La memoria y el discurso oficial sobre la Independencia, que definieron las fiestas cívicas, los símbolos y las figuras heroicas, siempre han sido objeto de controversias y conflictos producto de, en un primer momento, las diferentes memorias individuales y sociales sobre la guerra, y, en un segundo momento, de las particularidades del discurso nacional que cada gobierno quería constituir acorde a sus proyectos políticos. Este breve artículo tiene por objeto reflexionar sobre cómo se ha representado la Independencia peruana entre los siglos XIX y XX dentro del discurso nacional a partir de los conceptos de memoria social y política de la historia.
El primero se refiere a cómo una sociedad interpreta y se apropia de su pasado. Esta memoria es producto de las experiencias individuales en determinado contexto social, el cual además está inmerso en determinados patrones de representación del pasado. El segundo concepto, de otra parte, es “un campo de acción en el cual actores políticos luchan por la interpretación pública de la historia”. Es decir, cómo determinados temas históricos cobran actualidad política y se ven involucrados en disputas por el poder y su legitimidad. Ambos conceptos están interrelacionados dado que los actores políticos necesitan de una memoria social de apoyo que les permita establecer determinado discurso histórico oficial. No se puede de manera arbitraria “inventar tradiciones”, más aún si tenemos en cuenta la existencia de testimonios y de una comunidad de historiadores que avalan determinados hechos históricos. 1 En lo que sigue, analizaremos con estos conceptos dos temas que articulan las controversias sobre la representación de la Independencia: el protagonismo de Lima y los libertadores, y su carácter revolucionario.
Siglo XIX: memoria social y política de la historia
La Independencia peruana fue una guerra civil. Como tal, estuvo cruzada por una serie de conflictos sociales, donde las lealtades fueron cambiantes y la línea entre la traición y la acción patriótica fue difusa. Si bien estas afirmaciones se pueden extender al proceso de independencia de los demás países hispanoamericanos, en el caso peruano su situación se complica aún más por la presencia de ejércitos extranjeros cuya prioridad política era asegurar su propia independencia y estabilidad futura más que la del Perú. La Independencia fue una coyuntura de violencia política que no empezó con su proclamación en Lima el 28 de julio de 1821, ni mucho menos terminó con la batalla de Ayacucho en 1824. La memoria sobre los conflictos de esta guerra, sin embargo, parecía haberse olvidado debido a que el bando vencedor se encargó de difundir una versión del conflicto libre de ambigüedades y de hechos que podrían manchar su gloria.
Las rebeliones contra la autoridad monárquica en el Perú se pueden rastrear desde la década de 1810, pero con la llegada de José de San Martín (1821) y Simón Bolívar (1823), su memoria fue apartada del discurso oficial.
Las rebeliones contra la autoridad monárquica en el Perú se pueden rastrear desde la década de 1810, pero con la llegada de José de San Martín (1821) y Simón Bolívar (1823), su memoria fue apartada del discurso oficial. En el afán de prevalecer sus acciones, establecieron un calendario cívico donde además de conmemorar sus propias figuras heroicas se celebró las fechas relativas a las efemérides nacionales de Río de la Plata, Chile y la Gran Colombia, cuyos ejércitos estaban en suelo peruano. En contraposición a este discurso, pronto surgieron voces críticas, como la del bisemanario La Abeja Republicana (1822-1823), que no solo cuestionaban la política de San Martín, sino que afirmaban que el verdadero día de la Independencia debía ser el 20 de septiembre, cuando se estableció el Congreso Constituyente de 1822, es decir, cuando se dio inicio a un gobierno dirigido por peruanos. Asimismo, ubicaban en la rebelión de Túpac Amaru II el inicio de las acciones contra el despotismo español. 2 Pero no hubo éxito en cambiar la versión oficial, más aún por los conflictos políticos entre los libertadores y algunos líderes criollos como José de la Riva Agüero y el Marqués de Torre Tagle, quienes fueron considerados traidores, acabando literalmente desterrados de la memoria de la gesta patriótica. Tras el gobierno de Bolívar, se reconoció el 28 de julio de 1821 como la fecha de la fiesta nacional, estimulando, como menciona Pablo Ortemberg, el centralismo simbólico limeño, al desplazar a un lugar secundario el recuerdo de la batalla de Ayacucho de 1824. 3 En términos generales, ello fue continuado por los siguientes gobiernos, presididos algunos de ellos por exmilitares realistas que se pasaron al bando de San Martín a último momento (p. e. José de la Mar, Agustín Gamarra y Andrés de Santa Cruz).
