Por donde se le analice, Barack Obama debería ganar las elecciones del 4 de noviembre, si no por un tsunami, al menos por un margen significativo de votos. Este año, el ambiente general favorece nítidamente al candidato demócrata. La llamada “marca” republicana se encuentra seriamente desprestigiada.
La cifra que captura de modo más notorio el estado de ánimo notoriamente ansioso en los Estados Unidos es que más del 80% de norteamericanos creen que el país va en la dirección equivocada. El presidente Bush no solo es ampliamente impopular, sino que provoca profunda desconfianza y disgusto.
La principal preocupación del electorado este año, la economía, se encuentra en mala situación. Junto a la crisis inmobiliaria y crediticia que no cede y a un sistema bancario aparentemente inestable, Estados Unidos tiene un enorme déficit, una inflación creciente, desempleo en ascenso y costos crecientes de los combustibles.
Tal vez más importante, la principal preocupación del electorado este año, la economía, se encuentra en mala situación. Junto a la crisis inmobiliaria y crediticia que no cede y a un sistema bancario aparentemente inestable, Estados Unidos tiene un enorme déficit, una inflación creciente, desempleo en ascenso y costos crecientes de los combustibles, que es últimamente el tema que preocupa más. Inesperadamente, el problema de la energía ha tomado gran importancia en la campaña presidencial.
Este panorama difícil, en realidad sombrío, debería significar que el partido que ocupó la Casa Blanca los últimos ocho años no debería tener posibilidad alguna de permanecer en el poder. Pero ese no es el caso. En realidad, aunque en la mayoría de encuestas Obama tiene una ventaja sobre su rival republicano, John McCain, esta no es de ninguna manera confortable: solo tres o cuatro puntos. Las posibilidades de un triunfo de Obama son gruesamente 60-40, pero esa proporción, dado el extendido pesimismo en el país, debería ser en realidad mucho mayor.
La novedad política de Obama: expectativas y ansiedades
Lo anterior cobra mayor peso especialmente porque Obama no es solo un candidato en muchos aspectos impresionante, sino un verdadero fenómeno, que no solo lidera el Partido Demócrata, sino un movimiento nacional. Se trata de un político excepcionalmente talentoso, con una notable historia personal y formidables capacidades oratorias, posiblemente no igualadas en la política norteamericana desde John F. Kennedy. Ha demostrado, además, una habilidad incomparable para inspirar a muchos estadounidenses, particularmente jóvenes y afroamericanos.
Aunque Obama es un mulato –padre negro de Kenya y madre blanca de Kansas–, es identificado como un afroamericano, lo cual es inevitablemente un factor ineludible en esta campaña. Para muchos observadores políticos, esto significa que las encuestas podrían estar sesgadas en una de dos direcciones: algunos entrevistados podrían decirle a los encuestadores que van a votar por Obama, pero, según esta interpretación, pueden dudar y finalmente no hacerlo; por otro lado, algunos nuevos votantes –especialmente afroamericanos jóvenes– que apoyarán a Obama más rotundamente no aparecen en las muestras de las firmas encuestadoras y de esta forma su opinión no se refleja en los resultados de las encuestas. En un análisis final, los dos sesgos podrían anularse el uno al otro.
Sería ingenuo negar una cierta ansiedad racial –incluso racismo– que se encuentra en juego en esta elección histórica. Sin embargo, la incomodidad aparente entre algunos votantes –tanto demócratas como republicanos– para elegir como presidente a un afroamericano se encuentra mitigada considerablemente por el efectivo mensaje de Obama sobre la necesidad de cambiar la política de siempre.
En cualquier caso, sería ingenuo negar una cierta ansiedad racial –incluso racismo– que se encuentra en juego en esta elección histórica. Sin embargo, la incomodidad aparente entre algunos votantes –tanto demócratas como republicanos– para elegir como presidente a un afroamericano se encuentra mitigada considerablemente por el efectivo mensaje de Obama sobre la necesidad de cambiar la política de siempre en Washington DC y construir puentes para cerrar las brechas que dividen a muchos estadounidenses. Está también mitigada por la narrativa y el mensaje propuestos por la campaña de Obama, que es que una presidencia de McCain significaría esencialmente un tercer término para George W. Bush. McCain representaría continuismo, cuando el país quiere desesperadamente un cambio.
