El Comercio, Rolly Reyna

El Comercio, Rolly Reyna

El jueves 13 de agosto de 2015, el Instituto de Estudios Peruanos organizó la mesa verde “Reflexiones en torno del trabajo de María Rostworowski”. En esa oportunidad, María Emma Mannarelli, Luis Guillermo Lumbreras y Rafael Varón reflexionaron sobre el trabajo de la etnohistoriadora y fundadora del instituto. La Revista Argumentos le rinde un homenaje póstumo con la publicación de estas intervenciones que no solo resaltan su productiva trayectoria académica, sino también su calidad como mentora y su amor por el Perú.

Intervención de Rafael Varón

María Rostworowski, la etnohistoriadora, se erigió sobre los papeles de los archivos; ella, la autodidacta que fue educada por institutrices europeas y pasó fugazmente por el colegio secundario y la universidad, abrió caminos de investigación que tendrían su punto de partida en la documentación primaria del archivo para continuar su recorrido por las chacras del campo y terminarían en el análisis, el debate y la difusión de su obra.

El convencimiento de la validez de su metodología, tan singular en una historiadora, hacía que María repitiese constantemente a los jóvenes investigadores que para abordar un tema se debía empezar por leer los documentos –las fuentes primarias–, y, luego, de estos documentos tomar la información que haría surgir y entender el tema propuesto. Y no al revés. Es por eso que ella confrontaba a los historiadores que pretendían realizar estudios a partir de disquisiciones teóricas inacabables pero que raramente visitaban los archivos.

El afán de María por encontrar la información novedosa en los documentos inéditos y desconocidos se complementa con su memoria extraordinaria, lo que le ha permitido identificar y recordar la cita precisa y la fuente documental de procedencia. No sorprende, entonces, que sus libros siempre estén rebosantes del sustento documental primario.

Su primer libro, Pachacutec Inca Yupanqui marcó época, pero entonces María todavía no había cruzado el umbral que más adelante la conduciría al archivo y el consiguiente uso de los documentos manuscritos. Aún así, la autora fue una principiante intrépida al construir el libro con información procedente de los cronistas, sopesando y evaluando el texto de cada uno de ellos para tejer lo que probablemente sería la primera biografía documentada de un personaje indígena de nuestra historia.

En adelante, todas sus publicaciones tendrían como sustento único o mayoritario la documentación inédita de archivo. Y así fue su segundo libro, Curacas y sucesiones. Costa norte (1961), en el que por primera vez se utilizaron manuscritos de fondos judiciales y administrativos de la Biblioteca Nacional del Perú para introducir el litoral pacífico, un área geográfica hasta entonces inexplorada históricamente, desde la época incaica a la colonia.

María se seguiría concentrando en las sociedades indígenas, desde aproximadamente la época incaica hasta fines del siglo XVII, dándoles continuidad histórica a través de esa dramática fractura que se produce con la conquista pero que no por ello había hecho desaparecer a la población, sus creencias y sus conocimientos.

Así iniciaba María una serie de investigaciones y publicaciones sobre la costa peruana. Debo mencionar que, especialmente en estos libros, María observó que los actuales pobladores de los lugares que estudiaba habían guardado numerosos relatos de épocas remotas. Inauguró así la práctica de aplicar en sus estudios el uso de entrevistas, mapas y topónimos cuyas denominaciones habían sido mantenidas durante siglos por la tradición oral, pero, sobre todo, la de caminar siguiendo el itinerario de los antiguos visitadores para recoger similares impresiones del terreno y su gente, muchos de los que aún hoy siguen siendo transitados por los lugareños, con el documento en la mano para rastrear la huella de visitadores y curacas, de litigantes, pescadores y agricultores; y en esos caminos que atravesaban arenales y quebradas, entre la tierra, los ríos y sus habitantes, la historiadora se encontraba espontáneamente con el pasado, 300, 500 o 1000 años después de la ocurrencia de los hechos que estudiaba.