Si bien esta memoria oficial se mantuvo en Lima, otra fue la realidad fuera de esta ciudad. Por ejemplo, Francisco de Zela, el líder de la rebelión de Tacna de 1811, fue mantenido en la memoria de su familia y luego de su ciudad, convirtiéndose en parte importante de su identidad regional, mientras en el discurso oficial nacional no tenía presencia.
A mediados del siglo XIX, se encuentra en la Independencia la explicación de los problemas del Perú. En la catedral de Lima, el 28 de julio de 1846, el sacerdote Bartolomé Herrera dio un sermón en el que explicaba los males del Perú como consecuencia de que la Independencia fue entendida como una revolución liberal hecha por el hombre y no como un proceso de emancipación nacional establecido por Dios. Para subsanar ese error y conseguir estabilidad y progreso, era necesario volver a la senda del orden y los valores hispano católicos, base de la nación peruana. A Herrera, diputado y ministro entre 1849 y 1860, la Independencia le sirve para fundamentar su proyecto político conservador.
La voz de Herrera no era la única, pero la interpretación liberal, revolucionaria y antihispanista de la independencia estaba bastante popularizada, como queda claro en la primera estrofa apócrifa del himno nacional. La versión original de José de La Torre Ugarte era ya liberal y anticolonial, pero en la apócrifa, la más popular desde por lo menos mediados del siglo XIX, el mensaje antihispanista era más claro y contundente (“largo tiempo el peruano oprimido…”), y es la que aún persiste hoy tras varios intentos por suprimirla, sobre todo desde fines del siglo XIX, cuando se buscaba una reconciliación política con España. 4
La historiografía del siglo XIX, básicamente limeña, en términos generales, fortaleció el discurso oficial y liberal sobre la Independencia. Mariano Felipe Paz Soldán, en su Historia del Perú independiente (1868-1873), no solo dio mayor importancia a las acciones de los ejércitos extranjeros, sino que además construyó la imagen positiva del libertador San Martín, que aún se mantienen en el discurso histórico. Francisco Javier Mariátegui, integrante del primer Congreso Constituyente y opositor a San Martín y Bolívar, en sus Anotaciones a la historia del Perú independiente de don Mariano Felipe Paz Soldán (1869), le criticará la poca atención prestada a la acción patriótica criolla e indígena antes de 1820 y de sobrevalorar políticamente a San Martín, quien además de gobernar de espaldas a la población y establecer un régimen represivo, dio un ejemplo pernicioso para los posteriores gobiernos peruanos. Pese a esta discrepancia entre la historia y la memoria, prevalecerá la visión de Paz Soldán, y será la que se difunda en textos escolares y en la celebración de los cincuenta años de la Independencia peruana. 5 Para cerrar este periodo, es necesario mencionar que la guerra con Chile (1879-1883) marcará profundamente el discurso nacional, desplazando en importancia a la Independencia.
Siglo XX: conmemoración y política de la historia
El siglo XX está marcado por el establecimiento de un discurso histórico nacional que busca peruanizar la Independencia sin cuestionar el protagonismo de los libertadores. La historiografía en ese sentido dio importancia a la figura de los precursores ideológicos del siglo XVIII, aunque básicamente vecinos de Lima, evidenciaban el surgimiento de una conciencia nacional que hizo posible la Independencia. La historiografía hispanista retomará las ideas de Herrera y afirmará que la base de esa conciencia nacional mestiza (unión de lo hispano e indígena) se creó en el virreinato, por lo que la Independencia no fue una ruptura o revolución, sino parte de un proceso de maduración nacional. En contraparte, el bicentenario del nacimiento de Túpac Amaru II en 1942 fue motivo para que los indigenistas cuzqueños lo convirtieran en una figura precursora que demostraba la participación activa de la población indígena en la gesta patriota revolucionaria no solo con acciones directas, sino además con la gestación de una conciencia nacional inca.
El siglo XX está marcado por el establecimiento de un discurso histórico nacional que busca peruanizar la Independencia sin cuestionar el protagonismo de los libertadores.
En el espacio público, sin embargo, fue difícil peruanizar la independencia. Esto fue evidente en las celebraciones del centenario de la rebelión de Tacna en 1911, donde la figura de Zela adquiere notabilidad debido a que Tacna era por entonces una provincia cautiva de Chile. El héroe cobraba relevancia ante un hecho político del presente. Las celebraciones movilizaron a la población urbana, y circuló un discurso hagiográfico sobre Zela. Con todo, ese momento de apogeo será también de declive, cuando lleguen los siguientes centenarios de 1921 y 1924. Un hecho lo resume: la plazuela Zela, inaugurada en Lima en 1911, cede paso a la plaza San Martín en 1921.