En los temas que Bush ha apoyado más apasionadamente –prolongar la presencia de los EEUU en Irak como parte de la guerra contra el terror, junto con significativos recortes de impuestos–, Obama pisa terreno firme y tiene una propuesta sólida que ofrecer. Si se revisan temas domésticos cruciales no solo en la política impositiva (Obama favorece aumentos de impuestos solo para los estadounidenses más ricos) sino también en el tema de la salud (Obama propone una reforma significativa que se acerca a la cobertura universal) y educación, la mayoría de votantes se encuentran más cerca del candidato demócrata que del republicano. Estos, además, valoran la oposición inicial de Obama a la guerra en Irak, actualmente intensamente impopular. De hecho, uno de los avisos más efectivos de la campaña de Obama vincula el gasto en la guerra de Irak con los problemas económicos que se profundizan en el país. Esa conexión resulta más que significativa para muchos estadounidenses.
La imagen proyectada de McCain: experiencia y responsabilidad
John McCain –quien reconoció públicamente su escasa experiencia e interés en asuntos económicos– es visto por la mayoría de votantes de los EEUU como más conocedor y experimentado que Obama en asuntos de seguridad nacional. La extraordinaria historia personal de McCain como prisionero de guerra en Vietnam, unida a sus muchos años en el Senado y numerosos viajes al exterior, le han dado, por lo menos en la percepción pública, credenciales más fuertes en política exterior. Aunque su asociación con la guerra en Irak le ha resultado costosa, a McCain se le reconoce por lo menos el seguir fiel a una posición que es políticamente impopular, así como su temprano apoyo el año pasado a la iniciativa llamada “el incremento” (de más de 20 mil tropas adicionales), que ha ayudado a revertir el deterioro de la situación de seguridad en Irak.
Esa es la principal narrativa de la campaña de McCain: que Obama es demasiado inexperto e ingenuo para confrontar los serios desafíos y amenazas a los EEUU. El mensaje de McCain tiene llegada especialmente en el tema de la política exterior.
Sorprendentemente, McCain ha capitalizado en un tema que hasta hace poco nadie anticipaba que se volvería tan importante en la campaña: los crecientes costos energéticos. Aunque tanto él como Obama han cambiado convenientemente sus posturas en este tema (como en muchos otros), a medida que el problema se ha vuelto más agudo, McCain se ha puesto al frente de los que reclaman por más perforaciones y exploración de las reservas de petróleo en las costas de los EEUU. En medio del actual clima de creciente ansiedad, esa posición tiene considerable aceptación y ha ayudado políticamente a McCain. Obama y el Partido Demócrata han tratado de igualarlos, yendo más allá de sus tradicionales llamados para que se desarrollen fuentes alternativas de energía renovable. Astutamente, McCain ha vinculado también su posición en recursos energéticos a la política de seguridad nacional, argumentando que los EEUU no deberían depender de gobiernos adversarios en el Medio Oriente o en Venezuela para una buena parte de sus suministros petroleros.
Otra razón por la cual una economía en problemas puede no ayudar a Obama tanto como se pudiera pensar es porque la situación en los EEUU es hoy incierta e inestable. Esta no es solo otra recesión o deceleración, sino algo nuevo y diferente, y las capacidades no comprobadas de Obama y su tema de “cambio” pueden aparecer como demasiado riesgosas para muchos votantes. Esa es la principal narrativa de la campaña de McCain: que Obama es demasiado inexperto e ingenuo para confrontar los serios desafíos y amenazas a los EEUU. El mensaje de McCain tiene llegada especialmente en el tema de la política exterior. La mayoría de los comentaristas norteamericanos sugieren que la línea dura de McCain frente a la invasión rusa de Georgia, que resulta consistente con su antigua desconfianza hacia Putin, ha sido reivindicada por los hechos recientes. El argumento de que su respuesta fue tal vez demasiado beligerante y puso en riesgo una relación de trabajo con Rusia no parece neutralizar la ventaja política de McCain en este tema. La visita de campaña de Obama al Medio Oriente y a Europa en julio estuvo dirigida a reducir la brecha de confianza pública en temas de seguridad nacional que existe entre él y McCain.