Seguirían Etnía y sociedad. Costa peruana prehispánica (1977) y, luego, Señoríos indígenas de Lima y Canta (1978), estudios de marcado carácter local y regional que buscaron comprender la lógica de las relaciones sociales de los antiguos habitantes de la costa. En Recursos naturales renovables y pesca. Siglos XVI y XVII (1981) se tratan aspectos en su momento novedosos para la investigación social que luego recibirían amplia acogida.

En contraste con sus trabajos anteriores, que son trabajos de microhistoria, María publica Estructuras andinas del poder. Ideología religiosa y política (1983), estudio que busca los aspectos comunes a las sociedades andinas. En Historia del Tahuantinsuyu (1988), su libro de mayor difusión, María ofrece una síntesis que enfrenta la imagen idílica que entonces prevalecía sobre el estado incaico y que aun hoy sigue presente entre algunos investigadores y el público en general.

Un año después la investigadora publicaría un libro de un enfoque completamente diferente, que ella llamó un «divertimento»: Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza (1534-1598) (1989).

La última publicación que debo mencionar en esta muestra selectiva es Pachacámac y el Señor de los Milagros. Una trayectoria milenaria (1992), libro que haciendo uso de fuentes arqueológicas e históricas toca las dos creencias religiosas más importantes del Perú en los últimos dos mil años.

Es posible que el azar haya cumplido un papel en los hallazgos documentales de María, a veces francamente sorprendentes; pero no cabe duda, como es sabido, que lo importante al leer los documentos históricos es saber plantearse las preguntas correctas para encontrar aquello que resulte relevante para la comprensión del pasado.

La obra de María le dio continuidad a la cronología de la historia del Perú y a su población al construir página a página una línea de tiempo que nos ha demostrado que las “grandes obras del pasado” las hicieron los antepasados de los peruanos de hoy, y fueron ellos quienes concibieron y crearon estados religiosos y militares, edificaron los grandes monumentos y vivieron y murieron con la crudeza que la realidad impuso y no con el idealismo del vencido que añora un pasado que nunca existió.

La lección que trasunta la obra de María puede resumirse en lo siguiente: 1. La historia de los Andes tiene como protagonistas a los indígenas, a quienes María rescata del desconocimiento, 2. La historia se construye a partir de las fuentes primarias, –fundamentalmente documentales pero también materiales y orales– y del recorrido del terreno, 3. Identificó una masa importante de fuentes documentales, 3. El resultado de las investigaciones debe difundirse a través de publicaciones y otras modalidades entre los académicos, maestros, estudiantes y el público en general, y 4. Resumiendo, con la fórmula repetida por María tantas veces, “para querer al Perú hay que conocerlo”.

Para concluir quisiera decir que, a partir de la etnohistoria, el estudio del indígena peruano ha sido incorporado en la construcción de la historia social del Perú. María Rostworowski, maestra y amiga, personifica la etnohistoria andina en nuestro país y puede decirse que es una de las principales responsables del reconocimiento del hombre andino como actor y protagonista de la historia del Perú.

Intervención de Luis Guillermo Lumbreras

Conocí a María hace casi 60 años, en 1958, en un evento sobre la historia antigua del Perú. En ese tiempo, yo empezaba a trabajar el tema de culturas peruanas y había escrito una ponencia sobre los chancas, un alegato contra Julio C. Tello, quien proponía equívocamente el uso del término Chanca para una sociedad que era más bien Nasca. María me preguntó qué estaba estudiando y yo le respondí que estaba estudiando a los Wari. Luego, me dijo que tenía que ver cómo se estableció la relación entre los Wari y “ese tiahuanacoide, ese estilo que nace con ellos y su relación con los incas”, porque había un vacío muy grande que solo lo podían llenar las investigaciones arqueológicas.

