruana y latinoamericana.

Tal situación determinó que buscara comprender las condiciones de la persistencia de la herencia colonial y, por el otro lado, del desarrollo del régimen democrático al tiempo que buscaba contribuir a su instauración en el país. Sin embargo, mi comprensión y adhesión a la democracia tuvieron una evolución accidentada, debido a las dramáticas transformaciones sociales e intelectuales que se han sucedido ininterrumpidamente desde mediados del siglo pasado, en el Perú y en el mundo.

Screenshot 2015-06-06 02.22.46No es del caso detallar dicha evolución; baste con señalar que estuvo atravesada por desgarradoras contradicciones. A mediados del siglo pasado era evidente que la intervención imperial, en connivencia con sus agentes nativos, aseguraban la expoliación nacional y la explotación social; en tales circunstancias, el bloqueo a las reformas destinadas a despejar gradualmente dichas condiciones contribuyeron a polarizar el escenario latinoamericano y a que, en el Perú, cobraran vigencia las propuestas para impulsar la revolución antioligárquica nacional y la socialista, conforme a las propuestas de Haya de la Torre y Mariátegui, respectivamente.

Es sabido que en los países del cono sur ciertas organizaciones políticas asumieron ante sí la representación de los llamados intereses históricos del pueblo adoptando actitudes y posiciones vanguardistas, haciendo uso de la violencia para transformar el orden dominante; pero, contrariamente a lo que se esperaba, esas acciones propiciaron tanto el rechazo social cuanto el apoyo a la implantación de dictaduras militares caracterizadas por sistemáticas violaciones a los derechos humanos, por lo que hoy, en democracia, sus dirigentes son juzgados y condenados siguiendo el debido proceso.

En nuestro país, los actos de terror y la vesania de Sendero Luminoso y del MRTA, así como la represión de las fuerzas armadas, produjeron la muerte de cerca de 70.000 peruanos y arrasaron la organización de la sociedad —de lo que da cuenta el Informe de la CVR—, preparando el terreno para la formación del infame régimen fujimontesinista, que contó con un significativo apoyo popular por su éxito en debelar dichos movimientos, motivo por el cual sigue imprimiendo su sello en la vida política, a pesar de la sentencia judicial condenatoria que ha merecido el delincuente Fujimori.

Pero si el uso de la violencia para transformar el orden social se reveló contraproducente, porque generaba una profunda reacción política y social en contra por parte de amplios y diversos sectores sociales, confrontamos el hecho de que los movimientos revolucionarios, supuestamente destinados a llevar a cabo la “lucha final” contra la injusticia, invariablemente desembocaban en regímenes autoritarios, si no totalitarios, que acarreaban el exterminio, la prisión y, en el mejor de los casos, el exilio de los que se resistían a aceptar y acatar las órdenes del Jefe y del partido, organizadores de las nuevas formas de dominación política.

Por otra parte, confrontamos también el hecho de que, a pesar de las múltiples y reiteradas evidencias sobre la naturaleza de dichos regímenes, muchos intelectuales se prestaban a proclamar ostentosamente la realización de la utopía socialista y la creación del “hombre nuevo”, por lo que no tenían (ni tienen ahora) reparos en defender los crímenes más perversos, aduciendo que las acusaciones que se hacen a la revolución no son sino calumnias que difunden sus enemigos, mientras que los más cínicos, especie que dicho tipo de régimen contribuye a reproducir, aducen que el terror es necesario para abatir a los contrarios y que, en todo caso, los excesos son el producto de inevitables accidentes históricos, al tiempo que echan en cara a los críticos el ser agentes del imperio y representar el decadente liberalismo propio de la pequeña burguesía intelectual.

Screenshot 2015-06-06 02.24.23En esta encrucijada, en la que el rechazo a la violencia de los grupos vanguardistas y el autoritarismo del socialismo real, y no del imaginario, parecían paralizar los proyectos de transformación del odioso orden social dominante, la defensa de los derechos humanos y la lucha por la democracia han creado una novedosa alternativa a la que se suman izquierdistas y liberales para resolver, a través de canales institucionales, los clásicos males del Perú y de América Latina.

Sin embargo, dicha alternativa no logra arraigarse en la sociedad porque este planteamiento liberal tiene que enfrentar las críticas de todos aquellos que postulan tener el monopolio de la verdad, de cualquier signo, y consideran enemigos a los que no comulgan con sus principios, intereses e identidades particulares, como es el caso de los conversos al neoliberalismo.

Según advierte Lynn Hunt, el primer paso para la formulación de la democracia fue la invención de los derechos humanos, al valorar la autonomía individual y la empatía con los otros, procurando conjugar los intereses del individuo y de la colectividad. En tal sentido, las nuevas fuerzas sociales, que persiguen arraigar los derechos humanos, deberán resolver el clásico divorcio entre el mercado y la democracia que ha existido entre nosotros, en el Perú y América Latina, asegurando la formación de estados fuertes e independientes de los intereses privados para lograr el desarrollo simultáneo de una sana economía de mercado y una sociedad libre y justa.

Como dice Héctor Aguilar Camín, “un dilema del liberalismo es cómo contener el Estado frente a la libertad de los ciudadanos y cómo fortalecerlo para que garantice el piso común de derechos en que esas libertades descansan. El Estado liberal debe ser suficientemente fuerte para obligar a todos a cumplir con la ley y suficientemente débil para no interferir en la libertad de nadie”.

Esto supone la existencia de una permanente e inevitable tensión y transacción en el ámbito democrático entre el Estado, la sociedad y el mercado, puesto que, tal como lo hemos afirmado repetidas veces, la democracia no es la justicia social, pero es el único espacio para lograrla, por lo cual deberemos estar atentos para renovarla y ampliarla permanentemente.

En circunstancias que, una vez más, la democracia en el Perú se enfrenta a serios peligros, espero, señor rector, que la PUCP siga participando en los esfuerzos para afianzar dicho régimen, de manera que podamos decir con Vasili Grosman: “¡Qué poder y claridad hay en la palabra libre y desinhibida! La palabra que se pronuncia a pesar de todos los temores”.  1

Muchas gracias.


* Antropólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y doctor en Sociología por la Universidad de Burdeos – Francia. Miembro fundador e investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos.


  1. Nota de edición: Grossman, Vasili. Vida y destino. Barcelona: Círculo de Lectores/ Galaxia Gutenberg, 2007. Pág. 364.