Las estrategias de los candidatos
Es previsible que, durante el curso de la campaña –especialmente si se la compara con su feroz competencia en las primarias contra Hillary Clinton–, Obama modere su posición en una variedad de temas, corriéndose notoriamente hacia el centro. En realidad, no solo sobre política energética sino también acerca de Irak, Irán y Afganistán no hay muchas diferencias entre sus posiciones y las de McCain. Obama corre el riesgo de aparecer solo como otro político más y ser visto por parte del núcleo duro de sus seguidores como alguien que traiciona una causa más pura, definida y progresista. Sin embargo, en este año electoral –cuando la oposición al Partido Republicano es tan fuerte y la elección entre los dos candidatos aparece tan clara–, es casi seguro que sus seguidores saldrán a votar el día de las elecciones. La “brecha de entusiasmo” entre Obama y McCain es enorme.
Si Obama se ha corrido hacia el centro, McCain, por contraste, ha sorprendido a muchos observadores al volverse todavía más conservador en algunos temas clave. La corrida es sin duda calculada para satisfacer a una base importante del Partido Republicano. McCain ha hecho especiales esfuerzos para ganarse la confianza de la base conservadora, con frecuencia evangélica, de su partido, que ha discrepado de él en temas como la inmigración, la reforma del financiamiento electoral, la investigación con células madre y el aborto. La imagen de McCain como un “disidente” dentro de su propio partido lo ha ayudado a ganar votantes independientes, pero no al núcleo duro del partido que constituye la gran parte del 30% de aprobación del presidente Bush.
Hay señales, sin embargo, de que dicho núcleo duro apoyará finalmente a McCain. Después de todo, es probable que el próximo presidente de los EEUU seleccione a dos –tal vez a tres– jueces de la Corte Suprema, la cual decide sobre temas sociales y culturales tan sensibles como el aborto y el matrimonio entre homosexuales. Los conservadores sociales, entre los cuales McCain tiene ya una gran ventaja en las encuestas, muy probablemente se movilizarán para asegurarse de que Obama, visto como alguien con una trayectoria muy “liberal” en lo que se refiere al aborto, no esté en condiciones adecuadas para seleccionar a esos jueces. Obama, que se muestra cómodo y elocuente cuando habla de su fe cristiana, espera conquistar algunas cabeceras de playa, especialmente con los miembros más jóvenes de este electorado, que tienden a tener preocupaciones sociales más amplias.
Así como McCain lleva una gran ventaja entre los blancos evangélicos socialmente conservadores, Obama ha logrado alcanzar una ventaja de dos a uno en otro grupo de votantes crucialmente importantes este año: los latinos. Es sorprendente que McCain, un senador del estado fronterizo de Arizona, que luchó por una reforma migratoria integral, esté obteniendo tan pobres resultados entre este grupo, con solo alrededor del 30% en intención de voto. Un problema que incide en ello es que McCain, en un esfuerzo por aplacar a su base conservadora, ha tomado recientemente una posición más dura con respecto a la inmigración, enfocándose en la seguridad fronteriza más que en cualquier otro aspecto de la reforma. Pero, para los latinos, que favorecen un camino hacia la ciudadanía y una aproximación más liberal, este tema es central. La mayoría de los votantes latinos que apoyó a Hillary Clinton en las primarias se han orientado hacia Obama, principalmente porque sus propuestas en política interna son más interesantes para ellos que las de McCain. Muchos cuentan, además, con buenos recuerdos de la década de 1990 en los EEUU, cuando una administración del Partido Demócrata estaba en la Casa Blanca y, en términos relativos, los tiempos eran buenos.
Este año, el voto latino ha adquirido especial importancia porque el grupo puede jugar un papel decisivo en varios de los llamados “estados en disputa” (estados que pueden inclinarse tanto a los demócratas como a los republicanos). En los EEUU, la presidencia es decidida por el Colegio Electoral, que acumula votos estado por estado, de acuerdo con la población total de cada uno de ellos. Es difícil imaginar, por ejemplo, que McCain tenga posibilidades de ganar en California u Obama en Texas, así que los candidatos tienden a concentrar sus recursos de campaña en estados que pueden inclinarse a uno u otro lado. Este año, esos estados incluyen Colorado, Nuevo México, Nevada, Virginia y, por supuesto, Florida, todos con una población latina importante.