El comienzo de la civilización Wari en el Cusco data de 500 años antes del Tawantinsuyo o más. Ese periodo era el vacío al que María se refería pero en aquel momento yo no había entendido del todo la observación. En ese entonces, para mí, desde un punto de vista arqueológico, de Huari a la formación del Estado Inca todo había pasado muy rápido (entre los siglos XII – XIV). No obstante, poco a poco, María me ayudó a entender ese vacío con una serie de preguntas que comenzaron a organizar mi trabajo. Una de las preguntas centrales que me hizo fue si era posible explicar teóricamente cómo se formó el Estado Inca de Pachacutec y si era posible elucubrar en torno a eso. A partir de preguntas de ese tipo comencé a preocuparme por los chancas, que para mí eran sólo un código de palabras que había dejado Tello para una serie de cosas que nada tenían que ver con los chancas históricos.

En un momento en el que nuestros conocimientos sobre Cusco eran bastante vagos, nuestra tarea como investigadores era trazar la relación Estado–ciudad: cómo se constituyó el Estado; cómo y por qué el Estado Inca se formó en Cusco. En esos años, cuando recién empezaba a construir estas preguntas, solo existía —y se podría decir que hoy ocurre casi lo mismo— el trabajo de John Rowe de la década de 1940, en el que sostenía, con información hallada en Cusco, que debían existir ciudades antes de los incas, antes de Cusco mismo. De lo contrario, y así se asumía, en Cusco, existía una ciudad sin antecedentes; como una entidad formada por los incas, en la que aparecían gobernantes que, de acuerdo con la información reunida por María Rostworoswski para su investigación sobre el Inca Pachacutec, eran jefes, curacas, que no tenían una estructura política más allá de organizarse para confrontar a los chancas, otra agrupación tribal aldeana de sus vecindades.

Sin embargo, resulta que existían una serie de antecedentes de una ciudad pre-inca en el Cusco, llamada Pikillaqta, solo que no le hacían mucho caso. Cuando se empieza a comparar la estructura urbana del Cusco con la estructura urbana de Pikillaqta, hay una serie de coincidencias importantes, que van definiendo antecedentes físicos de lo que había en el territorio de Cusco, e incluso antecedentes institucionales de las relaciones que se formaban. Se trataba desde estructuras físicas con puertas y mausoleos con piedras enormes, hasta una red sólida de caminos y sistemas de gentes riego que se trasladaban de en un lugar y otro para cubrir espacios económicos y sociales según las necesidades del momento.

Durante estos 50, o casi 60 años, que han pasado desde entonces, hemos ido incorporando gran cantidad de información con relación a eso. Esas investigaciones y sus hallazgos cubren parte de las propuestas que María ya pensaba desde 1953. Ella estaba preocupada, desde luego, por un discurso histórico que tenía muchos vacíos que no se podían llenar con solo la información documental disponible. Incluso, ella que había revisado los documentos de los cronistas con mucho detalle, cuando revisa la segunda edición de Pachacutec, vuelve a plantear preguntas que habían quedado sin respuesta desde 1953 cuando recién estaba editando la primera edición del libro. Entre ellas, estaba la pregunta por la relación entre la etapa Wari y Pachacutec.

Una vez más, los indicios estaban ahí pero no se los habían tomado en cuenta. Para comenzar a trazar las relaciones entre los Wari y los incas, había que revisar el mapa de todo el territorio que Pachacutec cubrió, que revela detalles interesantes. El mapa de la era Pachacutec, coincide casi exactamente con el territorio que los Wari habían cubierto. No obstante, una pregunta persistía: cómo era que un pequeño pueblo que  aparentemente no vivía organizado, manejaba un espacio en el valle del Pampas. De ahí, surge otra pregunta, que también preocupaba a María: ¿cómo es que los chancas —a quienes ella había descrito en detalle como “salvajes”— lograron sitiar Cusco y someter a los cusqueños, siervos de Wiracocha y, luego de Pachacutec, para que luego los cusqueños tomaran esa zona, pudieran incorporarla y expandirse. Sin embargo, no se había pensado en un factor clave: las condiciones en las que se había dado la guerra con los chancas. La mejor descripción de esta guerra es, en efecto, la de María, en su libro sobre Pachacutec. Ahí, ella describe la historia del enfrentamiento entre los cusqueños, los viejos andarmaucas y los chancas como un proceso histórico concreto. Durante ese enfrentamiento, los cusqueños obtuvieron el apoyo de los que estaban al sur, los collcas; y de los que estaban al norte, en la zona del Urubamba. No se tenía presente que entre ambos extremos estaba una ciudad sitiada, una ciudad Wari. Y cuando se realizaron excavaciones arqueológicas en Pikillaqta, lo único que se encontró fueron restos Wari, que se habían asentado en la zona durante un periodo de más de 4 siglos , y que ya era “ruinas” abandonadas durante la colonia y aparentemente también durante la época de dominio Inca.