Augusto B. Leguía, quien apartó a la oligarquía civilista de la política con un golpe de Estado en 1919 y propuso medidas modernizadoras y reformas sociales bajo el lema de la “Patria Nueva”, en la celebración del Centenario de la Independencia llevó a cabo grandes festividades, en el contexto de las cuales diversas colonias extranjeras donaron monumentos conmemorativos. Pero era evidente que había un problema para figurar la Independencia con referentes peruanos en la escultura urbana limeña. El centro de la celebración eran los libertadores: se inauguraron la plaza San Martín y el Museo Bolivariano, además de circular sus retratos en billetes y estampillas. La estatua de Manco Cápac, donada por la colonia japonesa por sugerencia del alcalde de Lima y vicepresidente de la república Federico Elguera, estaba más vinculada con el indigenismo de la “Patria Nueva” que con la Independencia. Lo cual lleva a otro punto: se buscaba resaltar la figura de Leguía. En las estampillas y billetes dedicados a los libertadores aparece el retrato del presidente. Si había algún héroe peruano de la independencia, este parecía ser Leguía.
Algo diferente sucedía en otras capitales de provincia, donde el Centenario fue una ocasión para ensalzar a los héroes locales (p. e. Mariano Melgar en Arequipa y María Parado de Bellido en Ayacucho). No obstante, el primer intento por confeccionar un repertorio de héroes se concretó en 1924, en la celebración del centenario de la batalla de Ayacucho, cuando se inauguró en Lima el Panteón de los Próceres. Con todo, dentro de la jerarquía “heroica” se dio prioridad a estatuas con personajes extranjeros (Jorge Guise, Guillermo Miller, Simón Rodríguez) o, en el caso de ser peruanos, poco conocidos (Francisco Vidal, Pascual Saco Oliveros). Como menciona Carlota Casalino, muchos de los héroes peruanos tenían comunidades de culto restringidas (abogados, médicos). 6
El poder político, en tal sentido, ha usado la historia de la Independencia para dar validez a su proyecto político (Herrera, Leguía, Velasco) o acomodarla a sus valores (hispanistas, indigenistas, izquierdistas). ¿En la actualidad tal situación ha cambiado?
En la celebración del sesquicentenario de la Independencia en 1971, el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado buscó legitimar su política nacionalista y antioligárquica bajo la idea de que estaba llevando a cabo una revolución, la “segunda Independencia” del Perú, esta vez favorable al pueblo, dado que la primera solo había beneficiado a los criollos. Es entonces que se quita protagonismo a los precursores limeños criollos y a los libertadores y se convierte al rebelde indígena Túpac Amaru II en el símbolo del gobierno. Nunca antes, ni después, un gobierno había hecho algo similar. No obstante, hubo intentos de cambiar el mensaje revolucionario de algunos símbolos, como fue el caso del himno. Gustavo Pons Muzzo, historiador miembro de la comisión organizadora de las celebraciones del sesquicentenario, insistió en retirar la primera estrofa apócrifa, pero no tuvo éxito. La comisión, sin embargo, recomendó que en la escuela se cantara la sexta estrofa en su lugar, la cual no hacía alusión a la opresión colonial, sino al esfuerzo por la libertad y a renovar el juramento al “Dios de Jacob”. 7
Finalmente, esta coyuntura marca además un punto de quiebre en la historiografía peruana. El famoso ensayo de 1972 “La independencia del Perú: las palabras y los hechos”, de Heraclio Bonilla y Karen Spalding, cuestiona las bases de la interpretación hispanista y nacionalista de la historia y marca el inicio del auge de la Nueva historia social. Con todo y su polémica con esta historiografía, su interpretación también era nacionalista, aunque entendía el surgimiento de la nación como un proceso socioeconómico. Su tesis fue que la Independencia fue “concedida” por los ejércitos extranjeros, dado que ni criollos ni indígenas habían tenido una participación decisiva, sea como creadora de una conciencia nacional o liderando la guerra. Ambos historiadores veían a los libertadores como agentes modernizadores en un territorio conservador y tradicional. Por lo mismo, tampoco podía considerarse a la Independencia como una revolución porque no hubo grandes cambios sociales y económicos que beneficiaran a los sectores populares. Con nuevos bríos, la interpretación de Paz Soldán fue retocada y posteriormente integrada a la visión crítica de la historia del Perú en la década de 1980. El protagonismo de Túpac Amaru II se perdió tras el gobierno militar; el nuevo contexto político y, sobre todo, la historiografía le quitaron su título de “precursor”, y un grupo subversivo, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, además de su nombre, usó su rostro como símbolo.