Si bien los expertos difieren sobre las posibilidades de una victoria de Obama o McCain en noviembre, ni siquiera los republicanos consideran que los demócratas tienen posibilidad alguna de perder la Cámara de Representantes o el Senado. La discusión gira más bien alrededor de cuántos escaños ganarán exactamente los demócratas, e incluso si es que en el Senado serán capaces de alcanzar una mayoría lo suficientemente amplia (60 sobre 100 senadores) que les daría la capacidad de revertir un veto presidencial o una maniobra parlamentaria obstruccionista. Aunque, en algunos sentidos, este aspecto de los pronósticos electorales favorece a Obama, pues la mayoría de votantes no se inclina por el voto dividido (votar por un partido para Presidente y por otro para el Congreso). Podría ocurrir, también, que el proceso termine beneficiando a McCain. Después de todo, mientras que alrededor de 66% de norteamericanos desaprueban a Bush, 74% desaprueba al Congreso, controlado por los demócratas. A algunos votantes, preocupados por la amplitud del “cambio” que podría venir con un solo partido en control tanto del ejecutivo como del Congreso, les interesaría establecer chequeos o restricciones a una posible partidarización gubernamental, aunque ello pudiera significar un continuo “entrampamiento”.
De esta manera, las profundas diferencias de políticas entre Obama y McCain serán, esperemos, completamente ventiladas e iluminadas, para que todos las conozcan, las juzguen y decidan su voto. Es difícil recordar otra elección en los EEUU donde hayan estado en juego cosas más importantes.
Así, el ánimo en esta temporada electoral –que Obama ha sabido capitalizar tan exitosamente– favorece abrumadoramente el “cambio”. La cuestión, sin embargo, es cuánto y precisamente qué clase de cambio quiere la mayoría de estadounidenses. Por eso, se vuelve tan importante tener una conversación y un debate nacional productivo sobre un abanico de temas cruciales como energía, salud, educación y cambio climático, entre otros muchos. Los Estados Unidos necesitan decidir también cómo debe redefinirse su papel en un mundo notablemente transformado y desafiante, y cómo puede repararse el considerable daño inflingido a su ubicación e imagen internacional durante los últimos ocho años.
Las vulnerabilidades y las líneas de ataque de los candidatos durante la campaña pueden avizorarse a partir de la elección de sus vicepresidentes. Al elegir a Joe Biden, un senador con amplia experiencia política que dirige el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Obama ha buscado tranquilizar a los votantes en lo referente a su experiencia, relativamente escasa, y apuntalar los méritos de su plancha en relaciones exteriores y seguridad nacional, temas, después de todo, en los cuales se han centrado muchas veces las críticas de McCain. Por su parte, en una movida sorpresiva, McCain eligió como su vicepresidenta a la gobernadora de Alaska Sarah Palin. En tanto mujer de 44 años con alguna experiencia en temas de energía, reputación de “disidente” dentro del Partido Republicano de Alaska y una outsider a Washington, Palin podría ayudar a contrarrestar la afirmación de Obama de que McCain representa “más de lo mismo”. La designación apunta también a ganar a las seguidoras de Hillary Clinton y a las mujeres en general.
Ojalá los flamantes candidatos a vicepresidente le añadan cierta seriedad a la campaña, que por desgracia ha sido decepcionantemente superficial desde que Obama y McCain se volvieron los posibles nominados de sus respectivos partidos a la presidencia, girando alrededor de temas muchas veces triviales y evitando las discusiones más sustanciales. Más que en otros años electorales, es posible que los debates entre los candidatos –tres de ellos están programados para septiembre y octubre– sean cruciales para definir las preferencias de un bloque considerable de votantes indecisos (alrededor del 10%). De esta manera, las profundas diferencias de políticas entre Obama y McCain serán, esperemos, completamente ventiladas e iluminadas, para que todos las conozcan, las juzguen y decidan su voto. Es difícil recordar otra elección en los EEUU donde hayan estado en juego cosas más importantes.
* Vice presidente de políticas para el Diálogo Interamericano, con sede en Washington, D.C. Traducción realizada por Carlos Iván Degregori.
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