Mucho de lo que nosotros, los arqueólogos, estudiamos y entendemos como formaciones tardías posteriores a lo que fue Wari, se prolongan hasta la época colonial. Es más, investigaciones recientes sobre el Perú antiguo muestran que muchos de los restos arqueológicos del periodo del Intermedio Tardío están relacionados con los pobladores de los siglos XVII y XVIII. Frente a estos hallazgos, la preocupación de María sobre los comienzos del Estado inca resulta muy pertinente: arqueólogos e historiadores o investigadores sociales en general no podíamos pensar en una época incaica dorada, como fue la de Pachacutec, tomando en cuenta sólo a un Estado incaico de 100 años de antigüedad. Era necesario ir más atrás, unos 500 años más atrás. Y efectivamente, María tenía razón. Es a partir de los Wari, y las civilizaciones pre-incas que es posible explicar el presente histórico y ello incluye al enfrentamiento de los pueblos que querían controlar toda la cuenca del río Vilcanota, para luego tomar control desde el Cusco. Las guerras permanentes de los chancas contra los cusqueños y contra aquellos que vivían en las regiones del norte del Titicaca, los collas; así como con los que vivían al sur, en el Urubamba, tenían el propósito de movilizar los recursos de los Antis de la Convención y los Collas del Altiplano del Titicaca, en conexión con los pueblos del chinchaysuyu, territorio con pleno desarrollo urbano y tecnológico. El punto céntrico del Cusco en esa disputa, les daba una gran ventaja. Los habitantes de Cusco junto con estos pueblos al norte y al sur lograron derrotar a los chancas de Pikillaqta.

Entonces, en la búsqueda por comprender los orígenes del Cusco, los acuerdos que estableció Pachacutec para vencer a los chancas el cómo organizar la ciudad con un patrón totalmente articulado y cómo se desarrolló el Estado,  remiten a, como bien proponía María, a Wari como antecedente del Estado Inca. Desde una perspectiva arqueológica, las coincidencias entre los Wari y los incas con respecto a la construcción de los edificios, a la manera de organizarse; e, incluso, los nombres, le dan razón y sentido a las explicaciones que María ya exploraba, vale notar, antes de que los arqueólogos pudiésemos encontrarlas. A partir de las preguntas de María han surgido unas 40 o 50 investigaciones sobre los Wari. Quiero resaltar, una vez más, que para María, la investigación e información arqueológica eran indispensables: como ella solía decir: “Los arqueólogos siempre encontrarán las explicaciones y no hay otro camino”.

 

Intervención de María Emma Mannarelli

Me voy a referir a la parte del trabajo de María Rostworowski que según Rafael Varón,  María ha calificado como “divertimento”. Y es que hay que reconocer que la parte entretenida de la investigación académica es fundamental y asegura, también, el desarrollo de reflexiones innovadoras e imaginativas en el mejor sentido.  Doña Francisca Pizarro, una ilustre mestiza es una historia de las mujeres, sin duda; pero yo creo que, al mismo tiempo, es un llamado de atención a propósito de cómo sin incorporar a las mujeres al relato no es posible entender claves fundamentales de la historia de nuestro país. ¿Cómo no tomar en cuenta, por ejemplo, a las esposas secundarias del inca, para  entender las alianzas políticas y, por lo tanto, la expansión del Tahuantinsuyo?