Epilogo: hacia el bicentenario
Nuestras ideas y recuerdos sobre la celebración del aniversario de la Independencia son un producto histórico resultado de conflictos, negociaciones o a veces de simple imposición en la memoria y en la historia. En el siglo XIX, los mismos libertadores y el centralismo de las élites limeñas impusieron sus recuerdos de la Independencia, marcando su impronta en las celebraciones y en la jerarquía del panteón heroico oficial. Es evidente que fuera de Lima hay otro proceso, aunque todavía es desconocido. Si la Independencia fue una revolución, si esta fue “concedida” o “concebida”, no fue, ni es, un asunto meramente académico, y el mismo hecho de plantearse esas preguntas supone una postura política particular. El poder político, en tal sentido, ha usado la historia de la Independencia para dar validez a su proyecto político (Herrera, Leguía, Velasco) o acomodarla a sus valores (hispanistas, indigenistas, izquierdistas). ¿En la actualidad tal situación ha cambiado? ¿Qué imágenes y narrativas dominan en este bicentenario? Si bien desde la historiografía hay un intento de “deslimeñizar” nuestra comprensión del proceso y cuestionar el discurso nacionalista de derecha e izquierda, 8 la situación en el ámbito político es distinta. Desde 2004, se repiten iniciativas, esta vez por parte de algunos congresistas y ministros, para suprimir la primera estrofa del himno nacional por “contener frases que agravian la dignidad de la persona humana y de los peruanos”, logrando que en su lugar se cante la sexta estrofa. 9
Túpac Amaru II, de otra parte, es una imagen sospechosa, al punto de que en julio de 2010 el colocar una bandera peruana con su imagen en un departamento miraflorino llevó a que un publicista fuera detenido bajo el delito de “apología al terrorismo”. En el actual contexto limeño, políticamente conservador y autoritario, la crítica liberal del himno al dominio hispano parece ser muy radical, y peor aún la presencia de un rebelde indígena. De seguir esta tendencia, en 2021 se continuará festejando los viejos mitos nacionalistas sin ninguna reflexión y además en tono conservador, y una vez más en las conmemoraciones se usara el pasado para celebrar al poder político de turno.
- Sobre estos conceptos, sigo las reflexiones de Scheuzger 2013: 9-23. La cita corresponde a la página 19. ↩
- Quiroz 2012: 220-221. ↩
- Ortemberg 2014: caps. 4 y 5. ↩
- Ambas versiones se pueden ver en Tissera 2013: 11-12. Sobre los intentos de suprimir la primera estrofa, ver Villanueva 2014. ↩
- Quiroz 2012: 340-342. ↩
- Martuccelli 2006, Martin 2010, Casalino 2008: caps. V y VI. ↩
- Villanueva 2014: 183-185. ↩
- Me refiero al concurso “Narra la Independencia desde tu pueblo”, coordinado por Cecilia Méndez, y que terminó con el coloquio “Las Independencias antes de la Independencia” (2014). ↩
- Villanueva 2014: 183-184. ↩
Referencias Bibliográficas
Casalino, Carlota (2008). Los héroes patrios y la construcción del Estado-nación en el Perú (siglos XIX y XX). Tesis doctoral, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Martin, Guillemette (2010). “Commémoration de l’indépendance et unité nationale en Amérique latine. Le centenaire de l’indépendance vu depuis les régions: une perspective comparée Mexique/Pérou (1910-1921)”. Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM [en línea], 19, URL: http://alhim.revues.org/3466
Martuccelli, Elio (2006). “Lima, capital de la Patria Nueva: el doble Centenario de la Independencia en el Perú”. Revista Apuntes, vol. 19, n.º 2: 256-273.
Ortemberg, Pablo (2014). Rituales del poder en Lima (1735-1828). De la monarquía a la república. Lima: Fondo Editorial PUCP.
Quiroz, Francisco (2012). De la patria a la nación. Historiografía peruana desde Garcilaso hasta la era del guano. Lima: ANR.
Scheuzger, Stephan (2013). “Las conmemoraciones en los Centenarios de la independencia: un comentario a su estudio historiográfico”. En Stephan Scheuzger y Sven Schuster (eds.). Los Centenarios de la independencia. Representaciones de la historia patria entre continuidad y cambio. Eichstätt: Kath. Univ. Eichstätt-Ingolstadt, Zentralinst. für Lateinamerika-Studien.
Tissera, Anna (2013). San Martín y Bolívar: los himnos nacionales de Perú. Documento de trabajo, 190. Serie Historia 30. Lima: IEP.
Villanueva, Carmen (2014). “De 1859 a 2010: el debate sobre la discutida estrofa del himno nacional: ‘largo tiempo…’». Boletín del Instituto Riva-Agüero, n.º 37: 161-190.
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