En sus planteamientos   sobre las  acllas, María  también imbrica la historia de las mujeres con la de la sociedad. De manera creativa e inteligente, coloca la experiencia femenina dentro de una estructura social y temporal más amplia; y está ahí parte de la trascendencia de su trabajo. Con este trabajo, invita a pensar las acllas como piezas de un engranaje político complejo y refinado. Este se sustentaba en una alta densidad demográfica para fines de su expansión territorial, para fines fiscales y para la construcción de caminos y sistemas hidráulicos entre otros. Es decir, la organización de una sexualidad procreativa a través del matrimonio era una de los pilares para la reproducción del Tawantinsuyo. Las mujeres ajenas a este patrón, segregadas y encargadas de rituales especiales podrían pensarse como anomalías que recordaran la importancia de la reproducción, y lo ajeno que podía ser la virginidad como un modelo a seguir.

María también revisó una gran cantidad de fuentes y documentos para reconstruir las vidas de las mujeres en el momento de la invasión europea — cabe resaltar que a este proceso ella lo llama “invasión”, a pesar de que ahora nos refiramos a este acontecimiento como la expansión de la “monarquía católica”—. Si bien en algún momento María lamentó la escasez de documentos personales, cartas  y diarios para reconstruir las vidas de ciertos personajes y el significado que le dieron a estas, al final, cuando una termina de leer sus trabajos, se da cuenta de que los servidores del rey produjeron un sinfín de textos como expedientes, probanzas, informes, testamentos, y sobre todo los relativos a pleitos, etc. que leyendo entre líneas y complementándose entre sí nos llevan a reconstruir una historia de los sentimientos, de los modos de ser, de los deseos y de las trayectorias personales. En mi opinión, entonces, las investigaciones de María invitan a embarcarnos a una historia de los afectos, de la cultura sexual, de la cultura emocional de una sociedad, partiendo de documentos burocráticos. En ese sentido, uno de los aportes fundamentales de su obra, es enseñarnos que siempre podemos encontrar rutas alternativas más allá de los esquemas clásicos, para plantear solución a ciertos problemas, como estas cuestiones del amor, del odio, de la crueldad. Y, sobre todo, la investigadora nos estimula a buscarlas.

Asumiendo un nuevo desafío y sumergiéndose en un mundo bastante intrincado, María analizó, a través del conflicto de Inés Huaylas Yupanqui y Azarpay, la forma en que las mujeres nativas reaccionaban y se veían afectadas por la expansión de los guerreros del rey. A partir de situaciones como estas la historiadora encuentra nuevas formas de explicar las rivalidades propias de los linajes locales. Con estos trabajos es posible entender cómo los problemas de la sucesión inca, y de las macro-etnias andinas convergen con las aspiraciones de linaje y la moral guerrera de los conquistadores. María deja ver que las mujeres estaban en medio de estos procesos y la actuación determinante en ellos. ¿Se puede entender el éxito de los guerreros cristianos sin el apoyo de la madre de Quispe Sisa, la señora de Contarhuacho? Ella disponía de cientos de hombres nativos cuya intervención en el cerco de Lima fue decisiva para la victoria de los extranjeros.

Cuando María reconstruye, cuando las fuentes lo permiten, las vidas de las mujeres de la élite,  revela las singularidades de sus vidas al mismo tiempo que las inserta dentro de un universo mayor, de situaciones más amplias que organizan sus vidas. Nos brinda una visión fascinante sobre cómo las particularidades se combinan con contextos más generales, y cómo los individuos no responden sólo a una cuestión individual. Ahí yace una potencialidad interpretativa y metodológica sólida y sugerente. Por ejemplo, una de las preguntas centrales resulta cómo estas mujeres que, pese a sus diferencias y de estar insertas en una lógica guerrera que las maniata y las calla; empujan ese límite de la sangre, del parentesco y reivindican sus derechos. Esto deja entrever, a su vez, que el linaje no era una cuestión monolítica definida únicamente por su alta violencia y crueldad.

María observó, además, el papel las instituciones en la lógica del linaje. Narra cómo funcionaba  del patriarcado y da cuenta de su peso, al contar, por ejemplo, la llegada de Francisca Pizarro a Sevilla. En ese momento el rey Felipe II le preguntó a Francisca Pizarro qué quería hacer y a dónde quería ir mientras que Hernando Pizarro le exige que vaya a la Mota, y va. Así, María muestra la fuerza que el linaje podía tener en ciertos contextos con relación a la poca capacidad de presión de la monarquía sobre las voluntades masculinas provenientes de la sangre.  Sin embargo, nada de lo previsto por Hernando se cumplió. Francisca se casa en 1581 con Pedro Arias Portocarrero, hermano de la esposa de su hijo Francisco, menor que ella. La nuera se convierte en su cuñada. La pareja se traslada a Madrid, y durante diez y siete años la pareja hace vida cortesana y la fortuna se desvanece.

Por otro lado, María identifica la naturaleza de los sentimientos en una sociedad violenta; de aquellos de los guerreros, cuando el virrey no solo  lucha contra los incas, contra lo que se resista a su poder; sino también contra los suyos. La autora deja ver cómo una sociedad en un periodo determinado a falta de un control externo efectivo los mecanismos inhibitorios están retraídos, la cultura emocional se despliega por encima de las instituciones. La naturaleza radical de estos sentimientos extremos y el consecuente contraste de tal polarización también tiene gran impacto en los sucesos y procesos históricos. En los juicios de Atahualpa encontramos, por ejemplo, odio y crueldad así como abuso de poder y la codicia de Francisco Pizarro. En contextos como aquel, los sentimientos se exacerban y se polarizan y se deben tomar en cuenta sin perder de vista el matiz histórico y las decisiones que los contienen. Los sentimientos también se polarizan cuando los españoles persiguen con afán repartimientos. En ese caso, es importante notar cómo y en qué medida el código de honor prevalece y cómo esto exacerba la violencia.

Para terminar, cuando volví a leer Francisca Pizarro, me acordé del libro de George Duby, El caballero, la mujer y el cura, que trata sobre la moral guerrera de los hombres en un momento en que la Iglesia cristiana se estaba fortaleciendo y unificando en pos de la sacramentalización del matrimonio en el siglo XIII. Al final del libro, después de haber leído tratados, textos de estadistas, de obispos y demás, Duby se pregunta: ¿Y dónde están las mujeres? ¿Qué decían? ¿Qué pensaban? ¿Qué dijo Leonor de Aquitania al respecto? María, en cambio, deja hablar a las mujeres e hilvana sus voces. De esa forma muestra que las mujeres por estar maniatadas por el linaje, por la sangre, por los intereses patrimoniales de los señores, presionaban los confines de esas racionalidades para hacer valer sus derechos. Con estas investigaciones y al entrar en un terreno poco desarrollado en el campo histórico, María abrió paso a un sinnúmero de posibles investigaciones; que  inevitablemente llevarán a una confluencia de campo y a romper con las fronteras disciplinarias que se han impuesto. Además, pienso que entender a las mujeres en la historia e incorporarlas a las narrativas de los procesos históricos nos ayuda a entender mucho mejor un pasado que tendrá siempre sus propios secretos. Conocerlos exige integrar a la configuración del funcionamiento social las relaciones entre los individuos sexuados, como lo hizo María.

Para terminar me parece muy importante recalcar que María no fue solo una mujer que ha escrito muchos libros; sino que en un país donde por lo general las mujeres son vistas ajenas a la escritura, su libro sobre el Tahuantinsuyo es uno de los más vendidos y difundidos del Perú. A través de la palabra escrita y la reflexión académica, María nos ha entregado referentes para pensarnos―“Ese es mi parecer”, como diría Francisca Pizarro―.

N.E: En este artículo se han respetado los nombres toponímicos en quechua según las propias opciones de los autores.